Protagonizada por el importante realizador Luis Alberto Lamata, y cinco de sus mejores películas, entre las cuales abundan las históricas, la Muestra de cine venezolano regresa a Cuba entre el 17 y el 27 de este mes, en la sala 1 del multicine Infanta. Para la inauguración se eligió Bolívar, el hombre de las dificultades (2013) financiada por la productora Fundación Villa del Cine, y que se ambienta en 1815, cuando El Libertador, pobre y exiliado, vive en una posada de Jamaica, con unos pocos seguidores.
Lo mejor del filme está provisto por un diseño de personajes que jamás se deja impresionar por el mito. Así, Bolívar se presenta como un personaje contrariado, distinto al eterno triunfador que hemos visto en tantas películas históricas. Sin dinero, Bolívar tiene que viajar a Jamaica y a Haití, rodeado de subordinados que lo insultan y tratan de matarlo a traición. Es un hombre inflexible y manipulador que se equivoca y siente miedo, se cuestiona la igualdad femenina y el fin de la esclavitud, porque se trata de un ser humano enfrentado a circunstancias históricas que muchas veces lo desbordan.
Especializado en el cine histórico, con Jericó (1991) —contado desde la perspectiva de un prelado que intenta transformar el mundo de los indios caribes, en la intrincada locación selvática—, Luis Alberto Lamata se proponía una meta tan ambiciosa como filmar la conquista, el encuentro entre dos mundos, la ruptura con la idea católica del pecado y el infierno, el conflicto entre los conceptos de civilización y barbarie a partir de la historia de un fraile dominico que, en el siglo XVI, es el único superviviente de una expedición que salió en busca de los míticos Mares del Sur. Gracias a su fe cristiana y a su ardor misionero se integra con los indios caribeños, hasta que, tras un incidente con el jefe de la tribu, se ve obligado a huir con su mujer y su hijo. Es detenido por los soldados españoles y acusado de hereje, lo que significa inquisición y tortura.
Luis Alberto Lamata es uno, entre varios cineastas venezolanos como Alberto Arvelo y Román Chalbaud, que enaltecieron el cine histórico nacional desde la corrección profesional en cuanto al guion, la fotografía y la música en estrecha relación con la época, mientras se comprometían con el acercamiento verista al testimonio de los sucesos reales. Además de las mencionadas: Bolívar, el hombre de las dificultades y Jericó, Lamata presenta otras tres producciones en esta Semana: Desnudo con naranjas (1995), Taita Boves (2010) y Azú, alma de princesa (2013).
Desnudo con naranjas retoma el sangriento siglo XIX venezolano, lleno de guerras, brujerías y supersticiones, a través de los personajes de un indio y una blanca que deciden abandonarlo todo para amarse libremente, pero la transgresión se paga cara, y la guerra, las circunstancias y el bilongo que porta la perdición, les impiden su propósito. La historia como tragedia se percibe también en Taita Boves que retrata al enigmático histórico José Tomás Boves (1782-1814), un militar nacido en Oviedo, España, y que participó en la Guerra de Independencia de Venezuela durante la Segunda República a comienzos del siglo XIX. Azú, alma de princesa retrocede más atrás, al año 1780, cuando un grupo de esclavos huye de una hacienda cañera y son perseguidos por Don Manuel Aguirre, hacendado que se obsesiona con Azú, la hermosa esclava con un regio linaje.
El realismo pesimista típico de Roman Chalbaud en filmes clásicos como El pez que fuma (1977), obra maestra del cine venezolano en la llamada Edad de Oro, reaparece parcialmente en otros de sus filmes históricos El Caracazo (2005), Zamora, tierra y hombres libres (2009), Días de poder (2011) y La planta insolente (2015). En la anterior relación se cuentan algunos de los filmes más caros en la historia del cine venezolano, pero en esta Semana solo se exhibe La planta insolente, que se ambienta en 1902, durante la invasión extranjera, cuando el presidente de Venezuela, Cipriano Castro alertó al pueblo sobre la planta insolente del extranjero que había profanado el suelo patrio. Desde ese momento, surgió el conflicto entre Venezuela contra seis de las mayores potencias mundiales.
El miniciclo de cine histórico, insertado en la Semana, concluye con Maisanta, nace la leyenda (2016), de Miguel Delgado) sobre un joven de 16 años cuyo carácter se forja entre intensas historias de amor y traición, hasta que se convierte en líder de la nueva revolución de los pobres contra el recién instalado “progreso”. Aquel joven blanco, de pelo amarillo, a quien muchos llamaban “el americano”, fue también oficial del gobierno de Juan Vicente Gómez, pero deserta e inicia sus actividades guerrilleras en contra de tal dictadura.
Y el cine histórico está harto representado en la Semana, también veremos un melodrama y una comedia, dos de los géneros más extendidos en cualquier cinematografía latinoamericana, y la venezolana no es excepción. A pesar de que la ideología falocéntrica y heteronormativa suelen ser confirmadas a través del melodrama, el filme venezolano Azul y no tan rosa (2013), de Miguel Ferrari) apuesta por la ruptura del tabú con respecto a la homosexualidad masculina mediante la historia de un joven padre que, después de haber embarazado a su novia en bachillerato, se declara gay. Al paso de los años, cuando ya vive con su pareja homosexual, tendrá que convivir con su hijo que se ha criado lejos de él, en España.
A través de los códigos del melodrama filial, con su tipología de padres e hijos en conflicto por diferencia de valores, y su iconografía concentrada en los espacios domésticos, Azul y no tan rosa discursa sobre las dificultades para la aceptación y la necesidad de la misma con el fin de establecer nuevos y armónicos modelos de relación parental.
Las comedias costumbristas, pueblerinas y barrioteras, suelen convertirse en los filmes más taquilleros del cine venezolano. Algo similar ocurre en Argentina, México, Brasil o Cuba. En la Semana tenemos un botón de muestra venezolano: El Dicaprio de Corozopando (2017), de Luis Octavian Rahamut) que se ambienta precisamente en un pequeño pueblo así llamado, Corozopando, en pleno corazón del llano venezolano, donde vive un niño llamado Rubén Darío cuyo talento le dará, tal vez, prestigio al pueblo y lo inserte en el mapa del mundo. Así como está insertado, desde los años setenta al menos, el cine venezolano entre las mejores tradiciones audiovisuales del continente.