Los olvidados
20/5/2019
Las nuevas hornadas de documentalistas cubanos han venido exponiendo cauces novedosos en los modos de construir relatos sobre temas y personajes. Se abordan problemáticas inusuales en busca de definir caracteres y modos de existencia peculiares, como ocurre con Luis Alejandro Yero, con tres premios internacionales a cuesta en apenas un año de su graduación en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Recientemente se proyectaron en Sancti Spíritus, ciudad natal del realizador, tres de sus proyectos: Apuntes en la orilla, El cementerio se alumbra y Los viejos heraldos, oportunidad durante la cual interactuó con el público y le fue entregado, como reconocimiento a su labor, un grabado del joven artista visual Alexander Hernández Chang, quien expusiera una muestra personal en la pasada Bienal de La Habana.
Apuntes en la orilla recoge en apretada síntesis la historia de tres alcohólicos que viven en un balneario abandonado a la orilla de un río; El cementerio se alumbra constituye una noche de muerte para los habitantes de un pueblito en su quehacer cotidiano próximo a una estación de ferrocarril; y Los viejos heraldos refleja el transcurrir de una pareja de ancianos que presencia por la televisión las elecciones de un nuevo presidente cubano sin el apellido Castro constituyendo atalayas de un tiempo innombrado.
En estos tres documentales el cineasta parte de una poética íntima, de microhistorias, acerca de los olvidados de la sociedad. No existen altisonancias, ni modos de observación reporteril de épica colectiva que han permeado la documentalística cubana. Sus puntos de vista se ajustan a la captación de individualidades que viven sumergidas en circunstancias adversas. Reformula el diario transcurrir de quienes puedan pasar inadvertidos para la comunidad donde viven, al resaltar aquellos valores humanos ignorados, pero de un alto grado de vitalidad.
Constituyen paradigmas de una mirada otra, donde cada cual se inserta en historias particulares de existencia. Con ese instrumental metodológico y luego de una ardua investigación de campo, de convivencia con los protagonistas, Luis Alejandro Yero se dispuso a escrutar el accionar cotidiano. Ante cámaras cómplices, al modo de un free cinema de intimidades, ellos “actúan” con la naturalidad de quienes cuentan jirones de sus vidas cotidianas. Los valiosos primeros planos donde la cámara escudriña la sicología de cada uno se conjugan armónicamente con planos medios y generales que revelan el entorno donde transcurre su existencia de aparente trivialidad.
La limpieza y el rigor del montaje sintetizan el tono discursivo en sordina que mantiene el palpitar emocional de los filmados a través de las reveladoras imágenes audiovisuales desde una dramaturgia elíptica, cuasi minimalista. Los parlamentos aparecen muy dosificados, en momentos oportunos, para revelarnos sicologías o estados de ánimo. Su director elude el parloteo innecesario, sin sustancia existencial. De igual modo evita la dramaturgia aristotélica para ofrecernos una sucesión de tomas en igualdad de valores sígnicos que neutralizan la fugaz catarsis convencional.
Laudable es el equipo de realización. Cada cual se atemperó a las exigencias del guion que, sin eludir el azar, modela la ruta a seguir durante el proceso de grabación. La disposición de la cámara en el justo lugar logró captar el existir cotidiano de los protagonistas del filme, quienes se desplazan en su hábitat natural con rigurosa autenticidad. Ellos podrían sentirse filmados, pero la labor previa de compenetración con el cineasta permitió articular una historia creíble y develadora de quienes viven en las márgenes de la sociedad. Sus anteriores documentales así lo revelan: Natalia Nikolaevna y Años de entrega, donde los protagonistas viven en condiciones límites de existencia con la dignidad propia de quienes resisten las adversidades. En definitiva, se está en presencia de un conjunto fílmico propositivo sobre la condición humana desde la intimidad.
La presencia de Luis Alejandro Yero en su tierra natal obedeció a la presentación oficial de la Cátedra Honorífica Santiago Álvarez en la Universidad José Martí de Sancti Spíritus, presidida por la doctora Tania Valido. Estuvo presente Lázara Herrera, esposa de Santiago Álvarez, quien donó la guayabera preferida del documentalista a la Casa Museo de la Guayabera. En el acto público se obsequió también la revista Arte y compromiso: un siglo de Santiago Álvarez, dedicada al centenario de su natalicio; y se realizó la presentación del libro de Andy Muñoz Santiago Álvarez, un cineasta en revolución. Herrera, quien preside la Oficina Santiago Álvarez del Icaic y los festivales internacionales de documentales dedicados al cineasta en Santiago de Cuba, declaró que Sancti Spíritus es la tercera provincia en crear la cátedra después de Santiago de Cuba y La Habana, por lo que se siente optimista con el estudio y labor promocional que emprenderán sus integrantes en la región central con el fundador de la escuela de documentales en Cuba.