No apto para mayores, “manual” para ser mejores padres
De sus manos, da gusto regresar a la niñez. Redescubrirse en el camino con una imaginación que se dibuja refugio y donde la inocencia muchas veces nos salva de las complejidades que envuelven el mundo de los adultos.
Pareciera, de veras, que quien habla en sus páginas es un niño. Quizás porque nunca ha dejado de serlo o porque no ha permitido jamás que le corten las alas al que lleva dentro. Y con la misma bondad que le acompaña ahora en la madurez de su juventud, logra atrapar a cualquier lector —de la edad que sea— que se detenga en sus libros.
a las reflexiones que subyacen en sus cuartillas.” Foto de la autora
Yunier Riquenes García, una de las valiosísimas voces contemporáneas de la literatura infantil en Cuba, vuelve a sorprendernos en esta Feria del Libro. No solo al incluir una de sus propuestas literarias de la edición 27 de FILCuba entre las merecedoras del Premio del Lector —entregado a los títulos más vendidos a la vuelta de un año—, sino que lo hace además con el regalo de un nuevo libro que, bajo el sello de la Editorial Oriente, es caricia y reflexión: No apto para mayores.
Caricia porque llega al alma, reflexión porque no pierde el chance de cuestionarse cuanto de su realidad le preocupa, para sacarle mensajes a la vida. Preguntas que, desde una aparente ingenuidad, se detienen en formulaciones para las cuales muchas veces a algunos de nosotros —Los mayores— no nos alcanza el tiempo de reparar adecuadamente en ellas.
Y así Gaby, el niño de esta historia, se aventura a confesarnos y destejer los misterios de una guerra en secreto.
El inicio de la “confrontación” silenciosa —reconoce el protagonista— lo marcó el día en que incomodó a su mamá con una respuesta: “esto es conversación de menores”. A la frase le siguió “un manotazo por el tronco de la oreja” y la convicción/resignación de ir a bañarse sin poder “ver las aventuras”.
Al golpe le siguió entonces el primer desahogo del infante: “Los mayores piensan que uno es propiedad de ellos, como si uno fuera una camisa de mangas largas y te pudieran halar por la manga derecha, o por la izquierda, o por las dos a la misma vez, a su antojo. Lo digo porque cuando papá quiso irse de la casa y dijo: se va conmigo, mamá defendió sus derechos y papá sus izquierdos”.
Aprovechando esa primera reflexión, el niño lanza un reclamo casi colectivo de “Los menores”, en defensa del derecho a tomar sus propias decisiones, comenzando por escoger la ropa. Pero va más allá de eso su crítica —se encargará de explicarlo lectura adentro—: habla de una necesidad de saberse, a sus escasos años, escuchados; habla también de esa manía o torpeza frecuente de los adultos de que, al priorizar lo urgente, a veces dejamos de lado detalles que son realmente importantes a sus ojos.
De El inicio de la Guerra y el análisis de (des)ventajas de Los adversarios a ambos extremos del “conflicto”, el chico nos narra cómo llegó a la fase de Formación y ataque:
Enseguida formé el ejército. No contaba con tanques de guerra, soldados de plomo ni robots de última tecnología; confiaba en el río, la paloma y las ovejas. Formé el ejército sin lema, himno ni bandera. Un ejército sin lema es más fuerte, sabe interpretar el silencio, transmite las señas por los instintos para que nadie descubra las estrategias.
En los trece capítulos siguientes, breves y enriquecedores, Gaby tratará de entender Cómo vuelven a nacer las ovejas, se imagina en la búsqueda de El tren de agua que logrará calmar la sed que la sequía le sembró a Ri —el río—, cuenta por qué La paloma sube y baja del cielo en un intento (casi suicida) por ver lo que allá arriba sucedía.
El pequeño continúa la aventura donde se explica cómo “una paloma en la yagruma es la tercera cara de cada hoja”, para situarnos luego en un aula y reconocer que “escribir con faltas de ortografía es como andar sucio”. En la noche de otro capítulo escucha a sus padres hablar de los años de amistad rotos por un cubo de agua hurtado en tiempos de tanta sequía. Unas páginas después se pregunta ¿Qué puede ser el amor?, y comparte los esbozos personales de un concepto construido a partir del testimonio de los mismos adultos, los que entroniza en ocasiones a fuerza de las incongruencias de estos entre el decir y el hacer.
