Dándole carácter: Pacho Alonso y algunos fantasmas necesarios
10/9/2018
El hermano de “Plomito” Alonso
Cuentan sus biógrafos que nació en Santiago de Cuba en el mes de agosto, fue un año después de que cruzara la Isla aquel violento ciclón que muy pocos recuerdan; por aquel entonces tales eventos meteorológicos no recibían nombres de mujer, como hubo de ocurrir después de la Segunda Guerra Mundial. Ese mismo año se fundó el Septeto Nacional, y en el mismo mes de agosto en que María Teresa Vera y su Sexteto Occidente se dispusieran a grabar su segundo disco con la RCA Víctor, antes de volver ella a su vida errante de trovadora solitaria o combinar su voz con la de Lorenzo Hierrezuelo.
Fue en el año 1926 que el Trio Matamoros viajó a La Habana, a pedido de Humara y Lastra, —una viuda era la cabeza visible— para grabar un par de temas de Miguel: un bolero y un son por si las cosas; mientras en La Habana Antonio María Romeu compondría su célebre danzón Tres lindas cubanas. Las cosas en la música cubana no serán iguales después de aquel año. Sus padres le pusieron por nombre al recién nacido Pascasio, pero todos, la familia y los amigos, decidieron llamarle simplemente Pacho.
Para ese año la Trocha era no solo un barrio de la ciudad de Santiago, era también el símbolo donde se habían ido forjando tradiciones populares; unas tradiciones que trascenderán en el tiempo cuando la naciente Carretera Central la atraviese; entonces será para los santiagueros de aquel tiempo y los del futuro “…estar Trocha arriba o Trocha abajo…” el andar por aquella arteria de la ciudad. Santiago de Cuba, ese mismo año, completa el alumbrado de todas sus calles con el uso de la electricidad, mientras se daban los toques finales al majestuoso edificio del museo Bacardí.
Pacho fue el número catorce de los diez y seis hijos que conformaron la familia (o el familión) de Luis y Longina. Eran tiempos de familias numerosas, patriarcales, y en las que todos los hijos debían jugar un papel en el futuro. Con estos principios se fundaron algunas dinastías musicales, de médicos, de abogados, o de maestros que han llegado hasta nuestros días y sobre las que se ha alzado parte de la historia social de nuestra nación.
El control de la natalidad y los métodos anticonceptivos eran ciencia del futuro en estos comienzos del siglo XX. La grandeza y fuerza de la mujer de ese entonces estaba en su capacidad para concebir cuantos hijos fuera posible, o necesarios según el caso; parir de acuerdo al amor que se tuviese a la pareja.
Los hijos de Luisa y Longino crecieron entre los pregones y los cantos callejeros que animaban los días de la vida santiaguera. Cuentan sus biógrafos —y sus hermanos— que su madre, venida de Puerto Rico, cantaba casi todo el día a pesar de lo difícil que pudiera ser la vida. Que el padre, aficionado a la fotografía, aceptaba las pasiones de sus hijos siempre que no violaran las normas de la decencia y las buenas costumbres. Longino con su cámara dejó constancia de aquel intento de crear una compañía de variedades, dicen que fue después de haber visto una función de aquellas compañías de teatro que venían de La Habana. Hasta se rumora que el viejo Ramón Espígul estuvo en aquella casa a pedido de los padres.
Pero las buenas costumbres y la decencia imponían tener una profesión, y cuál mejor que la de maestro, honesta, digna y respetable. Pascasio quiso ser maestro; no se sabe si por vocación o necesidad, pero sería maestro y habría un aula esperándole en algún lugar un día de su futuro.
A la vida hay que darle carácter, esa era la frase con que Longino animaba a sus hijos; ora cuando les regañaba, ora cuando les hablaba de cómo encarar el futuro. El carácter lo es todo, y encierra la disciplina y la voluntad.
Nace mulato agraciado. Hace deporte para impresionar a las muchachas. Canta y ama las buenas canciones y queda tiempo para ir a los bailes y escuchar a la orquesta de don Mariano Mercerón; y sueña un día estar ahí frente al micrófono y mirar el mundo desde el escenario.
Le dicen que Mariano Carbonell está presentando gente joven con talento en un programa radial que hace en CMKZ; pero antes Pacho se aventura a correr el riesgo de viajar a La Habana; hay que probar suerte en grande y la Mil Diez es una buena apuesta.
A los dieciocho años se ve el mundo como una gran montaña que se debe domar, se sueña con el triunfo y la vida no pesa como lo cuentan los mayores. La Habana no es una mujer fácil; pero se hacen amigos y conocidos; entre ellos un hombre que con su voz ronca escribe y dice canciones de una manera distinta. Se llama José Antonio Méndez, es “de los muchachos del Feeling”. Santiago es el regreso obligado, pero solo es un alto en la meta futura.
Luis Mariano Carbonell lo presenta en su programa, y Pacho canta un bolero de moda: Lástima de ti; la familia y los amigos lo aplauden y hasta lo congratulan; las muchachas de la Escuela Normal de Santiago de Cuba suspiran ante el embrujo de su voz; distinta y diciendo el bolero de un modo que no se parece a nadie. Es el ídolo del momento entre los suyos. La vida continúa tras estos primeros quince minutos de fama: clases y deportes; y así será hasta que regresa a la capital, solo que esta vez la cita es con el deporte, aunque quede tiempo para visitar a quienes le abrieron las puertas del alma la primera vez, y volver a la Mil Diez a cantar; a ver qué puede pasar.
