Cuba: un espacio de afectos y compromisos sostenidos para Antonio Martorell
Estimados miembros de la Presidencia, Rectora.
Amigos todos de Antonio Martorell.
Buenas tardes.
La Universidad de La Habana, a solicitud de la Facultad de Artes y Letras, se honra de distinguir al artista y amigo puertorriqueño Antonio Martorell. Dos islas hermanadas en historia y hombres (y mujeres) que siguen entrelazando caminos y ofreciendo el mismo corazón para las flores y las balas. Islas que, como unicornio de vegetación, magia y barroquismo de Lorenzo Homar, han tejido caminos comunes de pasado hispano, resistencias y cimarronaje, ideales independentistas, huellas coloniales y reinvenciones culturales.
Los caminos integrados de la dimensión antillana, modelados por Eugenio María de Hostos, José Martí y Ramón Emeterio Betances desde el siglo XIX, continúan hilvanando sus hilos a través de sus mejores hijos. Más de cincuenta años han transcurrido de la primera exposición del artista Martorell en Cuba, realizada en la Casa de las Américas bajo el rótulo Gráfica de Puerto Rico, por allá por septiembre de 1970. Otras muchas exposiciones, eventos, conferencias, talleres e intercambios le sucederían, con la Casa —donde se resguarda la mayor colección de obras de Antonio Martorell en Cuba en la Colección “Arte de Nuestra América Haydée Santamaría”—, el Museo Nacional de Bellas Artes, la Oficina del Historiador de la Ciudad y, especialmente, en la Bienal de La Habana. Cuenta el artista que pisó suelo cubano por primera vez hace 40 años, durante la primera Bienal de La Habana, a la que regresa por quinta ocasión como el artista más veces invitado a la principal fiesta de las artes y el pensamiento del Sur Global; él dice de sí mismo: sobreviviente.
A la Bienal de La Habana regresa Martorell por quinta ocasión, como el artista más veces invitado a la principal fiesta de las artes y el pensamiento del Sur Global.
A la Universidad de La Habana (UH) regresa una vez más a sus aulas, estrechamente vinculado a los estudios de arte del Caribe y la amistad entrañable con su fundadora, la Dra. Yolanda Wood, quien ha aquilatado y justipreciado la magnitud de su obra a escala regional. Sin embargo, con la reciente muestra MartorellLL expone por segunda ocasión en la UH. La primera se realizó en el año 1997 durante su estancia como jurado del Premio La Joven Estampa, en la entrañable Galería Luis de Soto, de la Facultad de Artes y Letras, quiso el azar concurrente lezamiano que en días de noviembre del año 1997, justo como este homenaje. Hoy retorna, a la emblemática Galería L de la Universidad de La Habana, cual amigo de barrio, vecino vedadeño, al que se le avisa de alguna novedad en la bodega o se le solicita para abrir la puerta (y vamos todos a gritar a coro, 1, 2 y 3): MartorellLL!!! Y esa esa L sigue creciendo, en énfasis, en gesto y volumen, en laboriosidad, locuacidad y, sobre todo, libertad. La de un hombre y su pueblo, como un jíbaro digno de su tiempo.
El mismo grito o pregón popular, llega hoy hasta el Aula Magna para decirle:
Antonio Martorell-Honoris Causa,
Honoris Martorell
Martoris-honorell.
Sellamos esta entrega con el sentido del honor martiano… y del humor insular. Ese que hace de la palabra un arma de resistencia para los pueblos oprimidos —más nunca dominados—, recurso de reinvención de la condición del ser cultural como una coordenada de existencia contrahegemónica, corriente de pensamiento emancipatorio que nos cobija en esta Aula Magna, acompañada del espíritu del Maestro Félix Varela. Por ello queremos celebrar conmemoraciones sentidas entre amigos: los 90 años de la fundación del Departamento de Historia del Arte, los 40 años de la Bienal de La Habana y los muy próximos 297 años de la Universidad de La Habana.
