Enrique Pineda Barnet o la inmensidad del mar
14/1/2021
Enrique Pineda Barnet fue durante un tiempo, para el cineasta cubano Pablo Massip, “el teniente”. Así se hizo llamar desde el día que, a través del teléfono, le instó a comportarse mejor en la escuela, estudiar más, ser disciplinado y crecer.
Massip fue entonces ese niño travieso que encontró la motivación para corregir su conducta escolar en esa voz dulce que se le colaba por los oídos cada día, y que logró reconocer años después, cuando su abuelo Salvador Massip falleció y “el teniente” llegó a la funeraria.
Aquel hombre bajito, blanco, rubio, delgado, de mirada honda y voz inconfundible dejó de ser “el teniente” un día y con el tiempo fue entonces su maestro, su amigo, su padre, su confesor, el padrino de sus hijos…
“Mi papá, José Massip, conoció a Enrique cuando él trabajaba como publicista de la firma Jabón Camay en Cuba. Mi padre fue a su oficina buscando un sponsor para la revista Nuestro Tiempo. Enrique accedió de inmediato y pagó la inscripción y la publicidad en una página. Luego se acercó al trabajo que realizaba en la sociedad cultural de igual nombre y la amistad comenzó.
“‘¿Viste el hijo que tenemos?’, le decía Enrique refiriéndose a mí, y es que los dos eran uno solo, cada uno era como mi padre. Aquel juego de roles, cuando asumió ser ‘el teniente’ a sabiendas de que yo anhelaba ser militar en aquel momento, nos acercó mucho y desde entonces me atrevo a afirmar que influyó mucho en mi formación en el ámbito personal y profesional”.
Pineda Barnet también fue tu maestro…
“En tercer año de la carrera en la Facultad de Cine en el Instituto Superior de Arte, para cursar la asignatura de Dirección podíamos escoger el profesor. Pedí, como otros estudiantes, a Enrique. Las clases transcurrieron en su casa, no en 5ta y 20 donde radicaba la facultad. Cuando el semestre concluyó, los alumnos le propusimos continuar las clases y los sábados a las dos de la tarde nos encontrábamos allí.
“Fue entonces cuando fundamos el taller de creación A.N.A, cuyas siglas significan Arca, Nariz y Alhambre. Arca, en clara referencia al arca de Noé, para salvar todo lo que no es; la N de nariz, de búsqueda, de olfato, de investigación, de exploración, y Alhambre, como homenaje a su película La Bella de la Alhambra, jugando con la H intermedia, porque nos acerca, se puede romper, sirve para comunicarnos…
“Nos reunimos durante 10 años en casa de Enrique, y si por razones de trabajo estaba fuera del país, mi padre dirigía los encuentros, como lo hizo también Tomás Piard. Fue un proceso profundo de creación, de trabajo creativo. Enrique nos expuso su método de análisis dramatúrgico, y a partir de él terminábamos viendo el color, el olor de la obra, en el guion. Era un desmonte profundo. En la facultad no se impartían las clases así.
“Durante el taller hubo una etapa de mucha crítica, y hablábamos del kitsch en una ocasión. Recuerdo que Enrique tenía un macramé de soga con una piedra verde enorme de vidrio en su sala, y se molestó ante las críticas, porque un día le tocó ser criticado. Reconoció que era verdad, y desapareció del salón aquel macramé. Luego nos dimos cuenta de que el kitsch, usándolo intencionalmente, puede servir como instrumento a la hora de crear”.
Él fue el primer maestro voluntario de nuestro país y hay constancia de ello en la cinematografía cubana gracias a tu padre…
“Sí, y lo redescubrí así. Pero fue también monaguillo, fue el negrito del bufo cubano, fue diplomático, fue tantas cosas…
“La anécdota se remonta a cuando Enrique estaba en su apartamento de 23 y Malecón y, una tarde con amigos de visita, Fidel aparece en la televisión, haciendo una alocución muy cerca de allí, en la que hablaba de la campaña de alfabetización e instaba a participar en ella. Se fue Enrique de su casa, donde quedaron sus amigos, y fue hasta allí, entregó su expediente y Fidel lo dijo públicamente. Fue un momento importante en su vida…, lo enviaron a la Sierra Maestra, al pueblo El Cilantro, y luego mi padre hace el documental El maestro de El Cilantro.
