Cubadisco-Primera Línea: ¿necesaria renovación u obligada continuidad?
El recién finalizado evento conjunto Cubadisco-Primera Línea trae consigo algunas dudas, y quizás replanteamientos, en torno al mercado del disco en Cuba y, por transitividad, a su industria golpeada e incomprendida; lugares comunes sobre los cuales festejan aquellos que nunca han ocultado su acérrimo freno al desarrollo y a la necesidad de robustecerla. Cuba pudiera poseer una extensa red de producción-distribución musical que fomentara coherentemente un mercado interno —por demás ávido, indefenso y variopinto—, que en algún punto pudiera haber significado la verdadera independencia de los tan añorados mercados foráneos, por el que suspiran músicos y empresarios nacionales.
Foto: Radio Rebelde
Lamentablemente no es así, y tal ha sido la desidia generalizada ante el proyecto, que hoy en día los reyes o dueños de la música en el mercado popular cubano no provienen de casas discográficas reconocidas ni de propuestas deseadas, sino que surgen de cualquier estudio rudimentario en algún barrio periférico de la ciudad; los productos son “quemados” en un disco chino de 50 centavos y corren como pólvora encendida hacia el epicentro social del país. ¿Esa es la industria a la que aspiramos? ¿Esa es la verdadera difusión musical que podemos tener? ¿Es esa la estrategia de un archipiélago —referencia mundial de la música— para competir en un mercado internacionalmente complejo?
Si un evento como Cubadisco-Primera Línea no puede concatenar algunas de estas elementales y reales tesis, ¿para qué nos sirve? Existen en nuestro país conceptos de producción bien alejados de la realidad, como la apuesta de los audiovisuales por parte de algunos labels cubanos.
La idea es buena, pero… ¿en formato DVD? ¿Por qué invertir un elevado presupuesto en un audiovisual de más de una hora de duración que ya no tiene cabida en el mercado? Yo consideraría trabajarlos en varias etapas, comenzando por el uso de un soporte digital mucho más atractivo y con más posibilidades de visualidad como Blu-ray, por ejemplo.
El otro aspecto consiste en que, temáticamente, pudiera ser más sugestivo producir varios videoclips para un artista, ya que este puede posicionarse rápidamente en infinitos programas, cuya duración permita rodar un material de 3 minutos. Esto haría que el alcance promocional del artista llegase a más personas en cualquier mercado.
Otro fenómeno tan actual como el EPK —material de prensa electrónico generado por los artistas— no es tampoco utilizado como vehículo de promoción en Cuba. Entonces, si Cubadisco-Primera Línea pudiera hacer coincidir varias de estas tesis, u otras, ¿nuestra olvidada industria sería receptiva? ¿Su entramado de instituciones se lanzaría de lleno a tales propósitos?
Habría que recontextualizar el disco como producto eminentemente cultural, de impacto comercial. Ello no debería entenderse como un sacrilegio hacia ningún planteamiento de equidad social alcanzado desde 1959, sino todo lo contrario: en un mundo tejido a base de códigos culturales de avasallamiento y subyugación hegemónica, poseer una industria fonográfica propia, fuerte y mediáticamente digna sería la mejor arma para resistir ese diluvio constante, del cual muy pocos se escapan; casi al punto del fenecimiento total de algunas culturas originarias.
En Cuba, hacer un disco no puede ser fruto de favoritismos o personales decisiones fracasadas. Hacer un disco debe lidiar con dos importantes factores: la obra verdaderamente genuina por un lado, y el factor mercantil por el otro. Debe trabajarse por lograr un equilibrio —o al menos una relativa correlación— entre los artistas puntales de lo nacional y aquellos que provocan suspiros en los foráneos circuitos de la música, logrando que exista la misma pasión por los primeros.
Este fenómeno se da desde hace mucho en países con un fuerte movimiento musical, donde se han ido creando nuevas plataformas mediáticas en consonancia con las nuevas reglas del mercado. Así, puede verse a destacados artistas folks firmando autógrafos y llevando a cabo una fuerte campaña visual de conciertos y giras desplegada desde grandes pancartas y desde las redes sociales. Dicho de otra manera: deben emplearse con los artistas nacionales las mismas técnicas de mercadeo, comunes hoy en día, para insertarlos en un espectro determinado y, por decantación, solidificar los cimientos para el consumo de una industria nacional que genere ingresos y —aún más importante— gustos que permitan enfrentar la batalla nos impone el mercado.
