Todo tiene otro color cuando los colores se funden. En el lenguaje administrativo se le dice “encadenamiento” a la estrategia de que los resultados de unos hagan posible el funcionamiento de otros. En el terreno cultural, prefiero llamarles alianzas a esos procederes, porque si lo que importa es que el resultado importe y satisfaga a un mayor número de personas, y si es cierto que en la unión está la fuerza, fundir voluntades, más que encadenar, permite emprender metas compartidas que rebasan lo inmediato.
Las metáforas del ajiaco de Fernando Ortiz y la del color cubano, para reafirmar la identidad nacional, poseen una exactitud gestada en lo diverso. Somos uno y muchos a la vez, protagonistas de aleaciones fecundas. Cuando observamos la estructura de nuestras expresiones culturales y nos percatamos de que todas portan una hibridez que, incluso, las ensambla con lo universal, nuestra visión de lo autóctono rompe fronteras simbólicas y se expande hasta límites no esperados.
Donde más evidentes son los beneficios de esa integración es precisamente en la cultura, con mayor énfasis en la música: el fenómeno de la salsa pudiera ser un buen ejemplo de exportación de “materia prima”. Por otra parte, la asimilación de códigos de otras regiones del mundo, sumada a matrices autóctonas, ha hecho posible, entre otras cosas, la existencia de la escuela cubana de ballet; y no solo ella, sino también el surrealismo en la plástica, la antipoesía o el haikú en la literatura, o el catálogo neorrealista de los maestros fundadores del cine cubano de la Revolución. Vivimos un momento en que se necesita como nunca la transfusión intracelular de lo que hacen unos en lo que hacen otros para el logro de la esquiva eficiencia.
A los cubanos hoy no nos resulta totalmente apropiado aquello de “zapatero a tu zapato”, pues se necesita que todo el que demande ese zapato aporte para que el zapatero pueda hacer lo suyo mientras se alía al curtidor y al fabricante de clavos, hilo y pegamentos en pos de que todos caminemos bien.
En el terreno de las instituciones que se dedican a gestar y promover procesos culturales está claro que ninguna satisface plenamente todas las apetencias si, lejos de sus soportes materiales, se mueven en el terreno del intercambio cara a cara. Si se trabaja de frente a un público, no se puede prescindir de códigos de comunicación que sitúan cualquier intervención en el terreno del espectáculo. Y estos, por sencillos que sean, tienen sus reglas: demandan una concepción multidisciplinaria.
“La tarea de construir el socialismo en nuestra sociedad poscolonial es doblemente compleja porque, a diferencia de las que fueron colonias inglesas, emergimos como repúblicas mediatizadas de un colonialismo español encajonado en estructuras feudales”.
Hasta algunos consumos culturales que tradicionalmente se concretan en solitario, como el de la literatura, han debido acogerse, de manera creciente, a esos modos de socialización para evadir el peligro de quedar totalmente huérfanos de público. Desde hace más de una década disminuyen drásticamente las personas dispuestas a escuchar, en seco, lecturas de textos. Los escritores les leemos casi siempre a otros escritores haciendo uso de una rutina falaz que se impone conjurar.
La tarea de construir el socialismo en nuestra sociedad poscolonial es doblemente compleja porque, a diferencia de las que fueron colonias inglesas, emergimos como repúblicas mediatizadas de un colonialismo español encajonado en estructuras feudales. El proceso de encadenamiento de las industrias, en la formación del capitalismo, se dio espontáneo, bajo la lógica implacable del mercado. Nosotros hemos tenido que formularlo teóricamente para después ir creando, paulatinamente, las bases para que, en proceso inverso al lógico devenir, surjan las fuentes que alimenten al productor de los bienes finales y se produzca el encadenamiento. La fuerte sujeción a las importaciones constituye obstáculo de gran dimensión. Pasará tiempo para que esa dinámica económica de complementariedad opere en la dirección correcta, con la misma naturalidad de la vida.
Mi preferencia por el término alianza es porque puede salirse de la lógica del mercado en la medida en que se tenga bien localizada la meta, y no se persigan más réditos que los de satisfacer necesidades de beneficio para toda la sociedad. Solo el Estado puede proponérselo así. Insisto entonces en que en pocos terrenos como en el de las instituciones culturales, aún relativamente esquivas al mercado, se puede operar con esas miras.
“Mi preferencia por el término alianza es porque puede salirse de la lógica del mercado en la medida en que se tenga bien localizada la meta, y no se persigan más réditos que los de satisfacer necesidades de beneficio para toda la sociedad”.
La presencia de la iniciativa privada, en lo económico, hace más difícil la tarea de aliarse con la institucionalidad, porque cada empresario de nuevo tipo tiene como superobjetivo la obtención de la mayor cuota posible de plusvalía, no importa cuán especulativo sea su accionar. Es mal de naturaleza. Ese principio pone al Estado en la difícil posición de regulador represivo y demanda de él un aparato ejecutor de dimensiones macro. Se desemboca así en un indeseado crecimiento de estructura burocrática que tampoco es totalmente inmune al cohecho y debe ser controlada a su vez por otra estructura. El flujo de capital humano hacia la esfera productiva no aporta las cuotas necesarias para hacer expedito el camino hacia el encadenamiento.
Hasta el día de hoy los llamados nuevos actores económicos vienen ganando el pulseo que enfrenta a la actividad mercantil con la productiva, a la especulación desmedida con las regulaciones marcadas por la ley, a la bancarización con la coyunda de pagar en efectivo, a la burla del fisco con la observación de la política tributaria. Para que esas aguas tomen el nivel que se necesita con el propósito de armonizar el flujo económico, al parecer deberá pasar aún un buen tiempo.
Para las alianzas en el terreno de lo cultural solo es necesario que comprendamos de una vez que todos somos la misma cosa: agentes de un ideario que se propone la justicia social y el bienestar de todos por encima de cualquier otro valor agregado. La fragmentación es nuestro lastre. No dejemos que nos frene más de lo que ya lo ha hecho.