Marcar las distancias evidentes entre el funcionamiento de las vanguardias históricas de las primeras décadas del siglo XX y la vanguardia cubana, en cuanto a la fusión entre el arte y la vida, sería válido como punto de partida en este análisis. Nuestro avant-garde responde a un momento histórico donde la búsqueda de lo identitario era, más que necesaria, indispensable; puesto que una potencia ajena venía, después de la antigua metrópoli, a sojuzgarnos demagógicamente y a poner en crisis nuestros orígenes al intentar convertirnos en una extensión de su sistema de vida. La vanguardia mira hacia la génesis de nuestra cultura; se preocupa por lo realmente cubano: personajes populares como la mulata, el negro, el campesino; y por cuestiones de raíces religiosas afrocubanas como la jungla recreada por Wifredo Lam.

 La jungla, Wifredo Lam. Foto: Internet
 

Este Arte Moderno o Nuevo fue capaz de actualizarse con la producción novedosa del Viejo Continente y de América —esencialmente del Muralismo mexicano—, pero sin reproducir miméticamente ninguno de estos estilos, se nutrió, sobre la base del conocimiento, para elaborar un lenguaje propio —idóneo, según la doctora Graziella Pogolotti— conectado con su realidad. No se quería imitar nada foráneo, más bien encontrar una vía de comunicación con el pueblo que enarbolara ideas de unificación a partir de una historia común. Qué mejor manera de integrarse a su tiempo que tomando como protagonistas a personajes callejeros, y como escenarios de representación los tan cubanos paisajes rurales llenos de verdor. La luz tropical hacía evidente el lugar representado, lo caribeño, nuestro “candor” como sinónimo de cubanía.

La formación de ambas promociones vanguardistas parte de eventos de promoción de su obra, como la Primera Exposición de Arte Nuevo de 1927 y la Exposición de Arte Moderno de 1937. Además, cuentan con revistas que funcionan como manifiestos de los preceptos que defienden y enarbolan, ya que muchos de los intelectuales de entonces compartían ideología con estos artistas y, por ello, reflejaban sus pensamientos y discursos artísticos en la literatura, así aparecen Avance y Orígenes.

Cada artista tuvo un sello muy propio, individual, que permite su identificación, pero dentro de esa diversidad hubo un nexo que los agrupó, haciéndolos inmortales en la historia del arte cubano y universal: el tratamiento de la temática de lo cubano. Mestizaje, negritud, campesinado; todos ellos volcados a la intención ferviente de rescatar lo nacional, querían convertir su tradición en mitología.

Es un arte que busca el lenguaje ideal para retratar su realidad inmediata; que se apoya en los paisajes urbanos, en los negros, la cultura popular, la crítica social, etc., y no se pretende universal, sino más bien, y humildemente, buscaba ansioso ser nacional. El colorismo como expresión del trópico, los vitrales como remedo de una tradición colonial inolvidable (Amelia Peláez), la fisionomía africana (Teodoro Ramos Blanco), los espacios citadinos íconos de la ciudad como la Catedral (René Portocarrero), y lo real maravilloso de Carpentier, fusionado con la transculturación de don Fernando Ortiz, que nacen y toman vida en la pintura de nuestro más universal Wifredo Lam.

Y es que a veces la conexión va más allá de la vida en sociedad y se extrapola a las experiencias personales, las cuales casi siempre marcan el individualismo y las particularidades de los artistas. Marcelo Pogolotti, por ejemplo, refleja en su obra el trabajo codo a codo que mantuvo con los futuristas, la percepción cercana de un capitalismo riguroso, y las secuelas espirituales de la ceguera que priva de ojos a algunos de sus personajes; el colorismo refulgente de un Portocarrero muy influenciado e impresionado por el carnaval, con todas sus luces y extravagancias, así como un Lam conectado a la lejana África quién, en busca de raíces, abstractiza todo ese entramado religioso, sin abandonar ni por un instante el referente figurativo que lo ata a su cotidianidad.

Cronometraje, Marcelo-Pogolotti. Foto: 5 de Septiembre
 

La integración del arte en la vida, ya pretendida anteriormente por las vanguardias europeas, se logra, en el espacio cubano, a partir de una penetración, más allá del epitelio, en el corpus de lo verdaderamente cubano, de un intimismo veraz alcanzado en la segunda promoción, de una expresión de lo nacional más allá de los estereotipos creados por el otro cultural, y de una fuerte resistencia de lo figurativo como atadura a la realidad, en tensión con la abstracción europea en apoteosis en aquel momento —donde vence la figuración, al menos hasta ese momento—.

No cuestionaría entonces la existencia de un nuevo realismo cubano, ya que la mirada a lo social con actitud crítica frente a la promoción predecesora, le permitió a artistas como Pogolotti, Lam y Portocarrero resemantizar el arte de nuestra ínsula.

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