Las parrandas son una clase de democracia
20/12/2018
Desde el inicio mismo de las parrandas, allá por 1822, el arte estuvo en manos de aficionados. De hecho, la frase trabajo de plaza alude a estructuras de madera, tela y papel —primeramente iluminadas por velas, y más tarde por bombillas—, que eran expuestas en la plaza central de la villa, junto a la Iglesia Parroquial Mayor, como muestra del ingenio de los carpinteros ebanistas autodidactas.
La Pastora de Remedios, primera sede. Fotos: Cortesía del autor
Los trabajos de plaza —o para la plaza, como también se conocieron— evolucionaron desde las pequeñas estructuras múltiples (ingenios de azúcar, arcos de triunfo, locomotoras, torres de Eiffel, etc.) hasta monumentos de más de 100 pies de altura y 60 de ancho, donde priman la luz, el movimiento y la sorpresa.
Con la complejidad llegó la profundización temática de los trabajos, fenómeno que alcanzó su apoteosis en la década del 90 del siglo XX, con Génesis, un complicado monumento que aludía mediante símbolos al primer libro de la Biblia, cuyos efectos y dimensiones son mencionados aún hoy. Dicho trabajo se construyó en 1994, en medio de las escaseces del periodo especial, y su autor, el escritor y pintor autodidacta Jesús Díaz Chirino (Chuchi), suele decir desde entonces que justamente por la libertad temática y estética, las parrandas son una clase de democracia.
Entre los maestros populares que marcaron hito en la historia de las parrandas de Remedios se encuentran Celestino Fortún —el primero en usar el intermitente para las bombillas, con su trabajo de plaza El Girasol, a inicios del siglo XX—, de cuyo trabajo aún se conservan la maqueta y el aparato eléctrico usado; Guillermo (El Chino) Duyos, creador de El salto del Hanabanilla, Tras el Kremlin surgió un nuevo sol, y el famosísimo El Arbolito (1959), que aún figura en los estandartes del barrio San Salvador como un símbolo más.
Ninguno de estos artistas fue fruto de academias, que por entonces no existían o eran de capacidad muy reducida. Con el tiempo, el Chino Duyos pasó a diseñar escenografías profesionales en el Instituto Cubano de Radio y Televisión, hasta su deceso. Jesús Díaz ha llegado a exponer en galerías y coordinó la importante revista de arte y literatura Signos, que se edita en el centro del país.
Otro artífice de las parrandas, el carpintero-electricista Manuel (Manolo) Rodríguez, fue tan autodidacta que aprendió su oficio a partir de la suscripción a programas de estudio aparecidos en las revistas de la época. Sin embargo, esto no fue obstáculo para que introdujera cambios revolucionarios en el movimiento de luces (fue el primero que logró crear figuras a partir de la intermitencia). En el centenario del izamiento de la bandera cubana, Manolo hizo un trabajo de plaza donde una paloma volaba y, pedazo a pedazo, formaba la estrella solitaria.
Cada año, cuando se cumplen aniversarios cerrados, el Museo de las Parrandas les rinde homenaje a dichas figuras. Esta institución surgió gracias a la iniciativa de los artistas autodidactas de las parrandas, quienes siempre anhelaron un sitio donde exponer sus obras durante un periodo más prolongado. La idea nace de los amantes de las fiestas, como el maestro farolero Octavio Carrillo, ya fallecido, de quien aún se hallan obras expuestas en las salas del Museo. Hay que agradecer también a Esteban Granda (realizador de carrozas), Luis Morales (promotor cultural), Jesús María Piti Valdés (presidente de barrio), y Rafael Farto Muñiz (historiador de la ciudad), entre muchos otros. Jamás alguno de ellos obtuvo un centavo por esta labor, de hecho, costearon de sus bolsillos el acondicionamiento de los primeros locales, así como la gestión para el reconocimiento oficial.
Fueron autodidactas los artistas populares que en 1993 pidieron al Consejo de Estado el restablecimiento de las fiestas, luego de que el periodo especial hiciera imposible toda realización durante los dos años anteriores. Por entonces, se acordó un mayor apoyo estatal, así como la categoría de fiesta de carácter nacional, junto a los carnavales de Santiago de Cuba y las charangas de Bejucal.
