El abuelo
Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que en lo hondo de ese ritmo golpea
un negro el parche duro de roncos atabales.
Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.
¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;
que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.
De West Indies Ltd. 1934
Sudor y látigo
Látigo,
sudor y látigo.
El sol despertó temprano
y encontró al negro descalzo,
desnudo el cuerpo llagado,
sobre el campo.
Látigo,
sudor y látigo.
El viento pasó gritando:
—¡Qué flor negra en cada mano!
La sangre le dijo: ¡vamos!
El dijo a la sangre: ¡vamos!
Partió en su sangre, descalzo.
El cañaveral, temblando,
le abrió paso.
Después, el cielo callado,
y bajo el cielo, el esclavo
tinto en la sangre del amo.
Látigo,
sudor y látigo,
tinto en la sangre del amo;
látigo,
sudor y látigo,
tinto en la sangre del amo,
tinto en la sangre del amo.
De El son entero 1947
Canción carioca
¿Te hablaron ya de Río,
del Pan, del Corcovado
y el sanguinario estío?
¿Te han hablado?
De la boite encendida
y el salón apagado,
del verdor de la vida,
¿te han hablado?
Del carnaval rupestre,
semental desbocado,
rojo arcángel terrestre,
¿te han hablado?
Del mar y la campaña,
del cielo repujado,
que ni una nube empaña,
¿te han hablado?
Yo te hablo de otro Río:
del Río de Janeiro
de no-techo, sí-frío,
hambre-sí, no-cruzeiro.
Del llanto sin pañuelo,
del pecho sin escudo,
de la trampa y el vuelo,
de la soga y el nudo.
El jazz en la soirée
sacude el aire denso;
yo pienso en el café
(y lloro cuando pienso).
Mas pienso en la favela.
La vida allí estancada
es un ojo que vela.
Y pienso en la alborada.
¿Te hablaron ya de Río,
con su puñal clavado
en el pecho sombrío?
¿Te han hablado?
De La paloma de vuelo popular 1958
A Julieta
Pues aquí tiene usted, Julieta,
cómo por fin
enseño mi oreja de poeta.
Pero un poeta sin spleen
y sin ninguna
de esas pegajosas miradas extravagantes
a la Luna,
que con su cara redonda llena de harina,
turbaba la inocencia de los poetas de antes,
cuando el baño era un crimen mayor que usar chalina.
Un poeta sin dolor mentiroso,
ni anhelo de morir,
sino con el sencillo gozo de ir
hacia usted… De ir hacia usted corriendo
como quien va al través de un campo en primavera,
tragando el aire húmedo en la carrera,
el pie desnudo sobre el camino desigual,
la piel sudada bajo el sol matinal,
y acezar como un buen perro fiel,
y tener en los ojos un gran brillo auroral,
y en los labios un gran sabor de miel.
¡Qué quiere usted, si soy un niño!
Me gustan los pequeños
goces de ser irresponsable, de encontrar el cariño
de la gente, de fabricarme dueños;
de buscar quien acuda
a resplandecer en mi duda
o a sujetar mis empeños
desbocados. Le juro a usted que aún creo en esas magas
historias del pirata, del bandido y del duende,
y que tengo el espíritu fresco como un gran río.
Debe de ser que, lo mismo que le pasa a Emilio Ballagas,
primaveral poeta amigo mío,
yo también «a mis pies apaciento un rebaño de sueños».
En fin, no sé. Pero usted me comprende.
¿Qué le decía? ¡Ah sí! Que soy un niño.
(Perdone el desaliño
del poema; es que estoy escribiendo de prisa.)
Pues bien: ello es que, niño y todo,
la busco a usted. Me obsede usted, aunque en verdad
ignoro a estas alturas si es amor o amistad.
He averiguado esto: que su risa
es suave, como un ungüento sobre la piel quemada;
que mira usted de un modo
profundo, desde unos ojos llenos de luz crepuscular;
y que su carne parece amasada con yodo,
con canela, con bronce y con agua del mar.
Me gusta oírla hablar,
porque las palabras salen de su boca como de un nido;
primero se asoman, y en seguida rompen a volar.
Me gusta oírla hablar,
correr, saltar… Me hace gracia el medido
tono con que responde
si la llaman… ¿Dónde
su voz se esconde?
—Julieta, por teléfono… Julieta por…
Y usted:
—Sí; voy en seguida. Gracias…
Y es
como si usted sintiera un amable furor
porque le gritaron su nombre. Cosas
de las personas. Las suyas son así.