Honor y humor son claves de la idiosincrasia en Puerto Rico, revelan la capacidad de reivindicación del jíbaro y su legado, de las sonoridades populares de La Plena y la Bomba, la capacidad del español de aglutinar un pasado y una cultura que siempre se reformula, mas no renuncia a su tradición, se reinventa en las diásporas y la fuerza centrípeta de su isla; que ha adquirido dimensión estética en la obra de Maestros como Ramón Frade y Lorenzo Homar (también su Maestro), y otra pléyade de artistas porque es una isla muy fértil y pródiga. Todo ello alcanza cualidades excepcionales en la obra de Antonio Martorell. La palabra deviene signo, significado, significante, adquiere cualidades visuales, se descompone en imagen, cuelga en telas, se multiplica en soportes y formatos. El papel o el lienzo, en sus dimensiones, lo limitan, lo encierran en números, bordes, fronteras que el artista se resiste a asumir y los desborda saltando de la planimetría a la instalación, a la ocupación del espacio, al arte público. Es por ello que la obra de Martorell sirve de puente necesario entre esa Generación del 50 y la producción más joven en Puerto Rico, parafraseando a Luis Rafael Sánchez, Toño es un traductor: ha sabido recoger la sensibilidad epocal y traducirla continuamente con los materiales de cada nueva época. En un ambiente artístico conservador, que se subestima vulnerable ante lo nuevo, Martorell demuestra que sí se puede experimentar con “lo múltiple, el collage, las instalaciones, los medios mixtos, los materiales de la cultura de masas, sin que resulte en “mal-arte” o arte “anti-puertorriqueño”.[1]
Su obra es ampliamente reconocida en Nuestra América, con estrechos vínculos a través de la gráfica como Argentina, Colombia y México (donde vivió entre 1978 y 1984). Su capacidad creativa e iconoclasia a prueba de toda frontera ha sido la premisa de una fértil carrera que ha implicado eventos artísticos, comunitarios y culturales multimedios, el diseño de escenografía y vestuario para numerosas obras de teatro, instalaciones y performances.
Pero volvamos a la relación honor-humor pues, para ser fiel a la idiosincrasia de nuestro homenajeado no pueden ir separados. Con total seriedad y una significativa dosis de ironía, reflexiona críticamente, de modo agudo y mordaz la realidad política y cultural de Puerto Rico. Una de sus obras maestras resulta las “Barajas Alacrán” (1968), que protagonizan el juego de poder electoral, lamentablemente reactivado ciclo tras ciclo, que en ese entonces condujo a numerosas huelgas, reacciones populares y una celebración particularmente sentida por el centenario del Grito de Lares. El portafolio serigráfico que se apropia del lenguaje del pop art —a modo de juego de naipes— ridiculizaba las posiciones entreguistas de sus protagonistas: César Andreu Iglesias, Roberto Sánchez Vilella, Miguel Ángel García Méndez, Abraham Díaz González, Francisco Manríquez Cabrera, Luis Negrón López y Santiago Abreu, Jaime Benítez, Felisa Rincón de Gautier. Valga recordar, además, que se trataba de la escena política que heredó la traición de Luis Muñoz Marín al aceptar la condición de Estado Libre Asociado de los Estados Unidos, contrario a su eslogan de campaña “Tierra, pan y libertad”, al renunciar al último sustantivo.
“Su capacidad creativa e iconoclasia a prueba de toda frontera ha sido la premisa de una fértil carrera que ha implicado eventos artísticos, comunitarios y culturales multimedios, el diseño de escenografía y vestuario para numerosas obras de teatro, instalaciones y performances”.
Pero invito a retener el nombre de la alcaldesa Doña Fela quien en los años cincuenta protagonizó la recordada nevada en San Juan, literalmente. En el afán de que los niños boricuas conocieran la nieve y que celebraran la navidad, sin que “fueran menos que los restantes niños del país”, importó nieve desde New Hampshire hacia Puerto Rico y la depositó en el Parque Muñoz Rivera. ¡Qué decir acerca de la situación del parque y sus alrededores cuando el preciado contenido se deshizo en el clima tropical cual piragua! Nosotros diríamos granizado.
