Casi sin darnos cuenta, de forma insidiosa, somos víctimas de colonización cultural. El pretexto siempre es el mismo: “algo divertido no causa ningún daño”. Así, se instalan costumbres foráneas que nada tienen que ver con nuestra tradición, y al no percibir el perjuicio, poco a poco nos convertimos en cómplices de manifestaciones importadas, en detrimento de nuestra cultura, y este fenómeno llega al lenguaje cotidiano.
Efectivamente, puede parecer inocuo que hablemos como si en lugar de vivir en nuestro país participáramos en una serie o en una película, y de pronto ya no decimos los nombres comunes Laura, Paula, Eduardo o Roberto, sino que estos son sustituidos por Lau, Pau, Edu y Robert. Tampoco pronunciamos el lindo “por favor”, sino que decimos “porfa” o “porfis”, así como tampoco solemos despedirnos con el “que te vaya bien” de toda la vida, sino con “ten un lindo día”, evidente traducción del anglosajón “have a nice day”.
“(…) el colmo de las apropiaciones culturales son las recién implantadas fiestas que, en ostentación de cuánto se posee (…), se realizan en aras de obtener regalos para el bebé que va a nacer (…) y otra más, para la revelación del sexo del nonato”.
Al menos es de agradecer que se traduzca, porque el colmo de las apropiaciones culturales son las recién implantadas fiestas que, en ostentación de cuánto se posee (ya que son carísimas sus preparaciones), se realizan en aras de obtener regalos para el bebé que va a nacer (el llamado “baby shower”, que se dice tal cual, porque sería grotesco invitar a alguien a una ducha de niños) y otra más, para la revelación del sexo del nonato.
Para estas últimas, de difícil pronunciación (“jendruhveel”), originalmente Gender Reveal, se organiza toda una parafernalia donde los futuros padres no conocen a ciencia cierta si viene en camino una niña o un varón. Además de disparar una suerte de tubo humeante de color rosado o azul, los participantes se engalanan con solapines o pegatinas que muestran en inglés cuál sexo prefieren. En inglés, por supuesto, repito. Nada de “niña” o “niño” sino “girl” o “boy”.
“Al final, ni es tan importante ni decisivo conocer si será niña o niño, sino desear la salud de quien será recibido con placer en la familia. Pero ya esas fiestas llegaron, y están aquí, ante nuestra mirada atónita”.
Luego de la explosión del cilindro de donde brota humo, todos beben previa colocación de baberos, casi siempre de biberones llenos de cerveza. Y se divierten. Ríen, aplauden, celebran. No son conscientes del papel de tristes colonizados que interpretan en medio de tanto jolgorio. Antes, antes, antes, cuando ni ultrasonidos prenatales existían, nuestras abuelas colocaban unas tijeras y cuchillos debajo de cojines, y en dependencia de dónde se sentara la embarazada, se podía adivinar el sexo del bebé que nacería. Al final, ni es tan importante ni decisivo conocer si será niña o niño, sino desear la salud de quien será recibido con placer en la familia. Pero ya esas fiestas llegaron, y están aquí, ante nuestra mirada atónita.
Algo similar sucede con los nombres de nuevos establecimientos y de agrupaciones artísticas. Es muy común que negocios se nombren en inglés, como si viviéramos en un país no hispanohablante. Por solo citar pocos ejemplos: “Solutions express” vende equipos electrodomésticos, y “Coofee express” obviamente café, mientras que “Marcela’ Shoping” ofrece vestidos y carteras de mujer. “Cuba dance” es un grupo de baile, y poco falta para que surjan las bandas “Caribbean Girls”, “Havana’s Voices” o “The best of our Theater.”
“Alguien pudiera argumentar que ninguna de estas nuevas modalidades perjudican nada (…), pero yo me niego a sustituir ‘Hablando en plata’ por ‘Speaking in silver’ porque por ahí se empieza.”.
Me atrevería a decir que incluso algo tan solemne y profundo, como es el luto, se ha modificado de la misma forma sutil, perniciosa. Jamás habíamos expresado dolor con multitudes de velas y de peluches como ahora. Quizás las velas sí formen parte de nuestro ritual mortuorio de siempre, pero los osos y muñecos de plumas sintéticas nunca integraron un duelo colectivo de nosotros los cubanos. Simplemente porque no forma parte de nuestra cultura, como sí los cantos fúnebres, los velorios, las cremaciones y el acto dolorosísimo de depositar las cenizas en el mar.
Alguien pudiera argumentar que ninguna de estas nuevas modalidades perjudican nada (el lenguaje, las fiestas, donde se incluye la aberración de celebrar Halloween sin saber siquiera qué significa, los letreros anunciantes y los nombres), pero yo me niego a sustituir “Hablando en plata” por “Speaking in silver” porque por ahí se empieza. En nuestro duro bregar, y aunque fuera placentero (que no lo es), si permitimos pasivamente que costumbres y tradiciones ajenas a nosotros nos parezcan inofensivas, y las asumimos como novedosas siendo solamente una muestra de esnobismo galopante, nos calarán hasta los huesos. Para luego es tarde. Tenemos las parrandas de muchos pueblos, los carnavales, las piñatas, las ceremonias con aplausos colectivos a queridos muertos, y también el azabache con ojitos de Santa Lucía para el recién nacido. Cultivemos nuestra rica cultura. Cuidémosla, más bien.