Amo su inglés
(yo, que odio al yanqui con las más poderosas
fuerzas que hay en mí),
amo su inglés, le digo,
y a veces, hasta sigo
su charla en ese idioma, como si yo entendiera,
pero es que su voz me es grata de cualquier manera.
Como usted ve, la espío.
Ya sé cuándo usted llega, cuándo se va;
y hasta sé cuándo está
melancólica; cuando se la come el hastío
que hay entre las cuatro paredes
de su cuarto. (El amor que se frustra; el vacío
de la vida, ambiciosa de sus torpes mercedes…)
Y, sin embargo, Julieta,
trato de saber más.
Me muerde una secreta
ansia de investigar lo que hay detrás
de usted misma, como un rayo que rasga un pedazo de cielo;
saber cómo es que a veces
su sonrisa se viste
de un relámpago triste;
saber qué amargas heces
apura usted; trepar la cumbre
más alta de su espíritu, y en ella
encender sabe Dios qué apagada lumbre,
y revivir sabe Dios qué muerta estrella.
De Poemas de amor 1964
Epigramas
XI
Buen problema, compadre Escipión,
aunque pienses que no es un problema:
estudiar cómo se hace un jamón,
sin saber cómo se hace un poema.
XVI
Muy bien por el burócrata, y que Zeus le valga.
Oh Polifrón ¿por qué no le ponemos
una medalla de oro en cada nalga?
XXI
Martí, debe de ser terrible
soportar cada día
tanta cita difusa,
tanta literatura.
En realidad, sólo usted y la Luna.
XXVII
Aquel hombre
era Domingo
no sólo por el nombre,
sino también porque era
triste, vacío
como todo domingo.
Era un Domingo que tenía
el alma de domingo.
XXXI
…Sin embargo, de pitcher,
con un escón de ponches
y un juego (aunque ya es mucho
pedir) de cerojitcerocarrera,
¡qué apoteósico tumulto!
Viva y Viva.
Pero sí.
A soñar, compañeros.
Esperar, esperemos
al poeta completo.
Buen brazo, buenas
tardes y curvas,
buenas y curvas tardes,
velocidad, control.
Y algún soneto.
De La rueda dentada 1972
Epístola
Al poeta Eliseo Diego
Estos viejos papeles que te envío,
esta tinta pretérita, Eliseo,
¿no moverán tu cólera o tu hastío?
Como un arroyo fácil, mi deseo
fue que tan simple historia discurriera
a tu lado fugaz. Pero ahora veo
que el arroyo ha inundado la pradera
y que tapando sendas y breñales
al Tínima recuerda en primavera.[1]
Con chicotes tremendos, con puñales
exigen voceando mis lectores
que me vaya a otro sitio a mear pañales.
Juro por los sinsontes y las flores
que en aquesta ocasión no he pretendido
provocar con mi verso tus furores.
Torpeza y no maldad más bien ha sido.
Mira tú cómo a veces un disparo
medido, bien medido, ultramedido,
al no dar en el blanco da en el claro,
lo que quiere decir que se va al viento,
hecho por lo demás que en mí no es raro.
Al trote femoral de mi jumento
regreso pues sobre mis propias huellas
hasta dejarlo al fin libre y contento
en campos de zafir paciendo estrellas,
(como Luis el de Góngora decía)
para (me digo yo) eructar centellas.
Te entrego mi poema. Algarabía
en lengua de piratas y bozales
donde de todo material había:
No sólo los Urrutias y González,
los ya Rojas y Alonsos, los Angulos,
y en fin otros diversos animales,
sino los tristes que ponían sus culos
a que aquellos señores los patearan
con patas no de gentes, mas de mulos.
¡Con qué lágrimas duras no lloraran!
¡Con qué voz tan sangrienta no pidieran!
¡Con qué puños tan altos no se alzaran!
¡Cuántos miles y miles no cayeran!
¡Oh Reino de la Muerte, tiempo’España,
charcos de sangre tus provincias eran!
Luego el castrón del Tío, cuya maña
usual en sus atracos de usurero
ni al sobrino más fiel turba o engaña,
salvo si el tal sobrino es un madero.
Y maderos tuvimos, es el caso,
a cual más intrigante y bandolero,
y a quienes hubo que cortar el paso
para abrirnos el nuestro hacia adelante
como el pueblo acostumbra: de un trancazo.
Dixi, buen Eliseo, ya es bastante.
Perdona alguna rima mal situada
y tenme por tu amigo el más constante.
(Tú dirás: —Gracias, viejo. Yo: —De nada.)
De El diario que a diario 1972