Volver a Hart
10/6/2020
En el número cuatro (julio-agosto) de 2018 de La Gaceta de Cuba publicamos un dosier cuyo título era “Hart inédito”, merecido homenaje al revolucionario e intelectual que, entre otras muchas tareas como dirigente partidista o de gobierno, fuera un nombre clave en el diseño de la política cultural de la Revolución cubana.
En colaboración con el equipo de la revista, la cineasta Rebeca Chávez —principal animadora de la idea—, y el poeta Carlos Martí, quien durante años trabajara muy vinculado a él, rescataron para nuestras páginas documentos que, desde épocas distintas, nos acercaban al hombre de pensamiento que fue Armando Hart. Igual estuvieron cercanas a este empeño Eloísa Carreras, su compañera en la vida como nos recuerda Rebeca, y la fiel Graciela Rodríguez, la simpar Chela, quien fuera su jefa de despacho y colaboradora desde los tiempos germinales del Ministerio de Educación del Gobierno Revolucionario.
En la nota de presentación, firmada por la propia Rebeca, se hace referencia a dos de los inéditos, uno de noviembre de 1956, donde junto a otro dirigente de la insurrección —Enrique Oltuski— “redacta para la Comisión de Propaganda del M-26-7 ‘Filosofía revolucionaria’”, y otro, escrito casi medio siglo después, que es una entrañable misiva a Vilma Espín a propósito del homenaje que se le hiciera por esas fechas a Haydée Santamaría. Prefiero que el lector de esta crónica se remita a los textos publicados en ese número de la revista, pero no puedo dejar de mencionar la emotiva evocación que hace en esa carta de alguien imprescindible en su vida como fue Haydée, de quien recuerda con probidad “tuvo una visión muy clara del papel de la cultura en la lucha a favor de la justicia”.
El tercer inédito era una comunicación escrita a lápiz que Hart le mandara a Carlos Martí, alguien imprescindible para él como interlocutor, a tenor de reformular la proyección del Instituto Cubano del Libro. En nota que a su vez Carlos me dirigiera, este recuerda cómo fui testigo del hallazgo casual en su papelería, y al participar en el descubrimiento lo comprometí a publicarla con nosotros. En las breves palabras del mensaje del entonces ministro de Cultura, este hace un llamado firme a luchar contra la burocracia y la mediocridad.
Desde los primeros años de estar en La Gaceta —a fines de los ochenta—, sentí que Hart estaba muy pendiente de ella, tanto como lector como colaborador, algo que hizo con una honestidad que mucho nos comprometió, pues aceptaba con absoluta modestia nuestras contrapropuestas editoriales, algo muy inusual en cualquier ministro en cualquier rincón del mundo. Las indicaciones que le hicimos como editores, y de ello dan fe lectores rigurosos como Leonardo Padura y Arturo Arango, encontraron siempre en él a un participante receptivo. Recuerdo alguna vez que en su despacho estábamos revisando una por una nuestras sugerencias, y como a la hora de compartir un café vertió el contenido poco a poco en el platillo para ir tomando de él, y le dije que por ese hábito me recordaba a mi tío Eugenio y al avanzar en la conversación resultó, por esas coincidencias, que era alguien que conoció de forma fugaz en la lucha insurreccional.
Igual tengo la memoria, o por lo menos es mi reminiscencia de los hechos, de cómo a mediados de los noventa su lectura de “Mirar a Cuba”, y otros lúcidos textos que publicáramos del ensayista Rafael Hernández, lo motivó a proponerle a Rafael refundar la revista Temas, y convertirla en la excelente publicación que ha sido hasta el día de hoy, y que pese a tener perfiles en apariencia diferentes, siempre he sentido muy afín con La Gaceta.
Pasajes, anécdotas, lecturas, serían varios. De sus diversos libros, mi preferido es el volumen Aldabonazo, excelente edición de los colegas de Pathfinder Press, donde rememora parte de su fructífera vida como luchador e ideólogo. Son múltiples las referencias y agradecimientos de buenos y admirados amigos comunes como Graziella Pogolotti, Abel Prieto, o el propio Carlos, que siempre lo admiraron. Y con ellos he coincidido como, junto a otras cualidades ciudadanas, políticas, intelectuales, ya aquí apuntadas, el ser un hombre decente fue una de sus mayores virtudes, y como tal siempre lo recordaremos.