Fidel enamorado de Cuba

Katiuska Blanco Castiñeira / Fotos: Tomadas de Internet
30/12/2020

Lo imagino absorto en la lectura mientras las preguntas se precipitan. Su pensamiento va descubriendo por sí mismo, apresurada y lúcidamente, la raíz, la naturaleza política de sus inquietudes, el absurdo, el caos en la sociedad capitalista y una verdad transparente: solo una sociedad socialista, enteramente nueva en su estructura económica y en su espíritu de esencias liberadoras, solidarias y justas, constituye horizonte, razón y futuro; no como aspiración o sueño —sin dejar de serlo a su vez—, sino en primerísimo lugar como necesidad histórica. A ese fin sucede otra verdad: el destino de su vida. Transcurre el curso académico 1946-1947. Fidel tiene 20 años y estudia la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana.

Fidel Castro junto a un grupo de estudiantes, cuando encabezaba el Movimiento
Estudiantil Acción Caribe y era vicepresidente de la Asociación de Estudiantes
de la escuela de Derecho (1947). Fotos: Cubadebate

A mediados de 1947 era un decidido opositor del gobierno de Ramón Grau y un simpatizante del Partido Revolucionario Cubano (Ortodoxo) creado por Eduardo Chibás. Sobre su vertiginosa maduración política el propio Fidel habló en numerosas oportunidades, una de ellas durante el discurso pronunciado en el Aula Magna de la Universidad, el 4 de septiembre de 1995:

Aquí aprendí quizás las mejores cosas de mi vida; porque aquí descubrí las mejores ideas de nuestra época y de nuestros tiempos, porque aquí me hice revolucionario, porque aquí me hice martiano y porque aquí me hice socialista, primero socialista utópico, gracias a las conferencias de aquel profesor que mencionábamos anteriormente (…) que daba clases de Economía Política, y de Economía Política capitalista, tan difícil de comprender y tan fácil de descubrir en su irracionalidad y en sus cosas absurdas. Por eso fui primero socialista utópico, aunque también gracias a mis contactos con la literatura política aquí en la universidad y en la escuela de Derecho, me convertí al marxismo-leninismo.

Sobre sus lecturas críticas y su irreverente costumbre cuestionadora, Fidel escribió en el prólogo de Frei Betto, una biografía, publicado por los autores Americo Freyre y Evanize Sydow, en una entrega cubana de la Editorial José Martí, en el año 2016:

Me preguntaba por qué había estudiado Derecho. Pensé que fue la falta de orientación profesional lo que me llevó a ese error. El hábito de discutirlo todo dio lugar a que muchos dijeran que yo iba a ser abogado; y cuando me preguntaban qué carrera pensaba estudiar, respondía mecánicamente “abogado”. Matriculé esa carrera, pero estudiando una asignatura —Economía Política— temida por todos los alumnos del primer curso, descubrí la verdad. Un exigente profesor, que no tenía paz con nadie, en ocasiones, examinaba él mismo oralmente  a los alumnos; yo, que andaba  ocupado con otras tareas de atención a los propios alumnos como cabeza de la candidatura del primer curso de ese año, dejé para el segundo curso la Economía Política, impresa en mil páginas de mimeógrafo con borrosas letras, pues no había libros de texto. Leí varias veces aquel complejo material y me presenté al examen oral. No fue poca mi sorpresa cuando después de un largo examen, el profesor me otorgó la nota de “sobresaliente”.

Fidel Castro con 20 años, mientras cursaba el segundo
año de Derecho (1946).

En el recuento es muy importante la confesión que entonces, a renglón seguido, hace Fidel:

Era precisamente lo que me interesaba: la política; cómo enfrentar los fenómenos de superproducción, las crisis económicas, el desempleo, el hambre y la injusticia social. Por ello incluí otra carrera, la de Ciencias Sociales. Fiel a la idea, a partir del tercer curso, me dediqué a estudiar más de treinta asignaturas correspondientes a estos temas. Me parecía el objetivo a seguir como instrumento de la política revolucionaria, que era realmente la idea que se venía gestando en mi mente.

