Una mirada a la relación arte-deporte
18/1/2018
El arte quizás sea un deporte,
pero el deporte es un arte.
Pierre de Coubertin
Estética, arte y deporte, desde determinados ángulos, expresan la esencia de la cultura espiritual, las formas y los mecanismos específicos de esta, en su unidad con el material. No se trata ni de la contraposición ni de la identificación del arte y el deporte, sino del vínculo, de la interacción, en cuyos marcos se manifiestan como entidades diferentes y, al mismo tiempo, concomitantes en la cultura.
La estética, vista como una ciencia que tiene sus orígenes en la antigüedad, se nos presenta en las diferentes modalidades deportivas. Lo bello, lo ridículo, lo sublime, lo fascinante, lo dramático y hasta la vileza aparecen en el deporte. Por ello partimos de su universalización estética, como sostén del desencadenamiento de las pasiones humanas, con una base sólida en el pensamiento.
Por supuesto, se considera a la Estética como una rama de la Filosofía o la Teoría del Arte, que incluye tanto a la belleza, como lo sublime y la fealdad. Es un concepto aglutinador que abarca lo objetivo y lo subjetivo.
La sociedad evoluciona con sus deportes y la carga sensual que los caracteriza. Cuando un país asume su deporte nacional, legitima un acervo cultural nuevo, genuino, bello, hasta exótico en sus inicios, mayoritariamente atractivo después.
¿No era acaso el béisbol, cuando se introdujo en Cuba, un juego exótico?, ¿no se convirtió en breve tiempo en parte de la cultura nacional?, ¿no eran atrevidos los uniformes de los peloteros, ceñidos al cuerpo y llenos de adornos, en medio de los calurosos trajes y sombreros de hongo al uso de la época? Por supuesto que sí lo eran. [1]
La forma exquisita de manifestarse la estética, es el arte, la representación artística de la realidad, o de la fantasía creada y escenificada, en muchos casos tomada de la vida real, de lo cotidiano.
Si Coubertin afirmó que el deporte es un arte, debemos analizar con profundidad el planteamiento, con el riesgo de ser incomprendidos por deportistas y artistas. Ni los unos ni los otros suelen considerarse en esta bifurcación. Vuelve a la carga el restaurador de los Juegos Olímpicos:
La idea olímpica es, a nuestros ojos, la concepción de una fuerte cultura muscular, apoyada por un lado por el espíritu caballeresco (le fair play), y por otro, sobre el culto de lo que es bello y gracioso. [2]
El actor no se considera deportista y el deportista no se ve actor; pudieran no serlo, ¿o sí?, ¿sería Pavarotti un deportista?, ¿Michael Jordan actor?, ¿actúa el deportista?, ¿compite el artista? Hay sus puntos de contactos y divergentes. Desde las primeras manifestaciones de deporte y educación física, estuvo presente el arte. Así lo concibieron los griegos y los romanos. En la Edad Media, a las siete virtudes caballerescas se les incorporaban actividades artísticas, que después pudieron observarse en los pedagogos humanistas del Renacimiento, como Victorino de Feltre y Montaigne, seguidos en el tiempo por Jahn, Amorós, Ling, Hebert y el carismático Thomas Arnold vinculado al deporte… Alcanzaría el clímax en la obra de Coubertin.
La estética y el arte —en el deporte se ven interrelacionadas— están presentes desde la gimnasia artística y la rítmica, hasta el patinaje sobre hielo, la lucha o el boxeo. Cuando se conciben los deportes artísticos —como algunos de los señalados—, los críticos coinciden en su hermosa función. En los deportes más violentos, los menos frágiles y toscos, también hay arte. La armonía, la sincronización, la plasticidad de los movimientos, el lucir bien, es inherente a los atletas que logran una técnica depurada.
