La reinserción de Lam en el contexto cultural cubano de los años cuarenta resulta compleja y difícil. Para un artista cuya obra transcurre en el corazón mismo de la modernidad, como miembro activo de la Escuela de París, elogiado por Picasso y admirado por Breton, resulta arduo entrar en sintonía con un ámbito donde la plástica se ha desarrollado con una dinámica diferente. Por esa fecha el modernismo cubano había ya consolidado una expresión fuerte y original, asentada en un redescubrimiento de tradiciones contenidas en la memoria idealizada de un pasado colonial, cuyos rasgos de opulencia aún podían constatarse en la herencia de una arquitectura y un mobiliario pertenecientes a la cultura blanco-criolla de raíz hispánica.

Mientras Lam se afana por reencontrarse a sí mismo en su país natal, otros artistas cubanos habían afirmado su discurso plástico en la búsqueda de una expresión autóctona de identidad. No obstante, las obras de Wifredo Lam de su primer ciclo cubano (1941-1945) despiertan el entusiasmo de Alejo Carpentier quien había regresado de Europa triunfante en 1939, después de once años de ausencia. Lam había conocido a Carpentier en España en 1933. Ambos artistas se reencuentran en La Habana estableciéndose entre ellos una estrecha relación.

“(…) las reseñas, críticas de arte, reportajes y crónicas que Carpentier escribió sobre la obra de Lam le abrieron el camino al pintor cubano a su reconocimiento”. Imagen: Tomada de Cubahora

Carpentier era un apasionado defensor de la cultura cubana de raíz africana. Su primera novela, ¡Ecué-Yamba-Ó!, publicada en Madrid en 1933, era un acercamiento sensible a tales asuntos. Anteriormente había sido entusiasta promotor de la obra plástica de Eduardo Abela, otro pintor cubano residente en París a finales de los años veinte cuando este abordó temas afrocubanos dentro de una óptica surrealista.

También aprobó con entusiasmo la incorporación de ritmos negros a la música de concierto que llevan a cabo Amadeo Roldán y Alejandro García Caturla. Por lo tanto, no es de extrañar que la pintura de Lam despertara profundamente su interés y obtuviera su incondicional respaldo, expresado en críticas y comentarios elogiosos aparecidos en diversas publicaciones culturales cubanas y extranjeras. En ellas avala, con la agudeza de sus juicios, la importancia de esta obra en el contexto de la plástica latinoamericana de los años cuarenta:

Después de su período parisiense, marcado evidentemente por la garra de Picasso, Lam abrió los ojos ante el paisaje del trópico. Anduvo buscando por plantas, hojas, frutas, fibras y otros elementos de lo inmediato. Pero, poco a poco, lo vimos operar en profundidad, desconfiando de un exterior demasiado rico en seducciones. Sus formas se alejaban gradualmente de los modelos primeros adquiriendo, por proceso de metamorfosis, una vida propia inquietante, llena de poesía y sin embargo eminentemente plástica. [1]

Será precisamente Carpentier quien en 1944 señala, tempranamente, su importancia sin precedentes: “El cuadro monumental de La jungla, y todos los que lo anunciaron y de él derivaron, constituyen una aportación trascendental al nuevo mundo de la pintura americana”. [2] En La jungla Lam sintetiza los principales aportes de las vanguardias artísticas ─Picasso, Cezanne, Matisse─ y los pone en función de expresar, en imágenes de una densidad plástica y conceptual desconcertantes, una sensibilidad poética primigenia que no podía darse en otra parte sino en nuestra América. [3]

“El cuadro monumental de La jungla, y todos los que lo anunciaron y de él derivaron, constituyen una aportación trascendental al nuevo mundo de la pintura americana”. Imagen: Tomada de Internet

Lam realiza entonces obras de gran envergadura en las cuales incorpora a plenitud la riqueza expresiva de una vegetación frondosa y unas frutas tropicales exuberantes ─que integra hábilmente a su pintura aprovechando su connotación sexual como el plátano y la papaya─ y simultáneamente trabaja en un grupo de composiciones con las que avanza en el estudio de los efectos ópticos de la luz y el color y su utilización en función de una estructura cubista. Este deslumbramiento se evidencia en una serie de óleos sobre papel ejecutados fundamentalmente entre 1943 y 1944, caracterizados por una pincelada impresionista, casi puntillista, que bosqueja los contornos imprecisos de las figuras mediante el contraste entre el color, la luz, y el fondo ocre del papel. Así se aprecia en Mujer con las manos en alto y Pájaro-flor.