Pacho tenía una voz distinta y decía el bolero de un modo que no se parece a nadie. Foto: Habana Radio
Y así siguió su paso el tiempo. El inexorable paso del tiempo que termina ante las aulas y el golpe de suerte que lo pone frente a Mariano Mercerón, que organiza su orquesta y apuesta por dos desconocidos con personalidades distintas, pero con el sello del hombre santiaguero: mulatos de clase.
Los caminos de Pacho Alonso y Fernando Álvarez se cruzarán por vez primera, y el punto de equilibrio serán las enseñanzas de Mercerón y el embrujo de estar cerca de Benny Moré.
La hora de tomar La Habana por asalto de una vez por todas había llegado.
Sé que has tenido en tu vida, la mar de aventuras…
“…La Habana hay que comérsela o se lo come a uno, compadre… no lo acompaño porque yo no sé vivir sin ver las lomas de Santiago; pero voy a pensar unos temitas ahí para que me los cante cuando sea famoso… las cosas del compadre Bonne… pero ya estamos aquí… y al Chago solo regreso cargado de gloria… primero muerto que desprestigiado…”.
Son los años cincuenta. Hay amplia vida musical en la Cuba de esos años; aunque el cha cha cha, de la mano de la Orquesta Aragón, lo ocupa casi todo. Hay que buscar un tema que pegue, que abra la puerta grande de la fama, y el amigo Bonne, que para ese entonces ya había escrito algunas cosas notables, es el más indicado para ayudarlo en esa tarea. Con Mercerón y su orquesta acompañándolo graba El cha cha cha de la reina; desde ese instante la suerte estará echada. Es hora de subir la cuesta profesional de la música arriesgándolo todo.
La televisión es la moda de los cincuenta. Si no te ven, no eres figura.
La radio le dio el primer atisbo de fama local; salir en el show del mediodía de CMQ lo coloca en la órbita nacional. Ya no era solo su voz privilegiada, ahora era también su simpatía personal en función de su carrera profesional. Esta vez la fama duró mucho más; tanto que el sello discográfico GEMA le graba dos temas y Pacho se arriesga a tener su primera orquesta, que será un conjunto y llevará por nombre Los Bocucos. Si se estaba en La Habana había que buscar trabajo para que la gente comiera, y después arriesgarse y producir los primeros temas para pegar en la radio y en las victrolas; sí, porque en estos tiempos la fuerza está en las victrolas de los bares y bodegas.
Dicen que donde primero se escucharon los temas de Producciones NOMO en La Habana fue en la esquina de Infanta y 25, en el Bar San Juan, en la misma esquina de Radio Progreso; lugar donde se reunían los músicos antes y después de los programas de aquella emisora y en el que el público —sobre todo mujeres— esperaba a los artistas en busca de un autógrafo o una mirada cómplice.
El tema que más gustó fue el bolero Enfermera del alma, de don Otilio Portal, aunque el son de Electro Rosell Date un chance también tuvo seguidores. Pero lo de Pacho eran, sobre todo, los boleros; a ellos les dio una personalidad distinta, les puso alma y corazón como nadie y hasta “inventó” su propio fraseo; un fraseo que se extenderá más allá de esos primeros temas.
Ahora sonaba no solo en La Habana, en el oriente Enrique Bonne se encargó de que los dos temas llegaran a todos los rincones. Las puertas de las grandes ligas discográficas estaban abiertas y, aunque Humara y Lastra habían sido superados por el tiempo y la vida, la RCA lo contrató para que su futuro musical no fuera incierto, o simplemente para evitar que la competencia le ganara esta partida.
Como en un sueño sin yo esperarlo…
Ya no era Pascasio, aquel nombre quedó solo para los documentos oficiales y para el recuerdo; ahora era Pacho Alonso o simplemente Pacho; y así se fue colando en el corazón de la gente y hacía suspirar a alguna que otra adolescente de la época.
Tenía un buen contrato con la RCA Víctor y ellos le pusieron en sus manos las composiciones de un joven que se comenzaba a abrir camino en eso del feeling y que se llamaba Frank Domínguez. El feeling era el asunto musical de moda junto al cha cha cha. Primero fue la voz de Miguel de Gonzalo —otro mulato—grabando los primeros temas que, curiosamente, no fueron los escritos por César Portillo o su amigo José Antonio Méndez; la suerte correspondió a Yáñez y Gómez.
El tema se llamó Imágenes y dejaron que Pepé Delgado hiciera las orquestaciones, Pacho simplemente “se inventó” un fraseo; algo que seguirá haciendo a lo largo de su carrera posterior y que influirá más allá de Cuba; y el tema pegó en la radio y en las victrolas; pegó tanto que se convirtió en un clásico desde ese mismo instante.
Ciertamente había logrado su sueño de ser famoso cantando. Años después se convertirá en todo un clásico, un referente, y hasta será el vehículo de su compadre Enrique Bonne para introducir posibles cambios en la música popular cubana, que llevarán nombres como simale, o pilón, o upa upa.
Pero su fuerte serán, hasta el día final de su vida, los boleros, y a esos boleros regresaremos alguna vez… alguna vez… lo mismo que a Santiago… que a la calle Trocha… que a los recuerdos… que a los recuerdos… para seguir contando la mar de aventuras de Pacho y otros asuntos… con todo el carácter que el caso requiere.