Veinte hojas de un calendario
26/8/2019
Una nueva antología: La isla de los peces blancos. Veinte años del Premio Calendario de Poesía llega como resultado del trabajo de Ediciones La Luz, un volumen que agradecen los lectores cubanos, pues contiene una muestra del quehacer de los merecedores de este galardón. El libro, publicado en 2016, fue una vieja aspiración del poeta Ray Faxas y la editora Margarita Mosquera, quienes quisieron compilar la poesía generada en la primera década de existencia del premio, ese intento fallido viene a realizarse otra década después, cuando el premio celebra su veinte aniversario.
Como propuesta, La isla de… es como una casa con las puertas abiertas, invitaa a los nuevos poetas para que lleguen cada año con sus versos y se pueda seguir definiendo a Cuba como una isla de las palabras. En la introducción, Margarita Mosquera señala algo interesante referido a la historia de este premio y sus objetivos: “estimular la creación de los jóvenes valores, en momentos en que apenas existían opciones de publicación para ellos, ha permanecido fiel a su propósito original, y nombres que hoy son imposibles de dejar de mencionar cuando se habla de literatura cubana, entregaron sus primeros legados a Calendario”.
Estos criterios tienen clara la visión acerca del futuro de nuestra literatura, con la inclusión de nombres, libros, poéticas que aportan nuevos caminos en el quehacer literario cubano. Mosquera hace referencia a elementos comunes como: “ha sido un espectro amplio de la literatura cubana más joven, encabezada por autores nacidos a partir de los años sesenta, que debe ser la generación que marque el futuro en todos los órdenes de la sociedad cubana e, incluso, está marcando el presente, sentando pautas, rompiendo códigos, escribiendo de otra manera temas de nuestra cotidianidad, de nuestro país, que por el arte de su pluma y su ingenio son transformados en universales.”
Es Roberto Manzano el encargado de prologar esta muestra poética. Como nos tiene acostumbrado, el ensayista realiza una profunda valoración de los autores y de su obra, de las características y maneras de asumir el hecho poético. En sus palabras confirma la importancia de la isla para los poetas cubanos, tema que ya tuvo su antecedente con la publicación de La isla en versos: Cien poetas cubanos (Ediciones La Luz, 2011) donde se recogían cien bardos cantándole a la isla y al espacio insular.
Entre los incluidos, es Juan Carlos Valls quien inaugura estas páginas como el primer ganador del Premio Calendario, en 1996, y justamente en sus primeros versos se lee:
esta es la gloria / lugar de quieta agua en la mañana / sitio para el reposo / donde turbios pájaros van a aquietar su alma / y consolar su hambre / herida por la farsa de estos tiempos.
Un canto a la isla marcado desde la descripción de espacio de nostalgias e idilios. Del mar que sondea en la arena, dejando su marca en los arrecifes, dejando una huella del desgaste, del tiempo. Un tema que sostiene José Felix León, cuando en el poema “Los hermosos muertos que agitan el mar”, escribe:
yo busco el rastro que dejan en la playa / su vanidad de grupo reducido agitando el mar
un sitio para mi cuerpo / que espera como un vaso guardando su flor seca.
En 1997, el premio lo mereció Javier Marimón y en su texto también está presente lo insular:
En el puerto los hombres voceaban. / Yo no tuve a nadie que me despidiera, / pero sentía que todas esas voces se agolpaban por mí.
Un motivo recurrente en nuestra poesía es el viaje, las despedidas, el puerto y un viajero que llega o se despide. Tema que alcanza coronación en Dulce María Loynaz, cuando escribe ese fragmento acerca de la soledad: soy como el viajero que llega y no lo espera nadie.
En ese año también merecieron el premio Atilio Caballero, quien hace gala de síntesis al escribir:
Imagínate que eres un estanque / con peces que nadan hacia atrás / Ignorando el alcance del ojo.
En la poesía de René Hechavarría también el tema del viaje encuentra otro instante de indagación: un pasajero olvidado en el andén. Esta triada componen otra hoja de este calendario, otra marca de agua.
Reynaldo García Blanco (premiado en 1998) le canta a “El mar y Homero: Todo se mueve por amor”
Y también vi como la tempestad ha empujado verticalmente / un barco, con la palma de su mano, hacia el fondo del mar / y sobre la jangada sólo quedaba un hombre que no decía adiós / ni daba vivas.
