La Idea
24/12/2020
Cada día vivido ha sido difícil. No hacemos más que sonreírnos ante algo agradable, y un demonio que acecha ha intentado amargarnos el momento. Es como si nuestra alma estuviese condenada a un infierno mientras intentamos construir un paraíso. Porque los celos y las envidias no son exclusivos de los seres humanos. También lo son de sistemas de dominación, que no admiten cambios a su forma de dominar el mundo. En 62 años no hemos tenido un día tranquilo. Porque cuando construyes paraísos, las serpientes tratan de robarte el sueño de lo posible.
Recuerdo a René, mi padre. A Carmita, mi madre. Ambos me inocularon la vacuna de la rebeldía con causa. De que la idea más justa puede estar al albedrío de seres que no la entienden. Que a cada paso puedes encontrar serpientes, algunas envueltas en mantos de bondad fingida, y otras, las más peligrosas, arropadas por pequeñas, coyunturales y muy temporales cuotas de poder otorgadas por quienes confiaron en ellas. Pero la idea es la Idea. Y cuando te haces dueño de ella, piensas que puedes comerte al mundo de un mordisco. Que no habrá obstáculo que te detenga ni malvado que se imponga. Así, paso a paso, vas venciendo a los que dañan, a los que interpretan su momento como gloria merecida, mientras tú sigues desembrozando malezas en el eterno andar hacia ese Edén soñado.
Y alrededor de esa idea van millones. Que salen a parar a los malditos que mataban a maestros y niños en el Escambray, o se meten en los pantanos de la Ciénaga, por un lugar que se llama Playa Girón, a no permitir que demonios pasen adentro de la tierra Madre para entregarla a su amo. También se sientan detrás del cañón antiaéreo en el Malecón habanero en octubre de 1962, por si alguien se atrevía a atacar a nuestra santa Patria. Salieron a ayudar a otros en África, Asia y América Latina, para que el yugo no les acabara de cortar el aliento.
Mientras, centenares de miles siguieron la frase: “¡¡Lee!!” En las aulas de su país, o de lugares lejanos, aprovecharon lo que les daba la Idea. Se hicieron ingenieros, médicos, licenciados. Regresaron a seguir armando el gran edificio que conforma la Idea. La serpiente seguía metiéndose con todos. Ofreciendo manzanas o matando con veneno. Porque le daba rabia ver que una muchedumbre seguía creyendo. No entendía cómo era posible. Trató de armar un ejército de nauseabundos reptiles, para que no permitieran el avance a la paz y el sosiego merecidos.
De pronto, en un momento en que pensó que era el fin de la Historia, la serpiente se regodeó con el pensamiento de que lo lograría. Encargó canciones y sonetos, anunciando que la Idea era finita. Que no existe el Paraíso para todos. Y puso bombas. Porque creyó que aceleraría su deseo. Pero nada. Los millones alrededor de la Idea se unieron como nunca. Compartieron la comida y las noches oscuras. Poco a poco fueron encontrando de nuevo la senda entre los arbustos. Ayudados por seres que, desde el anonimato, avisaban de los ataques por venir. La serpiente se enteró y los hundió en los huecos de las cárceles. Los millones estuvieron años peleando por ellos, hasta que un día de San Lázaro, en 2014, regresaron.
Más cercano en el tiempo, la serpiente llegó a la puerta de la oficina del señor más poderoso del mundo. Le fue susurrando lo que debía hacer para acabar, de una vez y por todas, con los osados que intentaban desde hacía décadas armar un Paraíso. Les cortó los accesos a suministros para que no pudieran continuar el sueño. Gritaban: “¡¡¡Ahora sí!!!” Y nada. Con menos cosas y más ganas, los millones no cejaban en su empeño. La Idea estaba viva.
Llegó, como un castigo, la pandemia. La serpiente no entendía como de la tierra de la Idea salían aviones con ángeles a salvar vidas. Trató de cortarles el paso, amenazó a los pacientes. No le hicieron caso. Para colmo, decenas de sabios, parte de esos millones, trabajaron en el antídoto del virus. La sorpresa casi deja muda a la serpiente: “¿cuatro vacunas?”. Los millones volvieron a unirse como un todo. Se recluyeron en las casas para evitar la infección. Mientras esperaban el elíxir de la sobrevivencia, ese que sus sabios han creado.
Entonces, cuando me vienen en las noches a proteger mi sueño, Carmita y René sonríen complacidos. Su hijo es parte de esos millones. Leyó y creyó. Y junto a millones, sigue limpiando las malezas para llegar a ese lugar, tranquilo y sosegado, próspero y protector, en el cual ya no habrá serpientes. Cuando la Idea se haga realidad, solo habrá felicidad. Son 62 años intranquilos. Pero, vivirlos ha valido la pena.
Omar Olazábal Rodríguez (Cuba)
Filólogo. Profesor y productor audiovisual. Fue director de los Estudios Mundo Latino, vicepresidente del Instituto Cubano de Radio y Televisión y dirigió la Oficina de Comunicación e Imagen de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC). En la actualidad trabaja en el Capítulo Cubano de la Red en Defensa de la Humanidad.