Asociado a este hecho, otra pieza maestra debemos mencionar: “White Christmas”, en la cual las imágenes de ciudades y los sitios emblemáticos de Puerto Rico —motivos de postales turísticas— fueron intervenidas visualmente como testigos mudos de la ridícula nevada.
La exposición, transgresora en su momento por ser una gran instalación, podría contemplarse hoy como un performance colectivo cuyo gesto paródico e hiperbólico de ridiculización somete las contradicciones culturales intrínsecas hasta las últimas consecuencias: al punto de hacer partícipe al público e interpelarlo ante el hecho. Por eso nos comenta el crítico boricua Nelson Rivera que “Martorell no le comunica directamente al espectador su condición de colonizado, espera que éste lo descubra por sí solo, iniciándose así, con su propio esfuerzo, su eventual descolonización”.[2]
En franca antítesis de Barajas Alacrán, la serie Como-unión (1998) compila nombres y trayectorias de ilustres puertorriqueños, cuyas historias de vida y contribuciones profesionales han cimentado una nación boricua en tiempos de todavía, como le gusta decir a Toño: toda-vía. Las contradicciones de la colonialidad en Puerto Rico y el rol del artista en estos contextos de viceversas será una provocación esencial. Por eso imprime los rostros xilografiados de Adolfo Matos, Alberto Rodríguez, Alejandrina Torres, Alicia Rodríguez, Antonio Camacho o Carmen Valentín, Edwin Cortés, Elizam Escobar, Juan Segarra Palmer, Oscar López Rivera, Luis Rosa, Ida Luz Rodríguez, entre otros comensales dispuestos en la mesa principal, impresos sobre papel, tela o platos cerámicos, unidos en el acto de la cena familiar, en el goce de la sobremesa y sus historias. Pues el artista reconoce que “toda mi vida y trabajo es un intento de unir lo que hasta entonces está separado”.
Por ello, con razón la profesora y crítica de arte Yolanda Wood nos advierte que: “Su maestría en el manejo de estas «viceversas» y en la indagación en zonas sensibles de la vida social de su país, su lectura crítica siempre comprendida desde el ojo del artista y desde la fuerza sintética de la imagen y de su impacto comunicativo, son parte esencial de sus propuestas estético-artísticas que reaniman su obra y la mantienen activa en el discurso de su tiempo”.[3]
La poética se centra en la clave de la memoria. La capacidad selectiva del pasado en la dimensión afectiva, individual y social, revela en su obra una clave estética y un recurso visual de potencia simbólica. Martorell reconoce, en primera persona, que “en mi país, todo estaba por nombrarse, por quererse, por soñarse, […] a los artistas nos tocaba la grata tarea de memorizar el país”.[4] El recuerdo habita la obra desde su primer libro Catálogo de Objetos (1972), esta vez el de la infancia, el hogar y la familia. Como sinécdoques visuales, aparecen la Bañera, Silla, Sillón, Butaca o Mosquitero, que integran hoy la Colección “Adelaida de Juan” de la Universidad de La Habana, o la Máquina de Coser. Particularmente la imagen de la máquina de coser remite a su madre y la resiliencia familiar, el trabajo doméstico como recurso económico principal de la familia y el valor de los oficios presentes en obras como “Casa Singer” (1991), “Mundillo Desencajado” (1996) o “Mundillo Nuestro” (2019). Tal como nos revela el curador puertorriqueño Humberto Figueroa: “Su juventud temprana entre cortes de tela, cintas y bordados en el Bazar Las Muchachas y al pie de la máquina de coser Singer en su casa imprimieron en su memoria esos elementos de belleza y sensualidad”. Su obra deviene una apología de lo cotidiano y trascendente, expresión de la riqueza popular y la capacidad de resistencia en todas sus escalas (individual, colectiva, nacional y regional). La voluntad de trascender desde el presente, desde el fragmento, el gesto o el ejemplo cotidiano, reafirman que “el hombre sólo puede hallar su grandeza, su máxima medida en el Reino de este Mundo”.[5]