Alejo Carpentier analiza la cultura del deporte de masas y el clasista, donde solo aquellos con buenos recursos económicos podían ejercitarse en los clubes deportivos aristocráticos, en contraposición a los jóvenes de origen humilde, que en Cuba, antes de 1959, encontraban el consuelo en el béisbol y el boxeo:
Hoy, una institución como la Escuela Superior de Educación Física, “Comandante Manuel Fajardo” (ESEF), en la actualidad el flamante Instituto Superior de Cultura Física (ISCF), nos muestra cómo el deporte se identifica con la cultura, cómo es rama de la cultura, allí donde el estudio de la historia universal, del idioma, de las matemáticas, de la física, de las ciencias políticas, se emparejan con el estudio técnico no tan solo de los deportes, sino de las condiciones físicas y psicológicas que son necesarias al individuo que pretende practicarlos, usándose de sistemas de estudio, análisis y detección de facultades que dejan asombrado al visitante. [3]
La relación deportistas-artista y viceversa, sería interminable, aunque los hay al margen: ¿Quién recuerda a Sylvester Stallone en Rambo?, ese actor posee el infortunado récord de Premios Frambuesa. ¡Qué diferencia con “el artista” Javier Sotomayor, dueño de una técnica depurada, que lo convirtió en recordista mundial! ¿Cuál de los dos es más artista?, ¿cuál domina mejor la técnica del oficio?, ¿cuál perdurará?
La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas Jr., llevada a la pantalla grande, se convirtió en un clásico por la magnífica Greta Garbo, no por Robert Taylor, aunque su figura logre, aún con el paso del tiempo, la admiración femenina. ¿Reñidas la estética y el arte en el caso Taylor? Para muchos sí, pero dejaba su indiscutible huella.
Joe DiMaggio fue un jugador de béisbol de las Grandes Ligas, que cautivó durante su paso por el terreno. Jugó con una elegancia pocas veces vista. Todo lo hizo bien, de soltura envidiable. Sus récords son fabulosos, donde descuellan los 56 partidos consecutivos conectando de hit y disparar 361 jonrones con solo 369 ponches; una exclusividad. El difícil matrimonio con la escultural Marilyn Monroe, lo incorporó al mundo del espectáculo. DiMaggio fue un atleta donde la estética funcionó de manera excelente.
No fue así con Rocky Marciano, el más grande campeón profesional de boxeo en el peso máximo, en atención a su récord, invicto en 49 peleas. Inspiró varios filmes taquilleros, con una buena versión: Rocky I. Marciano quien más ganó y el que menos lució. Sin una buena técnica, de exigua plasticidad y mucha sangre derramada por los castigos recibidos, es inmortal por sus resultados, pero ningún especialista lo considera el mejor. Acuden a otros que brillaron con estética y un exquisito dominio de la técnica. Marciano fue un atleta digno, sin managers corruptos, ni se dejó sobornar.
Podemos equivocarnos, pero en la historia hay tres boxeadores del peso máximo que se movieron en diferentes tiempos y latitudes: los profesionales Joe Louis y Mohamed Alí, y el amateur Teófilo Stevenson. Además de poseer respetables récords, se destacaron por el dominio de la técnica, con una calidad depurada. Competían, pero también actuaban con fibra histriónica, plasticidad y naturalidad de excelencia para llegarle a los espectadores.
Lo estético-artístico del deporte no se resume en el plano exógeno, hacia los fanáticos, también en el endógeno. Fue fuerte la preparación física que necesitó Michael Jordan para encestar más de 50 puntos en los partidos de basketball. Su talento —como vimos anteriormente— pudo convertirlo en una excepción. Él salía a actuar a la cancha, igual que Michael Jackson cuando estaba horas y horas en sus bailes y cantos, con un gran gasto de energía. Al final, los dos quedaban extenuados.
