Romántica poética
24/4/2019
El tiempo es el único erudito. Sabe lo que devora y conoce de injusticias perdurables. El tiempo es el mudo e impasible huracán transformador de la vida.
Bajo el poético nombre de “El andar de la utopía: 60 años de Revolución cubana”, inició un ciclo de conferencias/ debates/ intercambios (como queramos llamarle) que proponen abarcar las seis décadas de historia de esta Revolución, para conocer sus características y polemizar sobre ellas; para refrescar la memoria reciente del país; para derrotar parcialmente al mudo e impasible guardián de los anales y traer, en la carne viva de sus protagonistas y estudiosos, el gran terremoto de enero de 1959 que echó por tierra cuanto de injusto consideró en medio de una locura total, de un arrebatamiento espiritual que los poetas han querido llamar descubrir la libertad.
El debate, moderado por el decano de la Facultad de Comunicación, doctor Raúl Garcés Corra, tuvo como panelistas al sociólogo Juan Valdés Paz, al economista Juan Triana, a Gustavo Robreño, periodista y exsubdirector del periódico Granma y a Ricardo Alarcón de Quesada, antiguo presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Ahí está el reto para nosotros hoy”. Foto: Ernesto Arturovich
Entonces comenzaron a levantarse las grandes movilizaciones voluntarias, las evocaciones de milicianos, el espíritu raigalmente legítimo de un liderazgo barbudo que permitió transformar la sociedad y sentirse lo suficientemente poderoso como para crear lo nuevo.
Con su gutural voz de hombre perentorio y tajante, Valdés Paz habla sobre las dinámicas políticas de los iniciales momentos: “En esta época surge un poder excepcionalmente poderoso, el poder revolucionario. Es en este momento en que lo político dirige las instituciones del país que surgen y desaparecen con velocidad inusitada, cuando comienza a gestarse un cambio profundo en la vida nacional, porque ya no solo el derrocamiento de Batista era el logro, sino que el poder desatado en las semanas posteriores al 1ro. de enero de 1959 iba comprendiendo que podía llegarse al ensayo de una nueva sociedad: la socialista”.
Algo queda claro de lo que Valdés Paz nos habla: los líderes revolucionarios, y en especial Fidel, comprendieron muy pronto que el proceso iniciado a partir del triunfo estaba destinado a ser mucho más que la simple sustitución de Batista en la cabeza de la “República”. Se sabía que algo trascendente estaba ocurriendo.
El aire se cargaba con la densidad característica que en esta Isla húmeda y sudada antecede a los grandes aguaceros, y las aguas crecieron, los ríos del pensamiento se desbordaron; el océano de la Revolución derribaba todo cual increíble ola humana cargada de lemas, pasos de revista, faroles, martillos, machetes, libretas y fusiles. Fidel habló de socialismo y las multitudes frenéticas repetían en copla genial que Enrique Milanés León consideró nuestro perpetuum mobile: “Pa’ lante, pa’ lante, y al que no le guste que tome purgante”.
Triana habla con el desenfado de un “socio”. Dice la cosa más compleja como la verdad elemental. Parte de la dependencia en materia económica, explica el apego insano de la República mediatizada al capital norteamericano, de la deformación económica, la importación excesiva, la industria nacional anquilosada y poco diversificada. En fin, lo que la Revolución encontró al alcanzar el poder. Describe, además, el ciclo interesante de la diversificación económica emprendida en 1961 a la instauración nuevamente de un modelo de monoproducción y monoexportación dedicado al mercado soviético a partir de la firma de tratados en 1964.
“Esta fue una época marcada por la implementación y construcción de teorías que nadie tenía bien claro cómo se aplicaban a soluciones reales de los problemas del país”, afirmó el doctor Triana.
La unidad revolucionaria es un logro indiscutido e indiscutible de estos años. Superando sectarismos, bordeando flaquezas y rebasando traiciones, las fuerzas revolucionarias encabezadas por Fidel, que finalizaron en el Partido Comunista de Cuba, alcanzaron la heterogénea unidad de todo un pueblo, bajo la bandera de la justicia social, la lucha antimperialista y la verdadera liberación patria. De ello habló Ricardo Alarcón de Quesada, quien también se refirió al destino signado para la Revolución incluso antes de su triunfo.
