El aeropuerto del castigo

Laidi Fernández de Juan
19/9/2017

Los aeropuertos cubanos han cambiado muchísimo. De aquellas salitas diminutas de antaño en el Internacional José Martí, llamado popularmente “el de Boyeros”, cuya única ventaja consistía en un balcón, donde nos asomábamos para ver llegar o decir adiós a amigos y familiares, apenas queda el recuerdo, cada vez más tenue. Poco a poco, y a pesar de nuestras dificultades económicas, en todo el territorio nacional se construyen nuevas pistas, se acondicionan salones con puntos de venta de diferentes artículos, existen modernos equipamientos de control, rigurosos chequeos se llevan a cabo y en fin, contamos con la seguridad que exigen los vuelos domésticos y los internacionales.

En las páginas digitales aparecen cerca de 20 aeropuertos cubanos que brindan servicio a vuelos internacionales, imprescindibles para el desarrollo turístico al que aspiramos, y que ya es una realidad, según las cifras oficiales de visitantes, que aumentan cada año, y la cantidad de turistas que vemos por la calle, desde el cabo de San Antonio hasta la punta de Maisí.


La Terminal 2 es un verdadero suplicio. Foto: Internet

 

Hace un par de años hubo tremenda “rebambaramba” (palabra inexistente aún, según la  Real Academia de la Lengua, pero muy ilustrativa) en el Aeropuerto (internacional) o Terminal 3, la más cosmopolita, amplia y vanguardista de todas, con sus construcciones al estilo de instalaciones de última moda (tuberías por fuera, armazones metálicas al desnudo, ascensores medio transparentes, escaleras rodantes y muchas cafeterías), pero no voy a detenerme en el problema que se creó, ya que hoy día está solucionado.

La idea de construir un bulevar en las inmediaciones de dicho aeropuerto ha sido muy satisfactoria. En sentido general puede decirse que la Terminal 3 es la que mejor servicio presta de todas las del aeropuerto habanero.

De la 1 no tengo quejas mayores: Los vuelos nacionales, cuando se cumple el horario, no representan ningún dolor de cabeza. Es fácil darse cuenta de que me estoy acercando al único puerto aéreo del que se puede hablar, ya que la 4 y la 5 no se utilizan para vuelos comerciales de forma habitual.

La Terminal 2, sin embargo, es un verdadero suplicio, y en ella me detendré. Una de las consecuencias favorables a la reanudación de relaciones entre Cuba y EE. UU., es naturalmente, el incremento de los viajes, sobre todo de aquí hacia allá, teniendo en cuenta el gran número de familias que tienen miembros repartidos entre ambos territorios. Entre las dos orillas se establecen puentes cordiales, ya sea porque los cubanos que viven allá anhelan visitarnos, o porque los de acá, quieren (necesitan) reencontrarse con sus amigos y parientes. Igualmente, artistas, académicos, investigadores y científicos de diferentes ramas del saber, viajan e intercambian experiencias, adquieren conocimientos, y en fin, existe un importante flujo. La inmensa mayoría de esos viajes inician y concluyen el recorrido a través de la terminal 2 del Areopuerto    

En primer lugar, ocurre que no hay manera de entrar a los salones, si no se tiene un boleto en la mano. O si, luego de mucho implorar, el vigilante de la entrada admite que la madre cuyo hijo adolescente viajará, pase un minuto. Siempre se dice “por favor, permítame entrar solo un momentico, es que al niño se le olvidó un papelito”, cuando en realidad, la madre cubana necesita volver a abrazar a su hijo que regresa o que parte, da igual: nunca nos resignamos a la fría despedida en el pasillo que rodea la puerta. Los abrazos, los besos, los suspiros y la última recomendación tienen que llevarse a cabo afuera, a la vista de todos. De pie, con calor y resistiendo empujones de adultos, de niños y de la fauna que merodea el lugar, ya sean taxistas o tramitadores turísticos.

