Los escritores que arribamos a la vida literaria cubana en los primeros años de la década de los setenta del pasado siglo, al otear el horizonte literario del momento, debimos orientarnos, obligados por criterios operativos, hacia los rumbos que marcaba la brújula política. El fervor realista-socialista parecía, como dinámica promotora, el último sentido del arte en aras de validar los códigos de justicia social que la aún joven revolución izaba a los cuatro vientos.

Se respiraban entonces las calenturas del Caso Padilla: catalizador de agudas polarizaciones en lo estético y lo político. Aún hoy, muy trasnochado y descontextualizado el caso, tuvimos que padecer su fantasmagórico resurgimiento desde un oportunista filme. A ese suceso, y al I Congreso de Educación y Cultura, se le atribuye el arribo de lo que luego llamaron Quinquenio Gris. Y es cierto, muchas obras prescindibles se publicaron, algunos buenos escritores fueron silenciados y muchos escribientes ganaron categoría de escritores. Pero no todo fue así.

La paradigmática figura de Alejo Carpentier, de incuestionable y larga trayectoria a favor de las ideas de vanguardia que habían conducido a las fuerzas revolucionarias cubanas al triunfo de 1959, avisaba desde la estética de sus más lúcidos textos, que los anhelos espirituales de cualquier nación de América (Cuba ahora), asumidos desde los amplios programas de reivindicación social que la revolución triunfante recién había iniciado, no podían partir de una lectura plana del presente, en perenne comparación con el pasado, sino de la asunción de una sinusoide cultural afincada en la tradición mágico-mítica que, con difusos contornos, se había ido definiendo en una alquimia histórica capaz de propiciar la supervivencia extemporánea de etapas superadas por los espacios occidentales.

La hibridez de las atmósferas creadas por Carpentier las glosó el crítico cubano Salvador Bueno, en 1974:

La producción literaria de Carpentier está aposentada en esta América no solo por su temática sino por los particulares planteamientos de todo orden que se cuestionan en sus relatos. Esta América fue desde los tiempos aurorales de descubridores y cronistas, el continente de lo posible, un embrujado territorio que es capaz de transformar al hombre y al mismo tiempo permitir la concretización de sus más diversos sueños utópicos, un continente de múltiples facetas que atesora tácitos misterios e interrogaciones que afloran a través de extraños y maravillosos acontecimientos que producen expectación y asombro y, también por qué no, el erizamiento del espanto.[1]

Vale la pena detenernos también en lo expresado por el propio Carpentier en una entrevista-collage que para su Valoración múltiple compilara Salvador Arias, también en 1974, pues para quienes —escritores en ciernes— buscábamos una carta estética, desbrozaba la posible ruta trazada hacia una expresión que, sin abandonar los ánimos justicieros de la izquierda entonces triunfante, proponía emprender la creación literaria desde el reino autónomo de los códigos artísticos:

Trato y trataré de llevar mi expresión literaria a la posibilidad de traer a la novela las múltiples peripecias del acontecer revolucionario. Pero el empeño no se opera sin luchas de tipo técnico. Porque ocurre que la Revolución avanza más rápidamente que el escritor. Un acontecimiento tenido por capital en febrero, se ve superado por otro acontecimiento, en el plano internacional, que ocurre en agosto. El acontecimiento de febrero, por lo tanto, descrito por el novelista, deja de interesar en agosto.[2]

Se trata de un llamado evidente a no ceñirse a lo inmediato aplanador, y a plantearse la problemática en sintonía con la técnica y la visión perspectiva. De lo dicho por el destacado intelectual podíamos —tanto los iniciados como los avezados— extraer un ancilar contrapunto con muchas de las afirmaciones que, a partir de los tristes sucesos citados, pasaron a formar parte de los repertorios literarios del país. Las prioridades debieron ser siempre las de honrar el oficio y aprehender un cosmos narrativo desde donde exponer los algoritmos dramatúrgicos de lo mediato-inmediato.

“Convocaba el novelista a situarnos en ese tempo del después, definiéndolo en (y desde) el hoy”. Foto: Tomada de la BNJM

Cuando analizamos a Alejo Carpentier nos resulta válida la frase de Theodor W. Adorno: “renuncia al realismo para permanecer fiel a su herencia realista”. Nunca se desmarca de la realidad revolucionaria que vivía Cuba. Sus razonamientos sobre la inmediatez resultan también de mucho valor:

Obsérvese que en la literatura cubana contemporánea, en lo que se refiere a la novelística, al cuento, al relato, hay como una necesidad de pintar el mundo de antes, antes de pintar el mundo del después. […] La novela de la Cuba de hoy —la materia novelística— se halla en los periódicos, en la radio, la televisión, y no es fácil para el novelista, situarse en el tempo de esos medios de difusión e información. Sin embargo, hay que tratar de hallar el ritmo adecuado. Ahí está el problema.[3]  

Convocaba el novelista a situarnos en ese tempo del después, definiéndolo en (y desde) el hoy. Nos instaba a la aventura estética de ensamblar el discurso literario en la premura de lo propagandístico noticioso, beneficiario díscolo entonces del insípido lenguaje de los medios. Tal vez fuera el menos sabio de sus postulados, pero no el de menos riesgo. Y lo asumió, sobre todo en la más cuestionada de sus novelas del período, La consagración de la primavera, de 1978.

