El fracaso de una Cuba cubana capitalista
El refinamiento de la ideología cubana en la primera mitad del siglo xix había llegado con Félix Varela y José Antonio Saco a un punto culminante. El primero, independentista; el segundo, reformista: los dos querían una Cuba cubana por dos vías diferentes. El estudio de estos dos pensadores y de otros es esencial para entender el origen de ideologías que hoy se expresan de diferente manera pero con similar esencia. Varela, sacerdote católico, primer intelectual revolucionario, luchador antioligárquico y conocedor profundo de la Isla, a pesar de vivir una parte de su vida en Estados Unidos, puso la ética patriótica en primer plano; Saco, menos estudiado en nuestras escuelas, quedó superado por la Historia. En cualquier caso, ambos deberían ser más analizados en el presente, pues resulta imposible comprender en profundidad la ideología cubana actual sin el estudio de los orígenes y desarrollo de estas y otras corrientes que, con diferentes apariencias y circunstancias, se identifican con la revolución emancipadora, la evolución reformista y el entreguismo a potencias extranjeras.
Se han estudiado los anexionistas, aunque hay que contextualizarlos y distinguir tendencias, cuestión que no pocas veces se pasa por alto en generalizaciones superficiales. Por supuesto, el análisis clasista de la sociedad cubana resulta decisivo para entenderlo todo; ha sido el más aplicado, aunque no siempre con calado, actualización y cubanía. La ideología de Saco se quedó sin proyecto en el propio siglo xix y hoy tampoco lo tiene ni lo tendrá, mientras existan fuerzas imperiales intentando apoderarse de Cuba, lo cual no quita que los remanentes de esas ideologías actúen en la sociedad cubana.
Saco, que, como Varela, Heredia y Martí, por mencionar solo a los más relevantes, formó parte de los obligados a vivir fuera de su patria, se quejó de la incomunicación social entre los cubanos por falta de fraternidad hacia el más desvalido o el más necesitado en la propia Isla, un concepto apegado a la hermandad hacia el compatriota en la cercanía, diferente a la solidaridad, categoría referida a la adhesión circunstancial a una causa defendida generalmente en la distancia. Durante años, la Revolución ha inculcado la necesaria solidaridad para consolidar causas justas, pero eso no ha implicado olvidar la imprescindible fraternidad, e incluso sobrevivieron sociedades fraternales que la defendieron. Hoy, ante duras contingencias, el pueblo cubano ha demostrado que no solo es solidario, sino también fraterno, aunque algunas personas respondan de una manera a la solidaridad y de otra a la hermandad.
José Antonio Saco pasó buena parte de su vida criticando al régimen colonial con sus vicios, como la vagancia y la falta de cultura del trabajo, atribuidas por él a problemas con la educación, no a la instrucción, sino a la responsabilidad educativa; sus reclamos reformistas para un gobierno autonómico combatían de manera resuelta el tráfico negrero y a sus beneficiarios, quienes estuvieron entre sus principales enemigos. Por tanto, la unidad de los cubanos en torno a una patria cimentada en la educación cívica es también una ideología de los genuinamente reformistas y no solo de los revolucionarios.
En la obra de Saco se encuentran análisis sociopolíticos que aúnan pasión y rigor, pero tuvo una contradicción que nunca resolvió: se posicionó al lado del gobierno español, a sabiendas de que ni nos entendía ni nos quería, y nos usaba en régimen de explotación; por otra parte, aun cuando los representantes cubanos no fueron considerados en las cortes españolas y sus enviados coloniales a la Isla gobernaban con “facultades omnímodas”, el pensador bayamés desconfiaba de los métodos revolucionarios y temía al pueblo, especialmente a los negros. Como nunca se despojó de su condición clasista ni de su naturaleza racista, no llegó a ser lo suficientemente grande.
La desconfianza en el pueblo y el miedo a planteamientos radicales —que “van a la raíz”, no inmoderados, como a veces se suele confundir colocando lo revolucionario en la antinomia de la moderación—, han sido lastre de no pocos cubanos que quieren a la patria, pero no son revolucionarios o han perdido el empeño en esa línea, bien por cansancio, desgaste o agotamiento, o por convicciones personales. Aun cuando señalaba el desdén con que las clases más altas de la sociedad se referían al trabajo manual, un vicio de los “manos muertas” españoles heredado ridículamente por nuestra sacarocracia y sus petimetres, Saco nunca pudo sobrepasar esta crítica, convertido en una voz reformista clamando en el desierto cuando lo sorprendió el estallido revolucionario de 1868. Nuestros actuales “reformistas” —es problemático, dada la complejidad de ideologías, asignar etiquetas— no pueden o no desean ser radicales y, posiblemente, sigan desconfiando del pueblo.
