José Joaquín Palma, poeta cubano (II y final)
Palma fue merecidamente correspondido por los países de nuestra América a los cuales honró. En Honduras se publicó, en 1882, el primer volumen de su obra poética, reeditado en 1900 en Guatemala, donde se imprimió en 1951 el libro Poesías de J. J. Palma para acompañar el traslado a Cuba de sus restos, que tendrían su sitio en Bayamo. Así el gobierno guatemalteco atendió la petición de su homólogo cubano y, sobre todo, cumplió la voluntad que el autor del texto de su Himno expresó en versos tocados por la sinceridad de la emoción y la poesía:
Mas, ya que cercana zumba
la voz de la muerte helada,
te reclama
solo un sauce y una tumba
cabe la villa sagrada
del Bayamo.
El volumen contiene un bien documentado capítulo sobre la historia del Himno de Guatemala, con las memorias del concurso donde se premiaron la letra y la música, y que fue auspiciado en 1897 al calor de la Exposición Centroamericana que organizó el gobierno de aquel país. La música es obra del compositor guatemalteco Rafael Álvarez Ovalle, a quien, como a Palma, autor de la letra, recuerda el parque República de Guatemala, inaugurado el 12 de septiembre de 2010 en la intersección de Avenida 3ra y calle 42 del municipio habanero de Playa, para rendir tributo al Día de la Independencia guatemalteca, el 15 siguiente.
Como nos reúne el homenaje a Palma, y probablemente, para decirlo con cautela, el Himno no sea muy conocido entre nosotros, procede citar al menos sus dos estrofas finales, escritas en torno al quetzal, emblema del país:
Ave indiana que vive en tu escudo
Paladión que protege tu suelo
¡Ojalá que remonte su vuelo
Más que el cóndor y el águila real!
¡Ojalá que remonte su vuelo
Más que el cóndor y el águila real!
Y en sus alas levante hasta el cielo
Guatemala, tu nombre inmortal.
En Cuba, al menos en La Habana y en Santiago, se han publicado algunos volúmenes con poemas de Palma, el más reciente de ellos en 2011 —a cargo de la Editorial Letras Cubanas y con introducción de Ludín B. Fonseca García, entonces historiador de Bayamo—, y se le han rendido otras formas de homenaje, señaladamente en su ciudad natal. Pero no se le recuerda tanto como él merece. Se trata de un olvido que se extiende a otros muchos autores nuestros, pero ahora corresponde hablar de Palma.
“Palma fue merecidamente correspondido por los países de nuestra América a los cuales honró”.
En el discurso que José María Chacón y Calvo pronunció en Bayamo el 11 de septiembre de 1944, centenario del poeta, y que sirvió de prólogo a la selección de Poesías de este publicada en La Habana en 1951, año —como ya se dijo— del traslado de sus restos a Cuba, el reconocido erudito menciona reconocimientos que Palma recibió mientras vivía, y apunta: “Pero toda esta apoteosis en la vida, no impide que el poeta se encuentre en una zona de penumbra que se parece mucho a la oscura y triste región del olvido”. Atendiendo a esa realidad, lo que sigue se dedica a una lectura de algunos de sus poemas, necesariamente parcial por razones de espacio y de tiempo.
A la tierra del quetzal, antes de escribir su Himno, ya le había dedicado en 1873 —por la efeméride del 15 de septiembre— el poema titulado “A Guatemala”. No muestra la intencionalidad crítica de Martí en su Drama indio, subtitulado Patria y libertad, del cual diría en la carta o testamento literario que dirigió con fecha 1 de abril de 1895 a Gonzalo de Quesada Aróstegui: “Antonio Batres, de Guatemala, tiene un drama mío, o borrador dramático, que en unos cinco días me hizo escribir el gobierno sobre la independencia guatemalteca”.
Palma traza más bien una idealización de Guatemala, por lo que representó para él ese país, que él honra al tiempo que piensa en Cuba. En la primera décima, expresa:
A impulsos de los azares
Que me lanzan a occidente,
Yo he venido del oriente
Con mi lira y mis cantares.
Al calor de estos hogares
Revive la inspiración,
Vuela la imaginación,
Y tornan en dulce calma
Las esperanzas del alma
Y la fe del corazón.
Y más adelante, tras declararse “átomo liviano / Que va por el mundo errante, / Un oscuro y delirante / Trovador republicano”, testimonia el disgusto que le causa su patria, todavía sometida al régimen colonial:
Hoy Cuba, esa pecadora
Del Atlántico espumoso,
Deja un instante en reposo
Su lanza batalladora.
Su mirada abrasadora
La fija aquí, en tu región,
Y radiante de emoción
Ostenta al mundo altanera,
En su mano tu bandera,
Tu escudo en su corazón.
