Unión de amores y esperanzas
29/10/2020
Ante todo, creo que para hablar del presente y del futuro hay que recordar. La Sociedad Cultural José Martí nació el 20 de octubre de 1995, para conmemorar la cultura cubana. Con esa visión de los fundadores, en particular de Armando Hart, es que nace la Sociedad, debido a la importancia que tenían el pensamiento, la ética, la proyección humana de Martí en las bases mismas de la cultura cubana.
Hay que decir que en aquel momento se reunieron en nuestra fundación, hace exactamente veinticinco años, figuras del calibre de Cintio Vitier, martiano convencido, que nos ha legado uno de los análisis más importantes de la obra de Martí; Roberto Fernández Retamar, entonces y hasta su muerte Presidente de Casa de las Américas, con una obra y una visión continental del pensamiento martiano y latinoamericano extraordinarias; Eusebio Leal Spengler, recientemente fallecido, pero con esa impronta cubanísima que tuvo para enlazarlo todo, para hacer ver que Cuba era una sola y que el pensamiento martiano estaba en el interior, en todos los vasos comunicantes de la sociedad cubana. Estaban también en ese acto fundador Abel Prieto; Enrique Ubieta, que en ese momento dirigía el Centro de Estudios Martianos, y Carlos Martí, entonces presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Es decir, que el acto fundacional, el día de la cultura cubana, reunió, en el afán de crear la Sociedad Cultural, a una representación de lo que en aquel momento era lo más significativo de la cultura y el pensamiento cubanos. Esta fundación se da por el empuje del Dr. Armando Hart, que era un hombre de ideas creadoras, y que permanentemente estaba creando. Hablar con Hart era eso, era sentir todo su afán creador. Una conversación con él derivaba ya en un proyecto, realizable o no; en un sueño o en una realidad. Y la Sociedad Cultural se hizo realidad, y sigue siendo hoy la materialización de uno de los grandes sueños de Hart.
De entonces acá ha pasado un cuarto de siglo. En la vida de una institución eso no es poca cosa, en especial cuando esa cifra representa tiempo de trabajo y dedicación por mantener viva la impronta que le dio Hart en aquel momento: esa visión, ese sentido de que Martí estaba en el interior de cada hombre honesto y decente, que Martí le hablaba, conversaba, enriquecía a todo hombre creador, honesto, desde el más simple ciudadano hasta el más encumbrado intelectual.
Por eso, la Sociedad Cultural fue de pueblo, y reunió a intelectuales, pero a intelectuales que se sentían parte de ese pueblo. Es por ello que las agrupaciones que se fueron creando por la extensión de la Sociedad se llamaron clubes martianos, y defendían la idea de que la Sociedad no era para eruditos u hombres de cierto encumbramiento intelectual, sino para todos, y fundamentalmente para que todos los niños, destinatarios de una labor importantísima en el sueño martiano, tuvieran la posibilidad de leer, oír, recitar, conocer, vivir con Martí.
Esa idea sana, esa idea que no pretendía crear grandes cosas, sino hacer sentir grandes cosas, es la que Hart sembró y la que hemos cultivado todos los martianos que se asocian a la Sociedad Cultural, así como instituciones que también contribuyen al trabajo de esta organización.
Para dar una idea del alcance actual de la Sociedad, basta decir que tiene más de catorce mil quinientos miembros en todo el país, agrupados en más de mil cuatrocientos clubes martianos. Esta cifra supera a la de muchísimas instituciones, pero lo más importante es su composición: jóvenes, niños, intelectuales, artistas, científicos, y también maestros, obreros.
Esto demuestra que pertenecer a la Sociedad, colaborar con ella, compartir los valores que defiende no es una obligación, sino parte de la vida común de los hombres que viven en nuestro país, nuestra realidad. Esto es al margen del alcalde que tiene la Sociedad internacionalmente. Existen varios clubes martianos en distintas partes del mundo y que se dedican al estudio del pensamiento martiano y también a la defensa de Cuba. Gracias a su trabajo, hay casos en los cuales uno realmente se asombra ante la presencia que tiene hoy Martí en lugares como Japón, Corea del Sur, o incluso China, países en los que normalmente no se piensa que Martí tenga tal presencia; por no hablar de los países de nuestro continente o las naciones europeas, a los que nos unen lazos más estrechos por diversas razones históricas.
Esto demuestra algo muy importante, algo que es fundamental: Martí es unión. Me remonto a aquella frase de Martí sobre la patria: “Patria es unión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. La Sociedad Cultural José Martí es eso, es una unión de amores y esperanzas; es leer a Martí para profundizar en los grandes valores que uno quiere tener, que a veces uno los tiene y no sabe cómo fundamentarlos o expresar cómo se siente. Martí es un sentimiento, tiene esa capacidad extraordinaria. Es de esas cosas que uno nunca se explica por qué son tan auténticas, tan naturales. Esas cosas que los científicos no han podido explicar.
El amor es una categoría sin explicación. Se siente, no se explica. Martí se siente, no se explica. Se explica su obra, pero ese sentimiento que inculca el leerlo, eso es algo mágico, y lo interesante es que esa magia convoca en un mundo muy complejo; en un mundo en el cual no solo existen las fuerzas del bien, existen tremendas fuerzas del mal.
Martí es la esperanza, esa esperanza que nosotros necesitamos para el mundo y para nosotros; la esperanza, no como idea abstracta, sino como la obra común y cotidiana de los hombres y mujeres que hoy tenemos que hacer un mundo mejor.