Pasatiempo nacional le decimos en Cuba al béisbol, y es cierto que cuando la serie anual alcanza su punto más candente no quedan televisor, tertulia esquinera, partida de dominó, o discurso de sobremesa que no entre en sintonía con su aplastante dinámica. Riendo o rabiando con cada lance, gesticulando, se nos pasa el tiempo. Trazando estrategias, perfilando análisis estadísticos, pronósticos, cálculos de posibilidades, y hasta ofrendas a Elegguá —para que abra o cierre los caminos— consumimos otra cuota de lo entregado por Cronos.
Todo cubano es manager lego y al béisbol le entrega, con pasión, lo mejor de sus emociones y sapiencia. En los grandes perímetros urbanos, la práctica del juego y los debates se circunscriben, por lo general, a las idas y venidas de la serie nacional. Y cuando llegan los play-off finales, todo el mundo, con el corazón en la boca se atrinchera para combatir, desde cualquier tribuna, a favor de su equipo.
Pero en las áreas rurales no es así. Allí el juego de béisbol se practica en los casi siempre improvisados estadios (que entonces se llaman planes de pelota) dándole vida a ese clon que, también al amparo de un argot sumamente pintoresco y específico, conocemos como pelota de manigua.
Esta variante posee sus propias y delirantes reglas, como la que reza: “llegando y llegando la ventaja es para el corredor”, con lo cual se regula que, dada la escasez de árbitros para disponer de uno por esquina, si el corredor y la pelota llegan a la base en el mismo momento, el corredor es declarado safe, y eso lo determinan los propios jugadores, razón por la cual, dadas las parcializadas apreciaciones, pocas veces se alcanza el consenso y los partidos devienen sesión tumultuaria de boxeo.
Los planes de pelota son, entre otras cosas, la demostración del espíritu indoblegable del cubano, especialista en paliar lo imposible, con variantes de consuelo que acaban complaciendo a los indulgentes partícipes.
Un ejemplo: supe que en un lugar intrincado de mi provincia, llamado Maguaraya Arriba, los entusiastas atletas quisieron hacer su “novena” y se propusieron como primera tarea acondicionar como plan de pelota un pedazo de monte, labor que concretaron a golpe de hacha…
“Todo cubano es manager lego y al béisbol le entrega, con pasión, lo mejor de sus emociones y sapiencia”.
Pero se les complicó la empresa con un jiquí que no había manera de arrancar, entonces lo cortaron bien a ras con la tierra, le pulieron la superficie con un cepillo de carpintero y papel de lija, le dieron forma, y ese fue el home. Igual ocurrió con los bates, tallados a cuchillo con bolos de majagua o güira, pues son los palos donde más rebotan las pelotas, fabricadas también de manera artesanal, con un casco de goma en el núcleo, hilo y mucho esparadrapo.
Ese béisbol silvestre se juega, como ya dije, con un solo árbitro, situado por lo general detrás del pitcher, sin careta, peto ni rodilleras (atributos que a veces también le faltan al catcher), sin back-stop (baquetol dicen), lo cual ha generado la existencia, en algunos partidos, de un décimo jugador: el contracátcher, que debe detener las bolas que se le escapan al receptor, y hasta atrapar, como outs válidos, los trifaos (strike-fouls).
Sin uniformes ni spikes se desplazan los mocetones, a veces solo con ocho guantes, porque es lo que hay, y por lo general es el pitcher quien cubre “a mano pelada”. También sin cercas, en terrenos de irregulares y por lo general desmesuradas dimensiones, delimitados por campos de maíz o de caña, de manera que si un batazo pica fuera del maizal y luego se adentra en él, es tubey, pero si cae de aire en el sembrado es home-run. La conocida frase —que ingresó metafóricamente en la vida cotidiana— de que “la metió al maíz” cuando alguien hace algo desmesurado, parecido a batear un acromegálico home-run, tiene su origen en esa academia.
Y es que la pelota de manigua posee su propio idiolecto, por eso un jugador que se embasa con frecuencia es “jilero”; a una buena novena se le dice “un trabuco”; a una mala, “una ñosa”; a un pitcher curveador, “un garabato”; mientras alguien que atrapa todos los batazos es “un jamo”. En esa lengua se define y consolida un spanglish que, entre otras muchas expresiones, rebautiza a los outs como “aos”, al short-stop como “siolestop”, y al catcher como “queche”. Los verbos to catch y to pitch son “quechear” y “pichear” respectivamente. Y así hasta el delirio.
La historia recoge como primer partido de béisbol jugado en Cuba el que se celebró el domingo 27 de diciembre de 1874 en los terrenos del Palmar del Junco (Matanzas), pero algunos investigadores han precisado registros de desafíos anteriores a esa fecha. Lo que sí no conoce nadie es la génesis del primer juego de manigua, razón por la cual se me ocurre especular que la actitud humana que lo sustenta tiene su familiaridad con aquella que, a falta de mejores naves, nos puso a fabricar en nuestra infancia barquitos de papel.