La figura de José Manuel Poveda es más mencionada que conocida. Cada vez que se alude a su obra, asoma el triunvirato Boti-Poveda-Acosta como parte de la renovación literaria de las primeras décadas del siglo XX en Cuba. Esa terna lo reafirma, a la vez que lo sofoca. A Poveda —“el último de los raros”, tal como lo bautizó Alberto Rocasolano— hay que seguir descubriéndolo más allá de los poemas a los que suele aludirse, “El trapo heroico” o “El grito abuelo”.

Si bien su vida fue breve (1888-1926), y con ello se perdió mucho de lo avizorado, tienen razón los poetas e investigadores León Estrada y Rodolfo Tamayo cuando afirman que “la totalidad de su escritura no sido recopilada de manera exhaustiva”. José Manuel Poveda. Textos recobrados (Ediciones Santiago, 2017), compilación de los mencionados escritores, constituye un verdadero develamiento. Cierto que resulta un manojo de trabajos costumbristas, piezas narrativas y líricas, “atisbos juveniles como crítico de arte”; pero no hay que reparar en lo exiguo (poco menos de cien páginas) ni detenerse en el inicio: hay trigo luminoso en esos párrafos.

Ellos no se conformaron con lo ya visto, se sumergieron en la prensa periódica local, insustituible a la hora de investigar de manera íntegra un acontecimiento o un personaje. Una gran lección había dado en esa cuerda la historiadora de Santiago de Cuba, Olga Portuondo Zúñiga, con su título Manuel María Pérez y Ramírez: polígrafo cubano (Letras Cubanas, 2015). Fueron dos tomos que “exhumaron” la obra de uno de los fundadores de nuestras letras, para enmendar un equívoco que afirmaban (y repetían) no pocos estudios, aludiendo a que la mayoría de su obra se había perdido.

En José Manuel Poveda. Textos recobrados, los compiladores Estrada y Tamayo recogieron escritos del poeta no incluidos en obras precedentes.

Estrada y Tamayo confiesan en el prólogo del volumen José Manuel Poveda. Textos recobrados, que “(…) la motivación, el objetivo de este libro, asumir y arriesgarnos en el completamiento de su obra (…) nos pareció correcto y atractivo incluir en el libro una serie de escritos (en prosa y versos) no incluidos en sus obras precedentes (…) pues ello redundará no solo en el conocimiento de su quehacer, sino en cómo se fue moldeando su personalidad social, política y patriótica”.

En el artículo “Fue de tarde y fue en el parque (Pintura fraumarsaliana)”, publicado en la revista Oriente de Santiago de Cuba, el 1ro de marzo de 1907, aparece un pasaje curioso, imperdible. La escena ocurre en el parque de Céspedes, donde se reúnen varios caballeros. El poeta desliza su sicología y su humor de manera exquisita. Poveda escapa de las fotos desgastadas, de las metáforas consabidas: ¡está vivo!

—¡Chit!— me dijo Giraudy, guiñando un ojo. — Ahí se acerca ella la adorable, la magnífica. Ahí la diosa circasiana. Fíjese usted en esa beldad…

…la trigueña magnífica pasó, triunfalmente.

No cambiaría una mujer como esta —pensaba yo, viéndola pasar— por medio docenas de rubias venusinas. Por sugestiva que sea la sentimentalidad de los ojos azules y por admirable que parezca el resplandor de los cabellos de oro, prefiero unos ojos negros como la noche y una cabellera sombría como el abismo. En las trigueñas encuentro sentimentalismo y sensualismo. En el fondo de los ojos azules veo brillar el pálido disco lunar (…) Las trigueñas tienen para mí los placeres de lo bello plurisensual. Me conmueven el corazón y los nervios, el espíritu y la carne. En nuestro trópico donde el calor es más intenso, donde la vegetación es más oscura y más espesa, donde el sol es más ardiente, las féminas como esta, llenas de sangre y de fuego, son el tipo perfecto de mujer.