Esto último lo escribe Fidel casi al final de su vida física, y concluye tal reflexión con una frase breve y contundente al recordar su afán de estudiar El Capital de Carlos Marx, en inglés. Nótese el frenesí: “Imagínense la idea de estudiar a Marx en inglés, un autor difícil de comprender en español”. Sobre este mismo proceso había hablado en el discurso ya mencionado, cuando se cumplían 50 años de su ingreso a la Universidad:

Lo fundamental para mí fue mi propia formación política y mi toma de conciencia revolucionaria. Yo tenía la vieja idea de la guerra de independencia, las cosas martianas, la gran simpatía por Martí y el pensamiento de Martí; las guerras de independencia, sobre las cuales he leído prácticamente todos los libros que se publicaron, hasta que entré en contacto, primero, con las ideas económicas, con los absurdos del capitalismo, y voy desarrollando una mentalidad utópica, de socialista utópico, no de socialista científico. Todo es un caos, todo está desorganizado; sobran por aquí las cosas, hay desempleo por acá, sobran los alimentos, hay hambre por allá. Voy tomando conciencia  del caos que era la sociedad capitalista, empecé por ahí: llegar por mi propia cuenta a la idea de que aquella economía, de la cual se nos hablaba y se nos enseñaba, era absurda.

Es por ello que cuando por primera vez tengo oportunidad de encontrarme con el famoso Manifiesto Comunista de Marx, me hace un gran impacto, y hubo algunos textos universitarios que ayudaron. La Historia de la legislación obrera, escrita por un personaje que después no fue consecuente con su historia, pero escribió un buen libro; también la obra de Roa y las historias de las ideas políticas. Es decir, que había algunos textos de algunos profesores que ayudaron a entrar en materia, hasta que en la biblioteca del Partido Socialista Popular —y fiado, porque no tenía con qué pagarlo— fui adquiriendo una biblioteca marxista-leninista. Ellos fueron los que me suministraron los materiales, con los cuales yo después, con una enorme fiebre, me dediqué a leer.

Ya para entonces el Partido Ortodoxo estaba fundado y yo era parte de él desde los inicios y antes de adquirir una conciencia socialista.  Vine luego a convertirme en algo así como una izquierda del Partido Ortodoxo.

El 3 de febrero de 1999, en sus palabras en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela, Fidel reconoció que primero fue comunista utópico y luego, un comunista atípico. Así lo explica en estos fragmentos de aquel memorable día, cuando también aseveró que una Revolución solo podía ser hija de la cultura y las ideas.

Con esa fiebre y ese sarampión que solemos tener los jóvenes, e incluso muchas veces los viejos, yo asumí los principios básicos que aprendí en aquella literatura y me ayudaron a comprender la sociedad en que vivía, que hasta entonces era para mí una maraña intrincada que no tenía explicación convincente de ninguna índole. Y debo decir que el famoso Manifiesto Comunista que tantos meses tardaron en redactar Marx y Engels —se ve que su autor principal trabajaba concienzudamente, frase que solía usar, y debe haberlo revisado más veces de lo que Balzac revisaba una hoja de cualquiera de sus novelas—, me hizo una gran impresión, porque por primera vez en mi vida vi unas cuantas verdades que no había visto nunca.

Antes de eso, yo era una especie de comunista utópico. (…) Por esos caminos llegué a mis ideas, que conservo y mantengo con lealtad y fervor creciente, quizás por tener un poco de experiencia y conocimientos, quizás también por haber tenido oportunidad de meditar sobre problemas nuevos que no existían siquiera en la época de Marx. (…) Así que uso la misma camisa con que vine a esta universidad hace 40 años, con que atacamos el Moncada, con que desembarcamos en el Granma. Me atrevería a decir, a pesar de las tantas páginas de aventuras que cualquiera puede encontrar en mi vida revolucionaria, que siempre traté de ser sabio, pero prudente; aunque tal vez he sido más sabio que prudente.

Fui discreto, no todo lo que debía, porque con cuanta gente me encontraba le empezaba a explicar las ideas de Marx y la sociedad de clases, de manera que en el movimiento de carácter popular, cuya consigna en su lucha contra la corrupción era “Vergüenza contra dinero”, al que me había incorporado recién llegado a la universidad, me estaban asignando fama de comunista. Pero era ya en los años finales de mi carrera no un comunista utópico, sino esta vez un comunista atípico, que actuaba libremente. Partía de un análisis realista de la situación de nuestro país.