El artista ensaya y el deportista entrena, pero ambos tienen que prepararse para salir a crear y hacerlo bonito, para convencer al público. Usted puede ser amante del baloncesto o no, pero no puede decir que Jordan no haya sido un artista de los pies a la cabeza, como Jackson; en estos casos las palabras huelgan. Una elemental consideración de los fundamentos del deporte, como el movimiento y el ritmo, nos lleva a las categorías estéticas de lo bello y lo armonioso, que en ocasiones alcanza lo dramático.
En la comunión deporte-arte-espectáculo hay asunto para analizar. Cuando un deportista famoso se considera más de la farándula que de su propio deporte, incorpora una dimensión fabricada por los medios de comunicación, que logran atrapar a las multitudes, destacando este o más cual aspecto de la vida privada del atleta. Los paparazzis persiguen tanto al pelotero famoso como al artista encumbrado, independientemente de su calidad. A veces los medios “fabrican” un cantante o un actor de cine, hay infinidad de ejemplos, pero el deportista tiene que partir de sus resultados atléticos y financieros para ser incorporado al mundo de la farándula. Solo así pudo José Canseco considerarse, inútilmente, un hombre de Hollywood, pensando en su atracción física:
Siempre me consideré más como un personaje de la farándula que como un beisbolista y siempre lo he hecho abiertamente. En ese entonces, a algunos no les gustaba que lo dijera, pero ahora tengo la impresión de que muchos han aceptado que pertenecen tanto al mundo del entretenimiento como al mundo de los deportes. Nunca tuve problemas para considerar al béisbol como un entretenimiento, de hecho siempre disfruté ese aspecto. La gente solía venir al estadio solo para verme durante las prácticas de bateo. Cuando la revista People me incluyó en su lista de las cincuenta personas más hermosas, simplemente me reí, pero creo que lo hicieron porque me vieron también como alguien de la farándula. Era una novedad. Medía seis pies, cuatro pulgadas, pesaba 240 libras y podía correr el tramo de cuarenta yardas en 4,3 segundos. Tenía un aspecto físico poco común para un beisbolista y creo que eso fomentaba la curiosidad que sentía el público hacia mí. Era algo evidente en las mujeres. Querían conocerme, hablar conmigo…y ver qué ocurría después. [4]
Los atletas son utilizados por los medios de comunicación, que andan tras las noticias, reales o falsas, pero de buena audiencia. Algunos viven en ese mundo superficial por cierto tiempo, mientras rindan y den beneficios a sus dueños, incluyendo los que se desprendan de la imagen pública. Después viven de las inversiones o los recuerdos. Los hay que, con el tiempo, comprenden el verdadero papel del mundo espectacular. La sobredimensionada relación Canseco-Madonna cubrió un amplio espectro informativo durante algún tiempo. Ahora, cada cual volvió a lo suyo: Canseco a su retiro y ella en la farándula. Eso sí, ambos con mucho dinero. Veamos cómo el estelar pelotero se considera un hombre de Hollywood:
Yo fui creado por los medios de comunicación. En la década de los 80, era una estrella de rock. Dondequiera que fuera tenía que llevar guardaespaldas. Lo tenía todo: el físico, la personalidad, todo. Era Hollywood. Cuando la mayoría de los aficionados pensaban en mí, no me veían jugando béisbol; pensaban: ‘Sale con Madonna’ o ‘Tiene un magnífico trasero’. Olvídese de cómo jugué una determinada noche; sabía que mi papel era dar a los medios y a los aficionados lo que realmente querían: una persona llamativa, con una imagen sobredimensionada y siempre se podía contar con que los medios exagerarían todo lo que yo hiciera. Siempre respondía a las preguntas con sinceridad y me expresé con el corazón, pero nunca tuve la sensación de que los reporteros me entendieran (es posible que muchos de ellos ni siquiera se esforzaran por hacerlo); la mayoría se conformaban con presentarme como una caricatura y un payaso, en parte porque era lo que sus editores querían; y porque eso incrementaba también la venta de los periódicos. [5]
