Matahambre: una exposición y un proyecto de investigación-creación que comparte horizontes
Los lectores asiduos a La Jiribilla tuvieron la primicia de conocer sobre la existencia y propósitos del Proyecto de investigación-creación Matahambre, acción artístico-pedagógica desarrollada como ejercicio de Prácticas artísticas por el grupo de 3er año del Curso de Trabajadores de la Licenciatura en Artes Visuales de la Universidad de las Artes, y obtener información inmediata sobre las primeras conclusiones de los resultados investigativos correspondientes a aquella fase.
Ahora el Proyecto ofrece la oportunidad de observar los primeros resultados artísticos en la exposición Matahambre, insertada en el proyecto DOMOS que organizó la Facultad de Artes Visuales de la Universidad de las Artes, ISA, como acción colateral a la 15 Bienal de La Habana, y que fuera inaugurada el pasado 18 de noviembre.
Se cumplirá el sueño de que la 15 Bienal vaya a Minas en febrero con el mismo espíritu colaborativo y de compartir horizontes.
Precisamente, a propósito del tema “Horizontes Compartidos” que propuso la 15 Bienal de La Habana, este grupo de artistas-estudiantes decide mostrar las propuestas creativas que concibieron a partir de la investigación de campo desarrollada en Minas de Matahambre entre el 28 de julio y el 3 de agosto de este año. Su indagación inicial se cifraba en el estudio de la relación hombre-naturaleza en un asentamiento rural, a lo que se añadió la peculiar historia que ofrecía el lugar por ellos seleccionado y que abrió un nuevo objetivo de búsqueda enfocado hacia cómo se mostraba la identidad minera después del abrupto cierre de las minas ─hace ya 27 años y luego de 85 años de próspera explotación─, y, con ello, la pérdida de la base económica fundamental de su subsistencia y la razón de ser de su existencia.
Los cinco días de convivencia con la comunidad permitieron al grupo profundizar en la historia colectiva de vida, sus nostalgias, y advertir una creciente pérdida del sentido de pertenencia, sobre todo en las nuevas generaciones con la consiguiente tendencia migratoria; pero, a la vez, sirvió para dirigir una nueva mirada a aquel pasado, resaltar su valor patrimonial, su nueva esteticidad en su actual estado ruinoso y, sobre todo, develar la riqueza natural y del medio construido histórico con el que cuentan y que este constituye una sólida base para iniciar diferentes proyectos de transformación cultural y de gestión económica. En consecuencia, las intenciones del grupo de artistas-estudiantes de llevar sus obras a la 15 Bienal de La Habana a través de la exposición Matahambre basadas en la experiencia desarrollada en Minas, no sólo expone resultados artísticos de un trabajo investigativo-creativo, sino que estos contribuyen a visibilizar la riqueza potencial de aquel “no lugar” para ser transformado si este fuera estratégicamente dirigido hacia nuevas líneas de desarrollo.
Los relatos interpretados, elaborados por los artistas-estudiantes como parte de la investigación de campo, sirvieron de base a sus respectivas propuestas artísticas que, aun cuando algunas sean de autoría individual, recibieron la colaboración del resto del grupo, sea tanto en su proyección ideoestética como en su realización, mientras otras se produjeron en colectivo e incluso con la colaboración y participación directa de algunos de sus pobladores, ejemplo fehaciente de la naturaleza compartida del horizonte creativo de estos artistas.
Esta cualidad se advierte en “Tito”, instalación concebida por la artista Celia Mariana García Horta a partir de la narración que le ofreció este influyente poblador sobre el día en que anunciaron el cierre de las minas, cuando él hizo un último recorrido de despedida y se lamentó por no contar entonces con una cámara para conservar en imágenes el recuerdo de aquellos hermosos lugares. La instalación está conformada por las fotografías que Roberto Camacho, o mejor, Tito, tomó durante una parcial reedición de aquel recorrido, ahora acompañado por la artista y dotado con una cámara analógica que esta le proporcionó para que pudiera realizar aquel deseo insatisfecho. El también considerado “cronista de las minas”, facilitó además algunos de sus numerosos manuscritos, cuyas fotocopias forman parte de la pieza, así como un original, obsequiado a la artista, que también se integra a la misma.
