Para Greco Cid, amigo entrañable
Con frecuencia los finales de año traen noticias dolorosas. En mi percepción personal es la confirmación de algo de lo que ya había tenido varias señales y es que el bosque de nuestra generación comenzó a clarear. En los últimos días de noviembre pasado supe del fallecimiento de un viejo amigo, un hermano desde la época de la primaria y secundaria, de la universidad, del barrio, de toda la vida. Greco Cid Lazo contaba al morir con 71 años de edad (nació el 3 de agosto de 1953).
Ya estaba enfermo desde hacía unos años por un accidente cerebro vascular (Ictus) que le había provocado la pérdida del buen hablar y de la motricidad que siempre lo caracterizó, porque de todos aquellos niños y jóvenes que atravesamos juntos las primeras enseñanzas, él fue el mejor deportista y el más intranquilo, un ser hiperactivo. Aunque ya no era el mismo de siempre, los amigos no creímos que Greco se fuera tan pronto. A los afectos uno desea tenerlos permanentemente cerca, negando, con obstinación, la ausencia y la muerte.
Mis recuerdos de su persona son antiguos y muy diversos. Van de temas relacionados con los juegos de bolas (canicas), de pelota (beisbol) u otros deportes, hasta la confraternización propia de los jóvenes cuando abandonan la adolescencia y pretenden ser casi adultos porque sí. Presentes están las discusiones de quién era mejor, si los Beatles o los Rolling Stones (por cierto, ambos prohibidos en los sesentas y setentas), o si los Yanquis de Nueva York eran superiores a los Tigres de Detroit. También recuerdo discusiones bizantinas acerca de otros temas, incluyendo el tan importante de dilucidar quién estaba más atractiva, si Fulanita o Menganita, en fin, la palabrería originada en el gregarismo y lo disoluto de esos años.
Su físico siempre me recordó la primera línea de la novela La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa: “El hombre era alto y tan flaco que parecía siempre de perfil”. Una coleta y más tarde una barba tupida bien recortada completaron su fisonomía característica hasta el final. De sostenido buen carácter, a Greco era difícil verlo de mal humor, siempre era muy ocurrente, de frases ingeniosas (algunas veces estampaba expresiones clásicas que luego repetíamos los demás), y muy inteligente. Siempre con la disposición a ayudar, disfrutaba al máximo de los éxitos de los amigos; lo recuerdo en las presentaciones de libros o en la entrega de reconocimientos de cualquiera de nosotros. Y después en las celebraciones correspondientes.
Ya en la universidad y cursando carreras diferentes, la pertenencia de ambos a la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) nos mantuvo conectados, pues el barrio se nos había hecho muy pequeño. Entre los estudios y las distracciones de cada uno, nos tropezábamos en el local de la FEU de la UH, situado a un costado de la escalinata y contiguo al Salón de los Mártires.
Pasó el tiempo y las respectivas graduaciones nos distanciaron un poco más, pero un amigo común de la infancia, Norberto Codina, operó como un puerto seguro para reunirnos ocasionalmente y compartir. La afabilidad de Greco era antológica, así como sus siempre activados deseos de polemizar sobre determinados aspectos, preferentemente sobre deporte. Un momento muy singular de toda esa travesía fraternal fue el cumpleaños que se le realizó a su mamá, cuando Cora Lazo arribó a los cien años de vida. Ese día nos reunimos un grupo de amigos en casa de la dulce anciana, los que, por los avatares lógico de los hijos y los trabajos, hacía mucho que no nos veíamos.
