Trinidad, la ciudad que vive en el tiempo
Ninguna ciudad, tan añeja como pudiera ser, disfrutaría el encanto del título de Patrimonio Cultural de la Humanidad, si las miradas se posaran solo en su arquitectura, con tejas francesas y criollas, con sus adoquines, sus calles empedradas, sus casonas de puntal alto y sus inspiradores patios interiores.
El disfrute solo es total cuando a los atributos materiales, bien conservados, se le multiplica la espiritualidad de la gente, con sus costumbres y sus hábitos centenarios. Con esa peculiar forma de ser que hoy muestra, Trinidad abraza los 505 años de existencia.
La sentencia de Duznel Zerquera Amador, director de la Oficina del Conservador de la Ciudad y el Valle de los Ingenios, no salió de textos, ni de otros documentos especializados. Brotan de un trinitario convencido de que habita en una urbe muy viva y palpitante, obra de toda la gente emprendedora, hacedora de una cotidianidad exclusiva, cobijada por todas las maravillas arquitectónicas reconocidas.
Y es que este rincón centro-sureño cubano, que se muestra al mundo desde las faldas de las verde azules montañas del macizo Guamuhaya, con la tierna mirada al mar, es un cofre de donde brotan tantas historias y revelaciones, que siempre tiene algo nuevo para mostrar.
Bien lo sabe Azariel Santander, una de las arterias de esa extensa familia, donde la alfarería constituye el aire que se respira y la sangre que corre por las venas. Y más allá de todo eso, es una de las distinciones de la Trinidad de Cuba, como se le conoce también.
“A los 76 años estoy cada día más convencido de que, sin esta Villa, la inspiración de todo cuanto hago es imposible. De solo abrir los ojos en cada amanecer, degustar el traguito de café, saludar a las tejedoras que en la esquina de mi casa-taller hacen y muestran su arte, las ideas llegan sin llamarlas.”
Puedo ir de visita a La Habana a ver a mi hija, incluso, salir del país por cualquier razón, pero en todos los casos me desespero por volver a mi localidad espirituana, porque de su aire, de sus embrujos, de esa gente que es mi gente, me nutro de manera excepcional”, expresó a La Jiribilla el afamado artesano.
A tres décadas de la declaración de Trinidad como Patrimonio Cultural de la Humanidad, ciudad para nada dormida en el tiempo, muchos son los retos para hacer que la ciudad mantenga su vitalidad, porque lograr los niveles y matices de conservación precisa de ideas, recursos y un quehacer permanente.
Datos revelados por la Oficina del Conservador refieren que más del 90 por ciento del conjunto arquitectónico o estructuras murales son seguras, un resultado que ha transitado por todo tipo de senderos.
Puede señalarse en ese enunciado la validez del trabajo de los especialistas de la Oficina, pero Duznel Zerquera precisa complementos vitales hoy y siempre.
“Hay que hablar de la valía del trinitario, quien ha sabido conservar el patrimonio que le da techo y le ofrece también múltiples servicios” —dice—, al tiempo que enumera edificaciones resplandecientes gracias al empeño de muchos y otras donde hoy se labora.
Las tradiciones culturales alimentan la espiritualidad del trinitario.
Se aprecian, además, incentivos peculiares que defiende mucha gente joven, como Roberto William Montalván quien, a sus 27 años, con su saxofón, disfruta hacer y regalar la música a su Trinidad de toda la vida.
“Cuando creces en una ciudad como esta, eso que llaman musa no te deja tranquilo, porque Trinidad posee un embrujo inigualable dado a alimentar las almas, la espiritualidad”, refiere, “un don de la ciudad insertado en el cuerpo desde que esperas el momento de tu nacimiento”.
Y es con toda certeza Trinidad “un don del cielo”, tal como lo afirmó la Doctora Alicia García Santana, “con un conjunto urbano muy conservado y con la distinción de mostrar un centro histórico habitado, todo un reto para gobernantes, especialistas y la población, en tiempos en que la avalancha de visitantes foráneos y también nacionales, crece para disfrutar de la llamada Ciudad Museo del Caribe”.
En todos recae la responsabilidad de que ese turismo favorezca y no lacere. Los espacios patrimoniales hoy están al servicio de la sociedad. Distintivos bienes inmuebles gozan de una lozanía destellante. Cada día las ideas convergen en acciones con la comunidad, para la comunidad y a favor del patrimonio.
Lo constatan a diario las hermanas Obdulia y Zobeida González, herederas desde su cuna, en Manaca Iznaga, de la tradición de tejedoras que enaltece a esos dominios.
“La urbe es la inspiración mayor”, refieren, “sin su palpitar y el de la gente que la vive y la desanda, creemos que sería imposible lograr cuanto se exhibe en la preservación de las tradiciones, un sostén imprescindible de esta Villa, que cuanto más añeja, más nos enamora”.
Tomado de ACN