Semejante voluntad colaborativa promovida por Celia Mariana se observa en “Osmín”, poblador de una extraordinaria sabiduría popular en cuestiones de flora y fauna, cuyos relatos sobre semillas, hojas y plantas, más algunas muestras de estas recolectadas por la artista, se encuentran dispuestos y procesados con resina sobre cartulina a través de una composición espontánea y estéticamente llamativa, resultando un muy especial libro de artista, bien diferente a lo que fueran las memorias ilustradas de las expediciones botánicas, en el que se integran las enseñanzas y advertencias de Osmín Dovales Cruz, la escritura y disposición espacial de los textos para cada pieza, realizadas por la profesora Hortensia Peramo, devenida colaboradora, y la sensibilidad y creatividad de la artista.
A las mediaciones emprendidas por esta creadora se suma la presencia de Noel González Machado, artista local de formación autodidacta, que el grupo conociera durante la investigación de campo cuando algunas de sus obras formaban parte de una exposición que presentaba la Casa de Cultura de Minas. Este artista fue invitado compartir su mirada y participa en la exposición Matahambre con tres dibujos realizados sobre material encontrado, por ejemplo, la superficie blanca que le ofrece la cartulina del reverso de un viejo almanaque. Sus obras “La visita”, “Una merecida cena a la luz de la luna”, y “La casa de tío Ángel en sitio Morales”, están colmadas de la espiritualidad peculiar del lugar.
La autonegación de la memoria pareciera estar presente en la vida diaria de estos pobladores: nadie habla entre sí del pasado minero y costó trabajo a los artistas-investigadores recuperar información. Tal es el caso de una maqueta que reproducía el universo de las minas, destruida y arrinconada en un lugar prácticamente inaccesible, o el “secreto” de los planos y mapas del antiguo complejo o del trazado de los diferentes niveles de túneles que llegaron a 46, con una profundidad de más de mil metros. El artista Reynier Suñol Silva, casi al final de la expedición, tuvo la fortuna de rescatar un desgastado plano original de las minas, a partir del cual se planteó su pieza “Raíces”. En ella realiza una superposición de los diferentes niveles de las minas montados en una caja de luz, con lo que da el efecto deseado de mostrar la riqueza de esta ciudad subterránea que soporta, simbólicamente, la historia y el destino de ese pueblo a pesar del silencio.
Con la serie fotográfica “Seis por seis”, Daylene Rodríguez Moreno se propone mostrar las relaciones entre el tiempo y la memoria, en este caso, narrar el nacimiento, vida y muerte de las minas de cobre a través de una secuencia de seis momentos diferentes capturados mediante seis cámaras analógicas estenopeicas, programadas a intervalos de tiempo sobre un mismo objeto, las ruinas del emblemático concentrador, y tratadas con el método pinhole, obteniendo seis negativos, revelados y escaneados, que ofrecen imágenes difusas, como a veces suelen manifestarse los recuerdos, con los que alude a seis momentos fundamentales de aquella conmovedora historia: Piedra brillante (descubrimiento del yacimiento), El pozo (inicio de la explotación), High Tech (máxima productividad con la tecnología proporcionada por los co-dueños norteamericanos), Minero de ley (el valor de la productividad sobre el hombre), El hombre (el valor del hombre a partir de las visitas del Che y Fidel), Caída libre (el corte del cable de la jaula que cayó al fondo y marcó el fin definitivo de la mina).
