Hoy visité el taller del pintor Joel Jover, con el propósito de conversar sobre su participación en la muestra colectiva que celebra los 40 años de la Bienal de La Habana. Lleva seis cuadros de gran formato, realizados en técnica mixta, pertenecientes a su serie Canto a mí mismo.

Tuve la sensación de entrar en un universo paralelo, donde pinceles, nylon y ahora también una gran aguja de coser revela su historia personal. Allí estaba, con una obra monumental entre manos, uniendo fragmentos de su pasado.

En su nueva serie, Jover evoca los muñecos animados que vio en su infancia, cuando la televisión solo transmitía en blanco y negro. Betty Boop, entre otros personajes, aparece como un símbolo más en este mosaico lleno de reminiscencias e íconos de toda una vida.

“Allí estaba, con una obra monumental entre manos, uniendo fragmentos de su pasado”.

Detuvo el ritual de las puntadas para contar sobre la segunda Bienal de La Habana en 1986, cuando fue seleccionado entre 50 artistas. En aquel entonces vivía en Lugareño, un pequeño pueblo rodeado de cañaverales.

Fue allí donde pintó las obras que lo llevaron por primera vez a la Bienal, aislado de los circuitos urbanos del arte. Tanto que el renombrado Raúl Martínez, movido por la curiosidad, se presentó en el pueblo para asegurarse de que realmente estaba trabajando en medio de ese paisaje rural.

Hoy, en su taller de Camagüey, lejos de las comodidades de los grandes estudios de otros artistas, sigue creando. La humedad y las goteras han sido testigos de su lucha por preservar sus obras, muchas de las cuales se perdieron a causa de la carcoma.

Esta vez, al trabajar con nylon, espera que el tiempo sea más clemente. “Sí, se echan a perder, pero me voy a morir, me voy a echar a perder yo también, entonces tampoco hay que preocuparse demasiado por la trascendencia”, dijo entre risas.

“Su arte es su vicio, su juego, su vida, aunque a veces se pregunte si lo que hace es realmente arte”.

Jover aprendió a coser reparando redes de pescadores y bordando camisas de guinga en su juventud. Ha llevado ahora esa habilidad al centro de su proceso creativo. Cada puntada en sus obras es como un eco del pasado que da forma a su presente.

Su arte es su vicio, su juego, su vida, aunque a veces se pregunte si lo que hace es realmente arte. Pinta para divertirse, y, aunque eso pueda incomodar a algunos, él sigue hilando historias, memorias y texturas que no dejan de sorprendernos.

Pronto compartiré la entrevista completa en Adelante, pero hoy quería detenerme en este gesto suyo de coser el arte con su propia historia.

Tomado del perfil de Facebook de la autora