Gran conmoción: Lunin, el espía nazi en La Habana
A lo largo de cinco siglos ya cumplidos de fundada, la ciudad de La Habana ha sido morada de personajes de todas las condiciones, algunos ilustres, otros de muy lamentable recordación. A estos últimos pertenece Augusto Lunin, el agente nazi cuya información a los Servicios de Inteligencia del Tercer Reich condujo al hundimiento de varios mercantes cubanos y a la pérdida de numerosos tripulantes que jamás regresaron a sus hogares.
Este agente se introdujo en Cuba con un pasaporte hondureño falso, se estableció primero en un hotel y después en una vivienda de la calle Teniente Rey, en La Habana Vieja, simuló entre el vecindario ser un honrado comerciante y radió desde allí las coordenadas de las embarcaciones cubanas —indefensas— que luego serían echadas a pique por los submarinos alemanes.
Entre Cuba (en realidad todo el continente americano) y Alemania, Italia y Japón estaba declarado el estado de guerra que sucedió a los acontecimientos del ataque por sorpresa de la aviación nipona sobre la base norteamericana de Pearll Harbor, en el Pacífico, en diciembre de 1941. A partir de entonces, el Tercer Reich puso en la mira de los periscopios de los submarinos germanos los cascos de los mercantes cubanos.
El 29 de septiembre de 1941, arribó a La Habana el vapor Villa de Madrid. De allí desembarcó el ciudadano Enrique Augusto Lunin, natural de Honduras, cuya certificación de nacimiento real establecía este en la ciudad de Bremen, Alemania. Hablaba español correctamente, con ligero acento extranjero y era un individuo de complexión fuerte, alto, joven y de cabello negro.
Prontamente se dedicó a acopiar informaciones, que escuchaba en sus conversaciones por la ciudad y los bares aledaños al puerto. Después, Lunin se encerraba en su habitación y desde una planta de transmisión emitía los partes con los datos. La señal era captada por los submarinos alemanes que merodeaban en los mares alrededor de Cuba. Pero también por escrito les ratificaba sus informaciones. Así, una y otra vez. El éxito de su “trabajo” quedaba confirmado por las noticias de los buques cubanos torpedeados en alta mar, las relaciones de marineros muertos y desaparecidos, y las fotografías dramáticas del rescate de los náufragos.
Los servicios cubanos de contraespionaje —en colaboración con agentes del Buró Federal de Investigaciones de Washington— comenzaron a operar muy discretamente, y lo hicieron con profesionalidad, a partir del chequeo de la correspondencia, por donde surgieron las primeras sospechas al descubrirse un mensaje escrito con tinta simpática. ¡No quedaban dudas de que en Cuba operaba un espía nazi!
Aún no se tenía ningún nombre, pero se redobló la vigilancia acerca de las transacciones económicas a favor de individuos extranjeros y finalmente fue por el correo —la detección de una firma, que hizo un cartero y su posterior localización— como se dio con el nombre de Lunin.
Cuando lo detuvieron y se practicó un registro en su domicilio, se completó el número de pruebas de un cuantioso expediente. Se le puso a disposición del Tribunal de Urgencia de La Habana y se afirma que colaboró en las investigaciones. Lunin era ingeniero mecánico graduado de la Universidad de Berlín, hablaba los idiomas español e inglés, además de alemán y se incorporó a los servicios secretos nazis al iniciarse la Segunda Guerra Mundial. Mucha expectación generó en Cuba el proceso contra el espía cuya actuación tanto dolor había causado, quien aceptó casi todos los cargos y fue sentenciado a la pena capital por fusilamiento. Heinz August Kunnin, o Enrique Augusto Lunin, fue ejecutado el 10 de noviembre de 1942.