Adrián Lamela Aragonés muestra tres fotos de su serie Del cobre al oro, metáfora con la que expresa su intención, y la del colectivo, de poner sobre la mesa la necesidad de la toma de conciencia por los pobladores, más otros activistas, instituciones y decisores, de la riqueza material y espiritual con la que cuenta ese enclave, como decir que tienen oro en sus manos y no lo saben, no se percatan, o carecen de la voluntad emprendedora que se requiere para lograr, paso a paso, una renovación o apertura de nuevas oportunidades de crecimiento. Los cambios de coloraciones aplicadas sobre las imágenes de las viejas y todavía monumentales maquinarias de este patrimonio industrial abandonado, sugieren ese posible cambio de mirada que permita la necesaria transformación y enriquecimiento material y espiritual en la vida de aquellos pobladores.
Con una intención semejante se muestra la serie de Reynier Suñol Silva, quien, con la colaboración del documentalista Osmany Bonet Nodarse, se vale de algunas antiguas fotos, recuperadas de archivos malamente conservados, que captaron determinados puntos de indudable valor o de determinada relevancia dentro del proceso industrial minero o que registra la vida de los mineros en sitios todavía hoy reconocibles. En Espejismos de la memoria el artista pone estas viejas fotos a dialogar con nuevas fotos del mismo lugar identificado que fueron tomadas durante la investigación, lugares reconocibles a pesar de las modificaciones que han sufrido por el paso del tiempo y los cambios premeditados o a consecuencia del vandalismo, un diálogo planteado a través de una interesante superposición de pasado y presente, que convoca a la preservación de la memoria, pero con la certeza de que este pasado no debe impedir mirar al presente, e incluso, asumirlo como el necesario basamento de toda proyección futura, pero que, de ningún modo, justifica la inercia o el quedarse atrapado en él.
Otra serie fotográfica, El guardián, de Natasha Forcade Gómez, llama la atención sobre el desenfado y la re-significación con que las nuevas generaciones asumen aquel pasado, que ya no es el suyo, como sucede con el niño Uri, protagonista de la serie, quien vive con su familia y sus mascotas a los pies de las ruinas del concentrador, en parte de lo que fuera una antigua garita donde operaba el custodio de ese importante componente del proceso productivo, por donde los vagones del funicular surcaban el cielo trasladando las rocas cargadas del mineral desde las torres del Pozo 2 hacia el concentrador. Sobre este importante emplazamiento el niño ha construido una nueva empatía e identidad como asentamiento doméstico o vivienda, dotándolo de otro sentido de pertenencia individual. Este proceso de resemantización del entorno es una consecuencia inevitable de la paralización de la actividad minera y del cambio de la actitud de sus habitantes más jóvenes hacia un hábitat modificado, tanto en su funcionalidad, como en su visualidad y en su valor económico, cultural y estimativo.
Osmani Domínguez Morales, en “Zona curada” muestra una instalación compuesta de dos paisajes pintados sobre estructuras de tablas de pino, construidas por el artista, que fueron tratadas o curadas con óxido de cobre, como era costumbre para la construcción de las viviendas en esa comunidad. Así también, por su flexibilidad y resistencia, la madera de pino estaba presente en la mina, especialmente para las necesarias estructuras o realces que servían de sostén a los túneles abiertos por las excavaciones y por donde debían transitar mineros y maquinarias. Los dos soportes se emplazan sobre el suelo formando un ángulo, dado el interés del artista por hacer sentir el volumen del espacio minero, sobre cuyas superficies pinta, empleando nuevamente óxido de cobre y a partir de bocetos realizados en el sitio, dos imágenes que muestran la singularidad de aquel entorno, singularidad dada por la fusión ya orgánica de lo natural con lo artificial, integración esta que vive en el imaginario colectivo y que caracteriza la identidad visual de este pueblo. Ambos paisajes denotan la gran sensibilidad del artista hacia la nueva o diferente esteticidad por él descubierta, con la aspiración, compartida por el colectivo, de que, con obras como esta, esta nueva esteticidad sea percibida y valorizada por sus pobladores.
