Un hombre, sus manos y un piano

Yoamaris Neptuno Domínguez
27/9/2018

Son cerca de las 9 de la noche del viernes 21 de septiembre y un grupo de jóvenes cantan guitarra en mano, en el parque Antonio Maceo, justo en el centro del municipio Cotorro. Segura estoy que ninguno imagina, como tampoco pueden hacerlo los transeúntes que van y vienen por la avenida 101, que alrededor de una hora antes la Casa de cultura que queda justo en frente fue testigo de momentos verdaderamente excepcionales.


El público tuvo el privilegio de ver sudar a Frank Fernández por el calor propio de estos días.
Foto: cadenahabana

 

En mi condición de espectadora fue invitada al lugar que me acogió primero como aficionada y después como artista e instructora de arte con mis alumnos. Nos recibió Reinaldo Taladrid que devino en presentador del espectáculo que presenciaríamos los allí (pocos) presentes. El polémico periodista auguraba algo inédito, estaba por comenzar una presentación de lujo por un pianista que decidió ofrecer su primer concierto después de una imposibilidad de sus manos para la ejecución de su música, precisamente en esta tierra chiquita, con la convicción de que es más estimulante hacerlo allí que en los grandes escenarios. No determina su fama, sobra talento, sobra arte, sobra entrega y muchísima humildad.

El concertazo de 19 piezas transcurrió entre melodías conocidas como el Ave María, la Bella cubana, Perla marina, Tierra brava y otras no tanto como Córdova, Gitanerías y Andalucía. Para el cierre un bolero, vals joropo, conga de mediodía, canción de cuna y un zapateo por derecho, toda una diversidad rítmica que pudimos disfrutar sin tener que asistir sin cobro alguno a un gran teatro o verlo por la televisión.

El público tuvo el privilegio de ver sudar a Frank Fernández por el calor propio de estos días y por ese otro calor humano que emanaba en la sala recién restaurada. Escuchamos cada interpretación atentos; pero no faltaron las ovaciones entre un tema y otro, el ponernos de pie y por supuesto el querer acompañar al Maestro con nuestros aplausos en la búsqueda del ritmo.

Un periodista inquieto nos robó al protagonista de la noche después de dar las gracias a los asistentes. Lo esperamos disciplinados porque había cierta complicidad en el ambiente, no se podía marchar sin llevarse un recuerdo nuestro. Las máximas autoridades del municipio le entregaron una bandera cubana y flores blancas, mientras que los artistas Maikel Muiño y Leonardo Labaut quisieron compartir sus obras como muestra de agradecimiento.

Allí estuvimos hasta el final para tomarnos una foto, subimos al escenario, no hubo nadie que lo impidiera y Frank posó y habló con cada uno haciendo reales las palabras de Taladrid en su presentación. Una demostración de que jamás el músico ha olvidado de donde salió, que ha llegado al tope por mérito propio y no se vanagloria de esto. Es una persona consecuente, leal a sus orígenes, a lo que fue, es y será: una gloria de la cultura cubana y universal.

Las gracias son infinitas para los organizadores que no dudaron en aceptar la propuesta de hacer este concierto (de manera totalmente gratuita) para el pueblo que lo necesita; sobre todo por estos días de música vana y superficial, carente de contenido e impregnada de facilismo.

Es una lástima que esos muchachos del parque no lo supieran. De ocupar las sillas vacías, no solo se hubiese llenado el teatro; también tendrían la posibilidad de presenciar a un artista en espacios como estos; tal cual queremos y aspiramos.

Un hombre, sus manos y un piano; no hizo falta nada más para hacer de la Casa de cultura de El Cotorro, nuestra Gran Escena.

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