El recién finalizado evento retomó algunos conceptos perdidos, pero adoleció de visión conjunta, de esa intención de aglutinar los mecanismos presentes en disímiles expresiones —culturales o no— de potenciación y mercado. Hoy, para sobrevivir a un mercado discográfico no ya moribundo, sino al que le dan la extremaunción, hay que apropiarse de los nuevos manuales y herramientas de este sui generis escenario. Las disqueras cubanas tienen que reforzar su competitividad y dar el salto audaz, a nivel de mentalidad, hacia un destinatario cada vez más indiferente a lo nacional. El concepto de matrimonio feliz entre nuestras casas disqueras tiende a confundir al cubano medio, que no ve clara la identidad de cada una de estas, por ejemplo.
Foto: Ariel Cecilio Lemus
Otro mecanismo del cual nuestros labels adolecen es de la constante información. ¿Acaso no leen manuales de identidad? ¿Acaso no conocen la importancia que ejercen los departamentos de Relaciones Públicas de las grandes corporaciones? La visibilidad es vital, casi más importante que producir el disco, así como disponer de los presupuestos que permitan ver esa dirección como una inversión, no como un gasto o lastre para la empresa. Hay que competir —paradójicamente— con aquel del barrio periférico que compra un CD virgen, le imprime su música y la reparte gratis. Ese es el nuevo competidor del mercado nacional, no la transnacional multimillonaria, y en ello deben enfocarse las estrategias de las disqueras cubanas. ¿Por qué no crear aplicaciones para móviles? ¿Por qué no crear, eficazmente, una comunidad de fans en las redes sociales? ¿Por qué no impulsar mecanismos de encuestas digitales sobre artistas y productos? ¿Por qué no hacer rifas o concursos donde el público pueda interactuar con sus ídolos?
Si la gran mayoría supuestamente no dispone de dispositivos ópticos de reproducción, ¿por qué no crear una especie de iTunes cubano, con memorias flash, con nuestra Intranet? No siempre la salvación nos llegará de la mano de un superproductor-multimillonario-altruista que como buen Midas atenuará las carencias de nuestra industria: el empuje contracultural existe, respira, y como agujero negro irá decantando mercados y artistas e impondrá sobre los más desfavorecidos su mortífero manto.
Cubadisco-Primera Línea fue un evento que me hizo ver las grandes carencias y divorcios de nuestra industria, y la falta de alianzas en pos de una cultura musical que, como me gusta decir, potencie una industria sólida. Se mostraron catálogos y productos musicales, pero… ¿para quién? ¿Para qué segmentos de mercado? ¿Qué cifras de ventas se manejan en la Cuba de hoy y hasta qué punto estas podrían considerarse indicadores de aceptación? A todo esto debemos agregarle el elemento de férrea mordaza externa: el bloqueo norteamericano impide con su diversificación tentacular el acceso a tecnologías de tercera, cuarta o última generación, y nuestros labels y sistemas de contrataciones se ven grandemente mutilados. Sin embargo, fomentar mediáticamente nuestro mercado interno no tiene ningún parentesco con el bloqueo. Ramificar y potenciar nuestro mejor catálogo musical no depende de la compra de una consola de grabación de 42 canales, por ejemplo.
Cuba tiene lo más importante: el talento. Ahí deben centrarse entonces los mecanismos de promoción eficaces, con sus plataformas actuales: no temerle a la publicidad; no temerle al patrocinio; no desdeñar nuevos públicos, pues entonces estaríamos —yo diría que estamos— legitimando fenómenos bien complejos de autoaprobación que, como dolidos o excluidos de la llamada “zona de confort”, acceden cada vez más al consumo underground, de limbo institucional y de ambigüedad promocional.
A muchas malas propuestas, paradójicamente, se les está empujando hacia una visibilidad acelerada, gracias a la ceguera e inoperancia del sistema empresarial de la industria discográfica. Es inaudito que una casa discográfica invierta miles de pesos en un artista y después no pueda organizarle una gira nacional por no estar, por ejemplo, en su objeto social. ¿Es esto racional y coherente? ¿Cómo un label cubano no puede garantizarle al músico, además del CD o DVD, conciertos y giras? Esto conlleva a otra fractura del sistema empresarial, que prefiero posponer para otro artículo.
Cubadisco-Primera Línea sería una magnífica oportunidad para dinamizar nuestra industria, para dotarla de mecanismos comerciales y hacer ver que cualquier mercado es importante, no solo el norteño. Desde esta hermosísima insularidad pueden gestarse colaboraciones, firmarse alianzas, estrechar voluntades y potenciar caminos.
Si un emergente submercado que se basa en CDs quemados y distribuidos gratuitamente hace que malas propuestas, y muchas veces obscenas, se vuelvan populares, usemos el patrón ya existente para potenciar y colocar aquellas que nos interesan, como corresponde al país desbordante de buena música que somos.