En ese mismo año Antonio Armenteros dibuja “Siluetas”, que:
El mar que lamía los cuerpos no responde, las playas hacia un / ultimo sendero languidecen. Era el rastro cierto hasta sus manos, / nuestras propias frases por los ojos.
Dentro de La isla de los peces blancos…, los autores también hacen gala de un recurso bastante común en la época contemporánea: la intertextualidad. De esta forma, Eduardo René Casanova, también merecedor del premio en 1998, le dedica su “Conversación muy personal con la gloria” a Juan Carlos Valls:
Siempre quise imaginar otros horizontes / donde la tristeza no impulsara / las almas hacia el negro horizonte.
Luis Manuel Pérez-Boitel, Alpidio Alonso e Israel Domínguez, fueron los acreedores del Calendario en 1999. Tres nombres que han sostenido una obra relevante en el panorama de la poesía cubana. Donde se insertan con sus cantos a la isla de los peces blancos y sus verdes fronteras.
Un fragmento del poema de Pérez-Boitel nos recuerda un tanto al poemario Casa que no existía de Lina de Feria:
La huella que me conduce al polvo milenario / será que es fin de siglo / y la casa será otra casa y el árbol / y las cosas que dejamos por azar en el olvido.
Mientras Alpidio realiza un homenaje a uno de los grandes poetas cubanos: Ángel Escobar.
Tus predilectos seres adversos. / Tus predilectos seres conversos / Tus predilectos seres dispersos.
Dispersos, conversos, adversos, / tus predilectos seres.
Mientras Domínguez pondera el viaje nuevamente:
Un barco anuncia su partida. / Es la hora del regreso. / Llegar a un sitio es volver al mismo./ El viaje siempre ha estado en mí.
En el año 2000, otra tríada de autores fue coronado con el Calendario: Manelic Ferret, Edelmis Anoceto y Julio Mitjans. Manelic Ferret apela a la “Desmemoria”, cuando hace un balance de las perdidas, del tiempo y de su paso inexorable:
He perdido treinta años treinta suertes treinta intentos de no perder algo que llamaban la esperanza.
La casa vuelve a ser motivo de inspiración poética, para Anoceto es un sitio resguardado: ante tus ojos pasa la casa cuidada por corceles, bellos potros sedientos de nostalgia.
Mientras que para Mitjans se reitera el tema insular y su presencia en los testimonios poéticos cubanos:
También tenía un puerto, un esclavo de agua, / un ídolo, / una flor siempre escurridiza.
Michael H. Miranda, Liudmila Quincoses y George Riverón lo obtuvieron en el 2001. Cada uno de ellos aporta al discurso poético cubano nuevas perspectivas y ofrecen nuevas rutas de lectura en los inicios de un nuevo siglo y milenio.
Para el narrador y poeta Michael H. Miranda, lo terrible es pensar y descubrir otra verdad: Pienso en la isla, la dejo atrás, pero la cargo en la espalda y no lo supe. En el caso de Quincoses se detiene en una de esas mujeres donde vida y poesía tienen la permanencia de la muerte: A. Storni, a ella le escribe:
Refleja el cielo como un espejo al mar, / con idénticas olas de nubes, con atardeceres, / con silenciosas piedras de luz. / Desde mi habitación en sombras veo el mar, / como una mentira. / Algún día iré hasta su orilla, me dejaré arrastrar a lo profundo. / Como un amante antiguo devolverá mi cuerpo / en la mañana, / impregnado de Luna y raras algas.
Temas como el amor, la muerte, la soledad están presentes también en el discurso de George Riverón, quien se pregunta: pero qué hago yo con el amor / donde pongo esta tristeza / que usted me deja / este sabor a musgo / a tierra / alcanfores de palabras en un mar inmenso / peces hermosos y plateados / que me miran con sus ojos tiesos / suplicantes.
Al año siguiente los nombres que se sumaron a la lista del Calendario fueron los de Livio Conesa, Dolores Labarcena y Abel González Melo. En Conesa se expresa un diálogo con su sombra: no estoy solo: sola mi sombra pareja / (tengo mi sombra) / dos veces / el mismo rostro de ambos lados.