Apenas hay bancos para soportar la larga espera. Si acaso, dos o tres, siempre ocupados por quienes aspiran a adquirir pasajes, y unas cuantas jardineras, en cuyos bordes (filosos, incómodos como suelen ser las macetas) se aposentan algunos afortunados. Al resto de la concurrencia, le tocan los sucios escalones que separan el asfalto de la calle de los pasillos del aeropuerto en sí, o nada. Estoicamente hay que permanecer de pie. Dos rejas metálicas impiden el paso de la muchedumbre hacia los salones por donde se van o vienen los familiares. La gente se aglomera en esas rejas que ofrecen aspecto de jaula zoológica, intentando descubrir el rostro de su ser querido a través del resquicio de la puerta, que se abre cuando algún visitante ya se retira triunfante, o un funcionario sale a fumar. Entre la jaula y la puerta median escasos metros, lo cual condiciona que quienes esperan la llegada de un familiar o de un amigo, realicen ejercicios de diversa índole: Meditación tántrica, relajación yoga, concentración trascendental, práctica de rezos yorubas, y, sobre todo, movilizaciones de los músculos del cuello, ya sea en su variante de jirafa o de tortuga curiosa. La cabeza va rotando de un lado al otro, el esternocleidomastoideo se tensa, los ligamentos paravertebrales se afirman y se establece una especie de circo polisémico que ya quisieran practicar los seguidores del Dalai Lama.

Cuando al fin, luego de incontables horas, sale el recién llegado, casi siempre mostrando disgusto por H o por B, encuentra el estropicio a que ha sido sometido quien le espera. Lo peor, sin embargo, no es nada de lo que he descrito hasta aquí, sino lo que sucede a la hora de largarse definitivamente de la Terminal 2. Como es obvio, al aeropuerto hay que ir en un auto, y lógicamente, debe estacionarse. Para ello, existen los parqueos que en las terminales 1 y 3, con distintas maneras de abonar el costo. Dos casetas distinguen el pago en cuc o en cup, pero el espacio, la disponibilidad del terreno es la misma.

En la 2, por razones que escapan al entendimiento más dúctil, no es igual. El parqueo que se cobra en cup está situado a una distancia tan grande con respecto al aeropuerto, que es casi imposible utilizarlo, porque no es lógico (ni humano) abandonar el automóvil donde transportamos maletas, bultos, bicicletas, televisores o lo que sea que viaja con el pasajero. La razón es que hay que arrastrarlos por la calle por más de 300 m, bajo el tórrido verano o las inclementes lluvias típicas del municipio Boyeros. Por si fuera poco, resulta abusivo el monto que se exige por utilizar el parqueo en cuc, que está justo frente al aeropuerto. La mayoría de nosotros, utilizamos ese y al salir, luego de haber sufrido lo que también he contado, desembolsamos 3 cuc, aunque hayamos ido solo a despedir a alguien por cinco minutos.

El hecho de que no importe el tiempo transcurrido desde que arribamos a la Terminal 2 hasta el momento de irnos, francamente es inexplicable, pero que tengamos que pagar 75 cup o 3 cuc, se parece mucho al colmo de los colmos. Quienes no disponen de tal cantidad de dinero, se ven forzados a trasladar el equipaje, al anciano en sillón de ruedas, al niño con su cochecito y al familión completo, en una marcha angustiosa por calles no alistadas para tal propósito, en aras de llegar al parqueo en cup, también conocido como “el de los cubanos”. Lamentable espectáculo. No quisiera ser mordaz, pero lo que sucede en esa terminal aeroportuaria parece un castigo, que, por supuesto no merece nadie. Ni quien llega, ni quien se va, ni quienes acudimos a recibir, o a despedir. Nadie debe ser tratado como si hubiera cometido un acto pecaminoso. Para decirlo en plata: hay que arreglar ese potaje, antes de que los viajeros elijan compañías de aviación que, con el mismo destino, garantizan sus viajes por la terminal 3, donde la cosa es distinta, porque es digna, como debe ser.