Haïti Littéraire: el corazón de un país en las voces de sus poetas
22/3/2019
“País que se imagina, sueña, invoca. Nación forjada como las armas, a fuego y golpe, en una batalla que pareciera última y triunfó siendo la primera. Geografía de la memoria que se carga a cuestas y se acuna en dulzura. Haití: país natal, país exilio, país oxímoron, país memoria, país olvido, país del nombre y del sin-nombre: país poema”.
Así inició su conferencia este miércoles la profesora Camila Valdés León, directora del Centro de Estudios del Caribe en la Casa de las Américas, quien llevó a los presentes en la sala Manuel Galich de esa institución cultural a un recorrido histórico por la impronta de un grupo de poetas que gestó, a inicios de los años sesenta del pasado siglo, el Haïti Littéraire en la primera revolución que triunfó en Latinoamérica.
“La nación haitiana ha sido imaginada sin pausa. Los esclavos fueron libres por su propia conciencia y empuñaron las armas por una nación que no sabían aún que ya soñaba”, valoró.
La poesía haitiana —dijo— ha estado transitada, desde sus orígenes, por una profunda conexión y reflexión sobre las relaciones entre Estado y nación, teniendo como base el concepto de libertad. Y repasó esas “formulaciones del proyecto moderno, conceptualmente esquivas e ideológicamente marcadas desde el lugar donde se conoce”, para aproximarse a aquella generación de poetas que se unió al “concierto de imaginar ideal la nación”.
El núcleo de poetas que conformaba el grupo Haití Literario —Anthony Phelps, Roland Morisseau, Serge Legagneur, Davertige (Villard Denis), Auguste Ténor y René Philoctète— y con el cual se identificarían nuevas voces, trascendió “con un grito creador (del que hablaría luego Phelps) contra el terror que se instalaba”. Ese grito lanzado inspiró a otras generaciones. En palabras del propio Phelps: “Crear bajo la dictadura nos obligó a ser maestros de la elipsis, a decir sin decir, a recurrir a la metáfora. La atmósfera de terror nos forzó, de cierta manera, a acercarnos a la esencia misma de la poesía”.
“Hay que pensar en Haïti Littéraire—insistió Camila— no solo como un proyecto ideo-estético, sino como la articulación de un proyecto cultural de importancia, que busca reconstituir a una sociedad golpeada por un ejercicio de poder alienante y que desfigura las relaciones humanas, y en un contexto de intensa polarización ideológica…”.
En la opinión de la profesora, este proyecto “sobrepasará los cuatro años de existencia, los de la colección literaria homónima, o la coincidencia de todos en un espacio nacional (…). De hecho, se extenderá en fronteras y en lenguas, en tiempo y en nuevos proyectos. Y constituirá, sin lugar a dudas, una marca en la creación poética haitiana”.
Casi al final de ese trayecto simbólico, realizado en el contexto de la Jornada de la Francofonía en Cuba, Valdés León se detuvo en una lectura que se dibuja autorretrato del Haïti Littéraire, una nota de René Philoctète en un ejemplar de su libro Caraïbe, disponible en Casa: “Éramos seis, algunos se complacen en afirmar que cinco, pero éramos ciertamente seis: Anthony Phelps, en quien la crisálida de laesperanza no ha conocido aún sus alas; Roland Morisseau, quien, ahogado de nostalgia, se atraganta cervezas en algún lugar de Montreal; Serge Legagneur, el dandy que debe morir algún día de aburrimiento en Saint Denis o en Papineau; Davertige, quien tras sus aventuras en París, pone casa ahora bajo las estrellas del Gran Norte; Auguste Ténor, a quien le cortaron la voz; René Philoctète, soliloqueante entre albas y crepúsculos puertoprinceanos. ¡Seis! que en los primeros años de los 60 formaban el grupo Haïti Littéraire. ¿Volveré a ver a mis amigos reunidos algún día en algún lugar de algún agosto?”.
Cadavre exquis compuesto por los poetas de Haití Literario dedicado a Marie Chauvet-Vieux, Que meure la chanson de la mort (Que muera la canción de la muerte), en la voz de Anthony Phelps.