“En Carpentier encontramos, además del camino expedito para expresar lo mágico y fantástico, el estilo barroco; una vez más el ensayo dentro de la narración, la supresión de los diálogos y toda una suerte de peripecias lingüísticas y descriptivas”.

Me interesa insistir en lo que significó la figura de Alejo Carpentier para los narradores en ciernes de aquellos años. La figura de Carpentier no debió enfrentar la devaluación estético-política que sí afectó a otros, de disímiles y sugestivos orbes narrativos no recuperados para la realidad cubana hasta los noventa. En el caso de Carpentier, repito que, pese a su invariable militancia a favor de la Revolución, su cosmogónica teoría de lo real-maravilloso americano no entroncaba armónicamente con las concepciones del realismo socialista. Dos postulados definitorios de su teoría nos permiten apreciarlo:

Después de sentir el nada mentido sortilegio de las tierras de Haití, de haber hallado advertencias mágicas en los caminos rojos de la Meseta Central, de haber oído los tambores de Petro y del Rada, me vi llevado a acercar la maravillosa realidad recién vivida a la agotante pretensión de suscitar lo maravilloso que caracterizó ciertas literaturas europeas de estos últimos treinta años.[4]

(…)

…la única raza humana que está impedida de desligarse de las fechas es la raza de quienes hacen arte, y no solo tienen que adelantarse a un ayer inmediato, representado en testimonios tangibles, sino que se anticipan al canto y forma de otros que vendrán después, creando nuevos testimonios tangibles en plena conciencia de lo hecho hasta hoy.[5]

Sería absurdo proponer, de manera gratuita y desleal, una competencia entre los postulados estéticos de una Poética, destilada en los años cuarenta y cincuenta, con un programa de política cultural dictado veintitantos años después en condiciones bien diferentes. No es mi propósito desacreditar esta, sino hacer constar cómo aquella se convirtió en un documento de caro vigor programático en la ruta de quienes se iniciaban en los avatares de la creación.

En Carpentier encontramos, además del camino expedito para expresar lo mágico y fantástico, el estilo barroco; una vez más el ensayo dentro de la narración, la supresión de los diálogos y toda una suerte de peripecias lingüísticas y descriptivas. Un crítico como Juan Marinello, cuyas prioridades políticas competían con las literarias, en un texto de 1974 —celebraba Carpentier sus setenta años— defendió con lucidez su barroquismo, pese a que hubiera podido verse como un estilo “importado”:

En lo que mira al barroquismo de buena parte de su obra, debe decirse que si es legítimo que cada autor escoja sus caminos y lo barroco, por múltiples razones, está en la entraña de una razón poderosa, la mirada debe posarse en la invención y el garbo con que se transita la ruta elegida.[6]

La intuición nos impulsaba a prestarle mejor oído al escritor que instaba a “enlazar ciertas realidades presentes con esencias culturales remotas, cuya existencia nos vincula con lo universal-sin-tiempo” que a los llamados a validar determinada realidad, desde las oscuras planicies de un arte más empobrecido que comprometido. En uno de sus más felices textos tempranos, de 1930, Carpentier deja sentado que: “La creación poética —cuando es verdadera creación— existe solo si se lleva a cabo esquivando realidades harto visibles […] El idioma de todo buen poeta, en el lienzo, en el texto, se compone de fórmulas mágicas”.[7]

Muchas firmas reconocidas de la narrativa cubana —de entonces a acá y vivan donde vivan— representan a los tocados por estos aconteceres y procederes. Constituiría una aventura crítica de escalofriante falta de rigor afirmar que todos los autores hoy activos se pueden definir como “carpenterianos”. Estas palabras solo pretenden ser homenaje y testimonio de un compañero de viaje que sí halló en lo maravilloso de nuestra realidad una buena atmósfera donde buscar la poesía.

Notas:

[1] Salvador Bueno: en «Carpentier en la maestría de sus novelas y relatos breves». Prólogo a Novelas y relatos de Alejo Carpentier. Ediciones Unión, La Habana, 1974. p. 6.

[2] Alejo Carpentier: entrevista-collage hecha por Salvador Arias para Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier. Casa de las Américas. Serie Valoración múltiple, La Habana, 1974. p.55.

[3] Alejo Carpentier: entrevista-collage hecha por Salvador Arias para Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier. Casa de las Américas. Serie Valoración múltiple, La Habana, 1974. p.54.

[4] Alejo Carpentier: Prólogo a El reino de este mundo.

[5] Alejo Carpentier: Los pasos perdidos, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1976.

[6] Juan Marinello: “Feliz jubileo”, en Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier. Casa de las Américas. Serie Valoración múltiple, La Habana, 1974, p.78.

[7] Alejo Carpentier: «Pintores nuevos. Roux, el dinámico» en Social, abril de 1930.