Aproximación a Sonia Rivera Valdés
26/4/2018
La escritora cubana Sonia Rivera Valdés, quien promueve la cultura de la Isla y la latinoamericana en EE.UU., e imparte docencia desde hace muchos años en York College, Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), se encuentra entre nosotros, y es un deber presentarla a quienes solo la conocen de nombre, por haber sido la ganadora del Premio Especial Casa de las Américas en 1997, con su importante libro de cuentos Las historias prohibidas de Marta Veneranda (Fondo Editorial Casa de las Américas, 1998 y 2012).
Para muchos de nosotros y de nosotras, Sonia es una presencia habitual en los círculos de narradoras y ensayistas que adoptan postura activa en la defensa de los derechos de la mujer en su sentido más amplio, asi como también es conocida por su interés en preservar la imagen de Cuba en tanto icono identitario, más allá de barreras ideológicas y de fronteras geográficas. Su carisma personal, asi como su proverbial generosidad, amén de su calidad como narradora iconoclasta, la han convertido desde hace mucho tiempo en una de nuestras más entrañables escritoras.
Sus libros Historias de mujeres grandes y chiquitas, Rosas de abolengo (Edit. Oriente, 2012), y sobre todo las historias prohibidas que recogió una tal Marta Veneranda Castillo Ovando, en su momento aspirante a Doctora en Sociología, demuestran la habilidad de la autora para adentrarse en terrenos hasta entonces casi vedados. Hoy día, abierto al fin el abanico que se mantenía enclaustrado entre límites de permisividad conservadores cubanos, se ha hecho natural la descripción narrativa de la sexualidad desde la óptica de la alteridad, de prácticas escasamente confesadas, pero no puede negarse el hecho de que hace 17 años, Sonia labró el camino para tales fines. No era consciente, por supuesto, no podía saber que sus “historias prohibidas” marcarían el inicio de una liberación sexual que a nivel intelectual pedía a gritos ser expuesta. Dicho asi, parecería que el interés primordial de esta escritora, es únicamente abordar la sexualidad femenina en todas sus variantes, pero erraríamos si tal consideración restringiera el talento de Sonia. Son las tragedias humanas contemporáneas el centro de su mayor atención, el eje sobre el cual descansa el cuerpo de su gran objeto literario, que es, en resumen, el ser humano. Las desgarraduras de la migración, la soledad, la incomprensión, el abuso sobre todo ejercido contra la mujer, y que adopta, como se sabe, múltiples disfraces con igual número de consecuencias físicas y psicológicas, se encuentran presentes en la narrativa de esta cubana que nunca ha dejado de ser una auténtica batalladora. A través de denuncias veladas tras el manto de una historia ajena, compartida o multiplicada, Sonia abre puertas y ventanas para que podamos escuchar las congojas de quienes sufren y resisten sin ser reconocidos como víctimas a simple vista.
Una característica sobresale entre muchas de las que tipifican lo que pudiéramos considerar el estilo de Sonia, que es directo, ameno y desplegado con gran economía de recursos literarios. Me refiero al humor. Sin llegar a ser una herramienta obvia ni estridente, existe en su narrativa una cuerda invisible que impide que los hechos narrados causen en el público cierto rechazo o una justificada explosión de sentimientos negativos, como cabe esperarse luego de conocer de violencias, de distanciamientos impuestos, o de condiciones de vida que rozan lo infrahumano. Dicha cuerda consiste en la incorporación de los desmanes a la vida cotidiana como si formaran parte inevitable, y fueran sucesos integrantes del esperado transcurrir de los días. En otras palabras: Sonia narra escenas de gran violencia sin escandalizarse ella misma, con lo cual produce en nosotros una similar incorporación de actos indignos que solo detectamos como tales al tomar distancia de la narración. Su poca utilización de vocablos peyorativos contribuye, además de su gracia intrínseca, a que establezcamos una relación de complicidad hacia sus protagonistas, sean hombres o mujeres, todas víctimas que no lamentan su suerte a través de gritos estériles, sino que luchan por cambiar la existencia. La concientización de sus personajes alivia el hecho de haber sido sujetos de vejámenes, y de forma increíblemente suave y hasta graciosa, los acompañamos hasta el final de sus dramas. Dispuesta en función social más que en su interés personal o el llamado mundo interior, Sonia Rivera se adscribe a la interrogante del escritor mexicano Jorge Villoro, en términos de concepción literaria: “La tierra de un escritor es algo nebuloso, ¿Dónde comienzan sus fronteras, dónde cesa su deuda con los otros?” Porque, como puede comprobarse a través de su escritura, esta narradora ni conoce mucho de fronteras, ni pone fin a su deuda hacia lo colectivo, en este caso integrado por desdichados y desdichadas, quienes le agradecen, al igual que nosotros, la visibilidad incruenta de sus tragedias.