La Academia de la Historia tiene que continuar siendo generadora de ideas
12/10/2020
La historia de los pueblos no es un amasijo inerte de acontecimientos. Es, por el contrario, savia insustituible en el crecimiento de las naciones, cuya impronta trasciende nuestra interrelación con lo contingente. Desde esta perspectiva —y sin intentar ser bola de cristal para predecir o acomodar el futuro—, se convierte en pilar irreemplazable en cuanto a manera de pensar, y nos adentramos en vericuetos de toda índole, en relación con los proyectos asociados al mañana.
Dicho de otra manera: no es posible sumergirse en senderos desconocidos, ni siquiera divisar en verdad el horizonte, si se está desprovisto de las enseñanzas que emergen del devenir del tiempo. Ello le confiere una doble significación a la historia: ser asidero y rampa de despegue. Un puente vivo, en permanente e inacabable construcción, entre lo que hemos sido y lo que deseamos ser.
Días atrás, la serie televisiva LCB 2: La otra guerra estremeció a buena parte del público antillano, entre otros aciertos por la manera en que abordó uno de los múltiples períodos de nuestra historia reciente que ha sido insuficientemente estudiado. Esta vez los personajes fueron presentados, por fortuna, desde su policromía humana, desterrando maniqueísmos y simplificaciones mediante los cuales —en no pocas oportunidades— se intenta explicar procesos dramáticos. Es evidente que hubo una rigurosa investigación que posibilitó el acercamiento a las esencias de figuras y sucesos, sin tener que recurrir a reduccionismos ni lugares comunes que nada aportan a la comprensión de estos hechos históricos.
Hace apenas unas horas vinieron a mi mente esas reflexiones. Primero, en el homenaje sentido que, una vez más, la Oficina del Historiador de La Habana rindió al Padre de la Patria en el 152 aniversario del 10 de Octubre. Ante la figura magnánima de quien no dejó de fundar hasta su último aliento en San Lorenzo aquel fatídico 27 de febrero de 1874, el doctor Félix Julio Alfonso López, Historiador Adjunto de La Habana, se adentró con fina prosa en aspectos fundamentales de la vida del prócer; en tanto ponderó el incesante quehacer desarrollado durante décadas por el inolvidable Eusebio Leal para reverenciar a quien consideraba “la piedra angular del arco” que sostiene la nación cubana, y por Emilio Roig, a quien Leal catalogó siempre, con enorme admiración, como “mi predecesor de feliz memoria”.[1]
Acto seguido, en una sencilla y emotiva ceremonia organizada por la Academia de la Historia de Cuba, se resaltó el carácter cenital que reviste el 10 de Octubre dentro de la historia nacional. Asimismo, fue celebrado el décimo aniversario de la refundación de dicha institución, la cual ha desplegado una labor sostenida durante ese tiempo en aras de contribuir a la elevación del papel de nuestra historia en el desarrollo de la cultura nacional.
La Academia de la Historia de Cuba representa la máxima autoridad en la investigación, estudio y promoción de la historia en el país, y tiene como objetivo y misión fundamentales salvaguardar nuestro legado histórico. Para ello cultiva, fomenta, promueve, divulga y verifica el estudio de la historia nacional, reafirmando nuestra identidad.
El doctor Eduardo Torres-Cuevas, presidente de la misma, resaltó el papel inconmensurable desplegado por Eusebio Leal para impulsar y concretar el resurgimiento de dicha Academia. Este suceso tuvo lugar un siglo después de su creación, el 10 de octubre de 1910, momento en el que solo la precedían, como conglomerados latinoamericanos similares, las de Venezuela, Argentina, Colombia y Perú. El apoyo brindado por el General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, fue fundamental.[2]
Torres-Cuevas, también director de la Oficina del Programa Martiano, rememoró las arduas jornadas en que un pequeño colectivo de reconocidos historiadores cubanos trabajaba para hacer realidad un sueño anhelado durante años. “El propósito, desde el comienzo, fue que estuviera integrada por profesionales con una vasta obra, poseedores del reconocimiento de la comunidad académica e intelectual por la solidez y rigor de sus trabajos. En el país existían otras organizaciones para los miembros del gremio, como la Unión de Historiadores de Cuba (UNHIC), pero la Academia tendría como condición su carácter selectivo, lo que en modo alguno le impediría trabajar estrechamente con numerosas instituciones de todo el país”, precisó.