Labarcena escribe textos casi narrativos, donde sobresale, por la manera de describirlo, un tema de profundo dolor, pero con la belleza de la buena poesía y los aportes de los recursos de la narrativa.
En la sinfonía del ahogado, casi una línea, y se buscan en la trasmutación de las aguas, o en la apertura de la sombra. Ninguna senda es un camino, ninguna sal. Tras la espuma, el hijo del ahogado, la sien danzante. Suelo sentarme al fondo de esa fila, hay que sentir la música, abrirse de espaldas. Y sube el tamiz de los equilibrados —donde negaron el ojo—. Y caen sobre los pájaros, aquellos cuerpos, su faz adormecida, la otra edad.
“En el otro extremo del caballete” resulta una pieza peculiar de Abel González Melo:
Los ojos templados / del hombre no les dijeron / más que acaso, más que ocaso.
Leonardo Sarría, Mariela Pérez-Castro & Filiberto González y Eduard Encina fueron los autores premiados en el año 2003. Sarría se interroga, realiza preguntas de las cuales desconoce su respuesta:
¿Cuándo, Señor, / cesarán de agobiarme / las naves que se alejan? / He envejecido así / inmóvil aunque suenen / en el océano las tibias flautas.
El dueto Mariela y Filiberto concentra sus textos en el paso del tiempo: Unas cuantas piedras sin una posición bien / estructurada, conforman lo que fue una iglesia. Y Encina escoge a otro poeta de profunda significación para la cultura cubana, Lezama, y escribe “Devorando a Lezama o el fondo de la isla” e indaga otra vez en el tema de la isla: Mesa mantel insular que discurre en el ojo donde los gestos son una profanación del agua.
Al año siguiente fueron René Coyra y Herbert Toranzo los creadores que merecieron el Calendario con Pensamiento primitivo y Poemas casi humanos, respectivamente.
En el primero de ellos, uno de los poemas “la piedad”, se destaca por la fuerza de la historia: recogía guijarros en la orilla como un niño pobre, / reunía caracoles y pensaba en la música que deja el mar / sobre el diente de perro / en los charcos de la roca / mojaba su cara / y las aguas le servían como espejo, hablaba solo y solo dormía sobre la yesca del monte / y era bello, aunque amaba como un hombre feo, sin paciencia.
En Poemas casi humanos el juego proviene de la ironía, como en La importancia de no llamarse Ernesto, donde inicia: Un poco más / y tengo las iniciales de Truman, / la depravación de Maquiavelo / y el gusto por las flores de algún desconocido.
Otros tres autores, fueron los seleccionados en el 2005, las obras de Isván Álvarez, Ian Rodríguez y Luis Yuseff (uno de los compiladores del volumen), tributan a un retrato de grupo de esta década. Isván dedica un poema a “La noche”, donde la compara con una balanza de cuerpos solitarios. Ian Rodríguez se cuestiona si vale la pena buscar compañía para al final quedarse solo, si con nada podrá retener el tiempo, si no podrá persuadirla de vivir juntos.
De Luis Yuseff “Navidad feliz navidad” resume el miedo, la soledad, la búsqueda de la felicidad, intento inútil: Horas sin fe: / extensas como los mares del miedo, / aguas que me traerán de regreso / sin haber encontrado nada que fuese feliz.
A partir de 2006, cuando se abre la segunda década del premio, se suman nuevas voces al coro de la poesía cubana. En este año son reconocidos los poemarios de Isaily Pérez, Leymen Pérez y Maylen Domínguez.
De Isaily conmueve “El cielo protector”, poema de largo aliento que posee las reminiscencias de la cultura helénica y su nombre es también un libro de Paul Bowles. La obra de Leymen dialoga con conceptos como patria, identidad, colonización, muerte…y también aparecen figuras como Chejov o Martí. De Domínguez es propio el sentimiento hacia la isla y los espacios que ocupa, como en el fragmento:
Qué sería de mí / torpe y silente, / cómo se harían mis noches insulares / sin este canto que abriga a algún dolor / aunque no salva.
Fabián Suárez, merecedor del premio por el cuaderno Heroica de la bestia, donde un canto de sirena embruja al marinero y lo conmina a hacerse de un espacio en la isla. A partir de este momento, solo un autor es premiado cada año.
