El audiovisual y la “nueva normalidad”
19/10/2020
La Covid cayó sobre nosotros como un balde de agua fría
Para los directores de ficción de la televisión, no se trataba solo de una pandemia. Luego de más de cinco años luchando para que la Televisión Cubana retomara, desde RTV Comercial, la producción de los unitarios, léase cuentos, telefilmes y teleteatros, la llegada a la dirección de Cubavisión de Rafael Pérez Insua y la disposición de Rafael Yaech, desde RTV Comercial, había abierto las puertas para que se filmaran varios guiones que estaban durmiendo el sueño eterno.
La manera de producir acudiendo al mercado de los independientes para conseguir cámaras, luces, equipo de sonido, maquinaria de rodaje y hasta alimentación y transporte, hizo posible que se filmaran, casi simultáneamente, cinco telefilmes que se exhibirían en la revista juvenil Una calle mil caminos, y cinco teleteatros, la mayoría entre el 15 de enero y el 11 de marzo.
Faltaba la posproducción, es decir, el montaje, el trabajo con la banda sonora y la corrección de color de la imagen, de casi todos. Y aún no se había filmado la revista que acompañaría a cada uno de los telefilmes.
Foto: Cortesía de la autora
Rutinas de rodaje y la experiencia de filmar en medio de la pandemia
Un equipo de realización audiovisual está compuesto por al menos 20 personas. Es un equipo que se mueve cada día en transportes colectivos, filma la mayoría de las veces en espacios reducidos, donde los centímetros de la primera línea se comparten entre el cámara y su asistente, el microfonista y los actores o conductores. En segunda línea, nada lejos, atados a los primeros por cables, están el director de Fotografía, el sonidista, la anotadora, la maquillista, el director general y sus asistentes y, en tercera línea, está todo el equipo de luminotécnicos, esperando para cambiar luces para la próxima escena o para rectificar alguna posición de una lámpara en la que se está filmando.
Eso es alrededor del set. Más allá, pero cerca, están los compañeros de producción que atienden las necesidades normales del equipo: agua, merienda o lo que surge sin haberse previsto, como ruidos que pueden contaminar el sonido directo (pregones diversos, sierras eléctricas o martillazos de una construcción cercana o una música que el dueño del equipo quiere compartir con el barrio) y que ellos deben controlar rogando a los responsables, quienes generosamente detienen sus labores por diez o quince minutos.
En fin, todas esas personas usualmente son necesarias.
La disyuntiva no era fácil. Nos parecía un desperdicio que los telefilmes salieran al aire solos, sin el acompañamiento de la revista, que siempre ayuda a la comprensión de temas álgidos.
En esta temporada del 2020, teníamos temas importantes como la homosexualidad femenina, la discriminación racial, la maternidad y la paternidad en adolescentes, la importancia de la vocación y los proyectos de vida en la juventud y la importancia del deporte como catalizador de conductas vinculado a las capacidades diferentes.
Exhibir los telefilmes, renunciando a la página editorial que significa la revista, era imposible, pero entonces había que filmar ya.
Estábamos a inicios de junio y debíamos salir al aire, con el primer estreno, el 25 de julio. A esas alturas, ya el doctor Durán había alfabetizado al país con lo que significaba la Covid-19 y se sabía que cualquiera podía enfermar y cualquiera podía también morir.
Empezamos, mi productora y yo, a convocar al equipo, como si fuera para una guerra. Cada uno de ellos fue seleccionado por ser buenos especialistas, pero privilegiamos a los no fumadores compulsivos, más propensos a quitarse el nasobuco, y a los más disciplinados.
Si se filma casi siempre en hacinamiento, ¿cómo lograr el distanciamiento social? Había que reducir personal. Era importante que nos transportáramos con asiento por medio y que, durante el rodaje, hubiera la menor cantidad de personas posibles en el set y los alrededores. Íbamos a filmar en una ciudad que estaba en fase epidémica.
Les pedimos a las cabezas de especialidades que asumieran funciones de sus subordinados. El director de Fotografía debía hacer cámara. El diseñador de vestuario debía dar instrucciones a su vestuarista y no ir, y así en casi todos los frentes.
Los que trabajamos detrás de cámaras podemos usar nasobuco todo el tiempo, pero ¿qué pasa con los que van a estar frente a ellas y deben transmitir mensajes con el lenguaje facial además del verbal? ¿Qué hacer con la maquillista que debía hacer su trabajo con las conductoras y especialistas, obviamente sin nasobucos? Ella misma se buscó una máscara de plástico para estar más protegida y, a su vez, proteger a las personas que maquillaba.
Hicimos una prefilmación intensa, con la gestión de muchos permisos para visitar las locaciones y poder hacer un guion técnico previo a la grabación.