“El pueblo cubano se forjó en la lucha antimperialista para defender la independencia y la soberanía de una patria que se hizo más socialista y más cubana en su accionar emancipador (…)”. (Valorar dónde ponerlo para que quede equilibrado con las imágenes)
Convencido Saco de que la esclavitud era el principal peligro para la estabilidad de la Isla, independientemente de lo inmoral de mantener el trabajo esclavo como base productiva de la sociedad, sus reflexiones se encaminaron a la supresión de la trata, fuente de ingresos de una parte poderosa de los funcionarios de la Corona. La extinción gradual de la esclavitud perjudicaba no solo a determinados propietarios de esclavos que no querían cambios laborales, sino a importantes burócratas coloniales. La introducción del trabajo asalariado y la sustitución de esclavos por obreros, con la creación del colonato en la agricultura cañera, creaba una manera moderna de explotación que sintonizaba con la concentración de capitales y tecnología hacia una mayor productividad, pero llevaba tiempo y adaptación; tal transición no fue asimilada por los más conservadores integristas, y el visceral odio a esas prédicas radicaba en que eliminaban de manera inmediata su fuente de ingresos. Saco estaba persuadido de que Cuba tenía todas las condiciones para ser una provincia española de ultramar, con idénticos deberes y derechos, gobierno y estatus, pero para ello había que estimular la inmigración blanca: su temor al esclavo y al pueblo gravitaban en su ideología.
Hoy nuestra estabilidad, sea cualquiera que sea la ideología de quienes defiendan una Cuba cubana, se decide en la fortaleza de la economía, y el principal peligro radica en la escasa capacidad productiva y comercial; entonces, para quien mantenga ideas patrióticas, aunque no sean revolucionarias, sería un contrasentido, más allá de insuficiencias y desacertadas gestiones propias, ponerse al lado de los que dañan a la economía cubana, y resulta imposible que alguien que ame verdaderamente a Cuba se manifieste a favor del bloqueo económico, comercial y financiero del gobierno de Estados Unidos, pues los sufrimientos recaen en el pueblo y las fuerzas extranjeras están en mejores condiciones para someter al país. No importa que ciertas adhesiones a las prácticas asfixiantes del bloqueo se traten de explicar en algunos casos no por intereses económicos, sino por dolorosas exclusiones y hasta represiones sufridas en la Isla: van contra la independencia de la patria.
Las prédicas e influencias de Saco alrededor de la década del 30 del siglo xix resultaron muy importantes en medio del desmembramiento de las naciones que ganaron la independencia de España en el continente. El sueño de Bolívar se había hecho añicos con la división entre Colombia y Venezuela, la conversión de la Presidencia de Quito en República de Ecuador sin integrarse a nadie, la abolición de la constitución bolivariana en Perú, el asesinato de Antonio José de Sucre en Bolivia, algunas traiciones a la unidad latinoamericana y la muerte del propio Libertador. Ya estos gobiernos no estaban dispuestos a ayudar a Cuba para su independencia. Dionisio Vives y Miguel Tacón como gobernadores absolutos, y Claudio Martínez de Pinillos, conde de Villanueva, como intendente, sofocaron todos los intentos de rebeldía en la Isla.
La labor periodística de Saco mediante El Mensajero Semanal, impreso en Estados Unidos y que circulaba libremente en Cuba en medio de la represión, contribuyó a reforzar el sentimiento americano y cubano. Su polémica con el científico español Ramón de la Sagra sobre la poesía de Heredia dejó claras las dotes del brillante polemista bayamés, al vapulear a su oponente hasta en disciplinas científicas a las que este se dedicaba, pero lo que se dilucidaba no era un asunto literario o científico, sino político. De la misma manera, la polémica sobre la creación de la Academia Cubana de Literatura, que lo llevó al destierro, significaba un debate en que manaba el orgullo de ser cubano. Ese orgullo por un progreso o éxito de la nación define al cubano raigal, aunque no sea un radical revolucionario.