Cualquiera que sea el tema que trate, Cuba será una presencia recurrente y orgánica en la mirada del autor a quien Martí definió como poeta cubano. También estuvo presente en lo que escribió para Honduras, de cuyo presidente Marco Aurelio Soto fue cercano colaborador. Soto le entregó en 1879, el 15 de septiembre, la Medalla de Oro de primera clase por su “Oda a la Primera Exposición Nacional de Honduras”, y lo honró con una alocución ya aludida.
Cualquiera que sea el tema que trate, Cuba será una presencia recurrente y orgánica en la mirada de Palma, autor a quien Martí definió como poeta cubano.
En agradecimiento al gesto del gobernante, Palma leyó décimas escritas para la ceremonia, al final de las cuales —donde también se refiere a Ramón Rosa, ministro hondureño y amigo suyo que escribió el prólogo para las dos primeras ediciones de su poesía— dice:
Noche inmortal, bienvenida!
Tus auras de aplausos llenas
Reviven las azucenas
Del otoño de mi vida:
Bebe el alma estremecida
Tu aliento dulce y amigo,
Y con altivez le digo
A mi destino de hierro:
Si honores me da el destierro
Yo mi destierro bendigo!
Con Cuba siempre en el pensamiento, para Honduras especialmente escribirá asimismo otra composición en décimas que enaltecen a toda Centro América, y ratifican al autor profundamente cubano que era Palma, quien cultivó de modo asiduo la décima —tan arraigada en la poesía y las tradiciones cubanas—, sin privarse de emplear otras estrofas:
Mas ¿por qué entre tanta gloria
Que el pensamiento concibe,
Se vuelven al mar Caribe
Los ojos de la memoria?
Envuelta en sombra mortuoria
Allí una esclava se advierte,
Que amargas lágrimas vierte;
Mientras la befan y oprimen
Los sacerdotes del crimen,
Los ministros de la muerte.
¡Oh, Cuba! Cuba hechicera!
Del mar adorada esposa,
¿Qué hiciste la estrella hermosa
Que llevaba tu bandera?
¿Qué hiciste la audacia fiera
Que alentó tu corazón?
¿Qué tu lanza y tu baldón?
¿Qué tu honor y tu hidalguía?
¡Todo pereció en un día
En las garras del León!
En versos a Caridad Aguilera y Kindelán dice de ella: “Tú con ánimo abatido / Vives en suelo extranjero, / Huérfana, sin compañero / Con quien compartir tu nido”, para enseguida rememorar explícitamente a su tierra natal mientras alaba a la destinataria del texto:
Hay en tu suave mirar,
Cuya dulzura proclamo,
Luz del cielo de Bayamo,
Calor del extinto hogar.
Me es tan hermoso evocar
Recuerdos del pueblo mío!
Que miro entre el desvarío
A que la mente se entrega
Aquella anchurosa vega,
Y aquel caudaloso río.
¿No recuerdas las canciones?
Aquellas canciones mías,
Que yo entoné en otros días
Debajo de tus balcones?
¡Cuántas muertas ilusiones
Ricas de fe y amistad,
De aquella gentil ciudad,
En cuyas ruinas humeantes
Se levantaron triunfantes
La Patria y la Libertad!
Animado por su cubanía, rinde tributo al villareño Miguel Jerónimo Gutiérrez, con un poema escrito en romance y que habla de Bayamo, “Cuya heroicidad preclara / Le dará lustre a la historia / Y a Cuba le dará fama”. Aquí traemos las estrofas finales, invadidas por el dolor del desterrado y el recuerdo del compatriota a quien honra: “Hoy, como nómade errante, / Con la tienda a las espaldas / Busco en distante collado / Lo que en mi pueblo me falta”. El final es resumen de plenitud cubana: “Ven, hijo del sentimiento, / Y al compás de nuestras arpas, / Ven y cantemos las glorias / De Bayamo y Villaclara”.
Es natural que no falte un poema enteramente consagrado “A Bayamo”. El que le dedicó lo forma una tirada de doce estrofas octoversales, y la última sintetiza las pasiones que recorren un texto marcado por la exaltación de fe patriótica hecha juramento:
Que tus hijos altaneros
Con la sangre de sus venas
Harán polvo las cadenas
Que marchitan tu beldad.
Y los tiempos venideros
Hallarán sobre tus hombros
Aridez, muertes y escombros
O un pendón de libertad.
En la poesía de Palma no podía faltar un lugar para Céspedes, para quien escribe lo que, por aliento y relativa variedad estrófica, podría ser impulso para una cantata. Su extensión obliga a citar solo estas dos décimas:
Timbre de la patria mía!
Su nombre limpio y brillante
Cuba lo guarda arrogante
En páginas de hidalguía!
