Seis décadas y un lustro han transcurrido desde aquel 25 de septiembre de 1959 cuando en el Teatro Nacional de Cuba, dirigido entonces por la culta y entusiasta intelectual, la Dra. Isabel Monal, nacía el Departamento de Danza de esa institución, el cual tendría la tarea histórica de cultivar y difundir la técnica y la estética de la llamada danza moderna, que ya había logrado un reconocimiento efusivo del público y la crítica especializada en Europa y los Estados Unidos.

Cuba no había sido ajena a esa evolución y sus primeros antecedentes en la Isla los podemos encontrar en las actuaciones de la norteamericana Loie Fuller, llamada El Hada de la Luz, en el teatro habanero Albizu, en 1897; a las que siguieron otros hitos, entre ellos las actuaciones de Ana e Irma Duncan, representantes de la corriente llamada “el Isadorismo”, durante sus actuaciones en el Teatro Auditórium en las temporadas de 1930-31, pues la inesperada actuación de Isadora Duncan en una taberna habanera, una tempestuosa madrugada de 1916, quedó reducida a la categoría de simple anécdota de su vida personal, como ella misma la definiera en su famosa autobiografía.

Las ideas de la danza moderna, en sus múltiples facetas norteamericanas y alemanas, encontraron expresión en Cuba con otras históricas visitas, como la de los rusos Clotilde y Alejandro Sakharov en 1935; la del norteamericano Ted Shawn en 1937, la del alemán Harold Kreutzberg, alumno de Mary Wigman, máxima figura del expresionismo alemán, en 1938; y las de dos compañías del más alto relieve, las norteamericanas Ruth Page y Martha Graham, ambas en 1940.

El incansable esfuerzo de Ramiro Guerra hizo posible que el novel conjunto tomara el camino del profesionalismo y se diese a la tarea de insertar a Cuba en ese movimiento renovador de la danza. Imagen: Tomada de La Jiribilla

Poco después de creado el mencionado Departamento de Danza del Teatro Nacional de Cuba, los esfuerzos del incansable maestro, coreógrafo e investigador Ramiro Guerra hicieron que el novel conjunto, integrado básicamente por una treintena de bailarines, con escaso dominio de la técnica, provenientes en su mayoría de los cabarés y la televisión, así como otros cuyos aportes residían básicamente en cualidades innatas para el baile o en un entusiasmo desbordado por él, tomara el camino del profesionalismo y se diese a la tarea de insertar a Cuba en ese movimiento renovador que experimentaba la danza escénica a nivel mundial.

El 19 de febrero de 1960, el conjunto presentaría su primer programa en la Sala Covarrubias, integrado por las obras Mulato y Mambí, ambas del maestro Guerra y La vida de las abejas y el Estudio de las aguas, de la afamada coreógrafa norteamericana Doris Humphrey. Se iniciaba así un titánico empeño que tenía como antecedente el trabajo casi en solitario de Ramiro, quien había iniciado sus estudios de danza en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro Arte Musical de La Habana, con el cubano Alberto Alonso, y un poco más tarde los continuaría con la rusa Nina Verchinina, integrante del Ballet Ruso del Coronel de Basil, compañía que había actuado en Cuba y en la que se enroló, en 1946, para una gira por Suramérica.

La Academia de Ballet “Alicia Alonso” brindó a Ramiro Guerra un espacio para enraizar en el país los nuevos conceptos danzarios, que florecían tanto en Europa como en Norteamérica. Imagen: Tomada de Internet

Buscando su superación artístico-técnica, Ramiro Guerra tomó clases en Nueva York con afamados maestros y creadores, que en los Estados Unidos daban un gran impulso a las nuevas expresiones de la danza escénica, entre ellas Martha Graham, Doris Humphrey, Charles Weidman y Katherine Dunhan. A su regreso a Cuba, el maestro Guerra comenzó su batallar por enraizar en el país los nuevos conceptos danzarios, que florecían tanto en Europa como en Norteamérica.

Sería la Academia de Ballet “Alicia Alonso”, fundada en 1950, donde encontraría la primera posibilidad para ello y, de manera simultánea a su desempeño como profesor, ofreció novedosos recitales personales en teatros e instituciones culturales y realizó coreografías tanto para sus espectáculos unipersonales como para conjuntos profesionales, como el hoy Ballet Nacional de Cuba, entonces Ballet “Alicia Alonso”, para el cual crearía Toque y Habana 1830, ambas en 1952, y Ensueño, en 1955.

“Si el mundo antillano ya había revelado sus facetas plásticas en Lam y Portocarrero, sus aristas literarias y musicales en Carpentier y Guillén, en Roldán y Caturla, necesario era materializar la ondulante y barroca expresión de su danza”.

Con el triunfo de la Revolución, en 1959, todo su quehacer se centró en lograr una expresión nacional dentro de una técnica con génesis en centros foráneos. Él mismo definiría ese reto en los siguientes términos: “Si el mundo antillano ya había revelado sus facetas plásticas en Lam y Portocarrero, sus aristas literarias y musicales en Carpentier y Guillén, en Roldán y Caturla, necesario era materializar la ondulante y barroca expresión de su danza. Explorar en los mitos isleños y en los ancestros foráneos que germinaron en el crisol del Caribe, a través de los últimas técnicas danzarias del momento, ha sido nuestra finalidad. Mirar al pasado con herramientas del presente, para construir un futuro. Elevar una forma individual a carácter universal, pero sin pérdida de color. Pegado a la tierra pero con vuelo hacia un cosmopolitismo contemporáneo, nuestra danza, nuestras raíces, calidades y puntos de mirar, que solo nosotros a través de un lenguaje propio podemos revelar”.

Bajo su liderazgo, desde la fundación hasta su lamentable e injusta salida como director en 1971, el novel conjunto pronto desplegó una valiosa labor coreográfica, que al paso del tiempo se enriqueció con los aportes de creadores de la talla de Lorna Bursall, Eduardo Rivero, Arnaldo Patterson, Víctor Cuéllar, Isidro Rolando, Marianela Boán, Narciso Medina, Rosario Cárdenas, George Céspedes o Julio César Iglesias, y de invitados foráneos como la norteamericana Lorna Bursall, los mexicanos Elena Noriega y Manuel Hiran, el holandés Jan Linken, el español Rafael Bonachela, la belga-colombiana Anabelle López Ochoa, la alemana Sacha Waltz o el sueco Mat Ek, entre otros.

El repertorio y la línea estética de la compañía han mantenido una sólida proyección, marcada por la calidad, la versatilidad estilística y el cosmopolitismo. Imagen: Tomada del Facebook de DCC

Aunque en su devenir histórico la compañía ha cambiado su nombre: Departamento de Danza (1959-1962), Conjunto Nacional de Danza Moderna (1962-1974), Danza Nacional de Cuba (1974 -1988) y Danza Contemporánea de Cuba, desde 1988 hasta la fecha su política de repertorio y su línea estética han mantenido una sólida proyección, marcada por la calidad, la versatilidad estilística y el cosmopolitismo, sin olvidar el compromiso con sus raíces culturales. Bajo la guía certera de Miguel Iglesias, su director general desde 1985, la compañía se ha presentado en numerosos países y se ha hecho merecedora de importantes galardones, tanto en el plano nacional como internacional.

En esta hora de merecidos homenajes, llena de orgullo rememorar y enaltecer su rica historia, como parte muy valiosa de la riqueza de que goza hoy la danza escénica cubana.