Entonces habló el profe Robreño —cuasi enciclopedia de la historia de la prensa en Cuba—, y nos mostró con sus manos los rumbos equivocados del socialismo y la prensa, de lo pendiente del socialismo cubano con el periodismo, de la esperanza, de las soluciones que están, para él, cada vez más cerca.
“Los grandes medios de comunicación existentes al triunfo del 59: CMQ, Bohemia, Diario de la Marina, etc…. fueron intervenidos y nacionalizados en la medida en que sus dueños, esperanzados en la pronta caída de la Revolución, abandonaban el país. El pueblo se apropió de ellos y los usó para defender las conquistas y el poder revolucionario que, tras el triunfo, se había instituido”, destacó Robreño.
Tras las intervenciones de los invitados, llegaron las preguntas. De periodismo fueron la mayoría, rozando diversos temas y osadas proposiciones como aquella que preguntaba si era inconstitucional, según la legalidad de la Constitución del 40, la declaración del carácter socialista de la Revolución hecha por Fidel el 16 de abril de 1961; o aquella otra que cuestionaba directamente si la ofensiva revolucionaria del 68 no había resultado a la larga un error costoso; o la de quien preguntaba si el socialismo en aquellas circunstancias era la única alternativa posible.
Las respuestas se agolparon, emergiendo el criterio consensuado de que la Revolución fue el cisma que quebró el orden y rebasó todos los esquemas existentes, para transgredir hacia lo nuevo. Por eso la Constitución no alcanzaba la talla desproporcionada del proceso que nacía y era incapaz de agruparlo en su seno, por eso el pueblo no pedía elecciones ni referéndums, sino que gritaba en cada plaza el ya mítico: “pa’ lo que sea Fidel, pa’ lo que sea”. Y fue Alarcón quien dijo la frase exacta citando a Fidel: “Hicimos una Revolución más grande que nosotros mismos”, y no solo que ellos, sino que la Carta Magna del 40, que la del 76, e incluso que cualquiera que intente plasmarse en papel, porque la Revolución, esa que se escribe con mayúsculas autorizadas, solo existe en el escalofrío trepidante de un sentimiento justo.
Hacia el final inminente vinieron las anécdotas de lo romántico de Juan Triana contando hasta calarnos en lo hondo toda aquella epopeya. Las marchas y movilizaciones, las concentraciones multitudinarias en plazas y campos, el sopor del trópico cayendo como fuego en la multitud que escucha cavilante de emoción los himnos —para nosotros ya muertos y ridículos— que musicalizaban el sentimiento colectivo de estar elevándose por encima de su tiempo para entrar en debate grandilocuente con la historia misma, para echarle en cara que una Isla minúscula del Caribe le había dado un galletazo monumental a los Estados Unidos de América, y allí estaban todos ellos —los protagonistas de tal hazaña—, bajo el sol inclemente de Cuba para decir que sí, que no se arrepentían de ello.
Fueron los años de los trenes cañeros llevando en sus vagones las luces de miles de alfabetizadores con cara de niños —porque efectivamente lo eran—; los macheteros imberbes y letrados; los miles de milicianos del Chino Heras; la euforia despeinada de un Fidel enloquecido: la romántica Poética de una obra que emergía con el derecho absoluto de escrutar las artes de hacer la vida social de los hombres. Poética como la definida por Igor Stravinski como aquel estudio de la obra literaria, de la poesía, de lo sublime y tumultuoso de la creación quebradora de pechos. Pero la Poética nuestra, la protagonizada en el encuentro, es la de recordar y analizar el fenómeno de los sesenta, la revolución del caos, la subversión del orden, esa que se elevó por encima de nuestras cabezas en la tarde de ayer para percibir sin escucharlo las marchas del 26, de los milicianos, del Himno Invasor y la voz de Silvio en Playa Girón.
Esa es la romántica Poética que recorrió el mundo para convertirnos en un caimán barbudo. Ahí radica la esperanza: en creer la posibilidad de lo diferente, lo justo, lo feliz. Ahí está el reto para nosotros hoy.
“No tengo cómo explicarlo racionalmente —decía Juan Triana—. Ahora miro hacia atrás y no me entiendo a mí mismo”. A mi lado, Amanda susurra: “qué locura”. “No es locura —contesto comprendiendo algo que hasta ese instante no había entendido bien—, es la Revolución”.