Quién podrá olvidar el día
Que en nuestros campos desiertos
Dio vida a un pueblo de muertos,
Firmando su mano airada
Con la punta de la espada
Nuestra carta de libertos…
[…]
Cuando esta edad torpe y vana
Se extinga con sus pasiones,
Cuando brillen los blasones
De la Niobe americana:
Cuando la justicia humana
Te erija egregio dosel,
A los que vertieron hiel
Sobre tu laurel hermoso,
Les dará gloria y reposo
La sombra de tu laurel.
Puesto que temas recurrentes en la poesía de Palma explican que un volumen de su obra, publicado en 1916 en La Habana, se titule Patria y mujer, y considerando lo que la poesía representó en su vínculo con José Martí, los dos últimos textos del autor bayamés que citaremos son poemas que de distintos modos lo relacionan con su amigo.
Empecemos por el que escribió para el álbum de bodas de Martí y Carmen Zayas-Bazán, que ella conservó hasta darle respetuoso y ejemplar destino después de muerto Martí en combate. Son versos que Palma tituló “En el álbum de la señora Carmen de Martí”, y que no pueden leerse sin lamentar que no se cumplieran los buenos votos con que los terminó:
¡Sé feliz…! y que se agiten
En tu hogar las dichas todas,
¡Que de tu cendal de bodas
Las flores no se marchiten!
Que en tu corazón palpiten
Respeto y fe conyugal,
Que un amor primaveral
Siempre te dé su fragancia,
Y el ángel de la constancia
Vele tu lecho nupcial.
Pero la nota lírica y sentimental más especialmente destinada a recordar a Martí en la obra de Palma quizás sea el poema de este a María García Granados. Se siente la tentación de leerlo en contrapunto con el que le dedicó Martí, pensando en que ambos conocieron a la Niña de Guatemala y fueron testigos de su entierro. Palma le canta a raíz de su muerte, y Martí lo hace más de una década después, a juzgar por la inclusión del poema en Versos sencillos.
No se trata de sugerir un parangón entre ambos autores, pues la comparación con Martí es algo que, para usar un dicho popular, no se le hace a nadie; pero el contraste entre los respectivos poemas que ambos escribieron acerca de María García Granados resulta significativo. También Palma creó su poema impresionado por el entierro de la joven. La sucesión de estrofas en que se repite la misma estructura versal parece remedar líricamente, como en una letanía, el ritmo de la marcha fúnebre. He aquí las dos primeras:
Rompió la muerte el delicado broche
Que a la existencia terrenal te unía:
¡Así mueren los lirios de la noche
Al resplandor del día!
Como un aroma tu postrer aliento
Aún vive en las magnolias entreabiertas:
¡Así dejan perfumes en el viento
Las tuberosas muertas!
Y las dos últimas:
Duerme del sauce al soñoliento ruido,
Ese sueño feliz de eterna gloria:
Que el musgo amarillento del olvido
No cubra tu memoria.
Que implores por los tristes de la tierra,
Que vele siempre la piedad cristiana
Apoyada en el mármol que te encierra
Y… adiós… ¡hasta mañana!
Para terminar, citemos un gran regalo centroamericano que el autor de esos versos recibió en vida: el soneto “J. J. Palma”, que Rubén Darío incluyó en la segunda edición de Azul…, lo que habla del valor que el gran nicaragüense le concedió tanto al poema como al amigo y colega a quien honró. Al final —y hasta por el título del poemario dariano— podrá recordarse la apreciación concentrada por Martí al decirle a Palma que tenía “más del azul de Rafael que del negro de Goya”, y que no le convenían “el estruendo de la guerra, ni el fragor dantesco de los ayes, las balas y los miembros”:
Ya de un corintio templo cincela una metopa,
Ya de un morisco alcázar el capitel sutil;
Ya, como Benvenuto, del oro de una copa
Forma un joyel artístico, prodigio del buril.
Pinta las dulces Gracias, o la desnuda Europa,
En el pulido borde de un vaso de marfil,
O a Diana, diosa virgen de desceñida ropa,
Con aire cinegético, o en grupo pastoril.
La musa que al poeta sus cánticos inspira
No lleva la vibrante trompeta de metal,
Ni es la bacante loca que canta y que delira,
En el amor fogosa, y en el placer triunfal:
Ella al cantor ofrece la septicorde lira,
O, rítmica y sonora, la flauta de cristal.
Después de leer el poema de Darío, se siente uno llamado a guardar silencio. Pero es también un buen momento para recordar la amplitud universal de la cultura cubana, y en particular de su poesía. Basta recordar la obra de José Martí, heraldo también de las grandezas de José María Heredia, quien, además de cantarles a las palmas y legarnos el “Himno del desterrado”, escribió “En el teocali de Cholula” y “Niágara”, acaso los hitos más altos en su poesía. A su modo, y con sus alcances, José Joaquín Palma se ubicó en esa tradición.