La vida misma de las fiestas ha estado marcada por la entrega total y el autodidactismo. Presidentes de barrio como Inocente Moronta, Manuel Corona o Valentín Tino Palenque eran capaces de usar las maderas de puertas y muebles de sus casas para la fabricación de las carrozas y los trabajos de plaza. El autor de un trabajo de plaza cobraba, a inicios del siglo XX, apenas unos pocos pesos por la labor de varios meses. Todavía en la década del 80 de la misma centuria dicho pago era bajísimo.
Era la entrega lo que importaba. De esto hay miles de anécdotas, como la vez que Esteban Granda hizo una carroza sobre la historia de Remedios y se aprendió de memoria la leyenda que recitaría la madrugada del 25 de diciembre, en los altavoces. Cuenta la leyenda que durante un mes no paró de repetirle dicha alocución a cuanto transeúnte de la ciudad se topaba. Quienes hayan estado en las fiestas, saben que la carroza de San Salvador tiene dificultades para doblar, por la estrechez de la esquina del parque, y que cada año los amantes de la tradición cargan en sus hombros esa mole de muchas toneladas, sin importarles siquiera la ocurrencia de accidentes.
Algunos de estos artistas son graduados de Artes Plásticas por el Instituto Superior de Arte, pero eligieron hacer sus carreras como profesionales en Remedios, dentro del mundo de las parrandas, como Roaidi Cartaya Carvajal, quien además de una obra como diseñador de carrozas dirige el proyecto sociocultural Todo sobre Remedios, dedicado a promover la cultura popular tradicional y el intercambio con el extranjero. Esa labor incluye la realización del concurso de ensayos Pedro Capdevila in Memoriam, donde participan tanto escritores con una vasta obra investigativa, como noveles.
No existen prohibiciones ni se ha regulado la participación de los actores populares en la generación de contenidos artísticos, lo que ha vertebrado un discurso original y coherente hasta la actualidad. La elección de los proyectos de trabajo de plaza y de carroza se realiza de manera democrática y abierta, con jurados integrados por voluntarios de cada barrio. Más de una vez, los simpatizantes han elegido proyectos sin tener en cuenta su encarecimiento material, el cual es asumido por el Estado.
El artista aficionado accede, mediante todo un sistema endógeno, a la exposición de su obra, así como a la superación mediante talleres de intercambio organizados por el propio Museo de las Parrandas. En torno al fenómeno hay una sociedad civil, cuya forma ha variado desde la existencia de diferentes divisiones barriales (infancia y juventud sansarí o carmelita), hasta la Asociación de Parranderos en los años 90 del siglo XX y la actual existencia de las Sociedades Culturales El Sansarí y Monte Carmelo. Estas organizaciones no gubernamentales se autofinancian y disponen de espacios de debate independientes, cuyo poder es decisivo en las parrandas.
La sociedades civiles sansarí y carmelita pueden revocar mandatos de presidentes de barrios, proponer candidatos para determinados cargos, integrar jurados de calidad, y organizar y financiar el diseño de banderas y estandartes para las salidas de los piquetes de parranderos. El camino para la legalización de la personalidad de las fiestas está en marcha, y pasa por el reconocimiento de la tradición íntegra, no por violar su esencia en función de leyes externas. De hecho, aunque el gobierno local y la dirección de Cultura manejan las finanzas, aprueban proyectos de desarrollo vinculados a las parrandas y exigen por la calidad de los trabajos; toda la parte creativa y las iniciativas quedan del lado de los actores populares.
Tanta importancia tienen las parrandas en Remedios, que desde tiempos iniciáticos la eficiencia de los alcaldes y directivos de la ciudad se juzga a partir del respeto que demuestren ante la festividad. Es proverbial la frase remediana de que “una mala parranda le cuesta la cabeza a cualquier gobierno local”, muestra del nivel de empoderamiento de los actores autodidactas en una tradición que va más allá de sí misma.