“Admiremos a París, pero no sigamos copiándolo. Y si hay alguno que guste de dejarse teñir, tenga la bondad, ¡vive Dios! ¡De no aconsejar a los demás que hagan lo mismo!”.

Otra vertiente aborda un artículo publicado en la Revista de Santiago, el 26 de mayo de 1907. El poeta, al enjuiciar a Jesús Castellanos, a propósito de su valoración sobre los Cuentos a Lila de F. M. Cesteros, se adentra en la pertenencia y la identidad, temas que, obviamente, vienen desde muy lejos. Reconoce la estatura de narrador de Castellanos, pero duda de la del crítico. Cuando este aconseja ir “directamente” a París, Poveda replica, se bate; diríase que puede verse en el aire el brillo de su espada. La literatura es su cetro y en ella arderá. Sus preguntas revelan un carácter definido que entronca con las tesis martianas. Y así consta:

“Grande, magnífica, colosal es la literatura francesa. Pero, ¿somos tan pequeños que no podamos hacer otra cosa que imitarla? ¿No podemos crear? ¿Es que acaso hay más belleza en los Alpes que en los Andes? Por ventura, ¿hay más poesía en el Sena que en el Plata? (…) Admiremos a París, pero no sigamos copiándolo. Y si hay alguno que guste de dejarse teñir, tenga la bondad, ¡vive Dios! ¡De no aconsejar a los demás que hagan lo mismo!”.

En 1917 se publicó en la ciudad de Manzanillo el libro Versos Precursores.

Y ya que nos hemos referido a los contactos con el pensamiento martiano, no hay que olvidar la cercanía de la época de Poveda con la desaparición del héroe de Dos Ríos. Esa condición se respira en la atmósfera del artículo “Si Martí hubiera vivido”, una pieza de increíble originalidad. Partiendo de una lógica especulativa, Poveda nos introduce en los entresijos del poder, en la decadente sociedad que le tocó vivir, en su hediondez moral. Dado a conocer en la capital cubana, en El Fígaro, el 3 de febrero de 1918, el texto aparece en una etapa de mayor madurez: un año antes se había impreso en Manzanillo, Versos Precursores.

Es incuestionable que la República ha sido comprendida por muy pocos de los que la fundaron, y esos pocos no han sido por cierto los que la han gobernado: la han regido expoliadores y dictadores, que han hecho de ella granjería o feudo (…) José Martí, fue a la vez, la Revolución y la República, y en que, por eso mismo, no habría sabido traicionar a ninguna de las dos (…) él habría sido, con todos los títulos y con todos los sufragios, el primer Presidente (…) Un día, un solo día después, el presidente habría debido consagrarse a la organización, y en tal minuto tendría que soportar el primer dolor: el de enfrentarse con las ambiciones desatendidas, con la sed de lucros, con el millón de manos que se alargaban en demanda en su parte del botín, su cubierto en el banquete, su nómina en los Presupuestos. Para un verdadero soñador, como era el Apóstol, la República burocrática no podía ser, en modo alguno, el ideal republicano; y cuando terminaron las primeras audiencias el Maestro debió gemir de asombro y de terror. (…)

José Manuel Poveda. Textos recobrados, dedica su última parte a la repercusión de Versos Precursores. Aniceto Valdivia, El Conde Kostia, ve en este bardo, “un rebelde a los sentimientos, impresiones y expresiones fáciles que llevan los versos de nuestros soñadores ahogados bajo la librea vulgar del coleccionismo”. Para él, este libro había sido “una Revelación”.  

Para el historiador Leonardo Griñán Peralta, “la poesía de Poveda es puramente personal. Ha vertido en ella toda su alma superior y complicada”; entretanto, su compañero de Cenáculo, el espíritu fino del dominicano Sócrates Nolasco, lo imaginó “junto a Julián del Casal, no lejos de Baudelaire”, ascendiendo “a la cumbre del Parnaso, rompiendo consignas y disciplinas”, cuando “Nadie lo guiaba; nadie lo anunciaba; nadie lo esperaba”. Así está todavía José Manuel Poveda, el raro, el desconocido, el precursor.