Ernesto Lecuona en el piano de Huberal Herrera
6/8/2020
Cuba tiene un segundo Lecuona vivo, lúcido, un discípulo del maestro que, a sus noventa y un años de edad, toca el piano con la misma elegancia de siempre. Un hombre esbelto, fino al hablar, una mente clara que evoca los tiempos de antaño, como cuando conoció al eminente pianista nacido en Guanabacoa el 6 de agosto de 1895. Huberal Herrera es su nombre y en La Jiribilla tuvimos el placer de entrevistarlo.
Justo cuando se cumplen ciento veinticinco años de haber nacido el prestigioso compositor e intérprete habanero (a celebrarse este jueves), Herrera nos habla de la amistad entre Lecuona y Gonzalo Roig, otro grande de las melodías cubanas. Como dos polos opuestos, ellos se complementaban entre sí de manera increíble. Así lo confirman sus palabras: “Lecuona era de carácter más calmado, le gustaba la tranquilidad del hogar, había que ir a su casa; muy diferente al carácter de Roig, impetuoso. Trabajaron juntos en la orquestación y composición de obras”.
Un día, cuenta Herrera, los dos músicos tuvieron una discusión y Roig quemó una pieza creada por ambos llamada “Del Manglar”. Por años, Lecuona se resignó a haber perdido la partitura y continuó con su ingenio creativo. Hasta que, por azares de la vida, el propio Roig le dijo a Huberal que se preparase para interpretar aquella supuesta obra.
“Tengo entendido que no existe”, respondió el alumno del músico habanero “y ahí fue cuando me la enseñó”; solo había quemado la parte correspondiente a cada músico de la orquesta, conocida como particella. Para poderla tocar, explica el también profesor oriundo de Mayarí, tuvo que realizar una versión del piano, porque tampoco aparecía en la escritura. En la actualidad, es el dueño de “Del Manglar” y la conserva como uno de sus tesoros más valiosos e increíbles.
Entre los trabajos admirables de Herrera sobresale la recopilación de gran parte de la obra de su mentor en la música, en tiempos donde no había computadoras y escaseaban las cámaras fotográficas. Pasaba los días en las bibliotecas copiando símbolo por símbolo de una determinada partitura. Como perseveró en ese empeño, hoy en día se alza como uno de los virtuosos que más ha interpretado a Lecuona a lo largo de los años.
Comentaba que la pieza No.32 de su maestro es difícil de interpretar, para usted ¿Por qué?
“La dificultad no solo está en esa obra, sino en muchas. Me costaba trabajo porque la grabación no tenía calidad y la segunda parte es muy complicada. Con un ritmo que adivinar, lo que había allí, no era fácil”.
Y en cuanto a la complejidad musical de Lecuona como artista, ¿qué lo distingue?
“Tenemos que partir de que era un pianista extraordinario. Siempre lo fue. A Elisa, su hermana, le decían en la escuela que la técnica de Ernestico crecía como la espuma, como un merengue, tocaba dos o tres cosas y ya las dominaba. Era un lector a primera vista formidable también, le ponías una partitura para tocar y la leía casi perfecta, eso lo llevaba a escribir de una forma no muy fácil, que digamos.
“Mucha gente dice que Lecuona es difícil de interpretar porque fue zurdo, pues no lo fue. Eso sí, era un gran pianista y un buen pianista tiene que manejar la mano izquierda con la misma destreza que la derecha.
“¿Cómo pudo haber escrito tanto, con una vida tan complicada porque la casa siempre estaba llena de gente? Yo no lo vi, pero Orlando Martínez me comentó que componía mientras recibía visitas en el hogar. Tenía una facilidad enorme para eso; además de trabajar con Roig se valía de músicos como Pablo Ruiz Castellanos, Félix Guerrero. También, viajó mucho e hizo muchas giras fuera del país”.
La docencia como posibilidad de futuro
Antes de cumplir los cinco años de edad, Herrera ya había manifestado interés por el piano, por acercarse a ese instrumento enorme que, como un imán, atrajo al pequeño de casa. Incluso aún de bebé, al lado de su casa residía la profesora de piano Blanca Tamayo y, cuando los sollozos se volvían interminables, su madre lo llevaba con aquella mujer y enseguida se calmaba con las notas musicales, así cuenta a través de las palabras de su progenitora.
En su etapa de adolescente, a los quince años, comenzó a impartir clases debido a un plan especial destinado a las escuelas públicas que debían tener materias de música y educación física. Al respecto especifica: “El Ministro de Educación era Luis Pérez Espinosa y me nombra maestro de música sin sueldo en Marianao, yo lo pedí así. Allí estuve hasta cerca del año 1957 hasta que Lecuona me llevó a España, África y Asia. Estuve dos años por allá”.
“También en la década de 1950”, continúa “era pianista de radio CMQ, dirigido por Enrique González Mantis, quien me tuvo un gran cariño. Toqué gracias a él por primera vez el Concierto No.2 de Rajmáninov, el Concierto No.1 de Chaikovski y estrené una obra de Carlos Fariñas, que en aquel momento empezaba hacer cosas importantes”.
Y, a partir de 1959 ¿continuó como profesor?
“Fui contratado en 1961 por el Consejo Nacional de Cultura, en aquel momento el director era José Ardévol. Él aglutinó a un pequeño grupo de para que se escuchara la música culta en toda la Isla. Los únicos que quedamos vivos somos Leo Brouwer y yo, además de la pianista Ivette Hernández, quien hace años vive fuera de Cuba. Alicia Perea me dijo que tenía una tarea del Comandante para impulsar las escuelas de arte y `he pensado en usted, no me diga que no´. Entonces empecé. Después Miriam Cruz, la decana de la Escuela de Música de la ENA, se puso de acuerdo con mi hermana y me hicieron una trampa, yo no quería dar más clases porque llevaba mucho tiempo, pero caí en esa trampa y estuve allí hasta hace cinco o seis años”.
Los inicios
El punto de partida en la vida artística, afirma Herrera, fue a los nueve años junto a Carmen Solar en un recital, “así que desde ese entonces estaba bajando teclas”, sonríe. “Toda mi vida he hecho lo que me ha gustado”, asevera, “incluso estuve dos años trabajando en el ballet de pianista acompañante. Una vez Fernando Alonso me dijo en Moscú, a modo de broma, que había encontrado el ballet para mí, Espartaco”, comenta y regresa la sonrisa a sus ojos al rememorar esos tiempos imborrables para su memoria. En 1951 se graduó de Doctor en Derecho por la Universidad de La Habana y, durante un tiempo, llevó de conjunto la música y la abogacía, hasta decantarse por la primera como centro de vida. Cuando conoció a Lecuona, este le dijo: “Tú tienes un talento poco común”, lo cual le reafirmó la validez de su decisión.
¿Cuánto tiene que agradecerle Huberal Herrera a la vida?
“He hecho lo que me ha gustado. Tengo noventa y un años cumplidos y los miembros de mi familia han durado, máximo, hasta los ochenta y dos. Pensaba que eso me tocaba a mí, pero no, pasé y voy no sé hasta dónde. He tenido una vida muy tranquila, me han hecho muchas cosas malas, de todo, pero no me las tomo muy en serio. He trabajado para estar a un nivel que otros, que han hecho menos, han alcanzado mejor; pero no me importa, es lo que me toca. Aconsejo que no cojan lucha con nada y que hagan todo con amor”.