Los Van Van constituyen, para varias generaciones, un modo de vida, una filosofía, un antes y un después. Muchos son los enfoques y las que se han ofrecido en estos más de 50 años de música, tanto que aún hoy seguimos debatiendo e intentando descifrar las acciones de un músico como Juan Formell.
Primeramente, la ubicación de Formell como eje primigenio sería el principal factor para cada mirada que nos propongamos. Pero sería un error descomunal asignarle todo el éxito logrado sin el elemento acompañante, sin el genio colectivo de aquellos que le siguieron hace más de 50 años.
Los contactos del joven guitarrista con el feeling, la canción y el bolero en la década del 50 fue un suceso que le marcaría para siempre y que le haría, varias veces, regresar a ese manantial creativo. En una época de cambios e introducciones musicales y estilísticas, Formell va edificando una narrativa conceptual descollante que le separa de muchos contemporáneos desde lo formal, asumiendo posturas bien diferentes en cuanto a las apropiaciones ―y más tarde aportaciones― de géneros a veces dispares o, sencillamente, lejanos. En tiempos de foxtrot, góspel, coplas, jazz bands, rumba, canción, rock & roll y más, el genio en ciernes es capaz de lograr mixturas asombrosas para reconformar un lenguaje que más tarde se convertiría en referencia obligada: si bien su olfato musical haría converger de diversas maneras lo común de ciertas tendencias, a la postre lograría, aún sin paralelismos ni parecidos, invenciones propias que perduran hasta hoy.
Todo ello lo catapultaría a la presentación, el 4 de diciembre de 1969, de su creación personal, con un acompañamiento singular de notables músicos que le secundarían en esta, su gran obra personal.
Pero quizás su orquesta no hubiera visto tan rápido e inusitado éxito de no haber contado con grandes artistas dentro de ella, sobre todo en lo que en la terminología de la música popular llamamos la base, que constituye la columna vertebral de cualquier orquesta o agrupación: el piano, el bajo y el drums. Dos prominentes figuras de nuestra música acompañaron a Formell en esta tríada de oro para lograr y colocar en el circuito bailable de la época el nuevo ritmo al que llamaron songo, y me refiero a José Luis Quintana, conocido como Changuito, en las pailas, y César “Pupy” Pedroso en el piano. Changuito (o el Chango como también se le conoce) ya era nombrado en la nocturnidad musical habanera por su virtuosismo peculiar, sobre todo en el dominio de las pailas, había tenido contacto con diversos jazzistas y otros artistas en disímiles escenarios y perteneció también a la Banda del Ejército donde se vincula a varios e importantes músicos, como Enrique Plá, por ejemplo. Pupy coincide con Formell en la orquesta Revé y llama la atención de este por su manejo del tumbao y su concepto charanguero y sonero, quizás herencia de su padre, el también pianista Nené Pedroso, importante figura de los años 40.
Los Van Van constituyen, para varias generaciones, un modo de vida, una filosofía, un antes y un después.
Con la mirada puesta en un sonido que refrescara y gustara, Formell se aventura a reformar la conocida morfología de una orquesta de tipo charanga, para adicionarle una sonoridad más atrevida y, por qué no decirlo, juvenil. En esa línea es que la primera “versión” de los Van Van tiene un sello, el cual no se conserva hoy día como el de flauta y violines que sí se han mantenido desde el primer día. Pero el verdadero éxtasis no llegaría por unos instrumentos determinados, sino por la forma en que esa tipología instrumental arroparía ciertas canciones, y también por los arreglos. La tríada piano-bajo-percusión sería una explosiva revolución que, bajo la genialidad de Formell, no tendría límites ni comparaciones con otras agrupaciones.
Atribuirle únicamente a Formell la autoría del songo es un reconocimiento que genera polémicas y opiniones diversas. Si bien es cierto que su genialidad fue indiscutible, así como sus aportes, pienso que no debe obviarse la originalidad y contribuciones de sus más cercanos colaboradores dentro de la orquesta, Pupy y Changuito. Ellos fueron “traductores”, desde sus respectivos instrumentos, de toda la concepción esencial, pero no se convirtieron en meros espectadores pasivos, sino todo lo contrario: sus ideas y constantes retos creativos fueron decisivos en el desarrollo del género y su posterior consolidación dentro del espectro musical cubano y vanvanero.
Ahora bien, ¿cómo conjugar ese lenguaje musical con la manera de hacer crónica social atribuida a Formell?