Del tejido individual trasciende a la dimensión colectiva que indaga en las memorias, afectos y modos de expresión que singularizan al puertorriqueño en espacios globales, especialmente en el poblado de Nueva York, como él mismo refiere. Le motiva el compromiso con su país y la voluntad de reflexión crítica que deriva en extraordinarias genealogías del lenguaje visual puertorriqueño, la gestualidad, los modos de decir y comunicar desde el espacio público, hoy lo entenderíamos desde el campo de los estudios visuales y el análisis del discurso visual, presente en las series Álbum de Familia (1985), Gestuario (2002) o Playa Negra (2011). En ellas explora la expresión pública corporal y del habla coloquial, los imaginarios y las fabulaciones de generaciones boricuas en escenarios ampliados y diaspóricos. Playa Negra recupera las fotografías de inicios del siglo XX conservadas en las historias familiares de sus miembros. Migraciones que afrontaron sucesivas carencias y crisis económicas pero que en su proyección intrafamiliar aspiraban a construir las imágenes del glamour o el éxito. Martorell se apoya en estas fotos de estudios y archivos, con poses y vestimentas opulentas y compone una realidad contradictoria que ensambla con los atributos de oficios y labores domésticas dominantes en la época. Las apropiaciones de este mundo de fantasías y egos, de aspiraciones y realidades contrastantes se multiplica en sellos postales o xilografías, mosaicos o gigantografías, en arte correo o portafolios.
Y es que uno de los componentes esenciales estriba en la multiplicidad de soportes, en la libertad experimental y voluntad de crear a plenitud que hacen de los lenguajes un ejercicio permanente de expansión del campo artístico, sus límites y convenciones. Las piezas transitan de la xilografía a la instalación, de lo planimétrico al arte público, del pop art al arte conceptual, de lo moderno a lo postmoderno, de la instalación al performance, el video, la televisión o youtube. Confluyen, en creación y espíritu, el diplomático, el comunicador, el artista, el intelectual, el teatrero y el jíbaro, para el cual la tradición popular resulta raíz y estandarte en un acto permanente, urgente, calibanesco de comunicación.
Imagen y palabra se convierten en ejercicio de emancipación; la imagen apalabrada o la palabra dibujada. Por eso estas experimentaciones de soportes, materiales y formatos nos conducen nuevamente al libro, el que inició su travesía librada en los años setenta y que adquirió camino propio en la cualidad de libro-arte. Es así que se reconocen textos claves como Catálogo de Objetos, La Piel de la Memoria, Antonio Martorell pierdencuentra, Los colores de Tó, El Velorio no vela y el más reciente Prendas de vestir y desvestir.
La profesora Yolanda Wood destaca la importancia del libro al referir que “llegó por el camino de las letras y las palabras, por el juego con ellas, en su comprensión del contenido simbólico de los significados en una isla que hace más de un siglo habla inglés y español, español e inglés, en una isla de viceversa donde las palabras y sus sentidos son también una expresión semántica de la identidad puertorriqueña”.[6]
“Imagen y palabra se convierten en ejercicio de emancipación; la imagen apalabrada o la palabra dibujada”.
La exposición Jaulabra (2004) revela el componente visual de la palabra, lo lleva al punto de la apoteosis, la deconstrucción del sentido en su capacidad simbólica de encierro o libertad. La apropiación instalativa del espacio establecía una sinonimia entre la galería y la jaula como espacio simbólico y limitado, que también se reforzaba con la estructura de 20 metros de diámetro por 15 m de alto de la pieza central. A su alrededor, toda la galería se convertía en el juego de las palabras amor, democracia, dios, justicia, libertad, patria, paz, progreso, seguridad y verdad, escritas en trece idiomas, cual alegoría de cadenas o llaves de liberación. La letra, en impresiones sobre tela, papel y espejo se transfiguraba en arma, convidaban a la reflexión en torno al sujeto y su enunciación. Las letras fueron extraídas, ampliadas, cortadas, recombinadas, para finalmente materializarse en la impresión serigráfica.