“No sabía mi padre que al indagar sobre el primer maestro voluntario del país, sería Enrique. Fue Pastor Vega, su asistente de dirección, quien le dio la noticia. Recuerdo que Enrique a sus humildes alumnos les enseñaba el sistema solar con naranjas, con frutas. Los llevaba con algo conocido a un mundo imaginario”.
Con Enrique trabajaste en guiones, en cortometrajes, en largometrajes.
“A.N.A. en Cuba se desmembró un poco, porque muchos viajaron. Trabajé con Enrique en varios guiones de proyectos que luego se realizaron, muchos de ellos.
“Hicimos el cortometraje First, con el actor Héctor Noas. Se grabó en una noche tras las bambalinas del Teatro Nacional. Usé una cámara prestada y mi asistente fue Terence Piard. Fotográficamente ese cortometraje fue muy complicado con varias escenas que llamamos el pin pon. De Héctor íbamos al espejo… Héctor en su físico real y Héctor en su reflejo en el espejo.
“Luego hicimos otros trabajos juntos, hasta que llegó La anunciación, el primer largometraje que asumí desde la dirección de fotografía. Tuve miedo, miedo real de enfrentarme a ese trabajo. Quise renunciar, y aun pensando eso, tuve miedo de subir las escaleras del edificio donde Enrique vivía para decírselo. Decidí hacer la película finalmente, y un día se lo comenté. Él me dijo: ‘Yo tengo miedo todos los días, tranquilo, no pasa nada’.
“Una anécdota puedo contar del rodaje de La anunciación. Como sucede con frecuencia en las filmaciones, el director de fotografía y el director pueden compartir criterios. Yo proponía un plano y Enrique no quería apartarse de su idea. Yo, en medio del acaloramiento, molesto, me fui del set. Luego pensé que actué mal, porque era su película, y regresé pidiéndole perdón. Él dijo que era el que tenía que irse, y se fue. Fui a buscarlo a la esquina de 23 y 12, entendí la enseñanza, nos abrazamos. Me demostró que hay que trabajar, que hay que crear, pero siempre llegando a un consenso.
“En Verde, verde, la primera impresión que tuve, fue que confluían varias generaciones. Esta es una película muy importante para el cine cubano, por la temática que aborda. Tiene un nivel de violencia significativo, y el trabajo desde el rol de camarógrafo era muy cercano. Enrique me dijo que yo era el tercer actor, que yo tenía que ser parte de lo que sucedía con los dos hombres protagonistas de la película. Estuve dentro de la historia, me choqueaba tanto como a los propios actores. Recuerdo aquella escena en la que Noas se accidentó, y alerté a todos desde la grúa en la que yo estaba, desde afuera, para que lo auxiliaran.
“Este filme fue una experiencia que marcó mi vida… la forma en la que el director no solo dirige a los actores, sino que dirige a todos, directamente, sin usar a un asistente para eso. Su manera de ser era una enseñanza constante”.
Mucho pudiéramos hablar de Pineda Barnet, pero para ti, ¿cuánto significó?
“Enrique también fue un hombre de radio, de teatro, de las artes plásticas, de vasta cultura… Nuestra relación no solo se forjó por mi padre y por mí, sino también por mis hijos. El día de su desaparición física los ha marcado, los he visto llorar, lamentarse, y es porque Enrique era un ser humano tremendo.
“Recuerdo el día que Pacheco, vicepresidente del Icaic en aquel entonces, fue a su casa a comunicarle la decisión del jurado del Premio Nacional de Cine de entregarle la distinción a él. Año 2006. No quiso aceptarlo. Dijo que otros se lo merecían primero, como mi padre, los editores, los directores de fotografía… otras personas que habían fundado, que habían hecho tanto cine en Cuba, del que él había bebido tanto. Pero él también se lo merecía. Era un ser increíble. Esa también fue una lección de vida, y es lo que él significa para mí”.
Pidió que sus cenizas fueran esparcidas al mar…
“En muchas ocasiones me pedía ir al mar a mojar sus pies, o que le llevara un cubo con agua salada a su casa para hacerlo. Siempre tuvo un vínculo muy grande con el mar. Tal vez, por su inmensidad… la del mar, la de él, la de los dos”.