La expansión territorial de Estados Unidos, por Ramiro Guerra
16/12/2020
En 1935 la Editorial Cultural de La Habana publicó La expansión territorial de los Estados Unidos a expensas de España y de los países hispanoamericanos, de Ramiro Guerra Sánchez (1880-1970), quien entonces ya era un reconocido historiador, además de pedagogo y periodista. Su anterior libro, En el camino de la independencia. Estudio histórico sobre la rivalidad de Estados Unidos y Gran Bretaña en sus relaciones con la independencia de Cuba, con un apéndice titulado de “Monroe a Platt” (1930), compuesto por artículos publicados el año anterior en el Diario de la Marina, constituyó un preludio de la obra que comentamos. A pesar de los 85 años transcurridos desde la primera edición y el notable crecimiento de la bibliografía sobre el tema, La expansión territorial de los Estados Unidos, considerado uno de sus textos más trascendentales, mantiene toda su vigencia y continúa siendo un insuperable material de imprescindible consulta.
Su autor es considerado el fundador de la moderna historiografía cubana, junto con Emilio Roig de Leuchsenring y Fernando Ortiz. Fue uno de los principales renovadores de los estudios históricos en Cuba durante la primera mitad del siglo XX, contribuyendo con sus libros a la formación de una conciencia patriótica y de defensa de la nación. Además, dos de sus obras tuvieron una amplia repercusión fuera de la isla, pues abordaron temáticas continentales: Azúcar y población en las Antillas (1927) y La expansión territorial de Estados Unidos, dirigidas respectivamente contra el monocultivo y la dominación norteamericana sobre los pueblos de nuestra América.
Guerra perteneció a la generación de historiadores latinoamericanos de principios del siglo XX que se distanciaron de la historiografía positivista, devenida una insípida historia empirista. Al abandonar uno de sus postulados básicos, la búsqueda de leyes en la historia, la labor de los historiadores positivistas se había reducido a la simple recolección de datos, por lo general políticos e institucionales, y a su ordenamiento “objetivo”. Aunque Ramiro Guerra se había formado en ese paradigma entonces predominante, se inclinaba, bajo el influjo de las aportaciones de las historiografías inglesa y francesa (Macaulay, Trevelyan, Pirenne) a otorgar a los fenómenos económicos y sociales una mayor relevancia en la historia, que entendía como un proceso concatenado, no regido por el azar; enfoque que algunos críticos han denominado neopositivista.
La expansión territorial, obra enjundiosa de 500 páginas, fue resultado de una rigurosa investigación en fuentes bibliográficas y archivos, sobre todo pertenecientes a Estados Unidos, donde vivió tras el derrocamiento de la dictadura de Gerardo Machado. Ramiro Guerra había sido secretario de la Presidencia durante el último año del gobierno machadista. Disgustado ante la descarnada injerencia norteamericana en los asuntos internos de Cuba —hecho que obligó a Machado a negociar con parte de la oposición y luego a renunciar en agosto de 1933 bajo una fuerte presión popular—, Guerra se propuso con este texto denunciar el historial expansionista e intervencionista estadounidense en América Latina.
En el libro, compuesto por 18 capítulos agrupados en cinco partes, el historiador cubano explica de forma pormenorizada y fundamentada la transformación de los Estados Unidos en una potencia geófaga, desde su independencia a fines del siglo XVIII. Relata con lujo de detalles el ascenso de su poderío mediante el arrebato de territorios a España y México, y la compra de territorios a otros países, como fueron los casos de Luisiana (a Francia), Alaska (a Rusia), y otros espacios más pequeños obtenidos de Inglaterra. El propio autor compara los métodos de este proceso de ocupación de tierras con la brutal conquista de América en los siglos XVI y XVII, y los evalúa como otra etapa histórica de una misma dominación colonial.
