La pareja más antigua del teatro, Eros y Tanatos, estuvieron presentes, ¡y de qué prodigiosa manera!, el fin de semana pasado en Holguín. La compañía Teatro del Cuerpo Fusión, dirigida por Maritza Acosta, nos trajo la adaptación de su directora, de esa maravillosa pieza del teatro contemporáneo cubano, Las pericas, de Nicolás Dorr. Hay que recordar que es esta una de las obras dramáticas más publicadas y puesta en tablas del teatro cubano contemporáneo, y su precoz autor (que nos acompañó regocijado por esta revisita) es un clásico vivo. En la novedosa puesta se elimina la palabra y todo se cuenta desde el lenguaje corporal.
Las pericas. Foto: Internet
La obra expone la existencia cotidiana de cuatro hermanas, tres de ellas privilegiadas con matrimonios solventes y una que ha caído en desgracia y debe hacer de criada de las otras para sobrevivir y criar al hijo de un amor frustrado por la pobreza. Con mirada incisiva, el autor hurga en las mezquindades que pueden surgir en la familia cuando hay intereses encontrados, sobre todo las complejidades que aparecen con las diferencias de clase. Así mismo se asoma a los entresijos del amor constreñido por las circunstancias en que viven los implicados, donde las distancias económicas imponen sus violencias en el devenir de los seres. La familia no deja de ser aquí un modelo a escala de lo que acontece en un plano más amplio de convivencia.
La directora ha hecho una excelente traducción del texto dramático al lenguaje de los gestos, con un adecuado soporte en luces e imágenes proyectadas de fondo. No es necesaria una sola palabra para entender este destino de pasión, desdén, servidumbre y muerte. Hay momentos de excelente narración visual, como el encuentro de los dos amantes, de un sesgado y fino erotismo; el crecimiento del hijo de la pareja, el planeamiento de la venganza por parte de la hermana pobre, así como el desenlace fatal del hijo de esta. Este se involucra en un mundo de marginalidad que lo llevará a su némesis cumplida por el puñal de la prostituta.
Al ser despojada la representación de la explicitud del habla, se vuelve más intensa la síntesis de lo simbólico. Esto obliga a la abstracción más perspicaz por parte del espectador, de manera que la representación se convierte en un magnifico ejemplo de lo que el escritor ha denominado “farsa intelectual”, por el esfuerzo perceptivo y analítico necesario para llegar al sentido y la emoción de la obra. Hay que resaltar el notorio trabajo de los actores, en que mímica, baile y gestos logran transmitir nítida y emotivamente las esencias del drama. La representación deviene un regalo a los sentidos, básicamente por la eficaz gestualidad, la plasticidad de la representación, el empleo de las luces, así como por el apoyo de la hermosa y ajustada música.
Es una pena que el público, por diversos factores que no son objeto de esta reseña (carencias de la enseñanza, escasez de salas, falta de asiduidad en las presentaciones, entre otros), se haya deshabituado a acudir al teatro. Es necesaria una mayor difusión e información para recobrar la asistencia al teatro, sobre todo en piezas como esta, altamente enriquecedoras espiritualmente. El encuentro con situaciones que promueven la catarsis sigue siendo una alta necesidad de educación ciudadana.
Gracias a Nicolás Dorr por esta pieza que sigue siendo actual, pues actuales son las obsesiones y mezquindades del ser humano que ella ventila. Ojalá más salas de teatro le abran un espacio a tan hermosa y significativa representación.