La relación entre individuo y humanidad describe una parábola permanente en la obra de Martorell, remitiéndonos desde el yo al nosotros. Como hombre de su tiempo participa de las preocupaciones más acuciantes de la humanidad: la guerra y la destrucción ambiental, mediante conflictos locales y globales, valgan solo dos palabras con toda la fuerza enunciativa: Vieques y Gaza. Ambos enclaves de destrucción han sido potencia creadora del artista a través de series y portafolios como Vieques: imágenes de ayer y hoy (de conjunto con el artista Héctor Méndez Caratini) o la pieza “Gasa” (2004), que desde el año 2004 conforma la serie Jaula en la labra. 20 años después estas imágenes se reconfiguran en otras piezas como “De-damascos-y-gasas-III-Descansa-en-paz”(2024)o “De damascos y gasas II Los-cosieron-a tiros”(2024). Otras referencias nos conducen a las guerras del siglo XXI a través de la serie Sombra, sombrilla y sombrero (2017), en la cual el juego iconográfico de las sombrillas se transforma en misiles, mezquitas, gotas o copas. Nuevamente la reflexión se enuncia desde la cotidianidad y los objetos que, naturalizamos en su uso frecuente y cuya función principal debe ser la protección (de la lluvia o el sol). El objeto se resignifica, trasciende sus límites y usos, incluso sus significados convencionales.
“Mis experiencias mayores de trabajo y aprendizaje han sido en Cuba”.
Pues el individuo también habita un espacio culturalmente situado del que no se desconecta. Su dimensión insular refiere con claridad las referencias caribeñas que motivan la abundante cartografía en su obra. Mapas, hilos y tejedoras integran oficios tradicionales con nociones geográficas y percepciones culturales que hilvanan y entretejen territorios fragmentados por el proyecto colonial y hegemónico de la modernidad-colonialidad. Ese compromiso explícito se manifiesta desde el temprano proyecto comunitario “Taller Alacrán” (1968) hasta el más reciente “Taller de La Playa” (2023), a modo de continuidad con cambios de pueblos, ciudades y países pero que mantienen el mismo norte: la expresión individual y colectiva.
La vocación popular y el compromiso social devienen paradigmas de un proceso formativo que responde a criterios de educación no convencionales, atendiendo a las tradiciones formativas y culturales del país, e incidiendo en problemáticas sico-sociales a través del arte. La dimensión comunicativa y terapéutica del arte y la comprensión contemporánea del artista como mediador social y cultural encuentra en el Taller Alacrán un ejemplo epigonal, que desde las lógicas del arte logra demostrar un camino viable de desarrollo. El Taller ejemplifica una forma de hacer desde y para la comunidad. Según los saldos que declara el propio informe del Taller en apenas dos años (1968-1969) se formaron 75 aprendices. “Cincuenta por ciento de ellos (37 aproximadamente) completaron con éxito su adiestramiento en la mayor parte de estas disciplinas. Un veinte por ciento recibieron adiestramiento especializado para maestros (15 personas)”.[7]
El Taller de La Playa surgió en el año 2022 como parte del estudio personal y las circunstancias complejas de la COVID. De ahí nace la serie en videos El Taller de la playa: el arte como vía del conocimiento y aprendizaje de vida. El artista declara: “La tesis es que estamos acostumbrados a aceptar los instrumentos del conocimiento como las Matemáticas, las Ciencias, como mucho la palabra, pero se descualifican las artes plásticas como si se trataran de elementos decorativos, moneda de cambio. Mis compañeros y yo hemos defendido que las artes son una vía de conocimiento tan importante como la Matemática. Una vía de conocer y adquirir elementos del saber y una magnífica preparación para vivir mejor, enriquecer la existencia”.
Cuba ha sido un espacio de afectos y compromisos sostenidos para Antonio Martorell. Sus primeros talleres datan de los años noventa en vínculo con la Facultad de Artes y Letras y la Facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de las Artes. En paralelo, han fraguado esenciales vínculos con el Taller de Gráfica, la Uneac, el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam y la Casa de las Américas. Por ello declara el artista en el año 2014: “Vengo a Cuba cada vez que puedo y cuando no puedo también acudo. Mis experiencias mayores de trabajo y aprendizaje han sido en Cuba”.[8]
Cuba lo ha reconocido como uno de sus hijos pródigos al conferirle la Distinción por la Cultura Cubana. Solo en el año 2009 fue reconocida la trayectoria de compromisos sociales y culturales desde el arte y las letras que han conjugado los caminos de Cuba y Antonio Martorell mediante la entrega de la Medalla Haydée Santamaría (la más alta distinción cultural otorgada por la Casa de las Américas), la inclusión como Miembro Honorario de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba y la entrega del Doctorado Honoris Causa del Instituto Superior de Arte (2009). Y por estas fechas ha recibido el Premio Internacional René Portocarrero y el Honoris Causa de la Universidad de La Habana.
