Esperemos al poeta completo: curva, velocidad, control. Y algún soneto (II)
Nicolás Guillén, “a título de buen criollo (…) me gusta el beisbol”
Las menciones al pasatiempo nacional en la poesía de Nicolás Guillén son conocidas, algunas muy citadas, como la antológica “Elegía por Martín Dihigo”, con aquellos versos perdurables dedicados a la muerte de su admirado ídolo: “Con la fuerte cabeza reclinada / En su guante de pitcher va Dihigo. / El rostro de ceniza (la muerte de los negros) / Y los ojos cerrados persiguiendo / Una blanca pelota, ya la última”. Hay otras referencias realmente orgánicas del autor de Motivos de son sobre el deporte de las bolas y los strikes, inmersas en el sentido de cubanidad, mestizaje y luchas sociales que son claves en su obra y revelan su “educación sentimental”, marcada indistintamente por el genio poético e influencia que es Darío y el ídolo deportivo de su infancia, el lanzador José de la Caridad Méndez, El Diamante Negro: “Niño jugué beisbol /Amé a Rubén Darío, es cierto /con sus violentas rosas /sobre todas las cosas / él fue mi rey, mi sol / pero allá en lo más alto de mi sueño / un sitio puro y verde guardé siempre / para Méndez, el pitcher, mi otro dueño”.[1]
En las crónicas de Nicolás Guillén indistintamente se encuentra presente su afición beisbolera.
En una de sus ineludibles elegías dibuja la profunda tragedia del niño negro asesinado, y para describir su vida y su entorno recurre al deporte, entre otros elementos de la cotidianidad que subrayan el drama de esa vida prematuramente tronchada: “Un niño con su trompo, / con sus amigos, con su barrio / […] con su pupitre y su pizarra, / con su guante de beisbol, / con su programa de boxeo, / con su retrato de Lincoln…”.[2] Igualmente, en otros versos, de corte epigramático, en los cuales el humor campea: “Esperar, esperemos / al poeta completo. / Buen brazo, buenas / tardes y curvas, / buenas y curvas tardes, / velocidad, control. / Y / algún soneto”.[3]
En sus crónicas,[4] indistintamente se encuentra presente su afición beisbolera. Como cuando especula sobre su dilema con respecto a tomar partido por el Habana o el Almendares, pues aunque simpatizaba con el segundo, algunos amigos le llamaban la atención acerca de su “elitista” afición, que no se correspondía con su vocación hacia los estratos más populares. En su evocación “Pelota”,[5] representa algunos tópicos que dialogan con el texto que comentamos:
A título de buen criollo (eso al menos creo yo) me gusta el beisbol, o dicho de modo más cubano, la pelota. Me gusta el dominó, aunque a veces me ahorco el doble‑nueve; me gusta el ron, sin que desdeñe por ello un vaso de “bon vino”, a la manera de Berceo (…)
Sin embargo, por ahora no hablaré más que de pelota. Empezaré diciendo que en mi niñez camagüeyana fui almendarista y siempre mantuve esa militancia aun cuando supe, por boca de mi tío, ya en la capital del país, que el trapo azul era equivalente a aristocracia, y que la gente del pueblo simpatizaba en su mayor parte con el Habana.
Lo cierto es que tratárase de cualquiera de los dos “eternos rivales”, y del Fe, que con los alacranes y los leones formaban el campeonato “nacional” (mucho más tarde vendría el Cienfuegos) todos eran clubs compuestos de jugadores cubanos, salvo cortísimas excepciones: Marsans, Almeida, Hungo, Violá, Romañach, Palmero, Luke (sic), Méndez, Joseíto Rodríguez, Cueto, Strike González, Acosta, Calvos… ¡Tantos y tantos! Yo los amaba, saltando por sobre las limitaciones partidarias, y en cada uno de ellos veía un motivo de orgullo nacional.
El mencionado Joseíto Rodríguez, quien figura en el Salón de la Fama del Beisbol Cubano, es citado por Nicolás por “su magnífica dirección” de la selección nacional venezolana. Lo cierto es que, aunque el pelotero habanero jugó y fue manager en la Liga Profesional Venezolana durante más de una década, el morocho Manuel El Pollo Malpica ─con el que el cubano coincidiera en la pelota de ese país─, fue el verdadero director de esa novena campeona. Nacido en Valencia, Carabobo, se destacó como receptor y mentor, paralelo a sus estudios de medicina, profesión que desempañaría al retirarse. Al año siguiente del clamoroso triunfo, repitió al frente del team venezolano en el V Campeonato Mundial, pero Conrado Marrero se desquitaría contra su archirrival El chino Canónico ─por lo demás fuera del terreno los dos eran buenos amigos─, y los criollos serían los nuevos campeones mundiales.
Algunos de sus ídolos son recordados, además de Joseíto, en una prosa tan auténtica como su poesía, como son los casos de las estrellas José de la Caridad Méndez El Diamante Negro, Bombín Pedroso, y El Jabuco Hidalgo. A Méndez lo recuerda como el “vencedor de los elefantes blancos de Connie Mack”, quien fuera legendario directivo de los Atléticos de Filadelfia, cuya mascota, nacida de lo que pretendió ser una burla del contrario, se convertiría de manera reivindicativa, de “una pandilla de elefantes blancos”, a uno de los mejores equipos de la época. La preocupación por la integración racial, la pasión por la pelota como representación de nuestra manera de ser, la gracia natural del juego, el conocimiento y respeto del aficionado, el deporte como espacio para la unificación regional, y otras constantes que se replican en sus acercamientos afines, los podemos encontrar aquí de manera orgánica.
Una muestra de esas asociaciones entre beisbol, cultura e historia, la encontramos en la crónica que desde España envía Guillén a la publicación comunista Mediodía, de la que era uno de sus principales editores; memoria publicada el 6 de diciembre del 37, en pleno fragor de la guerra civil. La titula “Un pelotero, capitán de ametralladoras”[6]: “¿Recordáis a Basilio Cueria, aquel gigantesco mulato que jugaba como cátcher del Marianao? Ha cambiado el diamante por la trinchera y las glorias efímeras de los campeonatos de beisbol […] vive la gloria altísima de combatir al fascismo en España”.[7] Así evoca Nicolás en su conocida relación con el legendario pelotero internacionalista ─texto que he comentado en más de una ocasión, y que me motivó a seguir el hilo de la historia de un hombre hoy casi desconocido─, pero sobre el que escribieron en su momento autores consagrados como el propio Guillén, el narrador Lino Novás Calvo, o el poeta Langston Hughes, a los que sumaría el recuerdo de la compatriota del norteamericano, la activista Louise Thompson, todos en su condición de corresponsales de guerra durante la contienda civil española.
Hughes revela su admiración por el atleta caribeño “[…] conocido jugador de pelota cubano de color y residente de Harlem, es ahora capitán de una compañía de ametralladoras… Hace más de un año, Cueria partió para España para alistarse en las Brigadas Internacionales”.[8] El escritor es coincidente en varias de las apreciaciones de Guillén y Novás sobre el compatriota de estos, como por ejemplo que era “inmensamente popular con los oficiales y los hombres bajo su mando”; su desprendimiento al renunciar a su carrera deportiva en aras del internacionalismo; y la memoria de los suyos y sus hazañas como pelotero. “De vuelta en Estados Unidos, viejos fanáticos […] hablan frecuentemente de Cueria […] siempre se le asocia con la pelota. Fue cátcher con los Cuban Stars. Luego en 1929 fue manager de los Miami Red Sox. Y más tarde jugó con los Cuban Giants” de las llamadas Ligas Negras.
En otro momento el poeta de Harlem describe su primer encuentro con el ex pelotero en compañía de su buen amigo Nicolás: “Nicolás Guillén y yo por fin llegamos al campamento de El Campesino. Mientras hablábamos frente a su cuartel general, un oficial tiró una granada al aire como diversión y cayó cerca de nosotros con fuerte explosión. Campesino se reía a carcajadas al vernos brincar. Le gustaban estas bromas, conocido por toda España como temerario general. El Campesino quería que conociéramos a su oficial favorito cubano, el capitán Cueria”.[9]
En la semblanza del camagüeyano, Cueira termina evocando a su patria y a sus camaradas deportivos: “Y nada me dará un alegrón más grande que al volver ver a la gente que me es querida […]. Mis familiares, y mis compañeros de pelota, como Oms, Fabré, José M. Fernández…”. Cita a algunos destacados colegas dentro de las lides atléticas, donde sobresale Alejandro El Caballero Oms, gloria de los Leopardos de Santa Clara y las ligas negras, otra de las leyendas deportivas que marcaron la afición beisbolera del cubano a tiempo completo que se llamó Nicolás Guillén.
Notas:
[1] Nicolás Guillén: Obra poética. Tomo II (Editorial Letras Cubanas, 2002), p. 12.
[2] Nicolás Guillén: “Elegía a Emmett Till”, Obra poética 1920-1958. (2.a edición, Ediciones Unión, 1974), pp. 409-411.
[3] Nicolás Guillén: Ob. cit., pp. 329-30.
[4] Entre otras tiene una deliciosa sobre nuestros llamados “deportes de mesa”, “Dominó y ajedrez”. Prosa de prisa, (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1976, tomo III), pp. 52-53.
[5] Nicolás Guillén: Cronista en tres épocas. (Editora Política, La Habana, 1984), p. 80.
[6] Nicolás Guillén. “Un pelotero, capitán de ametralladoras” Prosa de prisa, (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1976, t. I), pp. 107-110.
[7] Nicolás Guillén. “Un pelotero, capitán de ametralladoras”. Ob. cit. pp. 107-110.
[8] Langston Hughes. “Harlem Ball Player Now Captain in Spain”. Ob. cit.
[9] Langston Hughes. Wonder As I Wander: An Autobiographical Journey. Ob. cit. p. 356.