Empezamos pocos y fuimos incorporando a los demás gradualmente, hasta que todos supieron cuáles eran sus deberes.
La producción se preparó con litros de solución clorada y pasos podálicos. Todos debíamos traer cubiertos y vasos de nuestras casas. Los choferes debían limpiar sus autos todos los días y exigir que quien montara con ellos se echara solución clorada en las manos
Con el tema de los asintomáticos, era importante saber que ningún miembro del equipo estuviera enfermo. Empezamos a gestionar que todos nos pudiéramos hacer un test rápido el día antes de salir a grabar. Hubo compañeros que no durmieron esa noche. Yo, que era la directora, preparé a mis asistentes para que pudieran llevar a cabo lo que ya estaba planificado si yo daba positiva.
Al otro día, en el Centro Provincial de Salud, nos vimos por primera vez todos juntos. Habíamos hecho la prefilmación en una casa particular y muchas cosas las preparamos y gestionamos por teléfono para evitar aglomeración de personas en un espacio doméstico. La mayoría habíamos trabajado en la filmación de Para toda la vida, mi último telefilme. Nos queremos mucho y hacía meses que no nos encontrábamos. Fue raro. Nadie se besó, todos nos saludamos con gestos, o los más arriesgados cerraban el puño y lo chocaban contra el tuyo para luego echarse solución clorada en el lugar del contacto.
Nos sucedió algo terrible. La madre de mi asistente estaba muy enferma desde hacía meses. Mientras esperábamos que nos hicieran la prueba, le avisaron que había fallecido y lógicamente se echó a llorar. Todos tuvimos el primer impulso de abrazarla, pero no lo hicimos. Creo que nunca las miradas expresaron más cariño y solidaridad que en ese momento. Alguien le puso la mano en el hombro y todos empezamos a hacer una colecta para los gastos naturales que lleva el caso. Cuando le propusimos que un chofer la llevara enseguida, ella dijo que se iba luego de hacerse la prueba, porque quería filmar sin violar lo que habíamos establecido como protocolo. Agradecimos su estoicismo responsable.
El director de Cubavisión estuvo al tanto de nuestros resultados. Todos dimos negativo, excepto una asesora que había tenido dengue hacía unas semanas y el test detectó anomalías en su sistema inmunológico. La aislaron inmediatamente a ella y a su familia. Por suerte, a los dos días estaba con nosotros pues el PCR le dio negativo a ella, al esposo, a los hijos, a la madre y a los suegros, que estaban pasando la pandemia en su casa. Siete personas en aislamiento por una falsa alarma, por causa de que quisimos que todos nos hiciéramos el test rápido. Quizás fue el instante en que dudé de si estábamos haciéndolo bien o no. Inmediatamente, hasta la misma asesora apoyó el procedimiento que habíamos seguido.
Salimos a grabar antes de que se abriera la Fase 1. Sabíamos, por experiencia, que un equipo de filmación llama la atención de las personas y provoca aglomeraciones y curiosidad. Eso implicó el acompañamiento y el apoyo de las autoridades de todos los lugares donde grabamos. Uno de ellos fue Santa María del Rosario. Cerca, en el mismo municipio, había aparecido un evento que implicaba la infección de un grupo grande de personas. El ambiente estaba tenso. Íbamos a grabar en el parque y en la Casa de la Cultura. Nos concentramos en nuestro trabajo y los que se acercaban se comportaron excelentemente.
La Producción garantizó lugares para almorzar y merendar donde pudiéramos quitarnos el nasobuco para ingerir los alimentos, pero que estuviéramos bien separados unos de otros. Si no había espacio, lo hacíamos escalonadamente y en cada tanda se limpiaban las mesas y las sillas con solución clorada.
Cada día era un reto, y por eso trabajamos con intensidad. Mientras menos días estuviéramos arriesgándonos, mejor sería.
Los especialistas que venían a opinar sobre los temas se mantuvieron con distanciamiento, pues a ellos no les habíamos hecho el test rápido. La que más cerca estuvo de ellos fue la maquillista, tomando todas sus precauciones.
Cuando terminamos de filmar, agradecimos a todos por su actitud profesional, de apoyo.
Entonces vino la posproducción. Yo había insistido en que fuera en el ICRT. Era mejor hacerla en un espacio institucional pues eran muchos días y las casas generalmente tienen sets de edición en espacios reducidos. Habíamos estado enviando lo que se grababa cada día a los editores para que fueran montando los programas. Ellos lo conocían, pues lo habían editado los dos años anteriores. Estábamos en comunicación permanente y habían adelantado mucho.
Uno de los elementos principales del programa Una calle mil caminos es lo que llamamos “entrevistas callejeras”, que es preguntar al azar, en diversos lugares, su opinión sobre el tema. Por supuesto que este segmento hubo que reconceptualizarlo, pues resultaba imposible hacerlo de la misma forma. Pensamos en varios públicos posibles para cada tema y nos comunicamos con ellos a través de WhatsApp. Les mandamos el cuestionario y las instrucciones de cómo debían grabar para lograr una calidad aceptable de imagen y sonido.
