Aunque no sea tiempo para flores, Bertha Beltrán
Bertha Beltrán Ordóñez expuso en 2017, en la Sala Pequeña del Centro Provincial de Arte de Holguín, su muestra personal Todo queda en casa. Si bien conocía piezas suyas de exposiciones colectivas, organizadas por el propio Centro y otras instituciones, pues no pude visitar las anteriores, realizadas en Holguín, Las Tunas y Guantánamo, aquí me encontré —y esa fue la mayor sorpresa para quienes nos adentramos en su universo— con una artista imaginativa y vigorosa.
Si bien una o varias piezas pueden avizorar el talento de un creador visual, una exposición nos ofrece, como en este caso, abiertas las puertas y ventanas de la casa, las posibilidades de un mundo en expansión que se concretaba en unas veintidós obras, mayormente en óleo sobre tela y en acrílico sobre lienzo. Bertha Beltrán partía del naif para alimentar una poética tan personal y sugerente, en la que sigue buscando y, lo mejor, encontrando disímiles posibilidades de expresión que desbordan las calificaciones y las etiquetas para adentrarse, felizmente, en los terrenos y los cauces de la imaginación.
Ahora, en el mismo sitio, exhibe No es tiempo de flores, una exposición que nos posibilita trazar un arco en su trabajo para comprobar que, pasados unos siete años y con dos muestras más en su currículo, una realizada en 2018 y otra en 2023, Bertha Beltrán Ordóñez ha crecido como artista y ha consolidado con creces una mirada creativa que —siendo tan original como sus figuraciones y al mismo tiempo, tan alejada de poses y ciclos fatuos— no se aleja en ningún momento de los presupuestos iniciales que siguen sosteniendo las estructuras de sus obras, sino que, al contrario, los redimensiona y potencia para ofrecérnoslos tan originales como fecundos.
Entonces escribí —y la artista así lo reconoce— que el naif está dado, según diversos investigadores, por dos motivos distintos aunque no excluyentes en su esencia: en primer lugar, cierta ingenuidad natural respecto a las técnicas y teorías para realizar una obra de arte; y en segundo, una búsqueda, consciente o no en el artista, de formas de expresión que evocan la infancia y su socorrida inocencia: la sencillez aparente es un elaborado esfuerzo de evocaciones donde —para que el arte naif sea “auténtico” en toda su dimensión prístina— el propósito inicial ha de expresar formalmente en aquello que evoque una infancia supuestamente ingenua.
En este último coloqué, entonces, las obras pertenecientes a Todo queda en casa; o sea, el trabajo inicial de Bertha Beltrán, partiendo, asimismo, de que el naif se caracteriza, en sentido general, por el uso espontáneo de elementos basados en la ingenuidad, el autodidactismo, los contornos definidos con bastante precisión, la falta de perspectiva, la sensación volumétrica conseguida por medio de un extraordinario colorido… sobre la base de la intuición.
Pero aun así la obra de Bertha se resistía —lo sigue haciendo— a este tipo de corsé, aunque sus cuadros sean “evocaciones” y “recreaciones” de escenas campestres, pasajes de la cotidianidad, personajes populares, como las piezas de muchos de los maestros cubanos del naif (como Uver Solís, Ruperto Jay Matamoros, Gilberto Vargas, los miembros del grupo Bayate, Julio Breff, Marcos Pavón… estos últimos representantes de la creación naif en la provincia) con los que tiene puntos en común; aunque al mismo tiempo, labra su propio rumbo.
Es Bertha Beltrán nada es ingenuo. Nada es naif en su “intensión primaria”. Su imaginario va más allá de las posibilidades expresivas iniciales en la búsqueda, como apuntaba anteriormente, de formas de expresión “ilustrativas” que evocan la creatividad infantil o que, en cambio, parten de ellas para enriquecer múltiples experiencias de la cotidianidad. Ellas están presentes, pero se encuentran “barnizadas” por una sensibilidad que se adentra en su entorno, en su realidad y que no evita ser crítica con ella, no deja de hacerse muchos “por qué”; los mismos que permiten una “doble identificación” con quien se detiene frente a una pieza.
Bertha es una ilustradora —y esta es una de las potencialidades que la artista y muchos proyectos editoriales podrían potenciar en trabajo conjunto— que busca la belleza en su amplitud de formas. Su trazo se ha hecho más cuidadoso, más limpio y orgánico. Sus colores, en su planimetría, se han “abierto”. Sus figuraciones han ganado en resonancias y honduras; han reforzado, con intertextualidades, las “metáforas visuales” y añadido elementos que suman “complementos” (mayormente textiles de diversos tipos, pero también verbales) e incorporan, incluso, un carácter tridimensional a varias de las piezas. Bertha juega con los formatos, expande las búsquedas y expone instalaciones (desde “retablillos” hasta “maniquíes”) que portan un matiz referencial, lúdico y que complementan sus primeros nortes.
Como subraya acertadamente Ernesto Galván en las palabras de catálogo, “también las instalaciones, los libros arte, los trazos elementales infantiles a manera de dibujos, los trabajos con telas de matices diversos, los bordados, las áreas superpuestas, la planimetría en el color, los rostros en primer plano, el uso del espacio casi de manera escenográfica, la utilización de retazos diversos y mucho más, nos dan una idea de esas múltiples aristas que logra abarcar con acierto, buscando un equilibro inteligente muy bien concebido”. En No es tiempo de flores, coincidiendo con Galván, lo conceptual, la intertextualidad, la evocación, la búsqueda de lo oculto, el uso de lo cita, la fragmentación o la ironía, hacen que muchas de sus propuestas puedan pensarse también desde las cercanías de una posmodernidad latente, fértil.
No es tiempo de flores —con curaduría de la artista junto a Roxana La O y dirección general de Yuricel Moreno— se me ofrece como una bitácora, como un diario, como un modus vivendi. Es Bertha y su tiempo. Ella y sus circunstancias son los principales protagonistas. Los que se refuerza por el enfoque autorreferencial que la convierte en el “objeto de la mirada”, a la par que despliega las Berthas posibles, originales y al mismo tiempo, soñadas.
Esa mujer que vemos, callada, solícita, laboriosa, posee un “mundo interior” amplísimo y enigmático, como es capaz de dejarnos entrever las piezas incluidas en esta muestra. Bertha aporta a la plástica holguinera —podría parecer sencillo, pero no lo es— los cauces de su imaginación: un territorio donde la realidad y la fantasía, la cotidianidad, la perspicacia y la poesía florecen por igual, porque ella se ha empeñado en dejarlos crecer con la mayor libertad posible.
Si alguna vez titulé un artículo “El arte naif de Bertha Beltrán”, recorrer No es tiempo de flores me ofrece su trabajo como un goce de los sentidos, una provocación que crece, entre rejuegos, desde y por la imaginación, sin restringirla a los posibles límites del arte naif, sino reafirmándola desde la ilustración, la fantasía y la libertad de un universo riquísimo que ve surgir los sueños en los que sí, Bertha, aunque no sea tiempo propicio, siguen abriéndose las flores.