Maykel Rodríguez Ricardo presenta tres relatos visuales. “Números rotos”, instalación realizada con fragmentos de piedra, restos de maquinarias y de otros utensilios hechos en metal y barro que el artista-estudiante recolectó durante la investigación, sobre los cuales, empleando pintura de cobre, pintó los números de algunos de los ex mineros entrevistados, en alusión a las chapas que los identificaban cuando trabajaban en la mina. La disposición dispersa de los fragmentos sobre el muro donde se emplaza la pieza es coherente con el título que alude, precisamente, a la historia rota o interrumpida de aquella comunidad.
En “Historias cruzadas”, del mismo artista con la colaboración del documentador Frank Batista Mariño, se pone de manifiesto la espiritualidad en esa relación esencial que se da entre el pueblo y las minas, que se manifiesta, de modo especial, en la fuerza o vibra positiva que tienen las piedras de cobre que todos guardan, cual trofeo o resguardo, o que ofrendan a la virgen, como hace su interlocutor Reinaldo Cepeda Elías, uno de los influyentes pobladores entrevistados. En esta pieza, Maykel propone una acción inversa: llevar a la mina la virgen de Reinaldo, que este le presta al artista para que realizara su intervención en un área de la mina, pasando de este modo a ser participante directo en la pieza, acción que fue documentada a través de la fotografía que se expone en la muestra, tomada, colaborativamente, por el documentador Osmany Bonet Nodarse.
En otra pieza Maykel se apropia de una leyenda local, la cual refiere el episodio de dos jóvenes que en una loma cercana se batieron con armas blancas por el amor de una muchacha y que los destellos de los metales cruzados todavía se observan en la noche. En “Mitología crítica” el artista expone ese otro combate que se desarrolla actualmente al interior de los habitantes e instituciones de Minas, entre dos posturas opuestas, reflejo de la disyuntiva que se les presenta a los pobladores: o abandonarse a la abulia, o emprender un trabajo transformador. Con la colaboración del documentalista Frank G. Batista Mariño, el artista trazó esas dos palabras luminosas, “abulia” y “trabajo”, tomando como escenario la pared del emblemático concentrador, intervención documentada a través de las dos fotos con las dos opciones que se exponen, respectivamente, en dos cajas de luz.
Asociada a esta intención de estimular desde adentro la actividad revitalizadora de esta comunidad, se muestra un registro de una instalación sonora realizada in situ, de forma colectiva y participativa, pues contó con un grupo de trabajadores de la empresa de Geominas del lugar. “La ceremonia del pito”, se concibió a partir del descubrimiento por la líder del proyecto, la profesora Hortensia Peramo Cabrera, de que los trabajadores habían preservado, como una reliquia, el silbato original de la mina (el pito, para ellos), el cual se instaló el último día de la experiencia en un compresor y volvió a sonar después de décadas de silencio, como un homenaje a los mineros y al pueblo de Minas, y como un metafórico llamado a la necesaria puesta en valor de su historia y su potencialidad para resignificarse.
Ariadna Álvarez Rodríguez, descendiente de mineros, ha sido testigo de cómo al mismo tiempo que el minero excava la mina para su beneficio material, este es también excavado por ella; le da prosperidad, como también puede enfermarlo de los pulmones hasta morir; en fin, que se agreden o trituran recíprocamente. Sin embargo, la pieza “Triturados” que nos presenta la artista no expresa esta interacción trágica para ambos, naturaleza y hombre, sino que se vale de la riqueza estética que ella encontró en las cualidades de la azurita y la malaquita, que conviven con el cobre, para, tras un proceso de trituración hasta convertirlas en un fino polvo, desplegó sus brillantes colores sobre la superficie del lienzo con goma arábiga, en varias capas, a las que espera añadir otras hasta llegar a la cualidad matérica deseada. Del borde inferior de la pintura y formando parte de la pieza, cuelga un trozo de la calcopirita de donde se extraen estos minerales, creando una sensación de espejo entre la materia real y la pulverizada, entre causa y consecuencia.