Para Ramiro Guerra, la ocupación física de tierras eventualmente se hizo innecesaria para Estados Unidos, país que se adentraba en otra fase de su desarrollo como potencia. Esa nueva etapa comenzó, según el historiador, al finalizar el siglo XIX, tras la derrota de España en la Guerra Hispano-Cubano-Norteamericana de 1898, cuando su expansión comenzó a adquirir un carácter neocolonial, si bien no utiliza el término. A este tema dedica los últimos capítulos de la obra (XV-XVIII), donde desnuda los cambios ocurridos desde principios del siglo XX en la dominación norteamericana, sin alterar su esencia expoliadora. Para sustentarlo argumenta que este proceso “se ha producido y continúa produciéndose con arreglo a variadas normas, determinadas por las condiciones de la época, las exigencias de la geografía y los medios de acción del capitalismo moderno, que permiten colonizar y explotar a distancia, sin necesidad de transportar y establecer grandes masas de población metropolitana en las tierras conquistadas; pero en lo social, lo económico y lo político, el fenómeno continúa siendo el mismo para el historiador que va al fondo de las cosas”.[1]
El propio autor precisa que la supremacía política, militar y económica de Estados Unidos se ha expresado desde el inicio del siglo XX de forma mucho más sutil que antes, si bien conservando la agresividad, brutalidad y fortaleza de siempre. Al analizar estos fenómenos, Guerra fue uno de los primeros cientistas sociales en advertir las nuevas modalidades del expansionismo estadounidense, que denominó de “orden psicológico”. Con ese concepto aludió al creciente impacto del modo de vida, la mentalidad y los valores de la sociedad norteamericana en los pueblos latinoamericanos, introducidos a través de la enseñanza, la prensa y el cine. En este sentido afirmó: “Cuando esta progresiva influencia de los Estados Unidos se estudia objetivamente en todos sus aspectos, con claro y recto sentido crítico e histórico, no es posible dejar de llegar a la conclusión de que en América, bajo nuestros ojos, se está desarrollando un nuevo ciclo de dominación colonial”.[2]
Las muy novedosas tesis de Ramiro Guerra, quien deliberadamente evita llamar a Estados Unidos por su nombre (imperialismo), lo conducen a considerar que el principal favorecido de la explotación de los pueblos de América Latina y el Caribe no es Wall Street —calificado de simple agente e instrumento—, sino la mayoría de los ciudadanos norteamericanos, beneficiarios conscientes de la rapiña de los recursos y el saqueo de las riquezas de los demás países del continente. En sus palabras: “La gran masa que la impulsa está detrás. Son los millones de norteamericanos que invierten su dinero en bonos y acciones de compañías industriales y mercantiles, tanto en su país como en Hispanoamérica o en China; que especulan en la bolsa con valores de todas clases, nacionales o extranjeros, como hace más de un siglo especulaban con tierras en Kentucky o en el Yazoo, en busca de una riqueza fácil, rápidamente adquirida; […] que se procuran en el Caribe, Centroamérica o la América del Sur materias primas para sus industrias a la más baja cotización posible; que pagan gustosos los impuestos, con los cuales se fabrican los acorazados, cruceros, portaviones y demás máquinas de guerra con que los Estados Unidos respaldan la doctrina de Monroe e imponen sus decisiones en América: quia nominor leo”.[3]
Para el historiador cubano todo este proceso de dominación y subordinación ha sido posible por la falta de una contundente respuesta de los pueblos y gobiernos del continente. En su criterio, los “que van siendo desalojados y desarraigados del suelo”, o sea, “los descendientes de los colonizadores ibéricos, mezclados con los indios y los antiguos negros africanos, no parecen medir en todo su alcance el empuje de la conquista.” Esta debilidad la atribuye a que los latinoamericanos se desgastan en luchas intestinas o en guerras fratricidas, “facilitando y precipitando, en la pugna con el adversario invasor, la propia derrota vergonzante”.[4]
La expansión territorial de los Estados Unidos cierra con un esclarecedor análisis sobre los últimos acontecimientos ocurridos poco antes de la publicación del libro, esto es, la proclamación por el presidente Franklin Delano Roosevelt de la política del “Buen Vecino” y el fracaso de la Revolución del 30 en Cuba. Al referirse a estos temas, entonces de palpitante actualidad, el historiador acusa a Estados Unidos por su abierta hostilidad al gobierno revolucionario cubano de 1933, y desenmascara la nueva política estadounidense de supuesta buena vecindad, que solo cambia aspectos formales y diplomáticos, pero no la esencia de su intervencionismo en América Latina. “La conclusión final a que se llega —sentencia Ramiro Guerra—, resumiendo todos los hechos apuntados, es bien clara y la hemos adelantado ya: cerrado el ciclo de la expansión territorial de fines estratégicos y abierto un nuevo período de conquistas económicas, el gobierno de Roosevelt se dirige a obtener concesiones comerciales con el mismo empeño con que en otro tiempo se procuró adquirir zonas del canal y estaciones navales”.[5]
Remata entonces con una advertencia premonitoria: “Los Estados Unidos, hoy como ayer, querrán mantener su vida y su pujanza. Si es posible, respetarán el derecho ajeno; si no lo es, erigirán, como en el pasado, en ley su necesidad. Las líneas de menor resistencia del Sur están expuestas de nuevo si las dificultades apremian en los Estados Unidos, a sentir una vez más, la mano dura del ‘buen vecino’ del Norte”.[6]
Me parece una excelente obra, que debe difundirse en Venezuela