No puede entender por qué si el amor es entre dos (“nunca triangular”, como le argumentó su mamá), entonces su vecina Sary dejó excluido, del cumpleaños de Diana —una perra de clase— a su sato Lobito, quien se revolvía en la tristeza de ver —cerca mediante— el desfile de cockers, chowchows, labradores, chihuahuas y otros perros de raza llegando en ladas, jeeps, motores… para la fiesta de la perra de sus sueños.
Y así, de la mano de los restantes subtítulos, se sigue contando la guerra planteada por Gaby, desde un silencio que la mantenía indescifrable para “Los mayores” y desde la complicidad de un ejército de hormigas, su mascota, ovejas, cerdos, la paloma, el río…
Pero en ese viaje no solo arguye sus razones para declarar la guerra: busca desenfrenadamente respuestas y soluciones a la “enfermedad” de Ri, involucra a sus amigos en el camino a la salvación de este, aprende con Ariel acerca de Dios, comprende cuál es la mayor debilidad de los adultos, se preocupa y ocupa del cuidado de los animales y de la naturaleza en general, lo entristece que el temor a que se nos pegue la sarna de un perro pueda hacernos olvidar todas las alegrías que a diario regala, defiende la amistad y la solidaridad, y hasta sabe admitir las sinrazones para una guerra oficial. Siente deseos de disculparse por la batalla de la cual no se enteraron sus supuestos adversarios. Entiende que un mundo sin adultos, después de todo, no tendría mucho sentido para niños y niñas.
Aquí la supuesta guerra callada viene a hablarnos de inquietudes e interrogantes que van encontrando respuestas en el viaje, de la búsqueda de claves para decodificar la realidad desde la perspectiva de un niño, de las preocupaciones y sueños mayores de un menor (que es menor solo en edad y tamaño)… De una guerra imaginaria que, cuando conoce de aquella que enfrenta países y mata pueblos, termina aborreciendo la segunda y siente vergüenza de ambas. Por eso, quizás, escoge un final de reconciliación:
Al otro día, bien temprano, mamá me llamó y sentí un jarro de agua en la cara y cantaron felicidades. Allí estaban papá, Ariel, un cake grandote de chocolate con velas encendidas, unas patas de rana, el libro Las aventuras de Tom Sawyer, dedicado por Ariel: Para matar las faltas de ortografía./ Dios te bendiga./ Ariel.
Sin embargo, una vez que recorremos línea a línea la lectura, no podemos permanecer indiferentes a las reflexiones que subyacen en sus cuartillas.
A la aclaración del autor de haber nacido este libro “en máquina de escribir. El Granizo, marzo de 2006” preceden unas palabras que vienen a sembrar lo bueno:
Comencé a sentir miedo de cambiar con el crecimiento, de usar pantalones todo el tiempo, de tanta sequía. No había ni una nube gris, pero se desprendió tremendo aguacero, como si Dios se hubiera puesto a hacerle cosquillas al cielo para que riera a carcajadas.
Ariel y yo nos fuimos a escuchar el arrullo de la paloma que había puesto los huevos en la yagruma, a mirar cómo Ri engordaba y gritaba, con el pecho abierto: voy a llegar, voy a llegar de nuevo al mar.
La maestría del escritor logra que —junto al sano y urgente ejercicio de reflexionar y repensarnos— podamos reír en varios episodios, o que nos identifiquemos (con cierta vergüenza) repitiendo regaños o azuzando competencias contraproducentes entre nuestros hijos, al tiempo que nos invita a tomarnos respiros en nuestras vidas de mucha prisa para tratar de ver las cosas desde su lado del catalejo; que nos afecte lo que a ellos.
Agradezco la sensibilidad inmensa y las enseñanzas del autor detrás del personaje, lo hago también a Yunier por ayudar —con la voz del niño que lo habita— a reinventarnos en el camino de ser mejores padres.