Reconoció, en ese sentido, la excelente comunicación con la actual dirección de la UNHIC, y en particular con su presidente nacional, el MSc. Jorge Luis Aneiro, lo que se traduce en un clima idóneo para llevar adelante proyectos comunes desde las singularidades inherentes a ambas entidades.
“Una de las aportaciones que nos distinguió, con respecto a la Academia original, fue el hecho de concebir la figura del Académico Concurrente, que no existió antes, lo cual, habida cuenta de la cifra limitada de los Académicos de Número, nos permitiría incorporar a otros investigadores, siempre bajo la premisa de la calidad en su labor. Ello ha propiciado, en los últimos años, ir sumando, desde esos preceptos, a jóvenes y profesionales de distintas edades, lo que enriquece nuestro trabajo. En realidad, he meditado en varias ocasiones, tenemos ya dentro de la Academia al menos a tres generaciones diferentes de historiadores”, añadió.
En un análisis crítico del trabajo desplegado durante la década, el también miembro del Consejo de Estado reconoció que, con independencia de los resultados alcanzados, no estaba satisfecho. “Hay que concretar varios de los proyectos que nos propusimos y replantearnos nuestro quehacer desde la condiciones que impone la ´nueva normalidad´ producto de la Covid-19, no solo para Cuba, sino a escala global. No se puede estar de espaldas a los espacios digitales, con todos los desafíos que ello implica. La Academia tiene que continuar siendo una generadora de ideas. Los que acumulamos mayor experiencia nos sentimos estimulados, al mismo tiempo, con las potencialidades que sabemos están al alcance y con las nuevas hornadas de historiadores que se forman en nuestras universidades”, remarcó.
A la doctora Mercedes García, Académica de Número, le correspondió disertar en esta oportunidad sobre el 10 de Octubre, exposición que dedicó a Carlos Manuel de Céspedes en su desempeño como ideólogo y estratega de la Revolución que echó a andar en 1868. La sesión culminó con la entrega de los títulos de Académico Concurrente a los profesionales electos en julio de este año: Leidy Abreu García, Miriam Herrera Jerez, René Villaboy Zaldívar, Santiago Felipe Prado Pérez de Peñamil, y al autor de estas líneas.
En 2020, tristemente, fallecieron además de Eusebio Leal, único Académico de Honor, los Académicos de Número César García del Pino y Alejandro García Álvarez.
Junto a Torres-Cuevas, los Académicos de Número en activo son los doctores María del Carmen Barcia, Pedro Pablo Rodríguez, Olga Portuondo, Oscar Zanetti, Alicia García, Sergio Guerra, Rolando Rodríguez, Miguel Barnet, Lourdes Domínguez, Reinaldo Sánchez Porro, Mercedes García, Jesús Guanche, Ibrahim Hidalgo, Zoila Lapique, Gustavo Placer, Alberto Prieto, Arturo Sorhegui, Jorge Renato Ibarra, Yoel Cordoví, Edelberto Leiva y Félix Julio Alfonso.
Torres-Cuevas (2000), Zoila Lapique (2002), María del Carmen Barcia (2003), Rolando Rodríguez (2007), Pedro Pablo Rodríguez (2009), Olga Portuondo (2010), Oscar Zanetti (2011), Sergio Guerra (2017) y Alberto Prieto (2019) han sido distinguidos con el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas, galardón que también se les otorgó a César García del Pino (2012) y Eusebio Leal (2016). Los Académicos de Número ya fallecidos Jorge Ibarra Cuesta, Áurea Matilde Fernández Muñiz y Ana Cairo Ballester recibieron igualmente dicho Premio en 1996, 2008 y 2015, respectivamente.
La Academia cuenta asimismo con Académicos Correspondientes Nacionales y Extranjeros. Entre estos últimos se encuentran, por solo citar algunos ejemplos de esas relevantes personalidades, Louis A. Pérez Jr., profesor de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill; el ítalo-estadounidense Piero Gleijeses; el ecuatoriano Jorge Núñez Sánchez; el mexicano Carlos Bojórquez Urzaiz; el dominicano Roberto Cassá de Quiros, y el francés Paul Estrade.
Notas: