Freddy Ñáñez nació hace casi medio siglo —lo que no aparenta por su coleta rebelde y su desenfado juvenil—, en la parroquia de Petare, populosa comunidad del estado de Miranda, cuyo nombre significa en lengua caribe “frente al río”, por ubicarse a orillas del río Guaire, principal cuerpo de agua del valle de Caracas, al que otro hijo de ese valle y amigo común, William Osuna, dedicara un poema memorable (El río Guaire es mi amigo. /Yo le pido la bendición). Entorno que sin dudas marcaría su primera vocación como ciudadano de la cultura.

Freddy es poeta, editor, músico… y algo más que no aparece en la ficha de esta edición de Postal de sequía (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2024), y es que ha sido de siempre un entusiasta promotor cultural, comunicador de raza y hombre político (“el hombre es por naturaleza un animal político”, nos recordarían Perogrullo y Aristóteles). Ministro para la Comunicación e Información y vicepresidente del gobierno en la actualidad, había sido con anterioridad ministro de Cultura y presidente de Fundarte. Entre sus varios reconocimientos literarios vale destacar el de la XVII Bienal de Literatura José Antonio Ramos Sucre, uno de los más importantes de su tipo en el país, y que justamente mereciera por este título, cuya reimpresión cubana ─ampliada con otros textos─, hoy presentamos, o “bautizamos”, como se diría en venezolano.

Queremos celebrar con amigos y colegas la feliz iniciativa de Arte y Literatura de dar a conocer la obra, hasta hoy poco conocida entre nuestros lectores, de un autor del que hace unos años —con la complicidad de Jorge Fornet—, publicamos en la revista Casa (número 285 de 2017), sus primeros poemas en la Isla.

“Freddy es poeta, editor, músico… y algo más (…) ha sido de siempre un entusiasta promotor cultural, comunicador de raza y hombre político”.

Al transitar por Postal de sequía, desde los primeros versos del presente cuaderno el poeta enarbola sus interrogantes como los desafíos que comparte con el posible lector: Qué hago mal que no tiembla y falta sal a cuanto nombro (“Qué me pasa que no tiembla…”). Me gustaría suscribir, a propósito de la tesis que creo adivinar en estas páginas, que la poesía asume mucho más incertidumbres que certezas… cuando observamos la noche humana. No vienen del lugar de donde huyen /sino de la misma entraña de la huida…Ni de un lugar preciso /ni de un tiempo exacto /te nombran (“Pronombres personales”). Y así lo refrenda en otro momento, en un texto dedicado a la memoria del siempre recordado Sigfredo Ariel: En un lugar en marcha /al que se llega renunciando /a las certezas (“Isla”).

Coincido con su prologuista Jesús David Curbelo —en un texto lúcido como nos tiene acostumbrado en sus múltiples abordajes al oficio de la poesía—, cuando apunta que  “autor y obra se aíslan de las corrientes afines a la lírica hispanohablante de la época y (sin borrar sus nexos con poéticas esenciales que están muy arraigadas en la cosmovisión del escritor, las de sus coterráneos Eugenio Montejo, Ramón Palomares y Gustavo Pereira, por ejemplo) se lanzan a explorar resortes re-encontrados en otras tradiciones (…) para ensayar una expresión peculiar en mitad del guirigay babélico de poéticas anquilosadas”.  Los tres autores mencionados por el ensayista son referentes mayores de la poesía contemporánea de Venezuela y de Latinoamérica, y en el caso de los dos últimos me consta el fuerte vínculo filial y la ascendencia literaria en Ñáñez.

Justo de él y de su poesía tuve noticias antes de conocerlo personalmente por esos grandes poetas y amigos. Pero la primera vez que establecí una relación directa con Freddy fue en el 2008, cuando siendo él secretario de Cultura del estado de Táchira, le correspondió como subsede ser anfitrión del Festival Internacional de Poesía de Caracas. Bromista impenitente a tiempo completo, cuestionó con ironía la condición de “internacional” del capítulo tachirense, pues los tres poetas convocados como “extranjeros” y que justificaban lo ecuménico del evento eran un argentino que vivía hacía veinte años por esos lares; un colombiano —en esa frontera abierta entre pueblos hermanos, como nos recuerda la crónica de Nicolás Guillén, cuando registra que Cúcuta es Venezuela y San Cristóbal es Colombia—; y por último, para darle aún más la razón, un cubano nacido en la muy caraqueña parroquia de La Candelaria, como era mi caso.

“Justo de él y de su poesía tuve noticias antes de conocerlo personalmente por esos grandes poetas y amigos”.

Al avanzar en la lectura del libro que nos ocupa, este nos va descubriendo las claves de lo que puede ser su arte poética: Al escribir sobre las palabras /olvida todo lo que has dicho /Ten en cuenta nada más /su frágil transparencia (“Al escribir sobre las palabras”); o En ocasiones /Soltaba /un ejemplar /a la mitad /de un poemario /y era claro /que en ese animal /viajaba su doble (“El libro inédito de Eugenio Montejo”), tal vez de la mano de Montejo resonando el “otro” de Rimbaud.

Y están sus influencias, entre las que me gustaría privilegiar la ya citada de Palomares, quien alguna vez escribió: “Comienzo a levantarme de entre mis amigos baquianos que abren la trocha en esa alfombra oscura”, pues creo adivinar esas costuras del silencio de la “alfombra oscura” que son legítimas al descubrir entre líneas, como el baquiano,  la vocación creadora de Ñáñez: Entiende /es un animal cualquiera  /no conviene desafiar su inocente crueldad (“Como un animal cualquiera”), que el crítico Curbelo retoma: “Nos asomamos aquí a otro binomio esencial del imaginario latinoamericano: “un animal cualquiera” que en “su inocente crueldad” (la serpiente, el hombre) vaga por la intemperie y el pájaro (el águila, el alma), que anhela el infinito y se lanza a encontrarlo; es decir, la tierra y el Postal de sequía cielo, lo físico con sus bondades y limitaciones y lo etéreo con sus principios espirituales, con sus posibilidades de migrar y cambiar el mundo o, simplemente, salir al exterior y buscar otros cosmos… (donde) el individuo pueda sobrellevar, incluso, los galimatías de la muerte”.

Significativa lectura que nos recuerda al maestro Ramón Palomares, de cuya muerte —siempre el fantasma de la parca—, supe en su momento por el propio discípulo. Referentes a los códigos de Ramón al recrear la naturaleza circundante en el ámbito andino que les fue a ambos familiar, cuando en uno de los textos de mi preferencia que integra el capítulo final ─bloque que engarza pasajes y paisajes no incluidos en el título original─, y donde alcanza el clímax del poemario, razona: Al escribir sobre un pájaro /hijo /fíjate de vuelta /en la rama estremecida /por el peso de su ausencia /Visita ese vaivén /copia el gesto /despedido /Es esa la caligrafía /que dará forma a tu palabra (“Al escribir sobre pájaros”).  

“Esa exploración de la palabra única desde el alma y la voz única, compartiendo oficios y contradicciones, rebeldías y plegarias, son los vasos comunicantes que compartirá el lector con las sucesivas lecturas que le proponemos”.

Otra influencia a considerar es la de ese paradigma poético —que todos llevamos dentro aún sin tener conciencia—, llamado César Vallejo en ejemplos como “Tristumbre” (No pregunte nadie si tuvo madre hermanos esposa  /De todo esto yo soy aquí el único pariente… /No pregunten ahora si se ha ido al cielo que son los montes más bellos los más lejanos verdes / De todo esto yo soy aquí el único que parte); o “Señal de costumbre” (Esta tarde pavorosa /lleva días transcurriendo así: /disfraz de aguacero /de jueves parasiempre). La mala memoria del subconsciente, que selecciona lo que alguna vez quisimos olvidar, y que sin llegar al desasosiego de la pesadilla, perturba el sueño con los malditos recuerdos de otra vida. La felicidad y la infelicidad que se pueden tener al mismo tiempo.                                                                                                                                                                                                                                                                                   

Al prologar la edición cubana de El peor de los oficios, compilación de textos de su admirado Gustavo Pereira, referidos a la profesión y condición de poeta, escribí estas consideraciones, que son válidas para la reflexión a que nos convoca la obra que comentamos del hijo cosmopolita y criollo de Petare.  Ese deambular, volver y reencontrarse de la poesía, en cualquier lengua y época, cruzando mapas insospechados, repitiéndose y diferenciándose. Esa exploración de la palabra única desde el alma y la voz única, compartiendo oficios y contradicciones, rebeldías y plegarias, son los vasos comunicantes que compartirá el lector con las sucesivas lecturas que le proponemos. Y todo indisolublemente mezclado, desde la soledad del poeta, con la condición social implícita en todo creador, otra de las claves que el autor quiere compartir con nosotros.

Los últimos versos de este libro, rezan: Zheng Xie /imaginó /una casa cerrada /habitada por un animal /de sombras (“Aquel almanaque chino”); cavilaciones que dialogan con la primera línea del mismo: Qué me pasa que no tiembla… Cuando coincidimos en el 2015 en el Festival de Poesía de Medellín, en la dedicatoria de su poemario Del Diario Hastío me escribió al final de la misma: “hermano de una misma sangre: la poesía. Este diario sin persona con un abrazo almado de…”. La poesía, con su independencia real y “almada” (recordemos, para seguir con su juego subversivo del idioma, que integró en San Cristóbal la Generación Almada y fue director de la revista Sujeto Almado), para tantear entre los vericuetos de sus disimiles construcciones —más allá de academias al uso como reconoce el prologuista—, se reproduce en estas páginas con esa autonomía que la descubre soberana y legítima, al moverse entre su creador y el receptor potencial.

Volviendo al padre Vallejo, tomé una cita suya (Acaba de pasar sin haber venido), que aparece mencionada en este volumen, para nombrar mis breves apuntes sobre este libro, el poeta y el amigo. Encriptado en su síntesis (aparte de un guiño socarrón que asumiría con gusto el implicado, pues esta mañana con toda propiedad el autor es “un presente-ausente”), encontramos lo de fugaz y dilema, y a su vez lo de supervivencia, entre las sombras y el temblor y las sucesivas preguntas y respuestas, que es la vida y la poesía, conciencia que agradecemos en estas páginas donde la caligrafía… dará forma a la palabra… y a la razón del poeta.

* Presentación en el Sábado del Libro del poemario de Freddy Ñáñez Postal de sequía (Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2024), 2 de noviembre de 2024.