Quien esto escribe conversó largo rato con el maestro Félix Guerrero (ya fallecido) en una cálida mañana de agosto de 1989. La trayectoria artística de Enrique González Mántici ocupó el tema central de aquel diálogo del cual ahora entresaco estos apuntes:

“Enrique era una persona franca, abierta, de alegría contagiosa. Llegaba y preguntaba: ‘A ver, ¿qué es lo que pasa? Vamos a tomarnos un café’. Propiciaba la alegría y la camaradería. Pero a la vez fue muy respetuoso con los compañeros, y emprendedor y decidido para el trabajo. Nunca estaba satisfecho con lo que hacía. Era exigente y con él había que ensayar cuantas veces fuera necesario. Como individuo, de gran valor y además, un buen violinista. Como director estaba consciente de que era el jefe y con él las cosas tenían que hacerse bien”.

La música es manifestación tan antigua como la especie humana, surgida cuando el hombre se percató de sus posibilidades para producir sonidos. Deviene, de tal modo, una de las más auténticas formas de expresión de la identidad de los pueblos y mucho debemos agradecer a ella, que como escribió José Martí en 1875, “es la más bella forma de lo bello”.

“Para González Mántici no hubo las distinciones que suelen establecerse entre la música sinfónica y la popular”.

Enrique González Mántici contribuyó a hacernos más bella la vida. Lo hizo a través de la composición propia y de la divulgación de la obra de varios autores cubanos, con el afán de hacernos así ciudadanos más plenos.

Nació en Sagua la Grande el 24 de diciembre de 1912, según consta en los registros, aunque él insistentemente mencionó como fecha de nacimiento la del 4 de noviembre, lo cual hace pensar en la posibilidad de un error en el acta de inscripción y remarca la preferencia suya en celebrar su onomástico conforme a lo real y no lo oficial.

Desde los cinco años se inició con la madre —profesora de música— en los estudios de piano y violín, que continuó cuando en 1921 la familia se trasladó a La Habana.

“Enrique era una persona franca, abierta, de alegría contagiosa”.

De aquellos tiempos en que no escasearon los premios, ni las medallas escolares, quizá lo más notable sea destacar que fue en 1923 cuando se presentó por vez primera en público ejecutando el violín, en uno de los salones de la entonces Academia de Ciencias y que el jurado evaluador le predijo un futuro glorioso, además de entregarle una medalla que le impuso el Secretario de Estado de la República.

Sin embargo, la situación económica familiar, antes holgada, se resintió con la crisis económica de finales del decenio del 20 y Enrique, que además sentía ya las inquietudes políticas propias de un joven que vive bajo la asfixiante dictadura de Gerardo Machado, se afilió al movimiento izquierdista estudiantil.

Entre la música y la actividad revolucionaria compartió las horas y los sueños, en tanto esperaba por una ansiada beca que le había otorgado el Ayuntamiento pero que no cristalizó hasta 1932 por carencia de presupuesto. Ya en el muelle, presto a embarcarse hacia Estados Unidos, la policía machadista lo detuvo, condujo hasta el Castillo del Príncipe… y allí pasó tres meses confinado. Sus veinte años escasos le salvaron la vida y una vez en libertad prosiguió los estudios.

Tras la caída del régimen de Machado integró el Cuarteto Clásico, como primer violín, y pasó a la nómina de la prestigiosa Orquesta Sinfónica de La Habana, bajo la dirección del maestro Gonzalo Roig.

Para González Mántici no hubo las distinciones que suelen establecerse entre la música sinfónica y la popular. Él, simplemente, reconoció la música buena y a ella entregó sus esfuerzos. Si con el Cuarteto Clásicoabordó las partituras de Haydn y Beethoven, de Mozart y de Mendelssohn, al integrar la Orquesta de los Hermanos Castro en 1936, incorporó la música en su vertiente popular, aunque la estancia fue breve allí, entrando dos años después en la Riverside, la cual fundó y dirigió, además de ser su violinista. Decir Riversidepronto equivaldría a mencionar una de las mejores orquestas de la radio cubana, con un respaldo musical de primer orden en cada instrumento y un extenso catálogo de grabaciones.

“Para González Mántici no hubo las distinciones que suelen establecerse entre la música sinfónica y la popular. Él, simplemente, reconoció la música buena y a ella entregó sus esfuerzos”.

Viajó por Venezuela en su primera incursión al extranjero y en 1943 se le llamó para organizar y dirigir la Orquesta Sinfónica de la emisora radial Mil Diez, perteneciente al Partido Socialista Popular, donde también figuraban el maestro Adolfo Guzmán, director de la orquesta de tangos; Félix Guerrero, director arreglista; y un cuadro de excelentes profesionales en funciones de locutores, escritores, guionistas y actores. Recordaría Félix Guerrero, que allí “se ejecutaron por primera vez fantasías, o sea, que tomábamos la música popular y hacíamos de ella una versión más elaborada”.

Después de la clausura de la emisora por el gobierno, figuró entre los fundadores, en 1949, del Instituto Nacional de Música, caracterizado por la férrea defensa de la música cubana, empeño en que se aunaron las voluntades de los compositores Rodrigo Prats, Harold Gramatges, Félix Guerrero y José Ardévol, entre otros. Al respecto comentaría meses después:

“Creamos el Instituto y presentamos la producción de casi todos los autores cubanos bajo la dirección de todos los directores cubanos y presentando a los solistas cubanos. Pero también el empeño fue infructuoso. Hemos decidido liquidarlo ante lo estéril del esfuerzo”.

Del prestigio alcanzado da prueba el hecho de que el maestro austríaco Erich Kleiber —director titular de la Orquesta Filarmónica de La Habana— lo acogió en el selecto grupo de jóvenes músicos a los cuales impartió conocimientos y trasladó experiencias.

Viajó entonces por Europa y participó en el Tercer Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en el verano alemán de 1951; dirigió las orquestas sinfónicas de Berlín y de Leipzig, y la Sinfónica de Radio de Moscú; fue el primer director cubano en conducir orquestas sinfónicas en el Viejo Mundo.

En la faceta de compositor, su obra Concierto para violín y orquesta se estrenó en 1954, poco antes de partir a Sudamérica con el Ballet de Alicia Alonso, con presentaciones en Chile y Argentina.

“(…) como compositor se caracterizó por un nacionalismo franco y directo y por la eficacia de la orquestación”.

El triunfo de la Revolución lo tomó en el extranjero, de donde regresó para obtener por concurso de oposiciones la plaza de director titular de la recién creada Orquesta Sinfónica Nacional, en 1959. Desarrolló a partir de ese momento un programa de trabajo intenso tanto en Cuba como en el exterior, pues asistió a festivales de ballet y acompañó a relevantes solistas.

Fue profesor de la especialidad de Música en la Escuela Nacional de Arte (ENA); viajó a la antigua Unión Soviética, Rumania, Alemania, Hungría, China, Bulgaria, Polonia; dirigió la Orquesta Sinfónica Central de Pekín, fue jurado de violín del Festival Concurso Internacional George Enescu, en Rumania, 1964; impartió clases de dirección orquestal, al tiempo que nutría su catálogo con nuevas obras.

Al inventario del maestro se sumaron otras composiciones sinfónicas: la marcha Guerrillero, de difusión mundial, Zapateo, Pregón y Danza, Concierto No. 2 para violín y orquesta, compuso los ballets Mestiza y Circo, las obras Tríptico, la obertura Cuba, Sinfonía concertante, para violonchelo y orquesta, el lied Plomo gris…

La muerte lo sorprendió trabajando, el 28 de diciembre de 1974, mientras se hallaba en Pinar del Río en la preparación de una pequeña Orquesta Sinfónica de Teatro y Danza. Considerado entre los grandes directores sinfónicos cubanos del siglo XX, de su importante quehacer apuntó el profesor José Ardévol, a manera de epitafio, que “como compositor se caracterizó por un nacionalismo franco y directo y por la eficacia de la orquestación”.