En los tiempos actuales, la expresión estética es imprescindible para el éxito del espectáculo. Hay atletas que imponen su estilo y sistema de juego con elegancia, el buen vestir y su propia figura, en una estrecha comunión estética-deporte-aficionado. Indudable lo que aporta al buen desenvolvimiento del show. Volvamos a Canseco:
A la afición le gustaba ver beisbolistas como yo, o como Bo Jackson, o inclusive como Ken Griffey Jr., aunque él no era tan llamativo. Randy Johnson, con su estatura, era todo un personaje del espectáculo; también lo era Roger Clemens. Fueron personas que hacían que realmente valiera la pena el esfuerzo de los aficionados por venir al estadio y pagar el costo de los boletos y buscar un lugar para estacionar y comer perros calientes y bebidas gaseosas. Fueron las personas que hicieron que la afición pensara: Hoy, valió la pena venir. [6]
El deporte está relacionado con las demás manifestaciones artísticas. A la plástica no le es ajena ninguna de sus formas, desde el lienzo hasta la fotografía. El deportista necesita lucir bien para proyectarse al público. En los movimientos escénicos está la música, Amorós le dio ritmo a la educación física, Ling la convirtió en arte. No pocos deportistas se acompañan con música para sus ejercicios y movimientos danzarios. El sentido musical es inherente al deporte.
Países como Cuba, Brasil y Estados Unidos, con una proliferación de músicos y deportistas excelentes, lo demuestran en sus deportes nacionales:
Para los cubanos de los años veinte, los norteamericanos tenían su béisbol y ellos tenían el suyo y, aunque la pelota que se jugaba en ‘el Norte’ era superior por la diferencia en el tamaño de la población entre ambos países, ese no era necesariamente el caso a la hora de considerar la calidad del juego o del espectáculo en que se había convertido. A semejanza de la música cubana, el béisbol cubano tenía un sello propio que mantenía su independencia a pesar de que, en parte, recibía el apoyo del dinero norteamericano. [7]
También el deporte es una fuente literaria inagotable. El mundo interno del deportista, a veces desgarrador, ha sido plasmado con éxito por destacados escritores. Lo dramático en el teatro, el cine o la televisión, con sus técnicas delimitadas, representa la comunión con el deporte. Las manifestaciones artísticas y atléticas necesitan de una preparación previa, en los ensayos o los entrenamientos, con la acción, el diálogo y la representación. Quizás el diálogo se manifieste menos en la actividad deportiva, pues se proscribe en algunas disciplinas individuales, no así en las de conjunto, con constantes roces personales, donde necesitan comunicarse:
“Sabemos hoy tanto sobre los orígenes del béisbol en Cuba (…) gracias a su estrecha relación con la literatura, que ha preservado la huella de su primitiva historia en revistas, crónicas, novelas y poemas”. El ensayo o el entrenamiento, asumen el mismo significado; es vital la preparación. El aspecto medular de esta confluencia es la acción, el momento cumbre para el actor que representa un personaje o el deportista que se representa a sí mismo (ahí radica la diferencia esencial). Los sueños, las quimeras y los desvelos, tienen su realce en el momento del proceso artístico y en el deportivo. Deporte es acción, el arte también, con la competencia en el vórtice. El deportista compite sujeto a determinadas reglas. El artista lo hace consigo mismo y con sus posibles rivales en una obra, o que aspiren a obtener el papel.
