Pedro Páramo: Proyecto de una traslación al lenguaje coreográfico para Danza Contemporánea de Cuba
22/9/2020
Todo el mundo sabe que Pedro Páramo es una de las grandes obras de la literatura hispanoamericana. Todo el mundo sabe que marcó y tuvo una gran influencia en el desarrollo del realismo mágico y que, siendo una novela focalizada en lo particular mexicano, tiene un rotundo aliento internacional.
Creadores de variadas disciplinas la han adaptado a diferentes espacios y formatos (cine y teatro, fundamentalmente);[1] pero el presente texto no se detendrá un análisis de este tipo. Vayamos a lo que nos interesa: Comala, pueblo mexicano que es, sobre todo, un terreno simbólico, un Mictlán. Hay dos atributos que, en mi opinión, definen a Comala y a los personajes que allí se dan cita: la violencia y el delirio.
Ahora bien, cuando se habla de montaje coreográfico, se habla de ritmo. La danza es ritmo, algo que se reitera, que contiene un patrón. Uno, dos, tres. Tres movimientos, tres pasos hacia alguna parte. Uno. El dolor está en todo. Supera a la dicha, quizás porque la dicha es simple como la capacidad de pensar en nada. Dos. Todos estamos o hemos estado en un páramo. Tres. Una vez allí solo es posible caer antes de aspirar a levantarnos.
Los personajes de Pedro Páramo representan este espacio. Pero el espacio por sí no existe. ¿Qué es una esquina sin recuerdos? ¿Qué es lo real sin lo real? ¿Y el futuro? ¿Qué es el futuro? Lo peor del futuro es que tengamos conciencia de él, que anime nuestras esperanzas y que no habite la verdad sino una especulación.
Cuando se habla de montaje coreográfico, se habla de acciones que transmiten emociones: “Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías”.[2]
Si algo caracteriza la relación entre Susana y Pedro es la destrucción. Él se ha convertido en el señor de Comala por ella, algo que en sí no lo satisface, pero lo completa. Pedro está tan obnubilado por Susana que incluso se sirve de Fulgor Sedano para matar al padre de esta y aislarla, debilitarla, hacerla dependiente de él. Estamos ante una clara pasión destructora al estilo de las grandes novelas románticas. Pero este hombre que deviene un asesino, un ser sin escrúpulos, un rencor viviente es, por encima de todo (y esto viene a redondear su complejidad existencial), inseguro. Su egocentrismo es tan potente como su debilidad interior. Pedro combina el arquetipo latinoamericano del macho implacable con el del machista voluble y quebradizo, el montón de piedras que se desgrana.
La novela también se sustenta en el potencial de las mujeres que guían, como espectros sibilinos, a Juan Preciado por el laberíntico mapa de ultramundo. Mujeres marcadas por la maternidad, el sacrificio (Eduviges, Dolores, Justina, Dorotea, Damiana) y la devoción a Pedro Páramo. Los hombres, en tanto (Miguel, Florencio, Fulgor, Abundio), son los rivales del protagonista, otro elemento del liderazgo dictatorial.
Cuando se habla de montaje coreográfico, se habla de revelación, de algo oculto tras las formas, formas que adquieren dimensiones nuevas. En un montaje coreográfico llegamos a comprender cuánto de carnal hay en nuestro espíritu. También se habla de luz, de luces que generan relieves; y se habla de ilusión, de atmósfera, de ritualidad. Pedro Páramo lleva ya implícito este aliento, trasladarla a la escena no es sino acercarla a su medio ontológico con el apoyo de la selección musical, pues se sabe que la música es color, su discurso es sensorial y simbólico. Si la palabra nombra lo concreto,[3] la música lo convoca y la danza le otorga volumen.
La danza contemporánea, entre sus múltiples caminos técnicos, comprende uno con una expresividad basada en la ondulación y la fragmentación que es capaz de transmitir una ligereza más próxima a elementos naturales que el ballet, considerado el paradigma de lo clásico-académico-estructurado. Esta variante mezclada con una fuerte teatralidad gestual viene como anillo al dedo a la tentativa de danzar la novela de Rulfo.
Ciertas páginas de Pedro Páramo evocan los desiertos mexicanos. Hay abundantes diálogos, son escasas las veces en las que varios párrafos de más de cinco oraciones se suceden. Semejante paisaje parece sugerir la aridez de algunas zonas de la geografía mexicana y la aspereza que en ocasiones aflora en el carácter nacional. También dejan espacio a la incógnita, el viento, la ausencia, la muerte.
La muerte es una entidad en sí que abraza a los personajes. Es extraño que en el libro se describa cómo alguien está vestido o cuál es el color de su piel o la forma de sus ojos, pero el modo en que muere, sus vicios, sueños, obsesiones, son referidos con rigor.
La religión ocupa un puesto no menos sobresaliente en la figura del Padre Rentería. Al lado de la incestuosa Dorotea, él encarna la redención y ella, la culpa, y ambos escenifican el ejercicio de dominación que practica la Iglesia sobre los fieles. No pasa inadvertido que sea Susana San Juan, “la mujer de otro mundo”, quien desestime al sacerdote y rechace la salvación. En su lecho de muerte Susana se expresa desde una fuerza descomunal ante el Padre, y es que su demencia no pocas veces parece más un atributo que una incapacidad. Su demencia se vuelve arrojo frente a la imposición. Esta podría ser la llama que alentase el sentimiento obsesivo de Pedro hacia ella. Pedro, quien siendo tan rudo y tan todo lo demás, no llega nunca a comprenderla.
Bien, no se preocupen por Pedro. Todos los personajes tienen un motivo de frustración, lo que los posiciona en un estado más que anestésico, de estoicismo. El dolor se amortigua ante el hecho de haber cruzado el arco de lo posible. De ahí que nadie trate de evitar lo que vendrá, porque lo que vendrá ha ocurrido. Todo lo que iba a ser, es, y no hay cabida para el temor.
“Ya déjate de miedos. Nadie te puede dar ya miedo. Haz por pensar en cosas agradables porque vamos a estar mucho tiempo enterrados”.[4]
En Pedro Páramo nos asomamos a un laberinto de emociones. Por momentos, la novela parece representar la mente de un neurótico. Esta espesura estructural la enriquece y no dificulta los disímiles modos en los cuales cabe reescribir la historia. El lector, cualquier público, entiende que está ante una cartografía sensorial en la que todo se esclarece por la coherencia de la narración y la lógica del kháos.
Cuando se habla de montaje coreográfico, se habla de un lugar. La escena, al igual que Comala, es el lugar que consagra y genera las alucinaciones. El cuerpo, dentro de este perímetro, imita la forma. Nos debemos a un lugar que nunca es lo concreto sino nuestra definición de lo concreto bordada por un conjunto de personas y hechos. Eso es también nuestra identidad, una recortería de imágenes y teorías.
“Tengo memoria de haber visto algo así como nubes espumosas haciendo remolino sobre mi cabeza y luego enjuagarme en aquella espuma y perderme en su nublazón”.[5] Pedro Páramo es la historia de una posibilidad, la de vivir en la muerte, la de morir en la vida.
Aparte de El llano en llamas, compilación de cuentos editados con anterioridad a la novela en cuestión, Rulfo no volvió a publicar. Hizo caso omiso a la presión de los editores y se convirtió en cuerpo-espejo de una obra que de tanto regodearse en la muerte se mantiene en el centro de la cultura mexicana, latinoamericana y mundial; una obra poblada de personajes desgarrados, oscuros y rutilantes que se muestran con la sutileza de un espectáculo danzario mientras se expanden en las ondas de la perpetuidad.