Osmani Bonet Nodarse, uno de los dos documentalistas del proyecto, también aporta a esta exposición su pieza “Renovación”, videoarte en bucle que muestra un paisaje fijo que va transformándose secuencialmente, con la aparición y desaparición de torres, componentes esenciales de la estructura minera y, por consiguiente, elementos visuales que identifican esa comunidad, logrando así, por una parte, expresar la condición inestable de la identidad minera, pero por otra, y sobre todo, la posibilidad de su resurgimiento renovado a partir de la revelación de otros valores, nuevas miradas y activar la imaginación.
Por su parte, Frank G. Batista Mariño, encargado también de documentar la primera fase investigativa del proyecto, con su editor Fernando Rego, presenta el video Proyecto Matahambre, testimonio de una experiencia en 8 minutos, estrenado el día de la inauguración de la exposición, material que fascina por su emocionalidad, por su alto nivel de síntesis de la abundante información, la elocuencia de las imágenes y la eficiente selección de los aspectos fundamentales de la investigación de campo, en correspondencia con los comentarios que ofrece la líder del proyecto, así como su capacidad para trasladar al espectador a las vivencias y el escenario visual y vital de aquella experiencia.
Finalmente, Osvier Guzmán Herrera presenta cinco de una serie de siete retratos de antiguos pobladores de Minas que tuvieron un papel importante en su historia, tales como el boticario que certificó que aquella piedra brillante que había encontrado por casualidad Victoriano Miranda era cobre, con lo cual se dio inicio al negocio de la explotación del mineral y se fundó el pueblo de Minas asociado a esta actividad económica en Matahambre; como también está el retrato de un descendiente de japonés, que junto a polacos, rusos, judíos, españoles y de otras nacionalidades acudieron allí a buscar empleo. Un dato interesante es que algunas de estas personas fueron fotógrafos autodidactas y que a ellos se debe mucho del registro visual de ese lugar que aún se conserva. Otro dato es que estos retratos se realizaron luego de una intensa búsqueda por el artista de fotos antiguas de estos personajes, desgastadas por el tiempo y el descuido, fotos y características anatómicas que estudió y reconstruyó en sus pinturas, debajo de las cuales, en planchas de cobre, por supuesto, están escritos sus nombres. Este conjunto recibe el título Donación porque responde a la intención que expresa el artista de donarlo al Museo de la Minería que existe en el poblado de Minas.
Esto nos lleva al siguiente propósito del Proyecto Matahambre: regresar a Minas en febrero para hacer una devolución productiva en la fecha de conmemoración de un nuevo aniversario de la fundación del poblado, con una exposición que incluya estas y nuevas obras que se esperan emplazar en la Casa de Cultura y en el Museo de la Minería, acción que también incluiría propuestas de intervención en lugares emblemáticos, como el Pozo 2 y las ruinas del concentrador; exhibir en el cine del pueblo el referido video-reportaje que forma parte de esta muestra, y, a partir de ello, promover un intercambio entre pobladores sobre su futuro, con sus líderes naturales y representantes de instituciones y decisores. También se prevé hacer un peregrinaje al Monumento al Minero, entre otras acciones, donde la participación activa de los pobladores será el principal objetivo.
Con esta fase del proyecto se cumpliría el sueño de este colectivo de insuflar en sus pobladores el deseo del cambio, de activar lo necesario para iniciar proyectos diversos de reanimación, motivar la imaginación, y que así como el pueblo de Minas llegó a la 15 Bienal de La Habana a través de este entusiasta, creativo y altruista colectivo de artistas-estudiantes, la 15 Bienal vaya a Minas en febrero con el mismo espíritu colaborativo y de compartir horizontes.