Che, los intelectuales y el “pecado original”

Antonio Rodríguez Salvador
11/10/2017

En El socialismo y el hombre en Cuba, ensayo escrito por el Che en 1965 —y que al decir de Fernando Martínez Heredia es un opúsculo repleto de ideas que se enuncian breves y muy fuertes, organizadas por un fino hilo de acero— hay un párrafo no siempre bien comprendido y, por tanto propenso, a la polémica.


"El Che reflexiona a partir de la formación intelectual adquirida y múltiples lecturas". Foto: Prensa Latina

 

Escribe el Che: “la culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres del pecado original.”

Antes de detenernos en esas palabras parece necesaria la contextualización. El socialismo y el hombre en Cuba es un ensayo que emana de la experiencia viva de una Revolución en curso. Ciertamente, el Che reflexiona a partir de la formación intelectual adquirida y las múltiples lecturas que teorizan sobre el tema, pero sobre todo es lo visto y realizado en la práctica lo que determina su pensamiento.

Según nos confiesa en la introducción, fue escrito en un viaje por África: recordemos que la estancia en ese continente formó parte de una larga gira de 4 meses, que también incluyó visitas a la Unión Soviética y China. Por aquel entonces, en Cuba, ocupaba el cargo de Ministro de Industrias. Aunque lo define como “notas”, el texto tampoco es un compendio de observaciones más o menos conectadas ni resultado de una inspiración súbita, sino un trabajo maduro; profunda reflexión de quien atesora invaluables experiencias dado su papel protagónico en una inédita revolución socialista surgida en un país del Tercer Mundo, en plena Guerra Fría, a tan solo 90 millas de los Estados Unidos.     

Ciertamente, es obvio que no pretende realizar un tratado sobre el tema ni expresar verdades absolutas; por su estilo conversacional en ocasiones más bien parece interrogarse o polemizar consigo mismo. Así, de manera tangencial, en el texto pueden intuirse tres preguntas fundamentales: ¿Cómo organizar la nueva sociedad? ¿Qué papel juega el individuo en ella? ¿Cuáles serían las acciones políticas, educativas, culturales y económicas que contribuyan a elevar la conciencia individual en la nueva sociedad?

El Che es consciente de que los hombres encargados de construir esa nueva sociedad, también cargan sobre sí el lastre de haberse formado en la sociedad arcaica. Son hombres que han dado heroicas muestras de valor y sacrificio, de entrega total a la causa revolucionaria y esto lo ejemplifica con señalados momentos de la historia reciente: la lucha revolucionaria, la Crisis de Octubre, el ciclón Flora. Sin embargo, “las taras del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que hacer un trabajo continuo para erradicarlas.”

Sobre esto último abunda: “La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter mismo de este período de transición con persistencia de las relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán sentir en la organización de la producción y, por ende, en la conciencia.”

Es de suponer que el Che se preparaba para la escritura de una obra mayor, pero otra vez —como en Alegría de Pío, cuando debió decidir entre una caja de balas y la mochila repleta de medicinas— tuvo delante la disyuntiva y ya conocemos la historia: se decidió por cargar nuevamente la adarga al hombro, primero en el Congo y después en Bolivia, y ese hipotético libro nunca fue escrito.

Así, tal vez la expresión “pecado original” no se nos presenta con suficientes matices. La fuerza dominadora de ese concepto ha calado tanto el pensamiento y el actuar —sembrando hondos prejuicios al menos en el mundo Occidental—, que cuesta trabajo aquilatarlo despojado de su condición fatalista.  Recordemos que el concepto “pecado original” proviene de la tradición judeocristiana, y se refiere a la culpa heredada por el hombre, dado un inicial e irresponsable distanciamiento de Dios. En boca del Che, sin embargo —conociendo los referentes que tributan a su ensayo, así como las características de su personalidad—, debemos entenderlo, obviamente, como una metáfora que apunta en dirección al hombre como ser social perfectible.

O sea, no se trata ya del estigma ineludible dada una condición pecadora, sino de aquellas taras provenientes de los múltiples prejuicios sociales heredados. El giro, no obstante, revela una importante pista, y esta nos permite comprender a qué se refiere cuando asevera que los intelectuales no son auténticamente revolucionarios. El Che no nos habla exactamente de esa revolución que ha triunfado en enero de 1959, y de la cual él es protagonista en primera línea, sino que apunta a su fin último, la  revolución espiritual que permitirá alcanzar la libertad plena, una vez “rotas todas las cadenas de la enajenación”.   

De tal modo, “pecado original” sería la “culpa” que la tradición arrastra desde el pasado y disemina en el presente, no aquella del hombre como sujeto supuestamente contaminado y proscrito desde los genes por causa de una primitiva desobediencia. Ciertamente, perduran demasiadas pautas falsas en lo que se considera digno de la costumbre, y no pocas de ellas propician fenómenos extremos como el racismo, la discriminación, el supremacismo…  Algunas, producto de la ignorancia; otras, sembradas a lo largo del tiempo con un interés dominador. Si el artista o el intelectual se apropian del espíritu colectivo para mediante la creación trascenderlo, entonces está claro que esa obra se habrá erigido sobre constructos sociales permeados por numerosos vicios. 


"El socialismo y el hombre en Cuba es un texto que no admite miradas ligera"

 

Bajo este principio asimismo se entenderá que tampoco el Che habla del artista o el intelectual como individuos concretos —quiero decir, como alguien que no participe con efectividad o total entrega en las tareas básicas de la nueva sociedad— sino de su resultante como creador o mediador en la producción o extensión de ideologías y la defensa de valores. 

El hondo sentido humanista, y el olfato de hombre formado en la praxis, le permite al Che advertir el peligro que, sin embargo, llevaría imponer una horma al pensamiento intelectual.  De ahí su certera y oportuna crítica al llamado “realismo socialista”, corriente artístico-literaria que cobró auge en la Unión Soviética y otros países del bloque socialista, y que, según sus palabras, “se proclamó el summum de la aspiración cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza, convirtiéndose ésta, luego, en una representación mecánica de la realidad social”. Por eso, con meridiana altura conceptual dispara al centro del fenómeno: “No se puede oponer al realismo socialista ´la libertad`, porque ésta no existe todavía, no existirá hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva”.

Sin lugar a dudas, El socialismo y el hombre en Cuba es un texto que no admite miradas ligeras. Su espíritu es claramente incitador, una instigación a actuar y elevar el pensamiento no desde el punto de vista egocéntrico, sino con el Hombre (en mayúscula) puesto en el centro del debate. 

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