No pocos criollos consideraban la anexión como paso previo a la independencia, o al menos una solución para salir de España, y hasta creían ingenuamente que aseguraba el progreso de la Isla. Saco criticó estas ideas y afirmaba desear una Cuba cubana; ponía el ejemplo del territorio de la Luisiana francesa, asimilada a la Unión, convertida en un estado más y hasta con otro idioma, por lo que consideraba que anexión era absorción y pérdida de la identidad y la cultura, además de la subordinación a un poder supranacional; aspiraba a una Cuba no solo rica e ilustrada, sino verdadera, con patrones y modelos propios que respondieran a su naturaleza histórica.
Obviamente, Saco también fue odiado y cuestionado por beneficiarios del comercio con Estados Unidos que pretendían unirse a ese país; criollos que no entendían, o no querían entender, prédicas que afectaran sus bolsillos. Decidido por la opción antianexionista, se autodenominó “El Mensajero del Tiempo” y en los últimos años de su vida defendió su reformismo político, carente de proyecto viable ante una metrópoli que no lo aceptó y rechazó todas sus propuestas para que la Isla alcanzara algo de autonomía, mientras el poderoso vecino esperaba que la fruta madurase. Ardiente y lúcido polemista, se sintió súbdito de España, y a pesar de ello, fue considerado por muchos integristas un traidor, ante la posibilidad de ofrecerles a los criollos cierto estatus de menos dependencia de la metrópoli, aunque fuera mínimo. Peor estaba frente a los anexionistas, que no lo toleraron. No en balde exigió para su tumba en el cementerio Cristóbal Colón en La Habana, un estremecedor epitafio: “Aquí yace José Antonio Saco, que no fue anexionista, porque fue más cubano que todos los anexionistas”. Si en aquel siglo no había proyecto para su reformismo liberal, hoy menos lo hay para una reconstrucción neoliberal. El único camino entonces para hacer una Cuba cubana era el separatismo, la independencia y una república soberana; en el presente, resulta necesario además un socialismo con características propias que construya la sociedad completamente justa proyectada por José Martí.
Ni siquiera después de 1902 podía existir un proyecto de Cuba cubana semejante al de Saco. El incipiente capitalismo nacional que este pensador quería impulsar para salir de la esclavitud, se convirtió al finalizar la centuria en una grosera dependencia del gobierno de Estados Unidos, mediante la intervención armada cuando los independentistas tenían bajo acoso a las fuerzas colonialistas españolas, o bajo el disfraz en la república dependiente de un hipócrita panamericanismo, respaldado por las políticas estadounidenses del Gran Garrote, la Diplomacia del Dólar y el Buen Vecino, entre otras, hasta 1959. Con la voracidad imperial en nuestras narices no ha sido viable un proyecto de capitalismo nacional para Cuba, y resulta difícil no advertirlo después del pensamiento fundador de Martí, del demoledor análisis de la esencia del sistema realizado por Carlos Marx y la creatividad y valentía de Fidel Castro. El tránsito de la sociedad esclavista a la socialista en Cuba pasó por un simulacro de capitalismo, dependiente del capital de Estados Unidos y sus gobiernos respectivos.
El pueblo cubano se forjó en la lucha antimperialista para defender la independencia y la soberanía de una patria que se hizo más socialista y más cubana en su accionar emancipador después de resistir la caída de falsos socialismos; una patria que debe diseñar su propia democracia, y hacerse próspera económicamente para conquistar toda la justica. Ha sido largo, y quizás demorado, el camino. Ya se sabe que el bloqueo solo desaparecerá cuando no tenga sentido para la política imperialista, nunca por buena voluntad, pues los imperialistas lo usan como elemento de chantaje para favorecer sus políticas, y solo lo desactivarán cuando se convenzan realmente de su fracaso, y tengan bien diseñada una estrategia que les permita lograr los mismos propósitos bajo un maquillaje mejor aceptado por la comunidad internacional, un cambio de táctica para tomar la fruta madura. El desarrollo de la economía por nuestros propios esfuerzos y el ejercicio cotidiano de una democracia participativa son las condiciones primeras para tener no solo una Cuba cubana, sino para todos los cubanos.