Sin objeción podríamos afirmar que la manera única de retratar la sociedad cubana por parte de Formell dotó a nuestra cultura de un hombre con amplia visión y sentido social, imponiendo el concepto de que se puede bailar y pensar, ya que no hay divorcio ninguno entre ambas líneas. Claro, no podemos tampoco desconocer el pasado ni negar el legado de las orquestas de tipo charanga o los conjuntos, donde ya se avizoraban tendencias de unir temáticas de corte social con obras bailables, aunque dicha arista no resultó significativa para la época al tener poca visibilidad. Quizás el referente más conocido para retratar temáticas populares, dicharachos o escenas picarescas en la década del 40 es Arsenio Rodríguez, con fuertes códigos en cuanto a cubanía y la exaltación de una jocosidad palpable.
Pero, sin dudas, quien mejor capta estampas de honda raíz social para llevarlas a la música bailable, cual fotógrafo de lente agudo, es Formell, comprometido con una impostergable necesidad de compenetración popular, la cual desarrolla desde muy temprano en su obra autoral.
Otro elemento a destacar de su legado es la asimilación de códigos musicales, ya descritos anteriormente pero que, aun con la madurez y la fama, no deja de mezclar. Si cuando joven su capacidad de apropiación era insólita, ya en etapas posteriores se vería, indudablemente, acrecentada y con mucha más fuerza. Su cosmovisión le lleva a renovar la orquesta en varias ocasiones y en direcciones bien definidas: la supresión del cello y la adición de trombones, así como teclado y misceláneas percutivas electrónicas fueron quizás las más arriesgadas, al lograr incorporarle al sonido logrado hasta el momento por flauta y violines una parte de la moda salsera de finales de los 70 acuñada por el binomio de Rubén Blades y Willie Colón, pero sin convertirse en copia de estos.
Con estos agregados se ampliaría el panorama de posibilidades sonoras de la orquesta, pero sin renunciar en modo alguno al concepto inicial, por lo que pudo aderezar el sello ya logrado desde 1969 con elementos más actuales sin convertir a Van Van en grupo para mantenerlo como orquesta. Un ejemplo de esta sutil renovación sonora podría apreciarse en el tema Anda ven y muévete, que comienza con un tumbao del piano pero no de forma tradicional, y paulatinamente comienzan a incorporarse los demás instrumentos, logrando que la reacción rítmica y sonora sea la de un funky al estilo de Cool & the Gang. El contracanto que se logra entre trombones, piano y teclado (sintetizador le decían en aquella época) fue un hito en el repertorio de la orquesta y sedujo a otro importante segmento de público joven, no necesariamente bailador, pero sí mucho más atento a lo que sucedía sobre todo con la música disco y sus exponentes mas conocidos en nuestro país, como Donna Summer, Earth, Wind & Fire, Michael Jackson, Diana Ross y otros que eran ampliamente populares.
Otro elemento a destacar de su legado es la asimilación de códigos musicales que, aun con la madurez y la fama, no deja de mezclar.
La década de los 80 sería una etapa de consolidación sonora y autoral de la orquesta y de sus principales figuras, sobre todo de Formell y Pupy quienes asumirían casi la totalidad de los temas en esos años, logrando un balance extraordinario en cuanto a temáticas y arreglos.
Otro importante acontecimiento innovador sería la inclusión del sax electrónico en los Van Van, asumido magistralmente por Ángel Bonne, quien también sentó catedra en la orquesta por sus coros y excelente empaste vocal, llegando a cantar varios temas como solista. El nuevo sonido ―bajo interface midi― traería más frescura y posibilidades tímbricas pero, por razones diversas, no perduró mucho tiempo y nunca más fue reinsertado, aunque para estudiosos y músicos debió haberse mantenido por resutar un timbre atractivo y poco utilizado.
Muchos son los aportes y músicos que vendrían posteriormente y que irían dejando huellas en la orquesta. Son tantos que sería imposible dedicar más espacio en esta aproximación, y correría el riesgo de rozar lo tedioso. Pero me atrevería a afirmar que Formell logró colocar en el parnaso musical de Cuba y del mundo su sello inconfundible y renovador, no exento de críticas por su constante afán transgresor.
Para nosotros significó la exaltación de valores hasta ese momento desconocidos, de cambios en la manera de afrontar ya fuera un coro o un determinado pasaje, y de una comunión extrema con el bailador. Combinando sonidos para muchos en desuso o viejos, Formell fue capaz de modernizar la orquesta charanga al punto de ser un reinicio, un punto de partida: hay un antes y un después de 1969 con la aparición de los Van Van. No fue ni charanga ortodoxa ni invento caprichoso, sino la definición de una nueva era en lo musical que aún hoy sigue siendo irremplazable: es sinónimo de un nexo espiritual con nuestra cultura que se nutre en ambas zonas sin dejar espacio a dudas o resquemores. Como ha dicho reiteradamente mi amigo y maestro Guille Vilar, Van Van es Cuba.