En el arte y el deporte hay figuras no superadas, como Charles Chaplin con Luces en la ciudad, o Marlon Brando en Un tranvía llamado deseo. Otros interpretaron antes y después el Stanley Kowalski de Tennessee Williams, pero quedan a la sombra de Brando. Cuando leí sus memorias me sorprendió la poca entrega y falta de amor al trabajo; se proclamó un prostituto del cine. Causó asombro, pero reafirmó uno de nuestros criterios: el talento de algunos es tan grande que les permite hacer mejor las cosas sin desgastarse, otros con un mayor esfuerzo no pueden alcanzarlos. Brando es una excepción, como lo fueron Benny Moré o Luis Giraldo Casanova, en la música y el béisbol respectivamente. El talento y la perseverancia de Chaplin lo convirtieron en el más grande. Repitió más de mil tomas de cámara en busca de la perfección; ejemplo de dedicación, aunque le sobró ingenio. El inolvidable Charlot se esforzó más que Brando y ocupa el lugar cimero, reconocido por el propio Padrino de la pantalla grande.
En más de cinco décadas no se ha vuelto a ver un bateador de la talla de Ted Williams, conocido por su poco amor al béisbol, al que calificó como trabajo. Prefirió la pesca, disfrutaba a plenitud cuando cogía un buen pez, se sentía mejor que al decidir un desafío. Los grandes no marcan el camino, un mundo lleno de ellos hubiera desaparecido, o sería inmensamente mejor.
Infinidad de resortes dramáticos como la derrota, el dolor, el triunfo, la esperanza, el miedo, la alegría, el frenesí y la pasión, aparecen en el arte y el deporte. El deportista hace catarsis, es común al final de la competencia, cuando se desatan los nervios, también sucede con los artistas satisfechos o infelices por la obra que representaron, pero hay que diferenciar entre lo dramático y lo dramatúrgico, entre un drama en acción (el deporte) y un drama representado (el arte). En nuestros días, la separación se estrecha cada vez más, quizás desaparezca. Así lo reafirma Poyán Díaz:
Pero hay más afinidades todavía. La tan traída y llevada ley teatral de las tres unidades —acción, lugar y tiempo— resulta escrupulosamente observada en el deporte. El meticuloso cuidado con que los autores teatrales disimulan y ocultan el posible desenlace de la peripecia, corresponde muy estrechamente a la gloriosa incertidumbre del resultado deportivo que, por otro lado, puede ofrecer inagotables variaciones sobre el mismo tema sin repetirse nunca. [8]
En síntesis, hemos esclarecido el carácter sistemático de lo estético-artístico en el deporte. Hay que ser un verdadero experto para dilucidar las diferencias entre el ballet arte o deporte, o el patinaje sobre hielo, o la gimnasia rítmica. Lo estético-artístico generaliza en el plano interno y externo el mundo del deporte en su estrecha relación, casi biunívoca con el arte. Evidentemente, el ballet es un arte que descansa en las cualidades físicas y atléticas.
Frecuentemente escuchamos que el arte no es la verdad, pero se hace de verdad, los personajes concebidos toman vida en el cuerpo de los actores (en cine, teatro, televisión). Los pintores, escultores, músicos y literatos, trabajan en vivo. En la dramaturgia hay representación de personajes.
Carpentier supo vincular el arte, el deporte y la cultura:
En aquellos días leía Los orígenes del cristianismo de Ernest Renan, en una edición de once tomos. Pero esto no me impedía interesarme por la cultura de la pelota. Además de que, ahora, toda una literatura, toda una música se inspiraba en los deportes, produciendo obras como: Juegos, de Debussy, ballet inspirado por los movimientos de unos tenistas: Deportes y divertimentos, de Erik Satie; Rugby, poema sinfónico de Arthur Honneger; Los once ante la puerta dorada, de Henry de Montherland, en espera de los textos de Jean Prevost, futuro héroe de la resistencia francesa, que también magnificaban el deporte, sin olvidarse la pintura de Fernand Legar, cuyos cuadros se poblaban de ciclistas y nadadores. El poeta Blas Cendrars afirmaba que en el movimiento colectivo de gimnastas en un estadio, había tanta belleza como en un ballet. Nacía —renacía— toda una cultura del deporte…” (22) (los subrayados son nuestros). [9]
La buena obra del literato, adaptada al cine por el guión, es un éxito seguro, si los actores y demás personal que interviene en un filme tienen calidad. Recordemos El Padrino de Francis Ford Coppola, con la colaboración de Mario Puzo, escritor de la novela. Hicieron el guión juntos y aglutinaron celebridades como Brando, Pacino, Duval, Diane Keaton… A la vista del espectador los personajes eran reales, con una identificación plena, de mayor a menor —calidad como divisa— en sus tres partes. En la segunda, contó con la actuación de Robert De Niro, quien mereció el Oscar en esa cinta.
