Federico Engels: Siempre un dragón, nunca una pulga
Podría empezar este texto citando que Federico Engels definió la libertad como el conocimiento de la necesidad, la manera que más me convence de todas las formas humanas que han existido para hablar del vuelo de una paloma o de una nave espacial. O escribir del conocimiento militar del germano que llevó a Marx a apodarlo El General. Basta esta anécdota para ilustrarlo: Marx y Engels seguían diariamente, por medio de los periódicos, la Guerra de Secesión en Estados Unidos e intercambiaban información sobre este conflicto bélico:
Lo que me desorienta en todos los éxitos de los yanquis —comentaba Engels— no es la situación militar por sí. Esta no es más que el resultado de la indolencia y la inacción que se nos revela en todo el Norte. ¿Dónde está en aquel pueblo la energía revolucionaria? Se dejan apalear, y se sienten orgullosos de las palizas que llevan. ¿Dónde hay, en todo el Norte, un solo síntoma que demuestre que aquellas gentes toman algo en serio? Yo no me he encontrado nunca con nada semejante, ni siquiera en la Alemania de los peores tiempos. Tal parece como si los yanquis se alegrasen sobre todo de ir a fastidiar a los acreedores de su estado.
Esta reflexión la hacía el 12 de marzo de 1862; en julio daba por perdida la guerra para el Norte y en septiembre, desde el punto de vista estrictamente militar, alababa a los ejércitos sureños. Marx, en esta oportunidad, discrepó de Engels; el 10 de septiembre, predecía:
Por lo que se refiere a los yanquis no hay quien me persuada de que no triunfara el Norte. El modo que tiene de hacer la guerra es todo lo que podía esperarse de una república burguesa donde hasta ahora ha estado entronizado el desbarajuste. El Sur, que es una oligarquía en que todo trabajo productivo corre a cargo de los negros y los cuatro millones de blancos son todos explotadores de profesión, sabe hacer las cosas mejor. Y a pesar de eso, apostaría la cabeza a que esta gente lleva las de perder.
Cosas inexplicables de los genios.
Podría hablar de Mary Burns (1821-1863), con la que Engels vivía maritalmente desde 1843. Nunca se casó con ella por ser consecuente con los criterios que sostenía acerca de los enlaces burgueses. Mary, obrera irlandesa, que le enseñó los barrios pobres de Manchester, que trató de cultivarse culturalmente para entenderlo mejor, que lo comprendía en su esencialidad humana, lo hizo muy feliz, y ella misma lo fue. Estaban por encima de los papeles y las normas sociales. En la noche del 6 al 7 de enero la joven muere.
“No es posible convivir largos años con una mujer sin que a uno le conmueva dolorosamente su muerte. Siento que con ella he enterrado todo lo que me quedaba de juventud”, le escribió El General a Marx. Como dato curioso está la relación que tuvo Engels con Lidia Burns (1827-1878), hermana menor de Mary, también obrera, apodada Lizzie, con la que se casó 24 horas antes de que ella muriera, quizás cumpliendo un deseo de una moribunda.
Podría contar cómo Engels hizo una partitura que nunca se tocó, pero que alguien conservó, y que era un adorador de la Quinta sinfonía de Beethoven. Además, practicó esgrima con algunos resultados y la equitación fue otro de sus amores, en los que también se incluyó catar vinos.
Podría hablar del hombre alto, de ojos azules, con un buen desenvolvimiento económico, bien vestido para la época, que disfrutaba de los placeres comunes de un ser humano y por eso vivió la vida, no transitó por ella.
Podría decir que amó intensamente y fue un amigo excepcional, tanto que terminó El capital, sin que se diera crédito alguno. Fue Vladimir I. Lenin quien lo hizo:
La publicación de estos dos tomos requirió de un trabajo extraordinario. El social-demócrata austriaco Adler expresó, con toda razón, que Engels, con la publicación de los tomos II y III de El capital, había levantado un monumento grandioso a su genial amigo, en el cual había inscripto, sin intentarlo, su propio monograma con letras imborrables. De hecho estos dos tomos de El capital son la obra de ambos, de Marx y de Engels.
Podría alabar esa amistad (única en la realidad o la ficción) que le profesaba él a Marx, que lo mantuvo durante décadas a él y su familia, causa por la que se dedicó al “vil comercio” mientras el amigo desarrollaba su obra cumbre. Y en esa muestra de entrega tradujo una buena cantidad de los textos que escribía Marx para los periódicos, porque tenía mucha más facilidad para los idiomas que el judío alemán.
Podría opinar, aplaudir su obra científica en solitario La situación de la clase obrera en Inglaterra (1845), Anti-Düring (1878), Del socialismo utópico al socialismo científico (1880), El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado (1884), Dialéctica de la naturaleza (publicado en la URSS, 1925) y Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana (1888) o con Marx, La sagrada familia o crítica de la crítica crítica (1844), Manifiesto del Partido Comunista (1848) y El capital, del que el segundo tomo (1885) y el tercero (1894) fueron terminados por él.
Podría escribir del poeta, de estos versos que escribió antes de conocer a Marx: ¿Quién es el que avanza luego con estrépito salvaje?/ Un moreno muchachote de Tréveris, un auténtico/ monstruo, avanza, sin pararse, a grandes saltos avanza / y truena, lleno de ira, como si quisiera asir / la vasta lona del cielo y a puño traerla a tierra, / ambos brazos extendiendo a todo lo ancho del aire,/ el recio puño apretado, blandiéndolo sin descanso, / como si diez mil demonios tirasen de su chaqueta.
Podría descubrir al caricaturista que publicó algunas de sus piezas e ilustran este texto. Los expertos dicen que también en esa rama hubiera podido desarrollarse.
Podría contar, como le dijo a un amigo, que “al lado de Marx me correspondió el papel de segundo violín”; pero fue el propio Marx quien le escribió en una oportunidad: “Te constan dos cosas: primero, que a mí me llega todo más tarde, y segundo, que no hago más que seguir tus huellas”. La afirmación vale para desmontar la consabida frase: el segundo violín. Federico Engels fue un hombre tan brillante como Marx… Hay que escudriñar la obra de ese grandísimo hombre, volver sobre sus cartas y escritos después de la muerte del amigo. A Pablo Lafargue, el 27 de octubre de 1890, Engels le enviaba una carta en la que comentaba el arribismo que existía en el partido socialdemócrata alemán:
Ha habido revueltas de estudiantes, literatos y otros jóvenes burgueses desclasados se han lanzado al partido, han llegado a tiempo para ocupar la mayoría de los puestos de redactores en los nuevos periódicos que pululan y, como de costumbre, consideran la universidad burguesa como una escuela de Saint Cyr socialista que les da derecho de entrar en las filas del partido con el título de oficial, si no de general. Estos señores practican todos el marxismo, pero de la especie que se conoce en Francia desde hace diez años, y del que Marx decía: “Todo lo que sé es que yo no soy marxista”. Y probablemente diría de estos señores lo que Heine decía de sus imitadores: “Sembré dragones y coseché pulgas”.
Puedo decirte, mi querido General, que siguen existiendo pulgas, pero también dragones que celebran tus 200 años de vida este 28 de noviembre.