Cuando falleció su padre, Guillermo Cid, científico botánico de mucho reconocimiento[1], pude hablar con él por larga distancia y darle la mala nueva. Nunca lo olvidó, pues era muy difícil en aquellos tiempos comunicarse telefónicamente con alguien de un país a otro y mucho más por estar Greco en Bolivia en un lugar prácticamente inaccesible. Fue en enero de 1997 y Greco formaba parte del grupo de avanzada en la búsqueda de los restos mortales del Che Guevara y sus compañeros de la guerrilla. Como agradecimiento, me trajo una piedrecita del poblado de La Higuera, donde fue asesinado el revolucionario argentino. De ese momento le escribió a su esposa en el reverso de una fotografía: “Esta es la lavandería que conocen [se refiere a donde estuvo expuesto el cadáver del comandante guerrillero en el hospital Señor de Malta en Valle Grande]. El día que me enteré de la muerte de Papá lo velé aquí hasta el amanecer y puse en la pared un mensaje de él para el Che”.
Por esa labor específica le fue otorgado a Greco y a los demás especialistas que participaron en la búsqueda un Reconocimiento Especial, el de “Proeza de la Ciencia Cubana”, de manera conjunta, por la ACC, el Ministerio del CITMA y el Consejo de Estado de la República de Cuba. Sus amplios conocimientos de suelo fueron muy útiles en las labores de ese grupo de especialistas. Como se conoce, recientemente falleció el médico forense que estuvo al frente de esa operación, Jorge González Pérez, Popi, ex compañero nuestro también de los años de la FEU.
Fue en el terreno de las investigaciones de su profesión, ingeniero agrónomo, en la que Greco alcanzó su madurez profesional y descolló. Se había graduado en 1979 y en 1992 se hizo doctor en Ciencias Agrícolas; seis años más tarde alcanzó las categorías de Profesor Titular e Investigador Titular, con lo que completó una sólida formación científica. Sus líneas de investigación más activas y en las que obtuvo mayores logros fueron: la utilización de modelos de simulación de crecimiento de cultivo para estudios de mejoramiento de manejo del agua en suelos agrícolas cultivados; la extensión agraria, el desarrollo rural, así como el enfoque generalista y sistémico; y las propiedades físicas e hidrofísicas de los principales suelos agrícolas de Cuba y su utilización en modelos de simulación. Con palabras menos académicas, Greco se convirtió en un especialista en suelos de primer nivel. Fue, a su vez, un profesor de pregrado y maestrías muy reconocido y respetado en universidades cubanas y de otros países. Escribió numerosos textos de carácter científico, libros de autoría colectiva y monografías.
Su vida profesional y científica estuvo muy gratificada. Desde 2018 fue Miembro Titular de la Academia de Ciencias de Cuba (ACC). Recibió en cuatro ocasiones el Premio Nacional de la ACC y en una ocasión el Premio Nacional del Ministerio de la Agricultura. Por los resultados de su trabajo investigativo y docente también le fueron conferidos otros premios y condecoraciones de importancia como el Reconocimiento de la ACC al formar parte del colectivo de autores de la Nueva Clasificación de Suelos de Cuba. Un momento especial en su biografía fue el otorgamiento a Greco por el Consejo de Estado de la República de Cuba de la Orden Carlos J. Finlay por la obra de toda su vida, reconocimiento que es el de mayor jerarquía en el ámbito científico.
En el orden íntimo, fue un hombre muy familiar y preocupado por la educación de sus hijos. La muerte de Greco Cid Lazo es una pérdida dolorosa y enorme para su familia, su esposa Teresa López Seijo y sus hijos Alin, Liana y Sofía, sus hermanas, así como para su extensa farra de amigos; y para la ciencia cubana es la sensible baja de un investigador de mérito. Estas palabras las escribo con mucha tristeza, es mi personal homenaje a sus virtudes y al amor que supo gestar en todos los que le conocieron. Me gustaría pensar que Greco estará los domingos en 23 y C, en El Vedado, donde regularmente jugaba baloncesto; y también de visita en mi casa donde conservo una de las plantas que regaló a mis hijos más pequeños cuando nacieron. Greco merece este homenaje y mucho más.
Notas:
[1] En la dedicatoria de un libro el Che Guevara le escribió, “Para Guillermo Cid, científico de manos callosas”.