Filmes que representan, como ningún otro, las interioridades del mundo del hampa. Representaciones de una excelente obra literaria, con la rara virtud de serlo también en el cine. Sus personajes son de ficción, un mundo creado por la imaginación del autor, pero con una base real. Por tanto, coincidimos en que “el arte no es la verdad”, pero se hace de verdad, cuando se concibe con fines estéticos y aporta a la evolución del pensamiento.
¿Es la actividad deportiva la verdad? Pudiéramos responder que sí, pero profundicemos. El hombre no está todo el tiempo haciendo deportes, la hora de practicarlosestá delimitada, incluyendo a los que viven de él; creado para mejorar la condición humana. La actividad deportiva es concebida con el propósito de ejercitar los músculos, pero acude a la competencia. Ahí se demuestra la afirmación, el deporte es verdad, es un mundo real.
De cierta forma, el arte también lo es. En el año 2006 Hollywood hizo más de setenta mil millones de dólares, se dio la mano con algunas organizaciones del deporte profesional, holgadamente por encima del Movimiento Olímpico Internacional, en cuanto a ganancias netas. Entendamos bien: el hombre desarrolla el deporte realmente, pero no es una actividad cotidiana, sino creado para una función determinada. En ese sentido, podemos afirmar que el deportista es un artista que representa lo que los especialistas concibieron a través de la técnica.
¿Dónde radica la diferencia esencial? El actor representa un personaje; el deportista a sí mismo. Tom Hanks es Forrest Gump y Usain Bolt es Usain Bolt. El proceso de creación artística está presente en ambos, en el ganador de tres premios Oscar, más otras nominaciones y en quien ha pasado a la historia entre los mejores deportistas olímpicos de cualquier época.
Aunque los pasos del arte y el deporte no sean similares, se asemejan en los procesos psíquicos, así como el máximo desgaste físico e intelectual. No obstante, la mano puede cargarse más a una rama que a la otra, atendiendo a su ejecución.
El campo esencial del deporte es la ejercitación física. Del arte, el intelecto; uno no puede vivir sin el otro, pero en ambas manifestaciones se actúa, ninguna es la verdad exacta de la vida. Son fenómenos creados por el hombre con diferentes fines, mas con el tiempo se han identificado tanto, que pocos entendidos dedican sus espacios a diferenciarlos.
Notas:
[1] Félix Julio Alfonso López: La letra en el diamante, Editorial Capiro. Santa Clara, Cuba. 2005, pp. 36-37.
[2] Pierre de Coubertin: Memorias Olímpicas. Parte I. Discurso de apertura de los Juegos de Londres 1908.
[3] Alejo Carpentier: Conferencias. Deporte es Cultura. Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba, 1987. p. 281.
[4] José Canseco: El Hombre Químico, Regan Books. Una Rama de Harper Collins Publishers. Estados Unidos, 2005, p. 105.
[5] Ibídem, p. 130.
[6] Ibídem, p. 299.
[7] Roberto González Echevarría: La Gloria de Cuba. Historia del béisbol en la Isla. Editorial Colibrí. Madrid, España. 1999, p. 296.
[8] Daniel Poyán Díaz: Deporte y Juegos Olímpicos. Conferencia ante la Academia Olímpica Española. Madrid 1988, p. 36.
[9] Alejo Carpentier: ob. cit., p. 281.