Alfonso Reyes, El regiomontano universal, uno de los intelectuales más sólidos de nuestra lengua, calificó el ensayo como “el centauro de los géneros”. El pensamiento analítico y la libertad expresiva de la cabalgadura. El autor y el diálogo con sus contextos. Praxis y soltura. Argumentación y creatividad. Persuasión y renuevo. De eso rebosa Los dos Regino (Ediciones Santiago, 2023) de Marino Wilson Jay (1946-2021), un ensayo de aparición póstuma.

Conocí sobradamente al autor, memorioso eterno, que se ufanaba de “habérselo leído todo” y que, lamentablemente, fue segado por la hoz tenebrosa de la COVID-19. Cada vez que se le buscaba, podría encontrársele en la Biblioteca Elvira Cape, a unos metros de la casa natal de Heredia, en la primera calle que tuvo el nombre de un patriota en Cuba. Allí, asido a un libro.

Estamos en presencia de un poeta original, un ensayista experto, un intelectual de primera línea. Y, hay que decirlo, Marino Wilson Jay, el guantanamero-santiaguero era un “culterano”. El espesor estructural de lo que narra y su sintaxis (a veces cuasi barroca), el abundante uso de latinazgos y citas, no deja lugar a las dudas. Aunque eso sí, no hay afectación, no existe impostación alguna: así hablaba, así escribía.

Siempre recuerdo ―y perdóneseme la digresión―, cuando puestos a decidir quién sería el presidente de la Sección de Escritores de la Uneac en Santiago de Cuba, cargo que ostentaba hacía ya tiempo, la mayoría seguía optando por él. Marino, sin embargo, declinó. Y con una frase zanjó la discusión: “No quiero convertirme en un tirano”.

A ese espíritu se enfrentará quien lea este libro. 

“El espesor estructural de lo que narra y su sintaxis (…), el abundante uso de latinazgos y citas, no deja lugar a las dudas. Aunque eso sí, no hay afectación, no existe impostación alguna: así hablaba, así escribía”.

Lo esencial es que estamos ante una voz autorizada, tal como afirma la reseña, para asomarnos “a dos colosos de la poesía cubana, nacidos en el umbral del siglo XIX y fallecidos en el XX: Regino Boti (1878-1958) y Regino Pedroso (1896-1983). No persigue el libro, hallar similitudes forzadas, sino dejarse impulsar por el manto simbólico que los cubre”.

El autor referencia los antecedentes, por supuesto. Para un ensayista de ley, como él, resulta inexcusable; mas en modo alguno hay calcos. Polemiza, debate, descubre, junta universos, hurga; pero sobre todo, trata de beber la savia, de exprimirla, de interpretar los latidos de los propios autores. A contrapelo de los “estatizadores de corrientes”, que parecen relegar el momento misterioso e inclasificable de la creación, Marino toma partido. Estas son sus palabras:

Es inútil a estas horas insistir en las respectivas adhesiones de Boti y Pedroso (esos regidores) en tantos pertenecientes al Modernismo en sus latidos finales o anotadores del postmodernismo (…) paráfrasis realizadas ocasionalmente en menoscabo de la esteticidad del concreto acto lírico (…) existen palpitaciones sin constituirse en hechuras inalterables. Persisten los temas consustanciales del hombre como la soledad, el amor, la muerte, el sexo, etcétera.

Tal es el tono de la exégesis del libro, que dedica expresamente a los nacidos en Guantánamo y en Unión de Reyes, las patrias chicas de los escritores que analiza. Las ciudades están anudadas invisiblemente por los versos de sus poetas. Títulos como Arabescos mentales (1913) y Las canciones de ayer (1924-1926) transversalizan las interpretaciones del autor.

“En un guiño unificador hacia el final de sus interpretaciones, en un toque de genialidad, Marino Wilson Jay acaba sacando la cabeza de las aguas del analista”.

La segunda parte del volumen nos trae una apretada selección de versos que intentan respaldar el texto que le antecede. Seleccionar es siempre juzgar. Entre los poemas de Boti están los sonetos “Funerales de Hernando de Soto” y “Frente a la turba” (No quiero defenderme. Que en su orgía /de cuervos me destroce la canalla: / contra el bastión tenaz la bomba estalla / y ante un muro de trapo se desvía), la mirada de inocencia sobrecogedora de “Los viejitos” (Cuando miro a los viejitos tambaleantes si discurren / por las anchas alamedas como sombras que se escurren); las confesiones del cuasi olvidado libro La torre del silencio, en su “Autorretrato” (Soy un hombre natural/ sigo a la Naturaleza/ que en un mismo punto empieza/ lo que es Bien y lo que es Mal (…) Laboro siempre a la diabla; / le tengo al método horror, /y en mí hay algo que habla / de alegría y de dolor), y los infaltables clásicos “La noria”, “Guantánamo” y “Luz”. 

De Pedroso escoge versos eufóricos, fabriles, los del libro Nosotros (1933) que presidió una enorme rueda dentada (Como forjamos el hierro forjaremos días nuevos/ Sudorosos y fuertes / descenderemos a lo profundo/ y arrancaremos a sus entrañas las nuevas conquistas…); aunque se decanta por la poesía más filosófica y personal de Las canciones de ayer y sus parábolas, la vuelta al Oriente en La ruta de Bagdad y otros poemas (1918-1923) y El ciruelo de Yuan Pei Fu (1955), entre otros.

Ay, Tchang Pu Yi, era
El ser más venerado que habitaba el Imperio.
Cien mil bocas ilustres a coro lo alababan;
Aguas de veinte ríos corrían a regarle
El melocotonero que en su patio cantaba.

Pero adverso destino le llegó una mañana (…)
Ay, dos agonías mi canción de hoy provocan:
Tchang Pu Yi, en la tumba sin eco de su estancia
Y el melocotonero que en su patio no canta.

(“Canción para dos agonías”, Regino Pedroso)

En un guiño unificador hacia el final de sus interpretaciones, en un toque de genialidad, Marino Wilson Jay acaba sacando la cabeza de las aguas del analista. Vuelvo a él:

Nuestra literatura, y específicamente nuestra poesía; deberá no escabullirse, sí dar un portazo a ditirámbicos amañamientos que por reiteración, solo han conseguido un discursar crítico e historiográfico tautológico (…) La avanzada espero haberla intentado con dos poetas cuyos idénticos nombres, lo sugerí al principio, suenan a eso de reinar.    

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