Al consolidar lo que será el núcleo central de su poética ─alrededor del cual girarán en forma de espiral sus etapas posteriores─ Lam explora temas tradicionales de la pintura, a los que incorpora una visualidad diferente como resultado de la síntesis del cubismo y el surrealismo. El artista alcanza una nueva dimensión pictórica a partir de la interpretación poética de la singular realidad americana. Es la concreción plástica de lo real maravilloso, la revolucionaria tesis que Alejo Carpentier formulara en el prólogo de su novela El reino de este mundo. [4] En ella el insigne novelista pone en evidencia la decadencia a la que ha llegado el surrealismo a la altura de la cuarta década del siglo XX. [5] Carpentier señala el abuso de “Lo maravilloso, obtenido con trucos de prestidigitación, reuniéndose objetos que para nada suelen encontrarse: la vieja y embustera historia del encuentro fortuito del paraguas y de la máquina de coser sobre una mesa de disección, generador de las cucharas de armiño, los caracoles en el taxi pluvioso, la cabeza de león en la pelvis de una viuda, de las exposiciones surrealistas”. [6]

“Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wifredo Lam, quien nos enseñara (…) la desenfrenada Creación de Formas de nuestra naturaleza (…) en cuadros monumentales de una expresión única en la pintura contemporánea”.

Carpentier cobra conciencia de la esencia mágica de la realidad americana en un viaje que realiza a Haití en 1943: “me hallo (…) ante los prodigios de un mundo mágico, de un mundo sincrético (…) surge en mí (…) la percepción de lo que yo llamo lo real maravilloso, que difiere del realismo mágico y del surrealismo en sí”. [7] Es precisamente en la pintura de Wifredo Lam en la que Carpentier encuentra la confirmación de su tesis de lo real maravilloso, señalándolo como paradigma y afirma, categórico: “Y tuvo que ser un pintor de América, el cubano Wifredo Lam, quien nos enseñara la magia de la vegetación tropical, la desenfrenada Creación de Formas de nuestra naturaleza ─con todas sus metamorfosis y simbiosis─, en cuadros monumentales de una expresión única en la pintura contemporánea”. [8]

Carpentier sigue con atención la evolución de la obra de Lam en décadas posteriores, siempre vigilante para realizar nuevos descubrimientos en la obra del pintor.  Quizás el más notable de ellos es la maravillosa crónica que escribe a raíz de la gran exposición que el artista realiza en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana en la que subraya la importancia de El tercer mundo, obra donada por el artista al pueblo de Cuba:   

un cuadro monumental, un cuadro extraordinario por sus proporciones y contenidos; tan extraordinario que yo no vacilaría en compararlo, en cuanto a importancia, con la famosa Jungla, que se puede ver en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. [9]

Sin dudas las reseñas, críticas de arte, reportajes y crónicas que Carpentier escribió sobre la obra de Lam le abrieron el camino al pintor cubano a su reconocimiento, primero en Cuba, posteriormente en Latinoamérica y desde ahí conquistar el universo.


Notas:

[1] Wifredo Lam en New York. Información. La Habana, 21 de junio, 1044.p. 14.

[2] Alejo Carpentier. “Reflexiones acerca de la pintura de Wifredo Lam”. En: Gaceta del Caribe (La Habana) julio de 1944. Aparece compilado en: Alejo Carpentier. Conferencias. La Habana. Editorial Letras Cubanas, 1987, p 226.

[3] Nuestra América es el título de uno de los ensayos políticos más lúcidos sobre el continente americano escrito por José Martí, Apóstol de la Independencia de Cuba, en el siglo XIX.

[4] A su regreso a Cuba en 1943 de un viaje a Haití que lo impresionó profundamente, Carpentier comienza a escribir El reino de este mundo, que concluye en Caracas en 1948. El prólogo de esta obra, titulado “Lo real maravilloso de América”, había sido publicado por primera vez el 8 de abril de 1948 en El Nacional de Caracas y constituye un texto fundamental para la comprensión de la literatura y el arte en el continente americano. El reino de este mundo aparece editado por primera vez en México en 1949.

[5] Carpentier enjuicia severamente al surrealismo cuando señala como “…después de una magnífica trayectoria de cuarenta años, acabó por ser una fábrica de maravillas”. En: Alejo Carpentier. Conferencias. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1987, p 159.

[6] Alejo Carpentier. El reino de este mundo. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1987. prólogo. p 2.

[7] Alejo Carpentier citado por Araceli García-Carranza. En:  Biobibliografía de Alejo Carpentier. La Habana. Editorial Letras Cubanas. 1984. cronología. p 20.

[8] Alejo Carpentier. Op. cit. p 3.

[9] Alejo Carpentier. “La pintura de Wifredo Lam”. En: La cultura en Cuba y en el mundo. Editorial Letras Cubanas. La Habana. 2003. pp. 115-116.