Fidel estudiaba, se documentaba; varios textos influyeron en su pensamiento. Descubrir el Manifiesto Comunista le desencadenó “una tempestad bajo el cráneo”. Su clarividencia también le debía mucho al pensamiento de Martí y al conocimiento de la historia de Cuba. Por los  caminos de la lucha estudiantil universitaria —heredera de una tradición combativa por la soberanía verdadera y una sociedad justa en Cuba—; por lo leído en la literatura marxista y leninista; lo vivido en manifestaciones, protestas y experiencias como la expedición de Cayo Confites; el periplo por países de nuestra América; la insurrección de El Bogotazo, y acontecimientos políticos y bélicos internacionales, maduró definitivamente su pensamiento. Ya para el momento posterior a su graduación en 1950, estaba convencido de que era impostergable cambiar la sociedad cubana: “La Revolución se hace desde el poder, desde el poder se pueden hacer leyes justas”. Ello fue lo que inspiró su primer proyecto revolucionario, hasta llegar, por el devenir de los estremecimientos del país, a la conclusión de que la insurrección armada era la única posibilidad para vencer la tiranía de Batista, este último, aupado por la reacción y la fuerza militar durante una madrugada sombría, siniestra.    

Fidel atento a las palabras de Eduardo Chibás Rivas, líder del Partido Ortodoxo (1948).

Tras la muerte de Chibás, Fidel empezó a concebir una estrategia, pues consideraba inútil el liderazgo que quedó al frente del Partido Ortodoxo. Estaba absolutamente seguro de que “aquello constituiría una catástrofe política, porque quienes figuraban en la dirección de la ortodoxia serían incapaces de hacer algo en un país donde urgía una Revolución”. En el libro Guerrillero del tiempo (t. II, pág. 21), Fidel narró que comenzó a elaborar una estrategia dentro de todo el proceso político, tomando en cuenta el período ulterior:

Planeé introducirme en la maquinaria de dicho partido, postularme para legislador por la organización y llegar al Parlamento. Conocía por anticipado lo que iba a pasar. Luego, desde el Parlamento, presentaría un programa revolucionario con los ortodoxos. (…) En virtud de la Constitución y las leyes, pensaba presentar un programa similar al del Moncada. Todas las cuestiones vitales que expuse en “La Historia me absolverá” aparecerían en forma de leyes en el plan que iba a presentar al Parlamento, con la seguridad de que aquel proyecto dentro del Partido se convertiría en un programa de la masa revolucionaria. Es decir, no se iba a aprobar, pero sí se iba a convertir en la plataforma de movilización de todas las fuerzas sociales y políticas, de las fuerzas de acción armada para derrocar aquel gobierno.

Este proceso fue abruptamente interrumpido por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952. Poco antes de asaltar el Moncada, Fidel visitó su casa en Birán, sobre esa experiencia escribió desde la prisión en la entonces Isla de Pinos:

Todo ha seguido igual desde hace más de veinte años. Mi escuelita, un poco más vieja; mis pasos, un poco más pesados; las caras de los niños, quizás un poco más asombradas y, ¡nada más!

Es probable que haya venido ocurriendo así desde que nació la República y continúe invariablemente igual sin que nadie ponga seriamente sus manos sobre tal estado de cosas. De ese modo nos hacemos la ilusión de que poseemos una noción de justicia. Todo lo que se hiciera relativo a la técnica y organización de la enseñanza no valdría de nada si no se altera de manera profunda el status quo económico de la nación, es decir, de la masa del pueblo, que es donde está la única raíz de la tragedia. Más que ninguna teoría me ha convencido de esto, a través de los años, la palpitante realidad vivida.

Fidel junto a un grupo de los futuros asaltantes a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel
de Céspedes (1953).

Sus luchas tuvieron un desenvolvimiento vertiginoso, tanto como el de su propia lucidez. Apenas transcurridos tres años tras su graduación por la Universidad de La Habana, encabezaba la heroica acción del asalto a la segunda fortaleza militar del país, en lo que él calificó como el reinicio de la insurrección armada del pueblo de Cuba por su plena independencia y por la república de justicia soñada por José Martí. Entonces sobrevinieron la prisión, el exilio en México, la expedición del Granma y la lucha en la Sierra Maestra y el llano, hasta llegar al triunfal 1ro. de enero de 1959. Para él, que tanto había combatido, la misión más difícil apenas comenzaba. El 15 de enero de 1960 expresaba el contenido profundo de sus desvelos, la esencia de su lucha: resolver las fallas de la sociedad humana:

Esa debe ser también una de las lecciones de la historia de la sociedad espeleológica; y es que si se ha podido escribir una geografía, no solo la enumeración fría y metódica de los accidentes de la naturaleza, sino de los seres que moran en esa naturaleza, porque aquí se acostumbraba a enseñar una geografía fría como si el planeta Tierra estuviese deshabitado, como si en el planeta Tierra y en los picos y en los valles no morasen seres humanos; una geografía que por algún interés, por algún interés egoísta, por alguna causa social poderosa, estaba divorciada de otro elemento esencial y primordial y que es el centro precisamente de ese escenario, que es el hombre; gracias a los esfuerzos de ese grupo de jóvenes se pudo escribir una geografía que no estuviese divorciada del hombre, que no estuviese divorciada del guajiro Mamerto, que no estuviese divorciada del bohío, que no estuviese divorciada de la familia, que se le enfermaba un hijo y tenía que vender la única vaquita para poderle brindar precaria asistencia médica. 

Es decir, una geografía también humana. Se nos enseñaban los accidentes de la naturaleza, pero no se nos enseñaban los tremendos accidentes de la humanidad; se nos enseñaban las fallas de la naturaleza, pero no se nos enseñaban las fallas de la sociedad humana; se nos enseñaban los desniveles, los grandes desniveles de la naturaleza, de la tierra, mas no se nos enseñaban los grandes desniveles de la sociedad humana; se nos enseñaban los picos de la sociedad, pero no se nos enseñaban los pantanos de la sociedad; se nos enseñaba que había una Ciénaga de Zapata, pero no se nos enseñaba que había mucha ciénaga social también en nuestra patria.  Y que la tarea no era solo de orden material, sino que era también fundamentalmente una tarea de orden humano. Y si es interesante la geografía, porque es el escenario donde vive el hombre, el hombre tiene que ser necesariamente más interesante todavía que la propia naturaleza donde vive.  Y del hombre se nos enseñaba muy poco, de los problemas sociales se nos enseñaba muy poco, porque en las escuelas, y sobre todo en las escuelas donde van a estudiar los privilegiados fundamentalmente, se le ocultaba al joven la verdad humana; se le ocultaba al joven —donde se le trataba de enseñar memorísticamente una serie de accidentes naturales—, los accidentes de la realidad social de nuestro pueblo. 

Y es por eso, como si esta época fuera algo así como un amanecer, como un despertar de conciencia, donde el pueblo  empieza a ver con claridad una serie de hechos y de verdades, que casi asombra que no fuesen evidentes para todos nosotros.

Fidel reconoció entonces que mientras más conocía a nuestra patria, más se enamoraba de ella. Le fue fiel siempre. Supo discernir y avistar los peligros y la defendió del imperio y de quienes se le subordinaron en el atropello de nuestra dignidad.

La aspiración de hacer feliz al pueblo, pleno en el disfrute de sus derechos, concitó la agresividad de la reacción interna y externa contra la Revolución Cubana. Fidel desgranó esa verdad desde los comienzos. Señalaba que los revolucionarios cubanos conocían bien que la batalla iba a ser dura, pero no porque faltara voluntad de entendimiento a la Revolución, sino precisamente por ser una Revolución generosa, que se proponía en verdad un cambio trascendente de la vida nacional.

Insistía constantemente en señalar que por justa, por noble, la Revolución iba a ser muy agredida. Sin embargo, si no se hubiera realizado la Reforma Agraria, por ejemplo, el país se habría hundido cada vez más en sus miserias, en la ruina, tal vez incluso en la anarquía y en la sangre, porque el pueblo no se habría quedado impasible si tanta lucha y esfuerzos, si tantos hijos hubieran muerto para nada. También en lo político, la Reforma Agraria era una necesidad imperiosa, y a partir de ella se estructuraba otro país, un país solidario, equitativo, volcado a los humildes.

La firma de la ley agraria generó ya, en un plano superior, la reacción brutal y concertada de las fuerzas de la reacción y de quienes sentían que habían sido dañados por la justa distribución de las tierras del país, también de las fuerzas políticas que en Estados Unidos percibían con nitidez la pérdida absoluta de su poderío en Cuba. El líder revolucionario afirmaba que la Revolución había actuado guiada por el espíritu de justicia de dar al país lo que la oligarquía apátrida y el imperialismo norteamericano le habían negado durante tantos años; de atender una serie de demandas que desde los comienzos de la República se planteaba el pueblo de Cuba. Estas constituían ansias postergadas desde los tiempos mambises, entre ellas la real soberanía e independencia de los asuntos internos y el control de los recursos nacionales, en específico el rescate de manos extranjeras de las grandes extensiones de terreno, no solo en el campo, sino también en las ciudades. Además, la Revolución significó un vuelco moral y ético en la historia, un adecentamiento de la vida pública y una radicalización del pensamiento para conceder derechos a los discriminados y los explotados.