Su obra transmite su libertad y excepcional talento creativo que implican las artes y las letras. Su compromiso con la palabra escrita y la tipografía, como proceso creativo, inspiración y defensa identitaria en contextos coloniales, ejemplifican su dimensión intelectual reconocida por la distinción “Humanista del año” (2007), otorgada por la Fundación Puertorriqueña para las Humanidades, de San Juan, Puerto Rico, y la pertenencia a la Academia de la Lengua en Puerto Rico como Miembro de Número desde el 2008. Su máxima trascendencia se logra en el campo de la comunicación, donde el arte desborda su dimensión estética y adquiere la capacidad de movilización, convocatoria, aglutinamiento y reflexión social, ética y cultural. Imágenes y palabras, para dibujar, describir, contar una historia, la suya, la de Puerto Rico, la del Caribe y el Sur Global.
“Somos herederos de un legado que se resiste a las clasificaciones y encasillamientos, como Martorell, que asume el reto científico de la transformación, como Martorell, que construye para el futuro, como Martorell”.
Para cerrar permítanme solo una inflexión personal, como solo se puede hablar de Martorell, desde el alma. Este púlpito me devuelve al pupitre, año 2006, iniciándome en los caminos del Arte del Caribe con la profesora Yolanda Wood y a mi primera investigación de seminario dedicado a Antonio Martorell. Desde entonces, ha sido un camino de confluencias, cruzamientos y confrontaciones (claves con las que todos los que hemos pasado por el magisterio de Yolanda aprendemos a ver y leer el Caribe). Ese modelo epistemológico gestado desde las lógicas de una Historia del Arte transgresora, y muchos otros Maestros, que contribuía a sedimentar desde las historias regionales y la expansión del campo del arte un camino renovado y muy criollo, para los estudios sobre arte, donde Nuestra América devino frondosa ceiba, flamboyán o palma. Somos herederos de un legado que se resiste a las clasificaciones y encasillamientos, como Martorell, que asume el reto científico de la transformación, como Martorell, que construye para el futuro, como Martorell. Por eso hoy nos representamos en su obra y nos regocijamos todos en la celebración de este hombre letrado y de letras, amigo entrañable de Cuba, hombre y ala para seguir el vuelo.
Notas:
[1] Nelson Rivera. “El maestro Antonio Martorell”. En, Hinca por ahí. Escritos sobre las artes y asuntos limítrofes. San Juan: Ediciones Callejón. 2016. Pp. 248-254
[2] Nelson Rivera. “En torno a tres trabajos de Antonio Martorell, artista puertorriqueño”. https://icaa.mfah.org/s/es/item/805303#?c=&m=&s=&cv=&xywh=-1673%2C0%2C5895%2C3299
[3] Yolanda Wood. Dibujar es escribir.
[4] Buscar referencia en Catálogo de Objetos.
[5] Alejo Carpentier. El Reino de este mundo. https://www.suneo.mx/literatura/subidas/Alejo%20Carpentier%20El%20Reino%20de%20Este%20Mundo.pdf
[6] Yolanda Wood. Dibujar es escribir.
[7] Taller Alacrán. Propuesta preliminar y plan de trabajo. Archivo ADAM. Universidad de Puerto Rico, Recinto Cayey. Inédito. 1969. p. 38
[8] Cecilia Crespo. “Muestra retrospectiva de Antonio Martorell en Bellas Artes”, julio 12, 2014 https://oncubanews.com/cultura/artes-visuales/muestra-retrospectiva-de-antonio-martorell-en-bellas-artes/