Retrato de un artista, de una época, de una cultura

Joel del Río
25/3/2019

Aplausos prolongados, rostros marcados por la emoción y el agradecimiento, abrazos y elogios, acompañaron la presentación especial —motivada por el aniversario 60 del ICAIC— del largometraje documental Retrato de un artista siempre adolescente, con un subtítulo que añade Una historia de cine en Cuba, con guion y dirección de Manuel Herrera, un cineasta experimentado a la hora de transfundirle al documental la emoción y el empaque de la ficción  (Girón) y también diestro a la hora de relatar biografías e ilustrar lo específico de cada época (Capablanca, Zafiros locura azul). El filme utiliza a fondo el considerable arsenal de códigos expresivos, disponibles en el documental, y recurre a los grafismos orientadores y la voz en off coloquial para encauzar cronológicamente el raudal de imágenes de archivo, carteles, recortes de prensa, y sobre todo, los sustanciosos y epigramáticos fragmentos de entrevistas y películas.

En cada capítulo, aparece Julio García Espinosa bromeando, o razonando muy en serio, sobre la verdad
y la autenticidad de cada tema o período. Foto: Tomada de Granma

 

Retrato… está dividido en segmentos que intentan descubrir la esencia de cuatro grandes etapas en la vida de Julio García Espinosa, desde su inicial incursión en la actuación, la radio y el teatro, el viaje a Italia con el consiguiente deslumbramiento neorrealista, y la realización de la fundacional El Mégano, hasta el periodo cuando instituyó y dirigió el ICAIC, el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños… El recorrido narrativo es largo, pero parece corto pues aparece amenizado por una rica infografía y por un montaje muy dinámico, además de la utilización de opiniones diversas, incluso opuestas, cada vez que se abordan temas tan polémicos como lo culto y lo popular, la relación entre arte y política, la pluralidad de criterios imprescindible para conducir cualquier obra que se precie de su importancia social.

Así, haciendo uso de las mejores técnicas del reportaje periodístico, sin dejar de ser nunca un gran documental, con un punto de vista nítido y una intención artística expedita, se describe un recorrido biográfico que conocen, en líneas generales, los espectadores más informados; pero que muy pocas veces han visto contado así, desde adentro y “a camisa quitada”, incluidos momentos terribles para el cine y la cultura nacional como el Congreso de Educación y Cultura, el avance del dogma y del método del realismo socialista, el supuesto o real populismo de los años 80, el caso político en torno a Alicia en el pueblo de Maravillas… Entre todas estas islas de sentido, en su largo y apasionante recorrido, el documental nos deja un sabor similar al del poema Ítaca, porque se trata también de una oda al viaje, a la largueza de un camino lleno de aventuras y experiencias, elogio al pensar elevado y la emoción selecta que son capaces de tocar el espíritu y el intelecto.

A lo largo del paneo por 50 o 60 años de cine y cultura en Cuba, en que solo molesta a ratos la intromisión de una voz en off no siempre espontánea ni mucho menos natural, el documental de Manuel Herrera atestigua no solo alumbramientos sino también cenizas, desde el glorioso ICAIC de los años 60, donde encontró origen esa comedia brechtiana que es Aventuras de Juan Quin Quin; la polémica generada con el ensayo Por un cine imperfecto; el trabajo con músicos caribeños, latinoamericanos y norteamericanos en el Ministerio de Cultura; y la voluntad experimental, de pastiche posmoderno en Son… o no son

En cada capítulo, aparece Julio (en fragmentos de numerosas entrevistas tomadas en diversas épocas) bromeando, o razonando muy en serio, sobre la verdad y la autenticidad de cada tema o período, incluso cuando se trate de momentos tan difíciles como el alejamiento del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos que tanto contribuyó a desarrollar y fortalecer en ambos aspectos, es decir, como industria y como arte. Porque el filme quiere ser fiel, en esencia y apariencia, al espíritu y el legado intelectual de un creador, excepcional funcionario, imprescindible hombre de cultura, que amaba la crítica franca que estimula el diálogo y renueva la visión sobre un tema.

Además de todo ello, Retrato… reconstruye, emotivamente, no solo una parte medular de la historia de la nación y su cultura (y por ello debiera ser estudiada en todas las escuelas que impartan Estudios cubanos), sino que también rescata prístinamente una historia de amor, con Dolores Calviño —sin cuya colaboración y testimonio hubiera sido imposible realizar este documental— y una historia de amistad, con su correligionario Tomás Gutiérrez Alea. Con extasiado pudor, el documental relata y comenta con la sencillez y profundidad inherente a las grandes historias, las que son capaces de emocionar al espectador cuando le entrega un ápice del alma de los personajes, en este caso, algunos de los momentos de comunión plena, con la esposa y alma gemela, o con el amigo fiel hasta el último suspiro.

Retrato… también reconstruye, emotivamente, la historia de amistad de Julio
con su correligionario Tomás Gutiérrez Alea. Foto: Internet

 

El 14 de abril de 2016, luego de conocer la noticia del fallecimiento de Julio García Espinosa, escribí un texto que intentaba cumplir, con emoción y agradecimiento, la obligatoriedad necrológica. Aseguraba entonces, y pretendía explicarlo en pocas palabras, que el cineasta, teórico y gestor cultural “vivió aprendiendo a trascender la fugacidad, construyendo el arte de lo memorable, edificando obras y acciones que persistirán contra los oleajes del olvido”. El documental Retrato de un artista siempre adolescente se las arregla para resumir, aunque uno extrañe aquí o allá mayor detenimiento, una vida sobreabundante de sueños y realizaciones, traducidos todos a la asociación libre de imágenes, sonidos y palabras que gravitan en torno al desafío de una nación dispuesta a crear una cultura emancipada y emancipadora.