“El líder revolucionario afirmaba que la Revolución había actuado guiada por el espíritu de justicia”.

Toda su vida, en numerosas oportunidades, definió qué es una Revolución. Señalaba que es un proceso y no una mera sustitución de unos gobernantes por otros, y concluía: “Es la respuesta social a la crisis”. Una Revolución —consideraba Fidel— es una tarea casi sobrehumana, sobrecogedora por su nobleza, y dura por el bregar que debe desplegarse, por la entrega total que requiere, por la valentía con que debe asumirse el destino histórico de llevarla adelante y que, además, no es posible si no aúna las voluntades de las mayorías; su legitimidad, su fuente de derecho radica en el soberano, en las muchedumbres que se deciden a realizarla. Esto último solo es posible en torno a causas muy justas, como las existentes en el caso de Cuba: la independencia y la justicia social.

En Cuba, los grandes abusos cometidos durante muchos años —partiendo de la injusticia de usurpar el triunfo a las fuerzas insurrectas cubanas y parir una república mediatizada, una neocolonia; hasta los atropellos de la dictadura batistiana a mediados del siglo XX— fueron la causa esencial del surgimiento de la Revolución. La explotación, la humillación y la indignidad en que se había sumido el país crearon la necesidad del cambio sustancial de la vida en el archipiélago. La Revolución era una necesidad, y aún hoy lo es para existir como nación y contar con una vida decorosa.

Desde el inicio de sus luchas Fidel tenía la convicción de que una Revolución no es un camino de rosas, sino una lucha a muerte entre el futuro y el pasado. En reiteradas oportunidades citó al revolucionario italiano Antonio Gramsci. Estaba convencido de que en el caso particular de Cuba la circunstancia especialísima radica en que el apoyo a las fuerzas reaccionarias internas proviene de una potencia muy próxima, que se hacía sentir desde 1959, y que se percibe hoy con mucha mayor claridad, una potencia muy poderosa: el imperio norteamericano, que constituía entonces (y hoy) el mayor freno al desarrollo de la humanidad. Esta potencia se ha erigido, además, en el mayor peligro para la humanidad misma. Primero invadió militarmente las naciones latinoamericanas, durante los siglos XIX y XX, y luego, actualmente, genera guerras y conflictos en todos los continentes del mundo.

El Comandante de la Sierra enfatizó en los años inaugurales de la Revolución que esta no se ganó la enemistad de unos cuantos señores cubanos y extranjeros por haber hecho cosas contra el pueblo, sino por hacerlas a su favor; por ser fiel a los ideales e intereses de la nación; por eliminar privilegios e intereses contra el pueblo. Tal fue el “pecado original” de la Revolución Cubana: ser pueblo.

En esa lucha, Fidel veía la división como el peor enemigo de toda revolución. Sin duda, la unidad era un factor clave para toda victoria. La Revolución Cubana es prueba de ello, su extensa historia demuestra que un pueblo unido es invencible. El Comandante en Jefe de la Revolución lo había expresado nítidamente: para lograr la unidad había que tener muy claras las causas de lucha. Afirmaba que en nuestro país no existía más que un partido: Cuba. Una sola idea y una sola bandera. Un solo propósito: conquistar un destino más feliz y digno para el pueblo. Este es el camino que recorremos y defendemos cuando la Revolución arriba a su aniversario 62, con amor y valentía, como Fidel y Martí, enamorados de Cuba. Ello es decir patria y humanidad.  

Katiuska Blanco Castiñeira

Licenciada en Periodismo. Fue corresponsal de guerra en la República Popular de Angola, y fungió como redactora-reportera. Estuvo al frente de la Oficina del Vocero de la Cancillería de la República de Cuba. Sus investigaciones sobre la vida de Fidel Castro han sido publicadas en varios países. Actualmente integra la Red en Defensa de la Humanidad y desarrolla estudios biográficos e investigaciones históricas. Es autora de libros como Ángel, la raíz gallega de Fidel, Fidel Castro Ruz, guerrillero del tiempo. Conversaciones con el líder histórico de la Revolución Cubana, y Todo el tiempo de los cedros.
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