La producción garantizó a los editores un paquete de datos móviles para recibir y elaborar estos pequeños videos por WhatsApp y tenerlos a tiempo para la edición.
Montábamos la imagen y el sonido con la musicalización, el sonidista se llevaba el programa para su casa y trabajaba los niveles y la mezcla. Cuando estaba listo, lo traía y se sustituía el sonido. Los efectos de posproducción los realizaba el editor en su casa y al otro día los incorporábamos. Mientras, adelantábamos en el montaje de los otros programas. Los telefilmes que estaban haciendo lo mismo, pues el inicio de la pandemia no los había dejado terminar, iban llegando a medida que íbamos cerrando programas, según el cronograma de salida al aire.
El día que terminamos el último programa, teníamos un sentimiento parecido al de aquellos que salen victoriosos de una batalla cuyos resultados pueden ser inciertos en un principio.
Cuando estábamos a punto de salir a grabar, el presidente del ICRT, Alfonso Noya, me había llamado para desearnos suerte, pero también me pidió que esta experiencia no significara un foco de contaminación que pusiera al organismo entre los irresponsables. Al final de todo, nos sentimos como soldados que habían cumplido con la misión que les habían dado.
Tengo que decir que la organización del equipo de producción fue decisiva para lograr esto, y lo que se hizo pudo hacerse porque se trataba de un programa con una complejidad relativa donde podíamos reducir personal, hacer multioficio y controlar mejor todo.
Sin embargo, hay que mirar y pensar el futuro.
Nuevas prácticas para un futuro seguro
El país entra en lo que se ha llamado la “nueva normalidad”, y uno entiende que, aunque llegue la vacuna, tenemos que prepararnos para convivir con la Covid-19 y con cualquier virus que aparezca y, en el caso específico del audiovisual, hay que aprender mecánicas nuevas de trabajo y sustituir las que hasta ahora hemos usado.
Ahora mismo estamos preparando una serie de trece capítulos que debe salir a grabar en febrero, y nos damos cuenta de que hay que diseñar un protocolo con muchas más acciones, para garantizar que nadie se enferme y poder llegar al final.
Imaginen, si un miembro de un equipo de cuarenta actores, más o menos quinientos figurantes y extras y setenta y dos trabajadores entre especialistas, choferes, tramoyistas, asistentes…, da positivo a un PCR, todos, absolutamente todos, tendríamos que aislarnos, se pararía la filmación y todo lo programado se iría al traste.
Entonces hay que tomar medidas que hemos ido aprendiendo de leer protocolos de otras cinematografías y de la propia práctica nuestra.
Por ejemplo, algo que es habitual en nosotros, que es ayudar a los demás cargando los equipos, los cables, neveras, sillas, etc., tiene que cambiar.
Ahora debemos segmentar a los especialistas y hacer responsable a cada uno de su equipamiento o de determinados objetos, para que sea él y solo él quien los manipule. También debe encargarse de su limpieza y descontaminación. Y entonces, si alguien da positivo, nos aislarán durante catorce días, nos harán PCR, pero seremos menos los contagiados.
A la hora de montar el presupuesto, la producción tiene que tener en cuenta elementos que antes no existían, como los pasos podálicos y las soluciones cloradas. Tiene que presupuestar más transporte para evitar hacinamientos y muchas cosas más.
Hay que hacerse el test rápido regularmente durante la filmación, para detectar a tiempo si hay alguien enfermo o para estar tranquilos todos.
En fin, la Covid-19 llegó para cambiarnos la vida, pero lo que no puede pasar es que nos detenga la vida, detenga nuestro trabajo, detenga las obras audiovisuales que debemos hacer para nuestros públicos.
Por eso estamos preparando esta serie. Escrita por Amílcar Salatti y derivada de un impulso de ambos al ver, en una investigación realizada, lo que pensaban nuestros adolescentes y jóvenes sobre diversos aspectos de la realidad. Calendario, que así se titula, va a poner en pantalla temas de interés no solo para el segmento juvenil, sino también para toda la familia: la xenofobia, la discriminación racial y de género, la diversidad sexual, las diferencias sociales, aspiraciones futuras, relaciones de pareja y otros.
Es importante señalar que estas obras van acompañadas de investigaciones de las ciencias sociales, porque no basta con abordar los temas, sino que hay que tratarlos bien y con un enfoque dramatúrgico correcto, que apunte al crecimiento espiritual de los públicos que nos van a ver.
Entonces, aunque haya Covid, hay que seguir trabajando, y para eso, hay que prepararse y prepararse bien.