Isla que se engrandece a medida que nuevos testimonios del sentimiento insular se suman en esta convocatoria. Como plantea Mariene Lufriú en “Tristezas del ausente”:
Duele dejar la isla chica / de las primeras palabras, / el único techo / y el calor más sano.
En 2010, Sergio García Zamora integró la Colección Calendario con el libro Poda, del cual se escogen algunos poemas que permiten apreciar la fuerza de este gesto primero. Un año después, el Calendario le correspondió a Maylan Álvarez por Naufragios del San Andrés libro que incluye un poema-homenaje a Regino Pedroso.
Chupar la piedra, el cuaderno con el que Legna Rodríguez obtuvo este premio, puede ser considerado un libro enmarcado en una corriente más experimental que el resto de los incluidos en La isla de los peces blancos…, en pocos años, Legna logró mostrar una poética muy personal y un rompimiento de esquemas con respecto a la tradición de la poesía cubana.
La poesía de Yanier H. Palao es casi narrativa, sus textos logran contar una historia como si fuera un cuento, en sus poemas la marca insular es muy fuerte y “Esteros” es la prueba de eso:
Somos como esas islas en medio del océano, pedazos de tierra que parecen flotar, que gritan desde los mapas.
Durante los últimos años, los autores que alcanzaron el Calendario son Karel Boffil, Heriberto Machado y Antonio Herrada. De Boffil es el cuaderno Ventana tropical, desde donde se asoma a: este mar estalla / a mi lado y si el mundo / acaba no habré / dicho nada en mil / poemas o al menos / nada con suficiente / energía para cambiar / la Verdad.
El poema “Nacido muerto” que da título al libro de Heriberto Machado tiene la consistencia de versos escritos con cierta rabia: Ya todos mis recuerdos son cavernas / como toda sentencia es desistir / Oh madres, ya es hora de parir, / que el negro aborto salga entre sus piernas.
En el cuaderno de Antonio Herrada, el autor explora hacia una línea discursiva que engloba lo poético, pero tratado desde una aparente sencillez que se convierte en el principal recurso del libro. El tratamiento al hecho poético parte de esa lectura del entorno y de una extraña relación con el espacio natural, porque la correspondencia entre la geografía y la poesía adquiere para Herrada una significación que lo distingue.
Con la obra de estos autores, premiados a lo largo de dos décadas de existencia del Premio Calendario, podemos hacernos una idea del quehacer poético en Cuba en la etapa de transición del siglo y el milenio, y cómo la obra de estos jóvenes autores dialoga con la tradición de la poesía cubana. La isla de los peces blancos… es como el catálogo de una exposición, hay diversidad de estilos, marcas, maneras de presentar un cuadro, sea desde un boceto hasta la obra terminada, o una instalación, o un performance. Todo esto hace la poesía.
La publicación de esta compilación permite que los lectores cubanos puedan apreciar, a través de un premio, el crecimiento poético alcanzado por los más jóvenes. Por supuesto que en La isla de los peces blancos… no están todos los autores jóvenes en el campo de la poesía, sino aquellos que en su momento obtuvieron el Premio Calendario.
Desde la cubierta está sugerido el tema, una casa-barco-isla habitada por todo tipo de animales, una especie de Arca de Noé tropical que nos brinda Víctor Manuel Velázquez, un artista que ha trabajado la isla desde esta lectura personal.
Es también el agradecimiento para los compiladores, primero Ray Faxas y Margarita Mosquera, quienes intentaron plasmar la huella del Calendario a través de una muestra de su primera década y después a Luis Yuseff, encargado de la selección de la segunda etapa. Este trabajo compilatorio ha sido una de las tantas virtudes que viene alcanzando y perfeccionando la editorial La Luz, que lástima que muchos ojos no sepan advertirlo, la respuesta puede ser que, cómo la luz viaja a una velocidad tan prácticamente fugaz, pasa frente y no se percatan.
La utilidad de una muestra así es enorme. Permite la lectura, el disfrute. Es pieza útil para investigadores y especialistas. Es un canto a la isla y sus espacios. Invita a seguir dejando testimonio del quehacer de los peces blancos en esta isla.